El desplazamiento es una lucha por mantener la palabra y continuar la vida

El informe “El miedo sigue ahí” retrata la vida de periodistas desplazados por la violencia sociopolítica en México. La crudeza del destierro, pero también las formas en las hemos aprendido a nombrar, reconocer y afrontar nuestros miedos y vulnerabilidades


Texto y foto: Daniela Pastrana / Píe de Página

14 de junio de 2022

 

Nombrar el miedo. Reconocerlo y afrontarlo. Politizarlo. Socializarlo. Colectivizarlo. Leerlo, sobre todo, desde su intencionalidad, de la estrategia de causar terror para imponer silencio. Aceptarnos vulnerables. Soltar las culpas. Entender que el desplazamiento es el último recurso para aferrarnos a la vida.
Son palabras y son ideas que crecen y se expanden esta tarde de junio en el auditorio del Instituto Goethe, mientras el foro desgrana testimonios descarnados de periodistas que han tenido que enfrentar el dilema que un viejo cacique instauró hace medio siglo en Guerrero como método contra sus opositores: Entierro o destierro.

«El desplazamiento (de un periodista) es una lucha por mantener la palabra, por mantener la familia y por continuar la vida», dice la antropóloga Jessica Arellano López.

Ella es la investigadora y redactora del informe “El miedo sigue ahí. Periodismo crítico en desplazamiento y resistencia”, que presenta la experiencia de cinco periodistas mexicanos que han vivido desplazamiento interno o exilio a causa de la violencia sociopolítica del país.

Auspiciado por la organización alemana Pan para el Mundo y dirigido por Aluna, Acompañamiento Psicosocial, el informe muestra también cómo “poco a poco”, y a partir de la politización del miedo y de reconocerlo como una herramienta de control social, estos cinco periodistas “se han apropiado de su voz, vuelven a escribir y reconstruyen sus proyectos políticos y de vida”.

Pero no es un camino rápido, ni sencillo, ni exento de dolor. Desde el público, Griselda Triana, periodista desplazada de Sinaloa tras el asesinato de su esposo, Javier Valdez, lo confirma:

«Me encanta que por fin las y los periodistas empiezan a hablar del miedo, del terror de trabajar en lugares y contextos violentos. Reconocerlo es un gran paso para poder sanar en todo lo demás. Estoy convencida de que el desplazamiento es la mejor opción cuando uno quiere salvar su vida. Y que ustedes tengan la oportunidad de haberlo hecho es invaluable. Hay quienes decidieron no hacerlo, como Javier (…) Que ustedes puedan estar aquí hablando y que se puedan plantear un nuevo proyecto de vida es esperanzador”.

Aquí puedes ver la presentación completa del informe:

 

Miedo y afrontamiento

Miedo. Desplazamiento forzado. Periodismo crítico. Son las claves que nos hacen encontrarnos en este foro, dice Arellano, en referencia al título del informe.

El “corazón” del análisis está en el apartado que, a partir en las vivencias de los periodistas entrevistados, narra el proceso que transita un periodista desplazado: de la nostalgia al desarraigo y de ahí a la reconstrucción.

“La violencia, el miedo, los impactos y sus afrontamientos se viven y encarnan de manera distinta en los cuerpos y vidas”, se lee en el informe.

Arellano lo explica así:

«Ser mujer, tener una discapacidad, tener una situación de riesgo (…) Todo va configurando la particularidad de cómo vive el riesgo y cómo afronta el miedo y las amenazas cada periodista. Cada una es también el resultado de sus propias redes, de cariño, afecto, cuidado, pero también sus propias redes políticas”.

Cuenta que hace tres años, en la primera parte de las entrevistas, los periodistas decían que el miedo los había salvado. Sin embargo, durante la investigación descubrieron otros factores: las redes, la familia, su propia fuerza y capacidad de afrontar el desplazamiento.

El miedo sigue ahí. Siempre estará. Quienes cambiaron fueron ellos.

Las negociaciones

Los periodistas, dice Arellano, constantemente están estableciendo negociaciones para poder trabajar.

Ella lo ve “como un campo de batalla” en donde tienen que aprender a negociar con su propio contexto, con su familia, con su vida personal (“hasta dónde está el límite entre lo personal y lo profesional”), con el resto del gremio, con los medios donde trabajan, y también con las amenazas.

“Es como estar haciendo un cálculo perfecto de hasta dónde escribir y hasta dónde ya no, que sí escribir, de qué actor, en qué momento”, dice la investigadora.

El informe también lo destaca:

“Los testimonios presentan un constante hacer entre la búsqueda de justicia social y las negociaciones para mantenerse en vida y en ejercicio profesional”.

En su turno, el abogado español Jesús Peña, representante adjunto en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, pone el ojo en la política pública y asegura que “ese capítulo dedicado a las negociaciones es clave para hacer análisis de riesgo”.

El amor a la vida

En todos los casos del informe, irse no fue la primera opción de los periodistas. En todos los casos, fue el último recurso.

“Salir siempre va acompañado de culpa, de humillación, de ‘tener que hacerlo’. Pero en realidad es una lucha por seguir viviendo, es una lucha por mantener la palabra, a la familia y el proyecto de vida”, dice Jessica.

