Sin Límites. La Galería, una comunidad de arte en Chilpancingo

Texto: Margena de la O

Fotografía: Oscar Guerrero

Chilpancingo

 

En la esquina que hacen la avenida Alemán y la calle Antonia Nava de Catalán, un mural en tonos grises con caras de miradas caídas y flores de pétalos apagados cubre casi toda una pared. Es una pieza de Raúl Aguas que comparte espacio con un trabajo de Ángel Guzmán en tonos rosados y lilas, lo que hace de ese muro un gran contraste de valor artístico. Ambas obras de estos artistas plásticos son la invitación a un pequeño espacio en un primer piso con estrecho balcón en esa esquina del centro de la ciudad: La Galería, un café donde se exhibe y reposa arte.

La fachada sólo es una gran muestra, porque todas las paredes y rincones de ese espacio en renta están impregnadas del trabajo de los artistas plásticos, particularmente guerrerenses. Fueron sus lienzos.

En las paredes del pasillo con gradas que llevan a ese primer piso está, entre varias, una pintura de Hugo de la Rosa, quien además tiene cualidades para la prosa desde una irreverente construcción de oraciones, de lo que deja constancia en sus redes sociales. Es una pieza que representa una secuencia de su trabajo por 2019, año en que abrió La Galería: elementos de la ritualidad de transformación del nahual, que representa la cosmovisión de nuestros antepasados, envueltos en una lluvia de tonos rojos.

En la punta más alta de ese mismo camino –de tal manera que antes de descender de la cafetería te queda de frente– está el retrato de una mujer con el rostro distorsionado que lleva la firma del artista Jorge Cerros. Quienes lo conocen, saben que su trabajo está basado en la figura humana, donde también pone de manifiesto las emociones, las sensaciones y hasta los sentimientos.

Esto es sólo al entrar, porque en las paredes del balcón hay más. En una de ellas está Froster, un artista originario de San Luis Acatlán radicado en Chilpancingo, que tiene los cimientos colados en el arte urbano. Sólo sus amigos saben que se llama Ricardo Bustos Guzmán. Él con una ave representó el vuelo que se emprendió con este proyecto. “No es una obra de mayor complejidad, pero en su momento, la intención era plasmar algo en apoyo a una iniciativa que se gestaba”, comenta Froster.

A la vuelta de su nombre está el de Santiago Memije con una pintura construida con muchos de los símbolos que bien podrían representar una realidad de Guerrero: la osamenta de una res, unas aves y unos bulbos de amapola.

Pero cuando se dice que los rincones de este lugar están impregnados de arte no es adulación. Basta con sólo voltear la mirada al techo del balcón y te toparás con otra cara de arte visual: la fotografía. En el vinilo que hace el rol de un techo interior hay imágenes de los fotorreporteros José Luis de la Cruz y Franyeli García, también del fotógrafo nacido en el norte del país que radicó en Guerrero, Armando Vega, quien ahora es un explorador de National Geographic.

También hay fotografías del veterano fotógrafo local, Ramiro Reyna Aguilar, quien tiene el mayor de los méritos en este sitio. Además de sus más de 25 años de experiencia en la fotografía, es el creador de este espacio que nació el 7 de septiembre del 2019 y que pone en otro radar el arte guerrerense.

Construir comunidad, un ejercicio cotidiano

Es 16 de julio por la tarde y en La Galería hay mucho movimiento, porque Cloro al óleo –su nombre oficial Ernesto Carbajal, de quien Amapola. Periodismo transgresor ya contó su historia– expone Monocromo, una serie de pinturas donde destacan las siluetas de cuerpos humanos –“él es quien más trabaja la anatomía humana”, comparte uno de sus amigos– a un tono, ya sea blanco o negro.

En el centro de la cafetería hay un caos adicional al de los preparativos normales de una exposición. Resulta que recién terminaron los trabajos de ampliación de la sala principal de la cafetería, en realidad la única, porque La Galería es pequeña, pero singular, porque además de que se sirve buen café –que fue sembrado a unos 1,300 metros sobre el nivel del mar en La Pintada, la sierra de Atoyac, una de la zonas cafetaleras más importantes de Guerrero, y que es tostado de manera artesanal en tres niveles–, cumple con su rol de galería de arte: se exhibe, promociona y vende arte visual.

El caos es porque derrumbaron el muro que separaba la estancia o el corazón del lugar, con el cuarto donde Ramiro monta los marcos, portarretratos, marialuisas y caballetes, otra de sus varias facetas dentro del mismo gremio, y terminan de limpiar el polvo y algo de escombro. La ampliación tiene que ver con que Ramiro tiene más planes con el mismo propósito de incentivar el arte.

El primero de éstos fue ampliar el espacio de exposición para los artistas, de tal manera que la obra de Cloro ya se pudo apreciar desde dos propuestas dentro de su misma exhibición monocromática, uno en donde, efectivamente, destacó la anatomía humana, y en otro donde saltaron símbolos de la identidad guerrerense, según el lugar en el que te plantaras de la sala ampliada. Otro propósito es extender las actividades en el café.

Pero el caos puso otros elementos de manifiesto alrededor de La Galería, el ejercicio de comunidad.

Esa tarde en que se estrenó la exposición, Ramiro llegó apresurado y comenzó a pender las pinturas de Cloro en los carretes sostenidos desde el techo, para que reposaran en las paredes. Faltaban menos de dos horas para la inauguración, que se convocó a las siete de la tarde. Además de Soledad Valenzo, Adalid Abarca y José Guadalupe Dimas, quienes hacen posible el funcionamiento del lugar, pronto hubo varios sumados para sacar los pendientes.

Ahí andaba, acercándole las pinturas a Ramiro para que terminara de montarlas, mientras el artista que expone se preparaba para la presentación, Alan Díaz, un joven cineasta chilpancinguense, también con formación de antropólogo, quien inaugurará las nuevas actividades de La Galería. Entre el 15 y 16 próximo arrancará en la cafetería el taller Sembrando cine y así el lugar se estrenará como escuela de cine. Esta actividad estaba prevista arrancarla este martes 3, pero por la pandemia las fechas fueron modificadas.

Díaz es un creador audiovisual que “se ha centrado en la hibridación del género de ficción, el cine documental y la docencia académica”, según se lee en la publicidad de las redes sociales de La Galería.

A la dinámica de colaboración se sumó el cubano Rubén Iglesias Segrera, un creador visual, lo mismo se mueve en el diseño gráfico que en los lienzos con el pincel, la herencia familiar. Él lleva fácil la mitad de su vida en Guerrero y esta tarde también colabora para que Ramiro continúe con la secuencia que sugirió el artista para exhibir su obra.

