El mezcal, las máscaras y la buena charla son la personalidad de este espacio
Texto: Margena de la O
Fotografía: Oscar Guerrero
Chilpancingo
José Luis Correa Catalán llena dos botellas de mezcal, una natural y otra con un preparado de cajel, al fotógrafo Pedro Agüayo, quien visita por primera vez El Calehual.
Él y una mujer que lo acompaña recorren el primer nivel de la casa del anfitrión, un espacio con 450 máscaras de diferentes puntos de las siete regiones del estado, y decenas de litros de mezcal de Axaxacualco (Eduardo Neri) y Apango (Mártir de Cuilapan), dos elementos simbólicos de Guerrero, los que, a la vez, configuran la historia del linaje de los Correa.
Una vez servidos los mezcales, Correa explica las diferencias entre las máscaras de los tecuanes, según la región del estado en que fueron elaboradas. Después intercambian comentarios del uso ritual de la máscara, en particular de Acatlán, Chilapa, y de Zitlala, dos lugares nahuas de la Montaña baja de Guerrero donde la ritualidad es muy importante. Lo hacen mientras recorren el lugar.
El Calehual es una habitación con paredes cubiertas por el casi medio millar de máscaras de todos los tamaños, sin contar las miniaturas que cubren los arcos de unas de las divisiones, y algunas antigüedades. Ante eso, es casi imposible no engancharse y preguntar, y preguntar, y preguntar.
La mujer comentó al principio que sería una visita rápida, la que se alargó para escuchar atentos a Correa. Les dijo, por ejemplo, que algunas máscaras son decorativas u ornamentales, como las que elaboran los artesanos en San Francisco Ozomatlán, Huitzuco y de Ayahualulco, Chilapa, “la nueva tendencia de la máscara en Guerrero a partir de los setentas” que nunca perdió su valor artesanal.
También les compartió sobre la importancia de los saberes y las técnicas empleadas en los tres grupos en que divide su colección: las auténticas asociadas a una danza tradicional, las réplicas que mantiene para fines de archivo, y las decorativas que también tienen alguna asociación con las danzas y ritualidades, con las adecuaciones de las nuevas generaciones de mascareros y sus contextos.
Cuando los visitantes se despiden –asegurándose de llevar las dos botellas de mezcal que compraron–, anticipan a Correa que volverán, porque a El Calehual siempre se regresa. Para construir este texto, por ejemplo, se visitó el lugar más de un par de veces, la primera para conocerlo, las siguientes sólo por gusto.
Pedro Agüayo expuso, como argumento para una siguiente visita, su deseo por aprender más sobre las máscaras y las danzas de Guerrero.
Un dato que se conoce al visitar El Calehual es que la máscara de diablo colgada cerca de la ventana, desde donde se ve la calle 18 de marzo, es de las primeras que obtuvo Correa para su colección. Se trata de un diablo hecho por los artesanos de San Francisco Ozomatlán, una comunidad nahua ubicada a orilla del río Mezcala, considerada como el lugar del país donde se producen más máscaras de madera, de acuerdo con lo que han documentado algunos medios de comunicación.
O que la máscara más antigua en la colección es un diablo de un pueblo de Teloloapan, hecha en los años veinte.
Es probable que se asombre después de saber que en 2020, después de tres años de buscarlo en San Martín, Quechultenango, Correa logró que don Cuco Gudiño, uno de los dos últimos mascareros sanadores –que fungen como una especie de chamán en sus comunidades– de los que sabe sobreviven en el estado, le traspasara una colección de siete máscaras originales de la generación de danzantes de los años cincuentas. Son máscaras que corresponden a los danzantes originales de esa época, una de ellas es la de un hombre apellidado Bello, la gente lo reconoció porque la máscara tenía los ojos muy juntos, como él.
La visita de la pareja ocurrió la tarde del 29 junio pasado, pero así suelen ser todas las visitas a El Calehual, que el mismo Correa define como una galería urbana, donde confluyen una especie de simbiosis que superan la degustación y la contemplación, porque queda de manifiesto la manera en que otros saberes se expresan.
