Texto: Marlén Castro
Foto: Cortesía Javier Iván Aranda Macedo
24 de abril del 2024
Chilpancingo
Cuando uno está así de cansado, platica con uno mismo, porque ni ganas hay de gastar energía en jalar aire para sacar las palabras. Para que me escuchen, tengo que jalar más aire para hablar más fuerte. Mejor me grito solo hacia dentro de mí: “¡Iván! ¡Iván!Aguanta ya estás por llegar. Te espera el cuerpo tibio de Erika, su olor en las sábanas. Los besos de tus hijos. Sobre todo, acuérdate de ellos. Si te duermes ya no los vas a abrazar”. Quiero cerrar los ojos para que el dolor se vaya. Los muertos ya no sienten nada y sería bueno no sentir este dolor desde abajo del cuello hasta la altura del coxis, también en las pantorrillas, en los talones, en los dedos. Me hormiguea todo el cuerpo y siento que cargo una losa que me aplasta y me hunde en el suelo. Oigo los ronquidos de no sé quién. Quisiera tener la misma libertad de dormirme. No por el cansancio;por el dolor. Quiero dormirme para no sentir el dolor, y es el dolor el que me ha mantenido vivo todos estos días, en realidad, semanas. Tres semanas. Llevamos tres semanas. No quiero pensar en todos estos días agotadores, porque siento que el dolor del cuerpo arrecia. No quiero pensar. “No pienses en eso”, me digo. “No pienses. No pienses”. Luego cambio de parecer. Si ya no pienso, me duermo. Así que sí pienso. Pienso en todos esos pinches cerros pelones, en los árboles caídos, en la gente que duerme en sus casas sin techos, sin puertas, sin ventanas; en sus caras cuando les damos nuestros desayunos. Algunos tenían dos o tres días sin haber comido algo.Veo la entrada a Chilpancingo. Llegamos. Hoy llegamos. ¿Mañana llegaremos? Espero que sí.
17 de noviembre del 2023
El color moreno de Jorge Iván Aranda Macedo (32 años) se acentuó en estas tres semanas en Acapulco. Va y viene todos los días. Sale a las seis de la mañana y regresa alrededor de las nueve de la noche. Además de encabezar a un grupo de encuestadores que recorren las colonias devastadas de Acapulco, Jorge Iván tiene la misión demanejar un vehículo de la Secretaría del Bienestar, en el que viajan otras cuatro personas.
El 17 de noviembre, Jorge Iván sintió que ya no podía más. Su cuerpo se acalambró y un sudor frío recorrió su cuerpo castigado, desde el cuello hasta los pies. Se le quedó un hormigueo en los hombros, en la cintura, en las pantorrillas, en la planta de los pies. Un hormigueo que por ratos sentía que no lo dejaría caminar más. También se acentuó la molestia en el ojo izquierdo. Al principio pensó que era una partícula de ese polvo que flota en Acapulco y que llega a meterse en las fosas nasales y les reseca la boca, la garganta, los ojos. Pero no. Al paso de los días, ya sabe que no es un polvo que se le quedó en las cuencas resecas de los ojos. Creció y empaña su vista. Ya fue al oftalmólogo y ahora sabe que ese bultito es carnosidad y le salió por los rayos del sol. Ha estado días completos bajo el sol, sin guarecerse bajo una sombra de nada, porque no hay palmeras, no hay árboles, no hay casas con techos. Puro sol, intenso y quemante.
27 de octubre del 2023
Desde la mañana del 25 de octubre, Jorge Iván recibió la orden de acuartelarse en el auditorio Sentimientos de la Nación, en Chilpancingo. Esa mañana salió a trabajar para censar a un grupo de adultos mayores. Le hablaron de la oficina, con la orden de que dejara cualquier cosa que estuviera haciendo. Obedeció de inmediato. Llegó al lugar indicado y poco a poco llegaron los demás servidores de la nación, nombre que tiene el grupo de trabajadores de la Secretaría del Bienestar que manejan los programas sociales del gobierno federal.
La noche anterior, Jorge Iván se fue a dormir con la noticia de que un huracán tocaría tierra en Acapulco. Cuando se levantó, se ocupó de tareas domésticas y dejó las noticias para después. No sabía bien cómo amaneció la gente de Acapulco, porque la comunicación con el puerto se cayó desde la noche. La orden fue que esperaran en el auditorio para salir hacia Acapulco en cualquier momento, apenas tuvieran noticias concretas. También porque en el auditorio esperarían la llegada de la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel Reyes, quien llegaría a coordinar el programa de apoyo para los acapulqueños.
Ariadna Montiel llegó hasta el jueves 26. La noche del 25, conocieron algunas noticias de los daños que dejó el huracán Otis, entre ellas, que no tenían comparación con otros fenómenos anteriores; por ejemplo, no había acceso por la Autopista del Sol ni por la carretera federal, igual como cuando pasó el huracán Paulina, en 1997. La gente de la capital no tenía noticias de sus familiares en Acapulco, porque la comunicación seguía rota. Circularon algunos videos por las redes sociales. Esos videos pintaron una catástrofe.
