Texto y fotografía: Luis Daniel Nava
Chilapa
Lauro Miranda Miranda conoce todo el proceso del rebozo, desde su elaboración hasta su venta.
A mediados de los años 50, junto a su padre, Genaro Miranda, caminaba tres días cargando en la espalda una caja de unos 40 kilos, de Chilapa a Tlapa.
“Cada hora nos íbamos cambiando, cuando mi papá se cansaba decía ‘ahora si hijo, carga’. Me cansaba y ya después él cargaba hasta que llegábamos”, recuerda Lauro.
En el camino de veredas se topaban con toda clase de peligros, desde culebras, amenazas de soldados y asaltantes.
Una noche llegando a la “subida del tigre”, delante de Petatlán, Atlixtac, un par de bandoleros se les cruzó en el camino pero lograron escabullirse.
“Nos querían quitar la caja de rebozo”, rememora.
Ahora, Lauro Miranda tiene 84 años. Junto a sus cuatro hermanos trabajó en el taller que encabezó su padre desde los años 20.
Elaboraban los rebozos de bola, oriundo de Chilapa, el de media bola, el torsal, de niña, el coyote y el de lagrimita.
A mediados del siglo pasado y con una industria en auge, era uno de los 15 talleres familiares de rebozo que existían en la ciudad.
Aparte existían cinco talleres de empresarios que fabricaban a gran escala y empleaban a más personal.
En los 70, Lauro formó un matrimonio con Elia Rendón. Aunque los recién casados vivían aparte, Lauro continuó trabajando en taller de su padre tejiendo durante jornadas completas. Sólo iba a su hogar a comer y a descansar.
Lauro aprendió a elaborar diferentes tipos de rebozo, como el de tres óvalos, de principio a fin, paso a paso. Desde colgar las telas, remojar el hilo, cortarlo, tenderlo en un calegual, esperar a que secara para hacer cañones y urdir.
En ese tiempo, Chilapa ya era famoso en el estado, también en el Estado de México, Puebla y Veracruz por la calidad y belleza de sus rebozos.
En esos años, era característico que en las calles hubiera tiras de hilo teñidas de unos 30 metros que se colocaban a lo largo de las banquetas y fuera de las casas.
Ahí los obreros amarraban y desataban la hilaza. Los reboceros de esa época jugaron un papel importante en la historia de la ciudad: ayudaron con mano de obra a construir la actual catedral.
Trabajo para hombres
Elia Rendón recuerda que el oficio de rebocero no era para mujeres. “Elaborarlo era cosa de los hombres”.
Su trabajo consistía en ayudarle a vender a Lauro. El matrimonio distribuía su producto artesanal en Tlapa, Xalpatlahuac, Igualita, Xochihuehutlán, Colotitlipa.
En el centro de la ciudad tenían un puesto de tres por cuatro metros en un corredor comercial instalado en la avenida José María Andraca, fuera de la Ferretería Villalva de Don Chanito. Ahora venden al interior del mercado nuevo.
Me hubiera gustado seguirlo
Lauro Miranda Rendón es el único hijo varón de don Lauro y Elia. A él ya no le tocó el proceso de elaboración, pero conserva recuerdos de aquella época: como que su papá siempre andaba con las manos pintadas del añil al grado que la gente no lo saludaba porque temía contagiarse de tinta azul.
En esos años, dice, el rebozo era asequible para las personas de todas las clases sociales. Era parte de la vestimenta para ir a misa, cargar niños, comprar y para hacer ver más elegante a la mujer.
Del rebozo de bola elaborado en el taller de su abuelo Genaro recuerda:
“La punta es fina, tiene que pasar por un anillo. Significa que el hilo es delgado, el empuntado es delgado. Cuando ya está elaborado se dobla y a pesar que es rebozo entero queda bien dobladito y cabe en tu mano. Cosas que hacen extraordinario al rebozo”, dice.
Lauro hijo describe el oficio como muy bonito y que lo marcó.
“A mí me ha marcado, porque me hubiera gustado seguirlo pero ahora que entiendo el procedimiento del rebozo, sé que no es fácil y se necesita mucha inversión”.