Ramiro comenta entre grandes pausas que “aquí creas comunidad. Comunidad artística. Se promueve el arte”. Después comparte que Rubén fue quien diseñó el logo de la cafetería. Rubén, por su parte, aseguró que él tiene un espacio reservado en las paredes del pasillo de escaleras para una pintura, pero que él prefirió plasmarla en un lienzo con bastidor, para no dejarla en un muro sin posibilidades de mudanza; muestra lo que lleva hasta ahora: es un homenaje al maestro Toledo. El inmortal artista oaxaqueño está montado sobre un caballito de mar, con un pincel gigante de lanza y un papalote de escudo.

Amor al arte y a la cultura

Baltazar Castellano, Javier Téllez, Rogelio González y José Luis Correa son los artistas plásticos que han expuesto en La Galería y a quienes Ramiro menciona de corrido al seguir montando las pinturas esta misma tarde que toca el turno a Cloro.

La dinámica que se ha impuesto sola en este café –porque aquí no hay reglas ni protocolos. “Yo no tengo claridad de nada, yo sólo vivo y soy”, comenta Ramiro después de preguntarle cómo es que creó este lugar, y después ataja: “Es por amor al arte y a la cultura” –, es que los artistas llevan sus pinturas con el concepto que ellos deciden, Ramiro las monta, y ambos, el artista y el responsable del lugar, hacen un acto de inauguración donde se degusta el café de los pueblos serranos de Atoyac y mezcal de Tlacotepec (Heliodoro Castillo), el lugar de donde es originario Ramiro. A partir de entonces las obras se quedan en exhibición para su apreciación y venta.

Estos actos de inauguración generan otra posibilidad: reúnen a gran parte de la comunidad de artistas plásticos de Guerrero. Esta tarde-noche del 16 de julio, casi todos los artistas citados en este texto están presentes y varios más que no. Uno de ellos es Aarón Cabañas, otro joven artista a quien, cuenta Ramiro, le vio madera cuando lo conoció en la Escuela Superior de Artes de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), donde dio clases de fotografía. Ahí también conoció a Cloro y a otros tantos de los que estaban presentes.

Es, de entrada, la fotografía y su experiencia lo que pone a Ramiro de frente al arte, pero, sobre todo, su gusto por ella; también es un coleccionador. Fácil, a lo largo de estos años de su carrera personal, ha reunido unas 60 obras de diferentes tipos y tamaños, particularmente de artistas guerrerenses.

La Galería se ha tejido casi de manera independiente y le ha permitido a Ramiro reunir todas las facetas en las que se mueve, personales y colectivas y, a la vez, ha concedido un espacio flexible, casi inexistentes o inaccesibles en Guerrero, para los artistas plásticos locales. “Por la conexión que he tenido con los chavos, con los artistas, hemos construido esto. Honestamente yo no hice un proyecto para que existiera este espacio”, agrega Ramiro.

De tal manera que si quieres saber más de ellos y de su arte, sólo resta visitar La Galería.

 

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Sin Límites. Cloro al óleo, del graffiti ilegal a multidisciplinario de las artes

Texto: Beatriz García

Foto: Oscar Guerrero

Chilpancingo

 

En el interior de la habitación rodeada de un gran ventanal de cristal, paredes y piso blancos, cuelgan varias pinturas al óleo. Pero hay una que destaca por su tamaño; está al subir las escaleras que te lleva a otro piso. Esa obra, llamada El Tonal, mide 2.50 metros por 2.70 metros y es la fusión de tres máscaras de tigre representativas del estado de Guerrero en tonos amarillos, rojos, cafés, negros y rosados.

Lo que hay detrás de esta gran pintura y las otras que hay en la habitación es una historia de perseverancia. Al fin de cuentas la historia de Ernesto Miguel Carbajal Morales, un artista plástico de 31 años que inició en las calles haciendo graffiti ilegal, ahora es licenciado en Artes por la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro) y un multidisciplinario de las artes.

El grafiti no es cosa menor, lo aclara el artista, es arte construido con ilustraciones abstractas que tiene como lienzo las paredes, portones o bardas de la calle.

La habitación del ventanal de cristal que concentra las creaciones de Ernesto Miguel está ubicada en el fraccionamiento Servidor Agrario, en la calle Emiliano Zapata, cerca de rectoría de la Uagro, en Chilpancingo. En la entrada del edificio hay un letrero que dice Punto Continuo, uno de sus proyecto que surgió cuatro meses antes de que iniciara la pandemia por la Covid-19, pero de esto daremos detalles más adelante, por ahora seguiremos con la historia de Ernesto o mejor dicho Cloro, el nombre que dejó en las calles y que ahora aparecen en sus obras.

Él es originario de Chilpancingo. Nació en el barrio tradicional de San Mateo. A los 14 años conoció en la secundaria a Ochoa, quien repetía el ciclo escolar porque estaba recién llegado de Estados Unidos; sabía la técnica del grafiti.

Ernesto le pidió a Ochoa que le enseñara la técnica del grafiti, le dijo que sí, pero le sugirió tener una “placa”, es decir, un seudónimo. Empezó con el de Star, después lo cambió a Kloros (Khloros): un seudónimo griego que significa verde claro, uno de los colores favoritos de Ernesto. En la actualidad es Cloro al óleo.

Aunque nació en el barrio tradicional de San Mateo, pronto se mudó a la colonia Guerrero, muy conocida en Chilpancingo. Ahí había varios jóvenes que salían a las calles a hacer grafiti ilegal, como él. “Así se comienza”, dice y suelta una carcajada.

Sigue: “Tuve problemas tanto con la autoridad municipal como con la autoridad de mis padres, porque caí tres veces a barandillas (cárcel municipal). Porque hay dos tipos de grafiti, el ilegal que se hace clandestinamente (en propiedad privada) y el legal que tú pides permiso (para pintar en esas paredes)”.

Para darle una lección, el padre de Ernesto, Miguel Carbajal Lázaro, lo dejó en barandillas toda la noche, hasta que cumpliera su condena. Él ya estaba advertido, que si caía en la cárcel no lo sacarían.

Para fortuna de Ernesto, su padre, después de esa encerrona le dijo que si quería seguir pintando, él lo apoyaba, pero a cambio tenía que dejar la clandestinidad. Aceptó y así comenzó el rumbo de Cloro al óleo.

Un nuevo camino

“Dominé la técnica y empecé a ser reconocido a nivel municipal y estatal, por medio del grafiti, me invitaban a exposiciones y pintábamos en las calles”, cuenta.

Su padre lo inscribió a clases de pintura y empezó a pintar al óleo, una técnica con mucho grado de dificultad. Ernesto también pedía permiso para pintar en paredes, pero en este nuevo rumbo él se fijó incluir un mensaje positivo implícito.

En este nuevo comienzo, Ernesto quiso quitarse el apodo y usar sus dos nombres, Ernesto Miguel, pero no pudo ante el Kloros que terminó ajustando y añadiéndole su nueva técnica: Cloro al óleo. Ahora su formación académica es la Licenciatura en Artes, por la Uagro.

