Plutarco sobrevivió 7 días sin agua ni comida en una mina colapsada; ahora busca rescatar a su yerno en El Pinabete

Texto y fotografía: Manu Ureste / Animal Político

17 de agosto de 2022

 

Plutarco Ruiz, de 56 años, dice que lo más duro de quedarse atrapado en las profundidades de la tierra es sobrevivir al primer día: la oscuridad, el pánico y la desesperación deshidratan muy rápido el organismo y perforan la mente como el martillo neumático con el que se pica el carbón.

“Al principio sientes mucho miedo, pero luego piensas con más calma y empiezas a planear cómo puedes salir del pozo”, explica.

Plutarco, minero de toda la vida, estuvo atrapado por siete días en un pozo de carbón en el municipio de Múzquiz, Coahuila. Fue el 30 de julio de 2010. Él, junto a otros 12 mineros, se encontraba perforando las entrañas de la tierra cuando, de pronto, una de las paredes estalló y un mar de agua inundó las galerías en cuestión de segundos.

Aquel suceso fue casi idéntico a lo que sucedió el pasado miércoles 3 de agosto, cuando en la mina El Pinabete, en el municipio de Sabinas, también en Coahuila, 10 mineros quedaron atrapados, luego de que el pozo se inundara tras el colapso de una pared de contención que conectaba con una mina abandonada que guardaba en su interior casi 2 millones de metros cúbicos de agua. Entre los mineros atrapados está Sergio Gabriel Cruz Gaytán, de 41 años, yerno de don Plutarco y padre de su nieta, una joven adolescente de tez morena, ojos negros y sonrisa tímida, cuyo rostro de nariz y barbilla afilada —dicen sus abuelos— se asemeja mucho al de su padre.

En el caso de Plutarco, cuando el pozo se inundó, la misma corriente sacó a la superficie a todos los mineros, salvo a otro compañero y a él, que quedaron atrapados. Plutarco cuenta que corrió a refugiarse a una galería ubicada en la parte más alta del pozo, donde el agua no alcanzó. Su compañero no tuvo la misma suerte y murió ahogado al momento.

Sin lámpara, solo, sin casco y sin las botas que perdió mientras trataba de ponerse a salvo, el carbonero trató de ubicar cuál era su posición en la mina, aunque a oscuras, tiritando de frío porque estaba “chorreando” de agua, y habiendo ya perdido la noción del tiempo —“yo dormía de vez en cuando, pero no sabía qué hora era ni cuántos días estaban pasando”—, las cosas se complicaban mucho con cada minuto que corría.

“Me encomendé mucho a Dios y a la Virgen de Guadalupe para que me alimentara y me diera fuerzas para aguantar el frío y la sed. Porque, ¿qué otra cosa podía hacer? No tenía comida, ni tampoco podía beber el agua que inundaba el pozo porque estaba contaminada y bien apestosa”, cuenta el hombre sentado en una silla de plástico, mientras a lo lejos observa a los elementos de la Guardia Nacional que custodian el pozo siniestrado de El Pinabete, donde está atrapado su yerno.

En su caso —dice—, la ventaja es que conocía a la perfección las galerías del pozo de carbón donde llevaba ya varios meses picando, y eso le permitió ubicarse y poner en práctica un plan.

“Mis familiares no dejaron que los rescatistas perforaran el cañón del pozo porque pensaban que se podía colapsar y matarme. Y las autoridades tampoco fueron a rescatarme a donde yo estaba. En realidad, yo hice todo. Iba arrastrándome por los túneles para checar los niveles de agua, checaba la altura y luego me volvía a subir a la parte alta a refugiarme”.

En un punto en el que el nivel de agua había bajado un poco, a Plutarco se le ocurrió una idea.

“Pensé que arriba debía haber alguien cuidando el compresor que mandaba aire al pozo. Entonces, busqué la manguera y la doblé, porque cuando haces eso hazte cuenta que es como si pisaras el acelerador de un coche”.

En el exterior ya habían transcurrido cuatro días cuando, en efecto, la persona que cuidaba el compresor notó que este se aceleraba cada cierto tiempo. Que desde abajo les estaban enviando una señal de vida.

Tres días después, Plutarco respiró de nuevo el aire limpio de la superficie. El milagro se había consumado.

“Los milagros existen, pero…”

“Yo soy la prueba de que los milagros, a veces, sí existen —dice con un sonrisa tímida en su rostro moreno y agrietado, en el que sobresalen dos profundas ojeras producto del cansancio y el estrés de casi dos semanas de agónica espera—. Aquí, en este caso, sé que es muy complicado porque ya pasaron muchos días, pero no pierdo la fe de que encuentren a mi yerno y a los demás muchachos”.

A pesar de la fe inquebrantable de Plutarco y de personas como las hermanas María Magdalena y Angélica Montelongo, hermanas del minero Jaime Montelongo, de 61 años, lo cierto es que a 14 días del siniestro en El Pinabete las esperanzas ya se han desvanecido casi por completo. Máxime, después del pasado fin de semana, cuando las autoridades de Protección Civil reconocieron que los niveles de agua subieron de nuevo “súbitamente” y las labores de rescate se complicaron mucho.

“Hemos vuelto al mismo punto del inicio”, lamentó María Magdalena Montelongo en una conferencia de prensa la tarde del pasado domingo, cuando Plutarco, desesperado, pidió a las autoridades que detallaran cuál sería el nuevo plan para acometer el rescate a contrarreloj y que se pidiera ayuda al extranjero si era necesario.

Un día después, el lunes, Protección Civil informó que los rescatistas tratarían de sellar con concreto la mina abandonada contigua a El Pinabete, que, de acuerdo con los ingenieros, es la que está inundando el pozo siniestrado, a pesar de que a diario se extraen miles de metros cúbicos de agua. Pero la medida, según denunciaron los familiares de los mineros, llega ya muy tarde.

“Se ha perdido un tiempo valiosísimo”, lamenta Plutarco ante la mirada silenciosa de su nieta, que observa el suelo tal vez en busca de respuestas.

Cecilia Cruz, tía de Sergio Gabriel Cruz Gaytán, cuyo suegro le describe como chaparro y delgado —“el cuerpo ideal para meterse por los túneles estrechos de los pozos”—, también comienza a mostrarse resignada, como su hermano, el padre de Sergio.

“Mi hermano está ya muy cansado, perdió la fe. Creemos en los milagros de Dios, pero él ya se rindió. Dice que ya quiere a su hijo como sea. Vivo o muerto, pero que se lo entreguen ya”, confiesa la mujer ahogando un suspiro.

Este texto es propiedad de Animal Político y lo reproducimos con su autorización. Puedes leer el original en este enlace 

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