Actualmente, dice, ya no es tan fácil vender o ver a alguien portando un rebozo.
“La moda, los estereotipos actuales ya no te llevan a utilizar un rebozo, ya no es parte de la vestimenta.
“Una que otra mujer utiliza su rebozo, otras utilizan mantas o rebozo de estambre pero un rebozo fino caro, ya muy poca gente”.
El precio de un rebozo similar al de bola y con punta fina oscila en 1,500 pesos pero ya no son producidos en Chilapa.
Ahora, lamenta, todo es comercializado, y en Chilapa ya no hay quien lo teja.
“Se desconoce el procedimiento del rebozo, no hay quien te amarre, no hay quien te ate, quien te hurda, quien te haga los cañones, quien azote el hilo, quien lo achine, ya no existe el procedimiento”.
Incluso, dice, si se hiciera una inversión monetaria sería difícil reactivar la industria del rebozo.
El declive
Lauro hijo estima que el declive de la industria empezó hace por lo menos 20 años cuando empezó a llegar a Chilapa una variedad y cantidad de rebozo de otros lugares.
Pero también ve otro factor:
“Empezaron a morir las personas de mayor edad que lo trabajaban y de ahí el negocio del rebozo de vino para abajo”.
Su papá es el único de los cinco hermanos que vive, y aunque ya no elabora sigue tiñendo, planchando y vendiendo rebozo. Y Emilio Barrera, un heredero del oficio en otra parte de la ciudad, que elabora el rebozo de Acatlán.
Para el historiador Jesús Hernández Jaimes la industria del rebozo en Chilapa estuvo muy vinculada con la cultura pues hubo un momento que la religiosidad era muy fuerte.
“A las mujeres se les exigía y estas acataban la disposición eclesiástica de usar la mayor parte del tiempo el rebozo para cubrir la cabeza, particularmente para entrar al templo”, explica.
De ahí que cuando estos hábitos comenzaron a modificarse, continúa el catedrático de la UNAM, el mercado del rebozo cayó.
“Ahora pocas mujeres se cubren la cabeza para asistir al templo y eso explica el declive de la producción en serie que afecto muchísimo la actividad artesanal”, comenta Hernández Jaimes.
Un nuevo auge
El rescate, indica el académico, lo ve muy difícil porque con el paso del tiempo es difícil restaurar hábitos de tal forma que el rebozo vuelva a ser parte de la vestimenta, una prenda utilitaria o de necesidad.
No obstante, dice Jesús Jaimes, ve más posibilidades que el rebozo retome un impulso pero como artesanía de lujo.
“Es decir, el rebozo como una prenda elegante, sofisticada, que acompaña cierto tipo de vestimenta con propósitos artísticos o artesanales.
“Un accesorio, una prenda suntuaria, elegante, lujosa. De hecho hoy el rebozo sigue provocando cierta sensación, como un elemento estético muy notorio. Es ahí que el rebozo puede tener un nicho de mercado importante”, explica.
La resistencia del oficio
Un día de enero de 2022, la familia Miranda Rendón se organiza para una jornada laboral. Teñir los paños, planchar, extender, rociar y doblar rebozos negros que venden en el mercado de Chilapa.
Entre los tres le dan vueltas a las dos estrellas de un antiguo y pesado tórculo de madera de unos dos metros de altura. Ahí planchan los famosos rebozos que identifican a las mujeres de la zona de San Jerónimo Palantla, municipio de Chilapa.
Son vendidos en el mercado nuevo junto a otros modelos de estambre, de artícela o los de puntas finas como el Nevado, el Tenancingo o el Santamaría, estos últimos rebozos son similares a los que Lauro, sus hermanos y padre produjeron hace décadas pero que ahora son traídos del Estado de México.
En la despedida de este reportero a la familia, una comerciante de Atliaca llega para escoger y comprar decenas de rebozos por una cantidad de 10 mil pesos.
Parece que los años no han pasado en este hogar chilapeño que aún se sostiene de un oficio que se niega a desaparecer.
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