En un recorrido por su departamento, donde están montados sus talleres de pintura, serigrafía y tatuaje, Ernesto, muestra y explica cada una de las piezas que cuelgan en el lugar, entre ellas El Tonal.

En las paredes del departamento del ventanal, que encierra más que su lugar de estar, también su propuesta artística, no sólo están colgadas sus obras, también de algunos de sus colegas. Hace su acervo personal.

Junto al mural de El Tonal están colgados grabados del pintor Javier Lara, originario de Tixtla. Enseguida hay otra de sus obras llamada El comienzo y el fin del juego.

Este último cuadro es parte de una serie que hizo para expresar la violencia a su alrededor, que ha alcanzado a muchos en Guerrero. Recordó que uno de sus amigos fue reclutado por el crimen organizado y otros más fueron asesinados por la misma razón.

El comienzo y el fin del juego está construido con un niño que de pronto deja de jugar con aviones de papel al hallar una cabeza humana, que luego rodó con sus manos. Estas son las palabras de Ernesto al narrar los elementos de su obra, pero también al representar el reclutamiento de niños por el crimen organizado.

Junto a esa obra está la de El Destazado, donde se muestra un cuerpo en pedazos, pero sin rastros sangrientos, sólo partes de un cuerpo esculpido.

En esa primera parte de la habitación hay muchas obras más. Al fondo hay un cuarto más pequeño repleto de cuadros en el piso y en las paredes, algunas pinturas en proceso; también bastidores y caballetes. En un exhibidor hay frascos de pintura de diferentes tonos, acomodados perfectamente uno tras otro. Hay pinceles, lápices, pinturas en aerosol, una mesa y sillas. Es el taller de pintura.

Durante el recorrido por la habitación Ernesto recordó que fue hace siete años que vendió su primera obra; recuerda que la dio en 500 pesos. También comentó cuál es la obra más cara que ha vendido en estos siete años, un mural del que prefirió no mencionar su nombre, pero recuerda que le pagaron 210,000 pesos. Aclaró que esto sólo es ocasional.

“El arte no se vende tan fácilmente. Entonces dije: tengo que hacer algo que tenga que ver con lo que yo hago, la pintura y el dibujo. Ya estaba tatuado y dije voy a aprender”, cuenta el artista cuando camina rumbo a su estudio de tatuaje.

Antes de pasar por otras disciplinas que domina, es importante mencionar que la corriente que reflejan sus obras es el expresionismo abstracto. Sus influencias son el mexicano David Alfaro Siqueiros, el pintor austriaco Egon Schiele y el inglés Francis Bacon, según su propia descripción.

El tatuaje, otra de sus expresiones artísticas

Se convirtió en tatuador viendo tutoriales y pidiendo consejos a sus amigos tatuadores. Ahí se dio cuenta que tatuar no tiene nada que ver con pintar ni con el grafiti.

“Es otra cosa, es una de las técnicas que más se me han complicado, el tatuaje: La verdad es que estás tatuando y se mueve la persona, se está quejando, se pone nervioso. La piel no es igual que la tela”, explica.

El primer tatuaje que hizo fue a él mismo: un pequeño triángulo en una de sus muñecas. Luego tatuó a sus primos.

En su estudio de tatuaje, también perfectamente ordenado como muchas partes de la habitación de dos niveles, cuelgan obras de Cloro al óleo, y de algunos de sus colegas como de Gabriel García, Jorge Cerros, Raúl Agua, Diego Ramos y R. Froster, todos de Guerrero.

Cuando alguien acude a tatuarse también puede admirar las obras, con la posibilidad de adquirir alguna.

Ernesto tiene el ojo puesto en especializarse en tatuajes que reflejen el folclor guerrerense.

Su taller de serigrafía

Aun lado del taller de tatuaje está el de serigrafía, otra de las actividades que también desempeña Ernesto. La imprenta fue para tener otra fuente de ingresos sin salirse del espectro de la actividad artística.

Este taller, expuso, también surgió por otro motivo: cada diciembre hacía un diseño relacionado al tradicional Pendón de la capital, la fiesta que anuncia la feria de Chilpancingo, para enviarlo a una imprenta y plasmarlo en playeras que después vendía, pero a veces no le gustaban cómo quedaban.

Ahora también imprime playeras, tazas o gorras.

Punto continuo, un concepto, un espacio multidisciplinario

Punto continuo es un proyecto que inició Ernesto hace poco más de un año. Así lo pensó y lo creó: un espacio multidisciplinario donde conjuga la pintura, la serigrafía, el tatuado y donde comparte el conocimiento que tiene en cada un de ellas con pequeños y grandes.

“En ese divagar dije que no quería ser egoísta, que también tenía amigos que le han chingado y quisiera hacer un colectivo con ellos, y hacer algo más grande. Es como empecé a invitarlos”, menciona.

Dijo que en una inquietud inicial invitó a los artistas Hugo de la Rosa, R. Froster y Fany Salmerón, con quienes durante cuatro meses impartió talleres con personas que se acercaban con el interés de aprender, pero, aclaró, pararon por la pandemia de la Covid-19 declarada en marzo del 2020.

Ahora, con la alerta sanitaria menguada, Ernesto y sus compañeros están por reiniciar el proyecto en la habitación multidisciplinaria. Mencionó que tiene planes para la impartición de cursos de verano.

Aun no se hace la convocatoria formal, pero en la página de Facebook Punto continuo se anunciarán las fechas y los horarios.

Por ahora Ernesto empezará a pintar una serie de cuadros que reflejarán las diferentes perspectivas de los cerros que rodean a Chilpancingo, para exponerlos el 16 de julio en la cafetería La Galería, ubicada en avenida Alemán de la capital, un espacio donde se exponen las propuestas de artistas guerrerenses.

Pero Ernesto piensa en traspasar fronteras y tiene fe que lo que ahora es uno de sus mayores sueños, que en las galerías de Nueva York, Estados Unidos, cuelguen cuadros con las firmas de Cloro al óleo, pueda hacerse realidad.

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Sin Límites. Norma Arias: medio siglo de alta costura en Chilpancingo

Texto: Vania Pigeonutt

Fotografía: Scarlett Arias

Chilpancingo

 

La casa de Engra Wences era una congregación de señoras que esperaban turno para ser medidas. Todas ellas, después de varias visitas, salían con un vestido único, hecho con los diseños y costuras más exclusivos. Aguja, tijeras, hilo, cinta métrica, siempre a la vista.

En aquella casa, en 1957, Engra tuvo a su primer hija, Norma Araceli Arias Wences, de signo sagitario, quien llevó a Chilpancingo la tradición de alta costura de su mamá, famosa en Tierra Caliente por sus sofisticadas telas de moda.

