Nos vemos obligados a hablar con el crimen: normalista

Soy integrante de la generación 2018-2022 de la Normal Rural de Ayotzinapa. Ingresé a la normal en un contexto complejo, a cuatro años de la desaparición forzada de los 43 normalistas, y con el crimen a nuestro alrededor.

Hace unos meses creía que quien se infiltrada en la Normal le paga el gobierno para dar información, pero no es así. Para mí, la persona que está vendida es una persona que no quiere trabajar en su cargo, que está sumisa, un poco perezosa en el cargo que tiene.

En primera, lo complicado es que ellos hacen reuniones clandestinas, haciendo fraudes; posiblemente, les den recursos, y no llegan. Los fraudes van desde hacer una actividad de boteo y quedarse el dinero hasta utilizar cosas que confiscamos, para uso personal. Las reuniones de los infiltrados, hemos sabido, las hacen afuera de la escuela.

Uno los detecta y los expulsa. Hace un mes expulsamos. Era de Tenería y se expresó mal de la Normal y tuvimos una reunión de base. Todas las academias tienen que estar en esa reunión. Ellos vienen a desestabilizar la normal, la organización. ¿Cómo? Diciéndole a los demás: “ya no suban a danza, quédense así. Ya no vayan a rondalla, quédense aquí. Vamos a charlar, vamos a tomar, vamos a fumar”, algo que para mí no va.

Estamos sembrando una buena semilla, y la vamos a cuidar hasta que nos dé un buen fruto.

Mi persona solamente agarra ciertos grupos, hablo en corto con ellos, sobre todo con los más jóvenes; más agarras a las personas que están dispuestas a hacer un cambio. Tomo a esas personas, para que no se desvíen. Aquí somos libres, porque llegan personas que son menores de edad, se desvían mucho; llegan a ser personas alcohólicas, como sucede en este nivel de educación. En todas las prepas, en las mejores escuelas.

Una vez uno me pidió un autobús, cuando teníamos una actividad de rondalla. Impide que se desarrollen las actividades, porque menciona que es más importante hacer otras, cuando ya estaba programada esa. O sea, que necesitan el camión para ir por camiones, por ejemplo.

Quizá esa persona está infiltrada, yo lo tengo que quitar, porque él que es representante de rondalla, me está arrastrando a todos los chavos que son como 36 chavos, o sea por él, no van a ir a participar. Por él, ese es el detalle, yo lo quito, pongo a otra persona, pongo otro para hacer el trabajo, alguien quien sí va a sacar la rondalla.

En la cuestión del crimen nos vemos obligados a hablar con ellos. De la mafia hay un representante, del gobierno hay un representante, nosotros no queremos reuniones, pero a veces las piden. Han llegado citatorios anónimos, me han llegado pues, si ven el contexto aquí, hay dos, tres, diferentes mafias y nosotros estamos en medio. Chilpancingo igual, entonces por todos lados. Hemos tenido que dialogar con esa gente: “hey: somos nosotros, tranquilícese”.

Nosotros tratamos de llevar la fiesta en paz, pero eso sí ya es más difícil. Nos han pedido en forma anónima que soltemos camiones de productos confiscados.–No da más detalle–.

Han cambiado los códigos porque ha cambiado el contexto. Estamos en una guerra, pero nosotros no estamos armados en cuestiones de armas de fuego, sino en conocimiento, queremos lograr un cambio; pero también considerar que el cambio es de adentro, desde la Normal.

* En pleno triunfo del presidente Andrés Manuel López Obrador ingresó esta generación. En un contexto estatal de crispación social. A tres años del gobierno del priista, Héctor Astudillo Flores, y ante el triunfo de la perredista Erika Alcara como presidenta municipal de Tixtla, identificada como gente del diputado Bernardo Ortega Jiménez, cuya familia es acusada de conformar el grupo local del crimen organizado más fuerte de los municipios Zitlala, José Joaquín Herrera, Chilapa y Tixtla, de donde son varios normalistas.

Fotografía: José Luis de la Cruz