Texto y fotografía: Luis Daniel Nava
9 de junio del 2020
Chilapa
Patricia Moctezuma mantiene a sus dos hijos vendiendo juguetes y bisutería en un puesto ambulante en la cabecera municipal de Chilapa, pero desde hace un mes lo cerró como parte de las medidas sanitarias para evitar contagios de la Covid-19.
Para sobrevivir en esta época de restricciones y sin trabajo, ha hecho otras cosas, como remendar ropa ajena, vender cremas y champús, alquilarse para rezar a santos y difuntos.
“Me gustaría abrir mi puesto, estamos en un momento de crisis, desesperados, queriendo que nos permitieran vender un día, dos o tres días por semana, todos dependemos del negocio”, comenta y se le escucha desesperada.
El 8 de mayo pasado, personal de la Dirección de Reglamentos del ayuntamiento de Chilapa le notificó que por decisión institucional, debía cerrar su negocio. Al día siguiente, Patricia todavía abrió su puesto, justo porque depende de su venta, pero el 10 el personal del ayuntamiento se lo impidió.
Junto al de Patricia, otros 60 negocios de ropa, gorras, discos, zapatos y otros artículos considerados como no esenciales, instalados a un costado del bulevar, fueron cerrados por decisión del ayuntamiento.
Los comerciantes creyeron que el 29 de mayo terminaba el plazo de restricción, pero el ayuntamiento extendió el plazo 15 días más. En Chilapa hasta hoy las autoridades sanitarias federales tienen registrados 22 casos positivos de Covid-19 y ocho defunciones. Chilapa tiene una población de 130,000 habitantes, sólo en la cabecera viven unos 30,000.
Las restricciones por la pandemia han afectado de manera económica a comerciantes y a otras personas que van al día. Patricia está en ese grupo.
Desde hace 18 años comenzó a vender juguetes en los tianguis y fiestas patronales de las comunidades de Chilapa, Zitlala y Ahuacuotzingo. En 2017 consiguió un espacio semifijo de lunes a sábado en las banquetas del bulevar.
Un día de venta normal para Patricia se gana unos 200 pesos, cuando hay más venta, hasta 400 pesos. Apenas lo suficiente para los gastos de su familia.
Antes de que se cerraran las escuelas por el nuevo coronavirus en marzo, Patricia llevaba a sus dos hijos a la escuela, abría su pequeño negocio, de dos metros de ancho, y lo cerraba a las cuatro de la tarde. Para desplazarse y ahorrar tiempo entre sus actividades utilizaba una motoneta que pagó en abonos.
Antes de que la pandemia llegara a Chilapa, invirtió todo su dinero en mercancía que compró en la Ciudad de México. La inversión la planeó para vender justo en esta temporada, cuando cientos de familias migrantes de la región regresan de trabajar en los campos agrícolas del norte del país.
Los jornaleros agrícolas comenzaron a regresar a Chilapa, pero el puesto de Patricia está cerrado.
Patricia no se vence
Además de sus dos hijos, Patricia tiene a cargo a dos sobrinas que decidieron pasar con ellos la pandemia. Más personas que alimentar. Eso la empujó a buscar opciones.
Recurrió a sus orígenes, a los oficios que sus padres le enseñaron. Habilitó una máquina de coser para remendar ropa de sus vecinos y conocidos, vende productos de limpieza corporal por catalogo, reza a santos y novenarios de difuntos, y aplica inyecciones.
Por un rezo simple cobra 50 pesos y para la ceremonia religiosa de un fallecimiento, que dura nueve días e incluye el velorio y rezos en el panteón, de 250 a 500 pesos.
Patricia recibe cada semana del gobierno de Chilapa una caja de despensa con un kilo de harina de maíz, un litro de aceite, uno de arroz, un bote de chiles en vinagre, una bolsa de sopa, una botella de cloro y un jabón. Utiliza una parte y la otra la reparte a sus vecinos que también padecen la crisis económica que está provocando la pandemia.
“Tengo unas personas conocidas a las que les he dado parte de esas despensas, viendo que también necesitan el bocado hay que saber compartirlo, ahora es cuando debemos de mostrar que somos hermanos”, dice.
En estos días la dieta de Patricia y sus dos niños y sobrinas consiste en lo más básico: frijoles, arroz, huevo, salsa y tortillas. A veces, cuando le va bien en sus nuevas actividades, le alcanza para algo de pollo o carne de res. “Pues aunque sea con frijolitos tenemos que comer”, agrega.
Patricia, aún cuando sus jornadas laborales son más cansadas e inciertas, espera que la situación se componga.
“Ojalá y esta conversación llegara a los oídos del presidente de la República (Andrés Manuel López Obrador), de cómo está afectando la enfermedad no sólo a los que la padecen sino a los que vamos sobreviviendo al día”.