El desplazamiento, como antes la autocensura, también es una forma de afrontar. De decir: “quiero continuar. Y quiero continuar no solo con vida, sino con una vida digna”.

El relato de la periodista Patricia Mayorga, quien tuvo que exiliarse varios años tras el asesinato de Miroslava Breach en Chihuahua, no deja dudas:

«Muchos hemos salido con el duelo en la espalda, por perder amigos, amigas cercanas, porque nos han obligado a huir para vivir. Justo no reconocemos pronto el miedo porque lo que queremos es seguir luchando. Es el gran amor a la vida, que tenemos que permitirnos”.

 

Politizar las emociones

Julio César Caballero es un periodista originario de Chilapa, Guerrero, que también forma parte de la investigación de Aluna. Su testimonio oculta con humor negro algunas de las tramas más abrumadoras que escuchamos durante la presentación del informe:

“He sido esa persona que escribe de todo, pero nunca habían escrito de mí”, cuenta, al referirse a una entrevista que le hizo el periódico El Sur.

“Me leí con los ojos del que me entrevistó y me di mucha tristeza yo solo (…) No me había dado de lo jodido que estaba (…) Soy una persona que está llena de cosas muertas: amigos asesinados, un lugar al que no puedo volver, una familia a la que no puedo abrazar, un oficio que no puedo ejercer (…) Me quiero ver con otros ojos, porque quiero vivir”.

La politización de los afectos y las emociones es uno de los aportes más relevantes del informe, reflexiona por su parte, María Teresa Juárez, periodista radial y consejera de la Red de Periodistas de a Pie: “Si algo sabemos que mueve el miedo son las emociones y los afectos y nuestros miedos más profundos y al politizarlos nombrarlos le damos una categoría epistémica que merece”.

Pero también habla de uno de los temas que ha enarbolado la organización que ha sido punta de lanza en el fortalecimiento del periodismo mexicano: la resignificación y descentralización de la mirada.

“Hay una identificación muy clara entre este periodismo de elite, que no corre esos riesgos y el periodismo local (…) No todos los periodistas están en estos círculos de poder. Al contrario, hoy muchos periodistas están cubriendo la sierra, entornos muy adversos con altos grados de violencia. Y lo están haciendo sin la validación social y sin una corresponsabilidad de los gobiernos y de las empresas”.

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La reconstrucción

Al final hay una reconstrucción de la vida. Nada vuelve a ser igual. Y las redes (familiares, de pareja, de amistad, de colectivo) otra vez se vuelven fundamentales.

“Las redes salvan vida. A mí me han salvado la vida”, dice Yanely Fuentes, periodista de la Costa Chica de Guerrero que pone en la mesa otro tema muy poco abordado: la necesidad de tener planes de retorno.

Clemencia Correa, directora de Aluna y coordinadora general del informe, no pasa por alto este punto:

«Si bien (los periodistas desplazados) han tenido un impacto muy fuerte por el terror, también han resignificado sus vidas y están afrontando de muchas maneras. No podemos minimizar que haya redes de periodistas y que haya otra forma de narrar. Evidenciar estas luchas del periodismo crítico es otra forma de contrarrestar este discurso hegemónico”.

 

No, no todos somos Loret

La frase está en el epilogo del informe y cae sobre la consciencia como una losa pesada: “Es un mal presagio cuando el periodista es la noticia, porque rara vez es para contar sus alegrías”.

Por el contrario, expone el texto escrito por Víctor Correa, con una contundencia desoladora, cuando el periodista es la noticia, lo más probable es que alguien esté tratando de silenciarlo.

“Informar, desde el periodismo, es un acto profundamente humano”, resume el epílogo. “Implica tratar de juntar la mayor información disponible, procesarla como el que arma un rompecabezas sabiendo de antemano que faltan piezas, y volcarla en palabras o en imágenes que logren tocar a la persona que esta del otro lado”.

Este lunes parece cumplir el cometido. Al menos, es lo que narra el actor Tenoch Huerta, invitado a comentar el informe desde la visión de un lector.

«Cuando leía los testimonios yo podía ver el aislamiento que el silencio impone. Y en cada silencio era algo roto, algo dejado atrás, aun juguete que cuando haces mudanza se te olvidó y nunca más vuelves a ver. Eran pedacitos de vida, pedacitos de familia, pedacitos de infancia, que se van desgarrando porque no te vas porque quieres”, dice Huerta.

Pedacitos de cuerpo, dice, que muchos periodistas van dejando “en notas periodísticas que mañana ya son historia, que ya no tienen la misma relevancia que tenían en la madrugada y que el viento se las va llevando”.

Sus palabras calan en una audiencia que se mira reflejada en el espejo de los testimonios. Las lágrimas son inevitables. Tanto, como la esperanza que deja en su mensaje:

“Con este libro pude ponerle rosto a los periodistas. Yo soy consumidor de noticias, pero siempre leo de quién están hablando, qué se está reflexionando o criticando, y pocas veces, como ciudadanos, vemos quienes están detrás. Y de repente vi personas normales, frágiles, vulnerables, asustadas, quebradas, dolidas, precarizadas (…) Lo ves y dices: ¡ah, cabrón!, No todos son Loret”


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