El jueves muy temprano en una caravana formada de unas 200 camionetas, llegó Ariadna Montiel, acompañada de las delegadas y delegados estatales del Bienestar de: la Ciudad de México, Estefanía Correa García; de Morelos, José Isaías López Rodríguez; de Puebla, Vida Inés Vargas Cuanalo, y de Guerrero, Iván Hernández Díaz, entre otros delegados de 25 estados, además de sus equipos.
Ese día, Jorge Iván, junto a 500 servidores de la nación, recibió una capacitación intensa para censar a las familias afectadas del huracán Otis. La idea era que tan pronto como recibieran la capacitación, se irían a Acapulco a alcanzar a la secretaria. Ariadna Montiel y su equipo en la Secretaría del Bienestar salieron antes, como avanzada. Ella avisaría para que los demás los alcanzaran. Al cabo de seis horas, Ariadna Montiel y su equipo regresaron con la noticia de que no pudieron pasar por la Autopista del Sol ni por la carretera federal; ambas vías estaban taponadas por árboles y lodo. Se podía pasar con maquinaria que fuera por delante para limpiar la vía.
El viernes a las seis de la mañana, partieron unas 250 camionetas de Chilpancingo hacia Acapulco. Ahora sí, por fin, llegaron.
Barra Vieja, por fin llega la ayuda
El primer día que nos fuimos a Acapulco en caravana, yo me fui manejando una de las 250 camionetas. Sentíamos una especie de ansiedad por llegar, ver de qué tamaño eran los daños y dar la ayuda que, seguramente, esperaba la gente desde el miércoles. No fue fácil llegar. Nos deteníamos mucho mientras se habilitaba el camino. Hicimos unas seis horas de trayecto.
Ninguno de nosotros estábamos preparados para enfrentar lo que vimos. Los pensamientos más catastróficos se quedaron cortos frente a lo que hallamos. No había nada de vegetación, absolutamente todas las construcciones que topábamos estaban dañadas, sin techos, sin ventanas, sin puertas, otras sin parte de las paredes. Lo más impresionante era ver cómo estaba la gente. Caminaba como sin voluntad. Se te acercaban a ver si uno llevaba ayuda.
La primera zona que atendimos fue la de Barra Vieja y la secretaria Ariadna Montiel iba al frente. Ahí empezó el censo del bienestar. Llegamos a la cancha techada, fuimos a buscar al comisario para que supiera quiénes éramos y a que íbamos. El comisario nos puso al tanto. Era desolador el resultado. Muchas viviendas se cayeron y la gente durmió esos días, miércoles y jueves, dentro de lo que quedó de sus casas, o si no había forma ni de meterse, por los destrozos, afuera de lo que eran sus viviendas; también para cuidar sus pertenencias. Ya había habido saqueos en varias tiendas y temían que cuando las tiendas quedaran vacías robaran en las casas. Cuando nosotros llegamos, para mí es muy importante que se sepa, ya había gente de la Comisión Federal de Electricidad levantando postes caídos. Nunca tuve tiempo de preguntarles a ellos cómo llegaron tan pronto, antes que todos los que llegamos a ayudar. Por todos lados había desolación. La gente caminaba como ida de sí. Caminaba para hallar agua para tomar. Eso fue lo primero que nos dijeron con ansiedad: “¿Traen agua?”. Estaban deshidratados, insolados y hambrientos.
Todos los que íbamos en la caravana nos repartimos el trabajo para el censo. A mí me tocó guiar a un grupo que venía de la Ciudad de México; todos los que estábamos en Guerrero, no nos tocó censar, nos tocó guiar. Era una medida para evitar que favoreciéramos a unos, y a otros los relegáramos. Fue lo que supimos. Porque los que éramos de aquí, probablemente, hallaríamos familia, amistades o algún conocido; entonces, nosotros sólo guiamos. A mi equipo, lo primero que nos tocó censar fue un fraccionamiento cerca del Forum Imperial. Era un fraccionamiento de clase media. Me impresionaron los daños a esas casas tan bonitas, pero más las barricadas y los vecinos con machetes y palos para defender su patrimonio.
Cuando nos vieron y supieron de dónde íbamos y que llevábamos víveres, algunos lloraron, porque por fin veían ayuda. Estaban solos. Fueron muchos días que en varios lugares estuvieron así, sin recibir nada. Yo hasta los ocho días empecé a ver a funcionarios del gobierno estatal; a veces del gobierno municipal. Ocho días después del huracán.
En esa zona, había casas a las que sólo les quedaron alguno que otro de sus muebles mojados. Los vecinos que tenían sus casas en mejores condiciones les daban hospedaje. Fue triste ver a tanta gente desolada porque absolutamente todo lo que era su patrimonio lo perdió.
