Texto: Isael Rosales
Fotografía: Lenin Mosso
31 de octubre del 2019
Atlamajalcingo del Monte
«Ven ven ven”, llaman los abuelos a los muertos en tu’un savi (mixteco) poco antes de que salgan los primeros rayos de sol al lado del cerro La Purísima, en Atlamajalcingo del Monte. El sol es la puerta entre el mundo de los vivos y los muertos, justo entre las montañas y el firmamento. Los llaman con el copal, flores y velas.
Para los pueblos na savi o los pueblos de la lluvia que viven en la región Montaña- la mayor zona indígena de Guerrero-, los muertos están siempre presentes, viven entre nosotros en el lugar que en tuu savi le llaman Ñuu ndií, tierra de los muertos.
El día de Vìko ndìi o la “fiesta de los muertos”, se juntan Ñuu yivi, la tierra de los vivos, para ser una fiesta de alegría y de reconciliación entre las familias.
Joaquín, un abuelo del pueblo, explica en la cima del cerro, donde suben desde niños hasta ancianos a recordar a sus parientes, que los difuntos tienen cada uno su día: Vìko na kuali, es la fiesta para los niños y Vìko na na’no, la fiesta de los adultos, todos presentes en el el Vìko ndìi.
El 27 de octubre del 2019 en Atlamajalcingo del Monte, la banda de viento, rezanderos y algunas familias se quedan a velar en el cerro La Purísima, donde el héroe de independencia, Vicente Guerrero tuvo su campamento para luchar contra los españoles, incluso “las campanas del pueblo y los fierros que ahí se encontraban fueron usados para la elaboración de las balas, la gente apoyó contundentemente al insurgente Guerrero”, comenta Felipe Madrid Villegas, maestro de la región.
La espera de los muertos en el cerro La Purísima inicia a las ocho de la noche. Al filo del cerro hay una cruz, tres velas y un sahumerio, a un lado una familia que recién llegó con una olla de café para todas las personas que toman su pedazo de tierra para sentarse y aguardar toda la noche.
La gente sirve café y también tequila. En una rueda se habla de las costumbres y de los antepasados, de la importancia de la comunidad en la independencia de México. El maestro Felipe Madrid interviene y cuenta que Vicente Guerrero derrotó al Ejército español en un lugar que se llama Río Triste.
“Sólo eran 200 tu’un savi, originarios de Atlamajalcingo del Monte, que luchaban con el mulato independentista y que acompañaron al abrazo de Acatempa entre Vicente Guerrero e Iturbide”, dice.
En los pueblos indígenas de México se cree que las y los que murieron regresan en estos días para convivir con los vivos. También se sabe que los muertos sólo están en otro mundo o lugar: “realmente siempre están con nosotros y nos escuchan, y es por eso que siempre los llamamos”, comenta Felipe.
El frío cala hasta los cartílagos y la noche es más densa. Hay una fogata con una luz roja, con el fuego nuevo, el de la vida y la muerte: la luz que alumbra el Ñuu ndií.
Más tarde, a las doce de la noche dos rezanderos caminan rumbo a la cruz, las tres velas prendidas y el sahumerio que avientan el humo del copal. Entre rezos y los cánticos de la banda de viento, así transcurre hasta las dos de la mañana del día 28. Descansan un par de horas y a las cuatro de la mañana los rezanderos siguen junto a la banda, mientras familias enteras se suman a los rezos y así esperan a los muertos al despunte del alba.
A las seis de la mañana varios señores con sus palas sacan las brasas de la fogata para depositar en cada uno de los sahumerios que cada persona saca de su morral.
Poco a poco aclara. La banda de viento deja de tocar y los rezos de fluir. La gente se encamina como a unos 200 metros mirando al horizonte por donde sale el sol. Cinco rezanderos de los más experimentados se colocan haciendo un abanico, atrás de ellos se hace una fila de hombres, mujeres, niñas y niños con sus sahumerios llenos de copal. El humo se mezcla con la niebla que aún de los cerros.
La combinación es mágica: flores de cempasúchil, dos cadenas de 13 flores o dos ramos, dos velas o más, canastos de comida, agua bendita, bebidas tradicionales como la chicha, agua pizorra, tequila y el copal.
Los cinco rezanderos llaman a los muertos, también piden para que a las personas de los pueblos y del mundo les vaya bien. Piden para que los políticos de la comunidad no tengan obstáculos.
Las palabras de los rezanderos con los muertos se prolonga hasta tres horas o más horas. Eso depende de qué tanta gente acuda. Son pocos los rezanderos que pueden llamar a los muertos, no cualquiera puede hacerlo.
En esta conmemoración, es explícita la mezcla de la tradición prehispánica e indígena contemporánea. Su fusión con el cristianismo dio paso a una serie de mestizajes culturales y afianzó la idea católica del “día de todos los santos”; sin embargo, se puede encontrar aún en la lengua indígena y en ciertas prácticas formas de relacionarse con esa concepción de la muerte y la vida.
Una vez que culmina la asamblea, la baja con los principales adelante, que son los ancianos y consejeros de los pueblos; con las familias y la banda de viento, mientras el trueno de los cohetes acompaña la retirada. La caminata de regreso se realiza en paradas en el camino para danzar hasta llegar a las mayordomías, la iglesia del pueblo, para luego pasar por las calles, y esperar a que los muertos lleguen a sus casas.
Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.