Texto y Foto: Marlén Castro
Chilpancingo
Martes 1 de octubre
El sábado a medio día Amairani Barrera Navarrete, de 31 años, tomó una decisión que les salvó la vida a ella, a su mamá y a sus dos hijos de siete y cinco años.
Amairani vive en la cumbre de la colonia Antorcha Popular, al noroeste de Chilpancingo, en una pequeña vivienda de madera y de concreto. Nació ahí y sus hijos también.
Siempre había creído que la casa de su mamá era su lugar seguro hasta este sábado, después de los cinco días de lluvia del huracán John.
Esa mañana, parte de la barranca ya se había desmoronado metros abajo. Escuchó que habían llegado elementos de Protección Civil por el aviso de los deslaves, pero ella aún no veía la magnitud de la situación. Hasta que se asomó y vio que entre su casa y el precipicio había menos de un metro de distancia.
“Sentí mucho miedo, sobre todo por los niños, le dije a mi mamá vámonos, pero vámonos ya y así como estábamos nos salimos”, cuenta Amairani recostada en una colchoneta en el refugio temporal de las canchas del Centro de Salud, a un costado de la Alameda Granados Maldonado, en el centro de Chilpancingo.
Los hijos de Amairani juegan pelota a un lado de la colchoneta en donde tienen algunas de sus cosas personales, todas adquiridas al llegar al refugio, porque allá en su casa en la Antorcha Popular dejó absolutamente todo.
Ese sábado no tuvo que caminar o tomar una combi, porque de hecho no había transporte público hasta su colonia, se vino en el carro de los bomberos, los que llegaron junto con elementos de Protección Civil para atender el reporte del desgajamiento de la barranca.
Este lunes y martes aunque dejó de llover, ni Amairani ni su mamá regresaron a su casa a ver cómo estaba, sólo saben que la barranca continuó desgajándose.
Tampoco suben porque les han dicho que el mal tiempo continuará.
“Sabemos que las lluvias continuarán y así no podemos regresar, sobre todo por los niños”.
Aunque en el refugio temporal están a gusto y comen tres veces al día, han pasado estos días con algo de incomodidad porque en las canchas no tienen forma de bañarse. Cada persona del refugio resuelve esta situación de forma individual. En su caso, un tío les da permiso de que lleguen a bañarse.
Amairani, su madre y sus hijos no tienen otro lugar a donde vivir. Cuando pase la amenaza de las lluvias subirán a ver su casa. A ver cómo quedó. Su mamá y ella piensan que ya sin las lluvias puede ser de nuevo un lugar seguro.
“Yo creo que sí, que nos vamos a regresar, cuando no hay lluvias no hay ningún problema”.
En el refugio temporal, Amairani convive con gente de las colonias Villas del Sol, Alborada, Las Joyitas, Renacimiento, San Rafael Norte y Lucía Alcocer, algunas asentadas a orillas del río Huacapa, cuyo cauce se desbordó y otras en los márgenes de las barrancas, zonas de alto riesgo, pero que en diferentes administraciones municipales, el Ayuntamiento regularizó a pesar del riesgo.