Aunque nosotros sólo íbamos para censarlos, cuando llegábamos la gente sentía esperanza, alivio. Creo que eso nos motivaba a todos a seguir a pesar de las jornadas extenuantes y los males que nos aquejaban. El censo fue agotador para todos nosotros y yo creo que quienes participamos en este trabajo ya no somos las mismas personas. Cambiamos. Desafortunadamente en enero se accidentaron tres de los que participábamos en este censo. Yo no los conocí. No había manera de que nos conociéramos todos. Al principio éramos dos mil quinientos haciendo censos y en algún momento llegamos a ser hasta cuatro mil quinientos. Imposible quenos conociéramos. Los que se murieron en el accidente justo cuando iban a Acapulco eran de la delegación de Veracruz. Pero a todos nos afectó, aunque no los conociéramos. Fue una perdida muy dolorosa aún sin haberlos conocido.
Una cena de Año Nuevo
Ni en navidad ni en Año Nuevo, Jorge Iván descansó de ir a censar. Lo único que cambio es que regresaron más temprano para estar más tiempo con sus familias. Para diciembre, dos meses después de Otis, los servidores de la nación regresaban a Chilpancingo alrededor de las seis o siete de la noche. En navidad les dieron permiso de interrumpir las labores del censo más temprano. Aunque sabían bien que otro día repondrán ese tiempo, porque su obligación fue hacer 25 censos diarios. Si un día se retrasaban, al siguiente tenían que reponerse, trabajar más rápido, llegar más temprano o irse más noche, o no descansar ni para comer.
Cuando Jorge Iván dejó a sus compañeros en la Unidad Deportiva Chilpancingo, sintió pena por sus compañeros de otros estados. Pasarían ahí la navidad. También pasaron ahí Año Nuevo. A ningún trabajador le dieron permiso de irse a sus casas a pasar las fechas con su familia. La secretaria Ariadna Montiel Reyes se quedó en Chilpancingo en una carpa de la Unidad Deportiva, al sur de Chilpancingo, a esperar la navidad la noche del 24, y el nuevo año, el 31.
Ariadna Montiel pidió pavo para cenar, y muy temprano después de abrazarse por el Año Nuevo se fueron a dormir. A las seis del día siguiente, salieron de nuevo a Acapulco.
El censo
El censo en el que participamos, en los primeros días unas dos mil quinientas personas, fue algo que no se había hecho jamás y espero que no haya necesidad de volver a hacer algo igual; que no pase otro Otis jamás. En el momento más intenso de este trabajoestuvimos en Acapulco unas cuatro mil personas censando. Íbamos y veníamos de Chilpancingo a Acapulco. Terminamos censando a trescientos cuarenta y cinco mil familias. Fue algo intenso, a lo que uno no le veía el fin. Varios de nosotros nos enfermamos de males estomacales, algunos gravemente; otros por la deshidratación y falta de comida. No es que no nos dieran de comer, pero muchos de nosotros regalábamos nuestro luch a la gente que censábamos. Los veíamos que no habían comido y se los dábamos. Decíamos: “Bueno, cuando lleguemos a nuestras casas vamos a comer; ellos no, aquí se quedan”. Y no es que fuera mucho el desayuno que llevábamos, era un atún, galletas, agua y a veces una fruta. Fueron tres semanas muy duras, comíamos algo hasta muy tarde, casi de noche.
Yo tengo la certeza de que no se dejó a ninguna familia sin censar. Peinamos cada zona de arriba abajo. Fue la indicación y eso hicimos. Cada familia, dependiendo del daño, recibió de treinta y cinco mil a sesenta mil para arreglar su casa. Y si eran dueños de algún negocio, también recibió esas mismas cantidades. Yo hice las cuentas. Cada familia, como parte del apoyo, recibió alrededor de doscientos mil pesos. Hubo gente que lo aprovechó bien y no sólo arregló su casa de los destrozos, sino que la dejó mejor de como estaba. Quien hizo eso, empleó bien el dinero que recibió. Pero también hubo gente que no lo invirtió en donde debía. Esa gente va a lamentarlo y padecerlo más adelante.
No sólo recibieron apoyo para arreglar sus casas o sus negocios también un cupón de trece despensas, una por semana; es decir,durante tres meses, recibieron aceite, huevos, leche, arroz, frijol, atún, sardina, galletas, azúcar, su paquete de agua y una tarjeta de quinientos pesos que podían usar para comprar cualquier cosa en tiendas departamentales. El paquete de enseres domésticos: refrigerador, estufa, colchón, vajilla y licuadora.
Vi a la gente agradecer todo este apoyo, pero también escuché de ellos que hubieran preferido mil veces no vivir nada parecido a lo que Otis representa. Tengo la certeza de que, a nadie, jamás se le va a olvidar este huracán. Yo no lo viví, sólo vi sus efectos, pero ojalá nunca volvamos a tener un trabajo así. Yo no quiero volver a sentir este cansancio que me reventaba por dentro. Sigo cansado. A veces pienso que ya siempre me voy a sentir así. Y apenas tengo treinta y dos años.