Se reintegran a la comunidad y a sus actividades agrícolas jornaleros de Zoquiapa

Estuvieron ocho días confinados en un albergue porque cuando regresaban de Sinaloa, a donde estuvieron seis meses, uno de sus compañeros murió en el autobús por Covid-19


 

Texto y fotografía: Marlén Castro

15 de junio del 2020

 

Tixtla

 

Anastasio Terrero aprovechó bien la semana después del confinamiento.

 

Tiene ocho días que salió del aislamiento obligatorio por si le daba la Covid-19, y ya barbechó dos hectáreas para sembrar.

 

Además de que ya están listas sus tres parcelas para sembrar maíz, frijol y calabaza, hoy domingo echó la losa del segundo pido de su casa, con el dinero que ahorraron durante seis meses de trabajo en campos de Sinaloa.

 

Anastasio es uno de los jornaleros que regresaron el pasado 31 de mayo y uno de sus compañeros falleció en el autobús a causa de la Covid-19, por lo que los 44 pasajeros, entre ellos menores y adolescentes, fueron aislados por las autoridades sanitarias como medida preventiva.

 

Anastasio es de Zoquiapa. Este pueblo del municipio de Tixtla, de aproximadamente 1,500 habitantes, amaneció este domingo con sus ruidos habituales, los que se apagaron durante 15 días cuando supieron que los jornaleros del autobús en el que había muerto Silvestre, posiblemente de Covid-19, serían aislados en el albergue de la comunidad.

 

El domingo que los aislaron las autoridades en la Casa del Niño Indígena Texkalt no fueron los únicos encerrados. La gente de la comunidad, por el temor de contraer la enfermedad, también se aisló. Durante ocho días, Zoquiapa fue uno de esos pueblos silenciosos en los que sólo se escuchaban los ladridos de los perros.

 

Aunque debían cumplir 14 días de aislamiento obligatorio, porque de acuerdo con epidemiólogos la incubación de la enfermedad es de uno a 14 días, generalmente los síntomas se manifiestan en torno a los primeros cinco, Anastasio y los demás jornaleros salieron el domingo 7 de junio, pero la alcaldía informó que la salida de todos apenas ocurrió el viernes pasado.

 

 

Anastasio Terrero, uno de los jornaleros de Zoquiapa que regresaron a Guerrero en el autobús en el que murió uno de sus compañeros de Covid, observa su parcela ya lista para la siembra.

 

Zoquiapa, una comunidad de origen nahua pero en la que ya muy pocos hablan esta lengua, es uno de esos pueblos expulsores de mano de obra a los estados del norte de México o a Estados Unidos. Los dineros de los migrantes se notan en la comunidad. La mayoría de las casas son de dos plantas, hechas de tabique y cemento.

 

Anastasio lleva 14 años de jornalero cíclico. Cada año, en el mes de diciembre, se va con toda su familia a trabajar a Sinaloa, su esposa, y todos sus hijos. Así es como han construido su casa.

 

“Es la única manera para hacernos de algo”, expone el jornalero.

 

Anastasio, como otras familias campesinas de diversos municipios de la zona Centro, pasan medio año en los campos del norte del país y el otro medio año en sus comunidades de origen. Regresan en mayo, con las primeras lluvias, para sembrar lo que van a necesitar los seis meses de su vida en la comunidad.

 

El autobús en el que venía Anastasio y el jornalero que falleció no es el único con migrantes de regreso. En estos días, en la carretera Chilpancingo-Tlapa, circulan varios camiones directos de los campos de cultivo de los estados del norte. Las empresas agrícolas contratan autobuses para llevar a los campesinos y traerlos de regreso. La gente de estas comunidades sabe identificar los autobuses que vienen con migrantes.

 

Los autobuses de las líneas comerciales dicen los nombres de éstas, y son parecidos. Los camiones que contratan las empresas no traen nada de letras y, generalmente, lucen descuidados, sin embargo, se notan llenos de pasajeros. Se sabe que con el comienzo de las lluvias, los campesinos regresan a sus comunidades y no hay en las carreteras filtros de revisión para checar las condiciones en las que retornan. Llegan directo a sus comunidades, en las que los servicios de salud son precarios, cuando existen.

 

Anastasio, como el resto de los jornaleros aislados, estaba angustiado en el albergue. Sentían que estaban perdiendo días importantes para preparar sus tierras para aprovechar el principio de la temporada de lluvias.

 

“Venimos correteando las lluvias para aprovecharlas bien y mire aquí estamos encerrados”, dijo en ese momento, confinado en el albergue de la comunidad.

 

Los tiempos de la siembra son precisos. Aislados después de llegar a Sinaloa, sin pisar sus casas, sentían que se quedarían sin sembrar los alimentos que necesitan para sobrevivir.

 

Anastasio dejó atrás la angustia de los días de confinamiento. Este domingo está satisfecho, también apurado, resolviendo los detalles del colado de la segunda planta de su casa.

 

En la semana irá a Chilapa a comprar el abono para fertilizar sus tres parcelas, las que están en distintos puntos de Zoquiapa. La parcela más grande está pegada a su casa.

 

Una de las desventajas de no estar en la comunidad los otros seis meses del año es que no fueron beneficiarios del programa de fertilizante gratuito. Estos dos últimos años, los del presidente Andrés Manuel López Obrador, Anastasio no salió en la lista de los campesinos que recibirán el abono. Con sus ahorros del trabajo familiar en Sinaloa, comprará los ocho bultos de sulfato y seis de granulado que necesita para fertilizar su tierra, aproximadamente tres mil pesos.

 

Se nota que es tierra buena. Anastasio logra cosechar, por las dos hectáreas, 12 cargas de maíz, alrededor de 500 kilos de maíz y unos 50 kilos de frijol.

 

Los jornaleros de Zoquiapa que salen seis meses a Sinaloa conforman una gran familia. Pasan seis meses juntos.

 

“Nos comunicamos para saber cómo estamos. Nadie tiene síntomas. Estamos sanos, estamos atendiendo nuestras parcelas para la siembra”, resume Anastasio estos momentos de tensión e incertidumbre.