Además, compartió más adelante, después de atender a sus clientes, es fundamental entender las máscaras y las danzas como dos eslabones contiguos, y a las máscaras con el mezcal, como un eterno ritual de Guerrero.
Para que estos elementos tengan ese sentido, Correa juega un papel muy importante, de entrada, garantiza una amena charla, por todo su bagaje intelectual y artístico, y todo su conocimiento sobre las máscaras, tema que ha abordado hasta en un plano académico. Su investigación de maestría lleva por título La vida social de las máscaras en Guerrero, 1970-1990.
Después, una degustación de un buen mezcal. En El Calehual ofrecen y sirven cuatro gamas de mezcal: el natural o blanco; los destilados, como el de borrego y el de pechuga; los macerados, como el amargo, el de damiana, el de hierbas, y por último, los licores que son hechos con frutas de la región. En total, unos 150 tipos de mezcales.
El elemento incorporado más reciente al mezcal, las máscaras y la charla en El Calehual, son los quesos de prensa que la familia de Correa trae de Chichihualco y Tlacotepec para ofrecerlo en venta; siempre hay prueba. Este complemento es otra ala de su historia familiar, porque está conectado a la Sierra de la zona Centro, donde se mantiene parte de la familia de su madre, Nohemí Catalán García.
Una mezcalería convertida en galería
La historia de El Calehual comenzó hace varias décadas; sólo en su espacio actual lleva 20 años. La abuela paterna inició con la venta de mezcal en la casa familiar, un poco desde la clandestinidad, porque en Chilpancingo se consideraba que era una bebida para peones, cuenta Correa.
Por esa razón, con el paso de los años, vendían el mezcal a la usanza de las más antiguas pozolerías de Chilpancingo, fundadas por las familias tradicionales de la ciudad, quienes adaptaban una parte de sus casas para el negocio y compartían parte de su intimidad con los clientes.
Además de que hace años el mezcal de Guerrero enfrentó la estigmatización de que no era bueno y la familia de Correa, a través del El Calehual, se sumó a la tarea de cambiar esa idea. “Nos tuvimos que volver anfitriones para explicarles qué era el mezcal, qué era lo que se estaban tomado”, comenta.
Ahora, con un espacio propio, pero dentro del perímetro familiar, ofrece a sus visitantes y clientes la posibilidad de conocer diferentes lugares de Guerrero sin salir de Chilpancingo, de reconocerse a través del mezcal y las máscaras, convirtiéndose a la vez en un recinto que responde a “contextos, memorias, ritualidades” del estado.
Está en el primer nivel de una estructura modificada, con frente tanto a la avenida Ignacio Ramírez como a la calle 18 de marzo, en el centro de la ciudad.
Correa es quien está al frente del proyecto en la actualidad, pero sus padres, José Luis Correa Rivera y Nohemí Catalán García, también tienen el crédito del arranque y de que se mantenga, porque tienen una conexión familiar con el mezcal. El 13 de julio pasado, en su perfil personal de Facebook, Correa publicó una fotografía de su padre en el esplendor de El Calehual, con el siguiente pie de foto: “La mano detrás de El Calehual. Mi alquimista favorito”.
Aquí algunos datos de la tradición mezcalera de la familia de Correa. De lado de su padre solían tener mezcal en casa para elaborar remedios, amargos o licores, por la tradición que les traspasaron sus bisabuelos de Tixtla y Mochitlán. De ahí mismo proviene el hábito de elaborar licores con almíbar, propio de las frutas tradicionales, como el cajel, un cítrico ya complicado de conseguir en Guerrero. Su abuela, cuenta Correa, solía preparar antes esos licores con agua ardiente.
En La Reforma, un pueblo de Heliodoro Castillo, su bisabuelo y su abuelo materno producían mezcal para intercambiarlo en Chichihualco, cabecera de Leonardo Bravo, por insumos para alimentar a su familia.