Cuando Norma cumplió 14 años, Engra le hizo la advertencia que sería determinante para su oficio de modista:

“‘Yo ya tengo mucho trabajo y ustedes quieren estrenar para cada fiesta–ella y Chayito su hermana menor–’. Y nos dijo: ‘yo les voy a cortar sus vestidos y ustedes se los van a hacer’. Yo le dije que sí; a mi hermana no le gustaba coser”, cuenta Norma después de regresar de su rutina de ejercicios de la Unidad Deportiva Chilpancingo, antes CREA.

Fue de este modo que Norma comenzó a entender que para coser bien, el patronaje, la silueta de las prendas, era la base de todo. Aprendió desde esa edad que la confección de una falda empieza con la imaginación: siempre pensando en quién la portaría.

“A lo largo de mi vida en Chilpancingo he tenido grandes alumnos que ahora son grandes diseñadores. Como mi hijo Edwin, él fue de los primeros que le enseñé. Él empezaba a transformar los pantalones en faldas para sus hermanas, él también se transformaba su ropa. La máquina la vio en la casa”.

Norma considera que con sus diseños, trazos y costuras deja un legado, que en su casa continuó Edwin.

“Mucho tiempo fui doña Norma y ahora la mamá de Edwin”

Edwin es su hijo mayor, tiene 44 años. Es un diseñador, cuya especialidad son las camisas de hombres elaboradas con la misma mística de trabajo de su mamá, pero con la peculiaridad de que sus diseños y estampados rompen el estilo tradicional que caracteriza el sello de Normita, como mucha gente la conoce.

La marca de Edwin, Chingona García está en España, pero de México y Guerrero, siempre hay una influencia en su costura.

“Yo les digo qué telas comprar. Ahorita con esto de la pandemia hay muchas tiendas que venden en línea, ya les digo, cómprate de esta tela, te va a quedar muy bien. Si hay diferentes tules, hasta los que te valen 30 pesos, a los que te valen 300 el metro, pero ya es un tul muy fino, para novia. Es lo que me admira a mí, qué bonito que todavía puedo disfrutar eso”, dice Norma en la charla.

Le da mucha alegría que sus enseñanzas trasciendan en el tiempo y en las ideas de muchos diseñadores, sobre todo se siente muy feliz porque su hijo llevó este estilo y tradición del otro lado del mundo, a kilómetros de casa, pero siempre llevándose algo del corazón de su hogar.

*  *  *

En una tarde de trabajo a Norma la acompaña el jazz de Nat King Cole, siempre hay música: siente cierta conexión y musicalidad entre lo que oye y su trabajo: trazar, cortar, coser. En primavera hay jacarandas, algunas veces están sus hijas Valeria y Scarlett. Su casa también es taller y centro de creaciones.

Podría terminar un vestido escuchando Love.

[L is for the way you look at me

O is for the only one I see

V is very, very extraordinary

E is even more than anyone that you adore can

Love is all that I can give to you

Love is more than just a game for two

Two in love can make it

Take my heart and, please, don’t break it

Love was made for me and you]

Es una mujer muy amorosa, comprometida y entregada no sólo a los buenos trazos y cortes, también a su familia y a los lazos que crea a través de la costura con sus clientas, amigas y decenas de mujeres que recobran la alegría al vestirse con vestidos pensados para ellas.

Este viernes 5 de febrero de la entrevista, se cumple casi un año de la pandemia de Covid-19 en México y Norma agradece a la vida, a dios y al universo por seguir cosiendo. Las limitaciones de bioseguridad obligan a que la comunicación sea por teléfono.

Norma amando el legado calentano

50 años es medio siglo, son 18, 250 días en los que Norma ha estado frente a una máquina, midiendo y cortando telas, imaginando a mujeres desfilar, participando en sus propios desfiles de modas, como los organizados por la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción en Chilpancingo.

Vestidos de niñas, con bordados de mujeres amuzgas de la Costa Chica, trajes de gala de esposas de ex gobernadores, diputadas, presidentas municipales, señoritas flores de Noche Buena, niñas que cumplirán tres años o 15, que tendrán su primera comunión, su presentación, graduación, o quienes serán damas, novias o invitadas. Para todas ha creado. Incluso algunas camisas para hombres.

–¿Cómo empieza la alta costura de Norma Arias?

–Aprendí a coser por mi mamá, ella fue una gran costurera de Ciudad Altamirano y siempre, siempre, siempre tuvo mucha gente de los alrededores. Las señoras llegaban a su casa a que les hicieran ropa, era muy bendecida en su trabajo, ya que de allí se hizo sus dos casas.

Cuando nosotros estábamos grandes nos mandó a estudiar a Morelia. Yo estudié hasta segundo año de odontología y mi hermana estudió en un colegio particular, Plancarte, Trabajo Social. Que yo recuerde ella nunca descansaba (mamá Engracia), siempre se la pasaba trabajando y en tiempo de vacaciones, que eran los dos meses de julio y agosto, nos llevaba de vacaciones a México o a otro lado.

En esa época es en la que uno anda de fiestas con compañeros de secundaria. Ella me hizo mi vestido de 15 años.

Norma Arias recuerda a su mamá dedicada a la costura. Dejó su legado en mucha gente. Confiesa que ella no sabía nada del Internet y fue hasta que su hija Scarlett, una periodista amante de la buena fotografía, la ayudó a crear su propia página de Facebook donde sube las fotos que más lucen sus diseños.

“Me ayudó a salir de la depresión, acababa de morir mi hermana (2016), era un año más chica que yo. Mi mamá nos crió solita, porque mi papá se fue de bracero (inmigrante), todavía no nacía mi hermana. Entonces ella solita nos crió, la mamá de mi mamá y la hermana de mi mamá nos cuidaban”, relata.

Así la vida de Norma estuvo fuertemente influenciada por las mujeres de su vida y forjó un carácter fuerte. Luego tuvo dos hijas.

Recuerda a su bisabuela como una mujer enérgica, estricta. “Era de las abuelitas que con una sola mirada ya entendíamos. Mi mamá nos hacía una seña con los ojos, si tenía visita no tenías que estar allí”.

Su familia de puras mujeres la ayudó a sentirse protegida. Dice que vivió varias injusticias que la hicieron afianzarse más al respeto por su mamá, abuela, bisabuela y tía. Cuando el esposo de su tía la dejó porque su última hija nació mujer y él sólo quería hombres, por ejemplo.

“Las mujeres de mi vida han sido mi pilar. Estoy muy influenciada. Yo en algún momento ayudé a alguien a hacer campaña, les enseñaba a coser a algunas gentes. Les llevaba unos pedazos de tela, les enseñaba a hacer sus blusas sencillas, sus faldas, les llevaba su papel de china: ‘aquí tienes tu patrón y ya te vas a poder hacer tu falda’. De alguna manera sentía que contribuía a que las mujeres aprendieran”, narra.

