Texto y foto: Margena de la O
Chilpancingo
26 de septiembre del 2024
Willi Díaz Mateo entró a Ayotzinapa porque dos de sus hermanos mayores, que cursaron la Normal Rural, le dijeron que en la escuela había un taller de pintura. Willi vio una oportunidad con dos ventajas: estudiar una carrera profesional –la de maestro rural bilingüe– y pulir la habilidad que, cree, nació con él y que lo ha convertido en un artista plástico.
El dormitorio de Willi en la Normal Rural, que funciona como internado, es su lugar de creación y su galería personal, porque ahí reposan todas las piezas que construyó en estos casi cuatro años de escuela superior –cursa el séptimo, de ocho semestres–, el periodo en el que más ha pintado. Tiene una experiencia de unos cinco años, y casi cuatro de ellos los lleva aquí.
Ayotzinapa le otorgó la posibilidad que nunca antes tuvo, porque el taller del maestro Joel Amateco le ofreció, además, la posibilidad de cruzarse con otros artistas y propuestas. La cabecera de Tixtla, el lugar que alberga a Ayotzinapa, es un sitio de una cultura e historia importante para el país, donde hay un movimiento artístico importante, tanto en la escritura como en la pintura.
La propuesta artística de Willi, mediante la técnica de óleo sobre tela, estriba en dos aspectos fundamentales que cruzan su vida con 22 años, su origen, la comunidad y su familia, y Ayotzinapa y sus luchas, en particular la de estos 10 años por saber qué pasó con los 43 jóvenes que desaparecieron en Iguala.
Con esta última consigna hay unos siete murales de él en la escuela; el primero que pintó está frente al comedor y se trata de la escena de una movilización estudiantil: en una carretera, con unos cerros de fondo, hay muchachos, autobuses y policías dispersos. En una escena como esta, se sabe por declaraciones de estudiantes sobrevivientes, debió desaparecer un grupo de los 43.
El otro aspecto fundamental de su pintura tiene que ver con que Willi es originario de Tierra Blanca, un pueblo me’phaa de 6,000 habitantes, que pertenece a Acatepec, una zona donde se cruzan las regiones Costa Chica y Montaña. Salió de ahí a los 14 años, para mudarse a la cabecera municipal de Ayutla, para trabajar, aprender el castellano y estudiar su bachillerato.
Cursó el Colegio de Bachilleres entre la timidez, ocasionada por no saber español, pero con el dibujo como aliado. Tiene esa habilidad, dice, desde que nació, porque de niño se recuerda cociendo sus propios cuadernos para hacer sus dibujos.
A los 13 años pintó su primer acrílico, la imagen de un Gokú –el anime protagonista de la serie japonesa Dragon Ball Z– en una puerta de su casa, porque su padre, Pedro Díaz Camilo, le llevó unas pinturas que sobraron de una actividad en la escuela donde era parte del comité de padres. “Créanme que de la nada sentía que era un gran artista, tal vez en mi mundo, pero me sentía un artista”, contesta al preguntarle de donde nació su lado artístico.
La primera experiencia formal con la pintura la tuvo a los 17 años, cuando su hermano mayor que es maestro rural, Germán Díaz Mateo, le regaló los colores primarios en acrílico y unos pinceles, que comenzó a mezclar en papel. “Mis dibujos eran bien fáciles, pero desde entonces empecé a mezclar los colores, jugué con los colores que salían mezclando los cinco colores primarios, porque en ese entonces me regalaron los cinco colores primarios”. Lo primero que pintó fue un paisaje que sacó de internet y que vendió a 30 pesos.
Willi nunca ha tenido una preparación formal como artista plástico, repetía lo que veía en la red. El único acercamiento fue la capacitación de un mes en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, una de las instituciones en el área más importantes del país, porque es lo único que pudieron pagarle su madre y su padre cuando terminó el bachillerato.
Después de un año sin estudiar, al ver frustrado su paso por bellas artes, sus hermanos le insistieron en la pequeña posibilidad que le abría la Normal Rural de Ayotzinapa con la pintura. La tomó. En 2021 ingresó a la escuela de maestros rurales en Guerrero y su carrera artística creció.
En la habitación escolar que él insiste en llamar su galería está gran parte de su obra. La pieza más grande colgada en la pared la nombró Linda cocinera: una mujer hincada al costado de un fogón improvisado con trozos de leña, en un patio, donde aparece parte de una casa con fachada de ladrillos pelones, cocina carne en una cacerola. Willi cuenta que es su madre, Magdalena Mateo Concepción, que prepara puerco, en una celebración a los muertos.
Hay más piezas con elementos de su entorno, como la pintura de una palmera chata que creció en medio de un pedazo de campo. En ese tipo de palmeras nacen unos frutos que en las costas de Guerrero se conocen como coacoyul (coyol o cocoyol), una especie de cocos pequeños que suelen comerse hervidos y enmelados con el almíbar del piloncillo. Es el terreno donde siembra su madre.
Hay más pinturas sobre un camino de su pueblo, el de una flor endémica de su región; de unos niños, sus sobrinos, sumergidos en un río; de caminos al campo y de muchos más aspectos del lugar donde nació y creció, porque es lo que conoce.
A la par, Ayotzinapa le ha internado en sus propias luchas y con ello, a su arte, con las que expresa las consignas que otros gritan. Todos los componentes y símbolos de la Normal Rural también están en sus piezas, las que más le compran quienes llegan a la escuela. En algún momento mostró en su teléfono las dos pinturas que hizo y entregó sobre la fachada de la primer área a la que lleva la puerta principal de la Normal Rural, donde está la dirección y el auditorio. En una de ellas, la fachada tiene dos perspectivas, la más asombrosa se refleja en un charco de agua estancada en el vestíbulo.
En este tiempo en su paso por la Normal Rural ya ha expuesto sus obras. Participó en una exhibición colectiva en el Museo de Arte Contemporáneo Uagro en 2022 y montó una individual, apenas en febrero pasado, en el Museo Universitario José Juárez, también de la Uagro.
Willi en estos momentos tiene claro que su camino está en la pintura y vino a reafirmarla en Ayotzinapa, mientras se forma como maestro rural.