El nombre de la galería está asociado al maguey, planta con la que se produce el mezcal. El calehual es el quiote que crece en medio de la planta cuando ya es veterana y puede alcanzar varios metros de altura; cuando ese tallo florece anuncia la muerte del agave, según se lee en una ficha sobre agroalimentación difundida por el gobierno federal.
Entre los mezcaleros de Guerrero se supo que en los plantíos, al calehual lo dejan crecer sólo entre algunas plantas para garantizar la reproducción silvestre del maguey. Para abastecer la demanda de El Calehual, Correa y su familia mantiene relación con productores de Axaxacualco y Apango, sus principales proveedores.
En El Calehual prevalece la idea inicial (y quizá ese es el motivo de que se mantenga) de ofrecer una buena bebida y un espacio íntimo de diálogo que inicia sobre las tradiciones y costumbres de un pueblo y puede concluir en un debate sobre temas políticos o sociales.
El lugar es recomendado de boca en boca por los clientes que, al salir de ahí, se convierten en amigos. Para llegar ahí hay que conocer a Correa, a su familia o a sus amigos.
Quizá esa es la razón por la que Correa le da todo el crédito a ellos de la apariencia y el alcance actual de El Calehual. La mayoría forman parte de los círculos en los que se desenvuelve: es historiador, artista plástico y un joven interesado en los sucesos sociales y políticos de Guerrero.
“Los clientes fueron nutriendo el lugar, donando (máscaras y antigüedades), y de ahí me di cuenta que había una posibilidad de hablar del estado, aventurándose a Guerrero a partir de las cosas”.
Los primeros en donarle máscaras fueron Teresa Leyva, quien le llevó 20, y Ricardo Klimek, quien le donó otro número importante; ambos son habitantes conocidos de la ciudad. Otras piezas, él mismo las adquirió o intercambió, al principio por lo estético, después por un interés de estudio.
El intercambio de máscaras sigue haciéndolo con conocidos o curiosos, que después se convierten en aliados porque los mueve el mismo interés de saber más de las máscaras y las danzas de Guerrero.
El 18 de julio pasado, lo dejó asentado en sus redes sociales, hizo un intercambio de máscaras con César Aparicio, un joven originario del barrio de San Antonio de Chilpancingo, quien, según escribió en un posteo, tiene una colección de máscaras específica de danzas de este municipio, como la de Los siete vicios: “Un Abraján por otro Abraján. César me pasó una Diablita tradicional elaborada por don Ernesto Abraján y yo le pasé un diablo, también de don Ernesto Abraján”.
El mezcal y las máscaras, un sincretismo de la ritualidad en Guerrero
Aun cuando Guerrero está en la lista del puñado de estados con denominación de origen del mezcal, lo que les concede al estado supuestos beneficios de desarrollo económico, el mezcal está asociado a un asunto más profundo: la ritualidad de los pueblos que tienen sus maneras particulares de vincularse con el entorno.
Las máscaras también son evidencia de ciertas maneras de interpretación del ambiente, y “tienen también mucho que ver con el mezcal, porque en las fiestas patronales de Guerrero el mezcal está junto con pegado, es parte de la festividad, de la ritualidad. Es una manera de ponerle un lugar donde también hay una eterna ofrenda de las máscaras”, comenta Correa sobre estos elementos vinculados a la manera en que se organizan ciertas comunidades.
Por ejemplo, las máscaras lo llevaron a conocer un mundo menos evidente, que congrega una amalgama de discursos de las comunidades. Son piezas que la misma comunidad crea como depósito de su memoria o como testigas de momentos o procesos históricos importantes, como los étnicos o de conflictos raciales en Guerrero. “Entonces, las máscaras resultan ser también el mejor testimonio de un estado que tiene una gran política de olvido sobre sus raíces”.
Para Correa, las máscaras configuran una vía que permite romper “los bronces” o las versiones institucionales que todo folcloriza y ofrece únicas versiones.
“¡No! Las máscaras hablan de cuestiones mucho más complicadas, inclusive contradictorias, acerca de lo que creemos que es la patria o el territorio”.