A esas mujeres les enseñaba a cambiar cierres, les ayudaba a cortar sus vestidos y sí tenía alumnas, pero también alumnos hombres, como Edwin su hijo.

Dice que su máquina llegó cuando se casó. “Un año antes de que naciera mi hijo. Es una máquina Singer de 1976. Esa máquina me la compraron, venía incluida con los muebles del hogar cuando me casé. El comedor, sala, cocina, estufa, refrigerador y mi marido también”.

De esa época recuerda que llegó a hacer varias camisas a muchos de los amigos de su esposo, un ingeniero que impuso moda, porque en ese entonces que ella empezó a trabajar en Chilpancingo–los 70´s–, se utilizaban camisas vaqueras.

“Había un señor que ponía broches de máquina, y sus amigos le decían: ‘¿dónde te compraste tu camisa?‘, ‘me la hizo mi esposa’. Luego de boca en boca todo el mundo fue llegando. Me mandaron a hacer camisas: ‘no me querrá hacer algo tu esposa’”.

La alta costura de Norma Arias

Si bien su tradición de costura se remonta a la Tierra Caliente. Ahora piensa en toda la evolución de la alta costura de la que también forma parte. La define como la creación de prendas exclusivas a la medida de sus clientas. Todo hecho de la forma más artesanal, con diseños exclusivos y telas de altísima calidad, tal como lo aprendió.

“Mi mamá cosía de una manera tan bonita. En algún día vivimos en Tijuana, siguiendo al famoso papá, mi mamá lo hacía todo a mano, todo bien hecho, aún guardo por ahí alguna servilleta o pañuelo cosido a máquina. A ella le enseñó a trabajar una refugiada española. Son de los que llegaron a vivir a Tierra Caliente”, cuenta.

Recuerda de su infancia en los 50´s, cuando mucha gente refugiada española llegó a vivir a Tierra Caliente, en Placeres del Oro, una comunidad del vecino Estado de México. Recuerda a mucha gente blanca, alta, “como en la costa hay morenos allá había muchos güeros”.

A su mamá la enseñaron bien, ella le enseñó bien a ella y ella transmite lo que sabe como un legado, porque: “¿Para qué me voy a guardar mis secretos? Todo lo que voy aprendiendo para qué guardármelo”.

–¿Qué es lo que más le ha impresionado en esta tradición de décadas de alta costura?

–Toda la transformación que hay desde telas, máquinas, desde las tijeras, los escogedores, alfileres, es muy bonito estar viendo. A veces me toca ver películas antiguas donde se trabaja de moda y nunca te falta la cinta métrica, alfileres y tijeras, la aguja de mano, súper bonito es ver cómo trabajan.

Cada cuerpo es dueño de su propio vestido. “Tiene uno que ver el cuerpo de la persona, para saber que esto te va a quedar, esto no te va a quedar: si tienes mucho busto, si tienes mucho busto y poca cintura, si no estás alta, hay que ver, si eres cortita y tienes el vestido cortito y estás un poco llenita no te va a quedar un vestido corto”.

Siempre les dice a sus clientas que es lo que más les queda a sus cuerpo, porque Norma confeccionada a la medida de cada mujer. “Lo mido como tres veces para ajustar, pero les queda perfecto al cuerpo”.

Su trabajo empodera a otras mujeres, seguirá cosiendo para ellas

Uno de los vestidos que más recuerda es el que hizo para una graduación de secundaria. Fue para la hija de una clienta. «Ese vestido lo hice de gasa en cuatro tonos que iban del ibory al palo de rosa; el talle era de cordones forrados de cintas cortadas al bies. Me sirvió mucho, porque fue uno de mis propios retos en la costura”, eso fue entre 1995 y 1996.

Ese diseño fue modelado en su segundo desfile en sede de la CMIC en Chilpancingo en 2018.

Otro vestido reciente es el que hizo de una niña con un cinturón de flores. Mandó a comprar la tela a Ensenada, Baja California. Era de una niña que su mamá decidió hacerle una sesión de fotos, en lugar de fiesta por la pandemia de la Covid–19. Este diseño de puede apreciar en su página de Facebook.

–¿Cómo le afectó la pandemia?

–Lo que me ha hecho dejar de trabajar para mí mucho tiempo es la pandemia. No trabajé como unos seis meses, no trabajé cuando no se podía conseguir ni alcohol, ni gel, los cubrebocas yo me los hacía, pero se escaseó en un momento todo.

Dice que se postergaron eventos de bodas, donde haría los vestidos para las damas de honor, para novias. Apenas este febrero está remontando el ritmo.

Ahora tiene en la entrada lo mismo que la gente en negocios de comida y otros giros: gel antibacterial y desinfectante.

“Me encanta y me siento satisfecha, quisiera estarlas viendo cuando ellas se lo va a poner (sus vestidos), cuando lo va a lucir, por eso hasta ahora me fijo en las fotografías… Se los veo a ellas, me lo imagino desde antes de hacerlo, cómo lo voy a trabajar, cómo lo voy a cortar”, dice.

Desde el 68 empezó a coser. Primero a hacer los hot pants–pantalones muy cortos–, era la época de los mini vestidos y siempre estuvo a la moda, ella y su hermana Chayito fueron de las primeras en usar los pantalones allá en Ciudad Altamirano.

Siempre las mejores telas, imponiendo moda con telas bonitas y haciéndose de todo tipo de vestidos. Seguirá con sus chaquiras, vestidos frescos, coloridos, para climas cálidos, fríos, todos los vestidos que pueda imaginar, puede crear.

Norma seguirá porque su trabajo empodera a otras mujeres. No sólo a la hora de que porten hermosos diseños, sino el vínculo que hay con la creación, ese momento que define como mágico. Las mujeres pueden aprender a crear sus propios diseños, a coserlos, a hacerlos, en esa medida hay una seguridad que da la alta costura.

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Sin Límites. Ollas solidarias en el comedor de Doña Viki y Don José

En un amplio patio de casa, cubierto con una lona hay una hilera de mesas para las cacerolas. Allí se reparte comida solidaria: 1,000 raciones cada día para los más necesitados en este contexto de Covid-19


 

Texto: Margena de la O

Fotografía: Staff Amapola

9 de junio del 2020

Chilpancingo

En el Comedor Comunitario Gratuito Doña Viki y Don José, ubicado en Niños Héroes 84, en el centro de Chilpancingo, están pendientes de los detalles finales de la comida. Es casi la una de la tarde de este lunes 8 de junio.

El menú que servirán entre dos y media y tres es tinga de pollo, chicharrón en salsa verde, chorizo en salsa, pasta, arroz y frijoles. Tienen para sus comensales hasta 1,000 raciones. Las personas esperan formadas en las banquetas de la estrecha calle.

Estas porciones de comida son adicionales a las 18 mil 585 servidas en las cinco semanas anteriores, de lunes a viernes que funciona. Arrancó el lunes 4 de mayo con alimentos para 200 personas.

El comedor comunitario tiene un propósito: ayudar a personas con necesidad en esta pandemia por la Covid-19.

Virginia Merino Delgado, una mujer de 65 años originaria de Taxco, radicada desde hace 22 años en la capital, está detrás de esta iniciativa ciudadana. Por muchos años se dedicó al servicio público en distintas oficinas en Chilpancingo, una época que, asegura, ocupó para la gestión.

Este comedor logró abrirlo con el apoyo de sus hijos, quienes comenzaron una campaña de donación de insumos entre sus conocidos. “No pensé que fuera a crecer tanto”, comenta sobre la cobertura que ahora tiene.

Conforme avanzó el confinamiento por la crisis sanitaria, dictado en todo México desde el 23 de marzo, Virginia, conocida como doña Viki, observó la necesidad de personas que se quedaron sin empleo, porque viven al día, o que son adultos mayores que no tienen quién vea por ellos. Algunas de esas personas las conoció en su época de gestión.

Hubo quien, antes de montar el comedor, le pidió cinco pesos para comprar masa de maíz para tortillas. Después, cuando ya funcionaba, lo ratificó: una mujer joven baja a pie desde la Tatagildo, una colonia de la periferia de la ciudad, hasta el comedor, por nueve raciones de comida para su familia, entre ellos sus hijos y sus abuelos. Virginia sabe que esa mujer está desempleada y cuando la ve formada le da dinero para que se regrese a su casa en el trasporte público.

Comparte estos casos porque son ejemplos de la necesidad de supervivencia de muchas personas en esta contingencia.

El comedor comunitario de doña Viki sirve hasta mil raciones diarias a personas con problemas económicos por la Covid-19, quienes esperan formados en las banquetas.

¿Cómo funciona el comedor?

Días antes de la apertura de su mesón, cuenta Virginia, se comunicó a Radio Universidad, una estación también de servicio comunitario, para invitar a las personas que por alguna razón tuvieran la necesidad de alimentos, acudieran a partir del siguiente lunes a su domicilio por comida.

También colgó unos anuncios fuera de la casa. “Comedor Comunitario Gratuito Doña Viki y Don José”, se lee en uno de ellos. Acondicionó el amplio patio, separado de la calle por un portón: lo cubrió con una lona y montó una hilera mesas para las cacerolas con comida.

Cuando Virginia comienza a servir la comida junto a otros voluntarios, incluidos sus hijos y otros parientes, los convidados, uno a uno, pasan frente a las mesas con sus recipientes para que les sirvan las raciones de comida según el número de sus familiares.

En el comedor se siguen las medidas sanitarias que la propia contingencia exige. La repartición de gel antibacterial y cubrebocas también son parte del servicio que dan.

Además de la coordinación de doña Viki, el funcionamiento del comedor es posible por las donaciones. Ella enumera la ayuda recibida desde la lona que los cubre del sol y las mesas donde montan la comida, prestadas por unos conocidos, hasta la impresión de los anuncios colgados fuera de su casa y los insumos para alimentos.

“Siempre es con el apoyo de las personas”, menciona.

Los insumos los recibe en distintas proporciones. Hay días que le llevan 15 y 20 pollos o 40 kilos de tortillas, pero hay otros que ha tomado parte de la pensión que le dejó su esposo, José Morelos Rodríguez, para completar.

“Cuando no alcanza la comida y ve que todavía hay gente formada se mete y prepara algo, huevo con chorizo…pero no deja que se vayan sin comida”, comenta Freddy Sabino, uno de los voluntarios que asisten a apoyar al comedor.

En este tiempo, cuenta Virginia, ha sumado la fidelidad de varios, como la de América, una enfermera que es su vecina, quien cada tercer día le lleva tres kilos de tortillas y lamenta no poder integrarse a las actividades del comedor. Pero ella en esta contingencia ya contribuye mucho desde su trinchera.

Los voluntarios son otra parte fundamental del comedor, porque para preparar y servir las 1,000 raciones de comida de estos últimos días, se requieren varias personas.

Guille, es una maestra jubilada de 73 años, vecina de doña Viki, que llega desde las nueve de la mañana a pelar y picar la verdura que necesitarán para los guisos. También va doña Pilla y La Güera. Además de doña Oralia, la de la tienda de abarrotes, quien junto a su esposo limpian parte de los 25 a 30 kilos de frijoles que se reparten a diario.

Hay otras personas, como Fredy, que se suma la reparto de la comida y los cubrebocas, o a la aplicación del gel antibacteral.

De la casa de Viki, apoyan sus hijos José María y María José, su nuera Belinda y su pariente Liz. Ella comienza desde las cinco y media de la mañana, cuando se levanta a poner a cocer los frijoles, y termina 13 horas después, a las seis de la tarde, después de dejar todo limpio para el día siguiente.

Los comedores ciudadanos

Cuando los comedores que instaló el gobierno de Guerrero comenzaron a operar, con apoyo de la Defensa Nacional y de la Marina, apenas este mes, varias iniciativas como las de Virginia ya funcionaban en Chilpancingo y en otras partes del estado.

De las primeras que se conocieron, fue la de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), quien desde el 30 de marzo, aun con el confinamiento, dejó abiertas las instalaciones y el servicio en los comedores universitarios de Chilpancingo y Acapulco, para la población en general.

La semana pasada cerró porque autoridades universitarias sospecharon de un posible brote de Covid-19 entre sus empleados, pero, para una vez librada esa alerta, anunciaron la reapertura.

En otras colonias de la ciudad también funcionan comedores donde reparten de manera gratuita la comida. La Nueva Esperanza, una colonia de la periferia, es uno de estos casos. Las mujeres se organizaron y preparan comida con insumos que también les donan para repartirlo entre las familias de los alrededores.

También operan otros comedores comunitarios como el de Viki en Taxco y Acapulco.

El suyo está abierto desde hace poco más de un mes, cuando no había nada de las 12, 500 raciones de comida que las autoridades del gobierno estatal dicen sirven en cuatro municipios distintos de Guerrero.

El comedor comunitario Doña Viki es necesario y los voluntarios lo miden por la cantidad de personas que acuden cada día por raciones de comida. El quinto lunes se repartieron 830 raciones de comida y para este sexto se prepararon 1,000, de acuerdo con la estadística que lleva José María.

Sus hijos mantienen la campaña de donación de alimentos, sobre todo en sus redes sociales, porque es vital para que el comedor siga abierto, pero Virginia lamenta que las donaciones bajaron las últimas semanas.

Teme que tenga que cerrar, porque ella sola no podría sostenerlo. “Hay mucho político, hay mucha gente que puede, pero yo no sé qué pasa, no se preocupan por su gente”, dice.

Aún con este panorama, comparte que seguirá hasta donde las posibilidades se lo permitan. Con el esquema de donaciones todo cambia de un momento a otro. Ayer, por ejemplo, cuenta, le llevaron cinco pollos y con eso completó las 1,000 raciones de hoy.

Sin límites. Bedelia: la karateca de oro

Bedelia tiene 16 años y es medalla de oro en la disciplina que adoptó como forma de vida: karate. Irá del 26 de agosto al 2 de septiembre próximo a representar a México en los Juegos Panamericanos, en Ecuador. Ser una campeona no es suficiente, tiene un obstáculo: no cuenta con todo el dinero que requiere para su viaje.


 

Texto: Beatriz García

Fotografía: Angie García

13 de agosto del 2019

Chilpancingo

El 14 de junio del 2019 en Monterrey, Nuevo León, Bedelia Duarte combatió en la categoría Junior de Karate —de 16-17 años y de 48 kilogramos—, iba por una medalla, aunque no se visualizaba en el primer lugar. Al final ganó la de oro y logró un lugar en la selección que representará a México en los Juegos Panamericanos Infantil y Juvenil en Huayaquil, Ecuador.

“Siempre he ido con el objetivo del oro a las competencias. Sabía que ese torneo iba a ser fuerte. Yo iba con el propósito de una medalla, decía: por mi poca experiencia es probable que no alcance el oro”, recuerda.

Bedelia junto con cuatro compañeros del Club de Karate-Do Águilas de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), participó en el preselectivo y selectivo del Campeonato Nacional Senior y Master 2019, de donde salieron los jóvenes que representarán a México en los Juegos Panamericanos. Además de ellos, fueron karatecas de Acapulco.

Su pase a esos selectivos, lo logró días antes cuando aprobó el examen que le dio la categoría de cinta negra.

En el combate en Monterrey, pasó el preselectivo; al siguiente día se hizo el torneo selectivo para conocer a los integrantes de la selección mexicana de karate. La joven se sorprendió al conocer la noticia. Tenía medalla de oro y el pase a los Juegos Panamericanos.

Su sensei Ernesto Guzmán Hernández la abrazó y la felicitó. Le dijo que ahora tenían más trabajo por hacer. Tenía que dar todo.

De los cinco alumnos del Club Karate-Do Águilas Uagro que paticiparon en Monterrey sólo Bedelia clasificó para irse a Huayaquil. Es la segunda vez que un integrante de este club universitario representa a México en una competencia internacional.

El máximo exponente de karate en Guerrero es Víctor Daniel Carbajal Toscano, su formación en la disciplina lo hizo en su ciudad natal, Acapulco. Pero ahora también entrena en el club de la universidad.

Pero en esa ocasión de Guerrero en la categoría de karate sólo será representado por Bedelia y por Saúl Grande García de 13 años originario de Acapulco.

Para Bedelia llegar a esta competencias no ha sido fácil: es el resultado de su disciplina, de mucha disciplina.

 

El deporte nuevo

Bedelia Duarte Salamanca, es originaria del municipio de Zirándaro, en la Tierra Caliente; tiene 16 años y desde hace ocho vive en la capital.

La vida de la joven en el karate ha corrido veloz. Apenas hace un año y diez meses comenzó a practicar este deporte, pero su rendimiento es de una persona que lleva cinco años practicando, cuenta la universitaria.

Es jueves por la mañana, Bedelia está terminando su entrenamiento en el dojo del Club de la Uagro. Cuenta cómo cambió su vida desde que comenzó a practicar el karate.

Cuando ingresó a la preparatoria número nueve de la Uagro como requisito tenía que tomar una clase complementaria. Tenía una duda: continuar con el deporte que practicaba desde pequeña, el atletismo, o el karate. Optó un deporte nuevo.

“Las artes marciales es de mucha disciplina. Desde muy pequeña me ha gustado ser deportista; tener mucha disciplina; ser independiente; no esperar a que alguien me esté diciendo qué hacer”, dice Bedelia mientras se acomoda en el dojo, ese espacio donde se practican las artes marciales.

Desde pequeña practica deportes como el fútbol y el atletismo, este último era su favorito. Después, cuando entró a la secundaria formó parte del Pentatlón Deportivo Militarizado en el que estuvo dos años.

Pero para Bedelia el karate no lo es todo, sabe que antes está su responsabilidad de estudiar, por eso siempre se esfuerza para conservar el nueve de promedio. Aunque reconoce que el karate le ha dado el valor de la disciplina que la ha utilizado para su vida cotidiana y, por eso, ha podido dar buenos resultados en la escuela y el deporte.

El principal impulso viene desde su casa: sus padres y sus tres hermanos son sus primeros aliados y quienes la aconsejan de no centrarse tanto en las críticas que recibe. Bedelia es la primera de la familia que obtiene un logro como el de representar al país.

Las críticas

Un joven o una joven es común que salga con amigos e ir a fiestas. Bedelia tomó otro camino. Cuando comenzó a tomar sus clases era de una treinta a tres de la tarde. Le gustó tanto que no fue suficiente ese tiempo. Pidió permiso al sensei para que en las horas que no tuviera clases la dejara entrenar. Así fue como comenzó a practicar hasta cuatro veces al día.

“Supe que era lo mío. Me empezó a gustar, a apasionar, a querer ser mejor que los demás, empecé a venir de dos a tres veces al día”, rememora.

El obtener medalla de oro en Monterrey le costó críticas de sus compañeros y amigos porque los entrenamientos la alejó; la tacharon de exagerada por preferir estar entrenando en lugar de salir con ellos. Bedelia escuchó a muchos que le decían que tenía que divertirse, pero pocos entendieron que en el karate también encontró una forma de divertirse.

Al principio para su familia fue extraña la obsesión de estar tanto tiempo entrenando, al grado de regañarla porque casi no pasaba tiempo en casa, como lo recueda Bedelia.

“Ahorita todos contentos me felicitan, vieron el resultado”, comparte con orgullo. Bedelia sabe que el esfuerzo y la disciplina siempre traen resultados, buenos resultados. Por eso a los jóvenes les pide que luchen por lo que quieren, por sus sueños sin importar nada y que se afiancen en el apoyo de su familia.

Y a las autoridades, la joven les pide que apoyen a los deportistas porque muchas veces, aunque tengan talento frenan sus sueños por la falta de dinero.

Ecuador

Del 26 de agosto al 2 de septiembre próximo, Bedelia representará en su categoría a México en los Juegos Panamericanos, en Ecuador. Aún no cuenta con todo el dinero que requieren, ella y su sensei, pues cada competidor tiene que costear el viaje.

Requieren aproximadamente 80 mil pesos para pago de transporte, hospedaje, comidas, el pago de un seguro y de la ficha para el concurso.

Ya lograron juntar 50 por ciento del dinero, el rector de la Uagro, Javier Saldaña Almazán se lo dio, pero no es suficiente, así que están buscando patrocinadores.

Ahora le preocupa más obtener el dinero para el traslado que el equipo     — espinilleras con empeinera, guantes, petos, karategui, cintas y el protector bucal — con el que competirá en Ecuador, Bedelia piensa resolverlo así: utilizará el que tiene y le prestarán el que hay en el club.

Bedelia no pierde la esperanza de estar en los próximos días en Ecuador compitiendo, tiene el recurso que siempre la saca a flote: su familia, quienes están pensando en una campaña de boteo para recaudar el dinero que requiere.

Esta no sería la primera vez, cuando Bedelia tuvo que ir a competir a Oaxaca, Quintana Roo, Nuevo León y Morelos, donde ganó medallas de oro y plata, su familia la apoyó juntando el dinero.

 

 

 

 

Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

Ajedrez y lectura, herramientas de David contra el analfabetismo

Desde diciembre del 2018, David acude casi todos los fines de semana a Atliaca; se propuso disminuir el número de personas que no saben leer y escribir. Piensa lograrlo a través de sus dos pasiones: el ajedrez y la lectura


Texto, fotografía y video: Itzel Urieta y José Miguel Sánchez

24 de julio del 2019

Atliaca

 

 

El inicio

David Juárez es un joven de 23 años, hace unos días se graduó como licenciado en educación secundaria y para su pueblo, la comunidad nahua de Atliaca, en Tixtla, se impuso un objetivo: disminuir el analfabetismo con sus dos pasiones, el ajedrez y la lectura.

Son las tres de la tarde del sábado 13 de julio, en el zócalo de Atliaca, David coloca sus libros —unos cien— de diferentes géneros: cuentos infantiles, novelas, revistas y libros especializados en política o pedagogía, e instala un tablero de ajedrez.

Ya con los libros y el tablero colocado, espera a que los niños, jóvenes y adultos comiencen a acercarse. Algunos curiosos pasan a observar los libros y David les explica la dinámica.

“Pueden tomar cualquier libro y lo pueden leer en cualquier lugar del zócalo, no se lo puede llevar para que más personas lo lean”, explica a una mujer que se paró a ver los libros.

Cuando se acercan los niños, David pregunta si quieren tomar un libro o si quieren aprender a jugar ajedrez. Si los niños se deciden por el ajedrez, los sienta en una jardinera donde tiene el tablero y despacio explica los nombres y posiciones de las piezas, para después enseñarles los movimientos y el juego. Si llega otro niño y quiere jugar, David le pide a uno que ya sabe que ahora él sea quien le enseñe.

Desde diciembre del 2018, David acude casi todos los fines de semana a Atliaca; se propuso disminuir el número de personas que no saben leer y escribir. Piensa lograrlo a través de sus dos pasiones. Por eso esta tarde de sábado están aquí sus libros y su único tablero de ajedrez. Cuando comenzó el proyecto contaba con dos, pero la inquietud de los niños provocó pérdida de piezas y la descompostura de un tablero.

Cuando David tuvo la idea de aportar algo a su comunidad aún estudiaba en la normal Rafael Ramírez Castañeda, en Chilpancingo.

En Atliaca viven 7,439 personas, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI); de ellos 1,651 atliaquenses de más de 15 años son analfabetas y 121 de los jóvenes entre 6 y 14 años no asisten a la escuela. Por eso el interés de David de enseñar a leer y a escribir.

 

Ajedrez y libros; Un proyecto para todos

Muchas personas se acercan a ver los libros, hay para todas las edades, para niños y adultos, sin embargo, los menores son los más interesados, los que más se acercan. Primero como curiosos y una vez que entienden la dinámica, toman un libro y se van a alguna jardinera a leer. Los cuentos infantiles son los que más les gustan, los más leídos.

El concepto de este proyecto no es sólo para los niños, también trata de integrar a los papás. Cuando un niño es muy pequeño o se le dificulta leer, David pide a sus padres que lean con sus hijos y así cumple dos objetivos: no sólo incluye a los padres a la actividad, sino también al hábito de la lectura. Incluso lográ un tercer propósito: momentos entre las familias que muchas veces las labores del campo no lo permiten.

No siempre son las mismas personas ni niños, ya que no cuenta con un grupo como tal, su dinámica consiste en colocarse y esperar a que las personas atraídas por la curiosidad se animen a tomar algún texto o alguno niño o niña desee jugar ajedrez. Cuando comenzó el proyecto era constante, no había fin de semana que no se pusiera, sin embargo, con el paso del tiempo sus actividades escolares y su trabajo no le permiten hacerlo con la misma frecuencia.

Pero cuando el proyecto vivió su momento más constante, se vieron resultados. David cuenta que detectó que los niños comenzaron a cambiar su conducta: eran más respetuosos, más atentos y a tener mayor concentración. David considera que estos cambios de conducta son gracias a la lectura y juego de ajedrez, sin embargo, cuando dejó de ser constante, le perdió la pista a muchos de esos niños.

Los niños más constantes provenían de las zonas alejadas de la comunidad y eran de escasos recursos. Después del periodo de alejameinto que tuvo David, a consecuencia de sus prácticas en la normal, la comunicación con los niños más avanzados se complicó, porque cuando la retomó, avisaba  por medio de redes sociales, específicamente Facebook y Whatsapp, medios a los que muchos niños de las zonas alejadas no tienen acceso.

 

Ajedrez y lectura, herramientas contra el analfatismo

Dificultades

Las cosas no han sido fáciles para David y su proyecto. A lo largo de estos seis meses ha enfrentado dificultades, comenzando por los libros: el número es reducido y también los géneros. Los jóvenes quieren más novelas, los niños más cuentos y, alguno que otro, sobre política. Eso ha provocado que algunos decidan no leer, pues los títulos o géneros no les llaman la atención.

El segundo problema con el que se enfrenta es el ajedrez, sólo tiene un tablero. No es suficiente: a veces llegan muchos niños que quieren jugar.

Para David es primordial continuar con este proyecto; está convencido que ayudará a disminuir el analfabetismo. Sin embargo hasta ahora nadie se ha sumado, necesita más aliados para que haya continuidad y no se interrumpa cuando no pueda asistir por su trabajo. 

La publicidad de la iniciativa es algo que también ha obstaculizado para que más gente conozca el proyecto, debido a que la forma de anunciarlo es a través de redes sociales.

Sin embargo, apela a las donaciones de libros para que pueda crecer el proyecto, algunos amigos les regalan algunos o incluso sus también sus profesores. David no piensa dejar de asistir todos los sábados al zócalo de Atliaca, no se desanima porque piensa que esa labor es fundamental hacerla.


Puedes ver más sobre la labor de David aquí:


Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

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