Andrea apareció y podrá retomar sus sueños, Jorge no, murió en accidente

Texto: Beatriz García

Fotografía: Oscar Guerrero y Amílcar Juárez 

30 de noviembre del 2021

Chilpancingo

 

Andrea Monserrat García Martínez, de 21 años, podrá retomar sus sueños de llegar a Broadway. Fue localizada con vida después de estar desaparecida. La noticia llegó minutos antes de que familiares de desaparecidos, sus amigos y maestros de la Facultad de Comunicación y Mercadotecnia marcharan en la capital para exigir su aparición con vida.

 

Más tarde, en la capital, un grupo de motociclistas rodó hasta las instalaciones de la Fiscalía General del Estado (FGE), para exigir no se libere a la mujer que arrolló a Jorge Rodríguez Avila, quien murió minutos después. De acuerdo con el peritaje, la conductora iba en estado de ebriedad.

 

 

Monserrat podrá cumplir su sueño, ir a Broadway

Andrea Monserrat es estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Su sueño es estudiar Artes y algún día pisar un escenario tan importante como Broadway, en Nueva York, pero el pasado 30 de octubre ese sueño pareció desvanecerse, la joven desapareció.

 

Andrea contó a Amapola. Periodismo transgresor sus sueños y anhelos, el pasado 4 de marzo, como parte de las charlas virtuales de experiencias de vida de mujeres guerrerenses que organizó este medio junto a el Centro de Infancias y Juventudes en Guerrero (Ceijgro), con el objetivo de conocer las luchas de las mujeres en distintos ámbitos, previo al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

 

El 31 de octubre, la familia de Andrea Monserrat interpuso una denuncia formal ante las autoridades de la Fiscalía General del Estado (FGE) en Acapulco, aunque la Alerta Alba se emitió hasta el 18 de noviembre y circuló en redes sociales, principalmente en Facebook.

 

Pasaron 29 días sin que los familiares, amigos y conocidos de Andrea supieran de ella. No pararon de inundar las redes sociales con su ficha de desaparición y pedir la colaboración de todas y todos, si tenían un dato que ayudara a dar con su paradero lo proporcionaran.

 

Este lunes, a las 10 de la mañana, familiares de desaparecidos del ahora Colectivo de Familiares de Desaparecidos en Guerrero y el País María Guadalupe Rodríguez Narciso, amigos de Andrea y profesores de la Facultad de Comunicación y Mercadotecnia, donde es alumna, se reunieron en las inmediaciones de la alameda Granados Maldonado. Su idea era marchar hacia la Fiscalía y exigirle a las autoridades buscar a la joven con vida y dar con su paradero.

 

Cuarenta minutos después a través de llamada telefónica con el padre de Andrea se supo que la joven había aparecido con vida.

 

“Nos comunicaron hoy mismo que la joven ya apareció, por eso ya no se hizo la marcha, gracias a Dios está con vida, está con su familia y nadamás, ya no nos dieron más noticias”, dijo Esmeralda Navarrete Hernández, integrante del colectivo.

 

Las consignas de algunas mujeres resonaron en la alameda: “¡Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América latina, y tiemblen y tiemblen los machistas que América latina será toda feminista!”.

 

Esmeralda Navarrete explicó que en su colectivo, desde hace seis años, tienen documentadas por lo menos 250 mujeres desaparecidas en Guerrero, y que eso demuestra la magnitud del problema en contra de las mujeres en el estado, y que además cada día se unen al colectivo más familiares de desaparecidas.

 

Llamó a la unión de todas las familias que tienen un desaparecido, a no callarse, para hacer frente a la exigencia de la aparición con vida.

 

Andrea, a diferencia de muchas mujeres que siguen desaparecidas, tendrá la oportunidad de volver a empezar, así como lo hizo cuando salió de Acapulco, con una caja de huevo como maleta en la que traía sus pertenencias, para llegar a la capital y estudiar, como lo contó a Amapola.

 

Quizá ahora será más difícil por las dificultades que le implicará haber desaparecido, pero seguramente un día será posible que su sueño se cumpla: estudiar artes y pisar un escenario de Broadway.

 

El motociclista que nunca llegó a casa

Una veintena de motociclistas llegaron al parque Margarita Maza de Juárez, a la una de la tarde, para exigir justicia por Jorge Rodríguez, de 27 años, que aun cuando usó casco, el sábado pasado a las seis de la mañana, una mujer en estado de ebriedad circuló en sentido contrario en la Autopista del Sol y se impactó contra él. Jorge murió minutos después.

 

El joven era vecino de la capital, estudiante de Administración de Empresas y para solventar sus gastos era cajero en un banco de la ciudad.

 

Amigos de Jorge convocaron a una rodada, este lunes, del Maza de Juárez hacia la FGE, porque supieron que la mujer que se impactó contra él sería puesta en libertad horas después y que entonces no habría justicia.

 

El amigo de la infancia de Jorge, José Ángel Carballo Santos, dijo que hay pruebas de que la mujer incurrió en una falta, porque el peritaje de la FGE indicó que iba en estado de ebriedad, en sentido contrario y con las luces apagadas. A Jorge también se le hicieron pruebas y una de ellas arrojó que él no iba en estado de ebriedad.

 

“La muerte de Jorge no debe quedar impune, porque era un joven responsable, trabajador y con sueños. Yo quiero exigir justicia, todos somos motociclistas y muchas muertes quedan impunes”, expresó su amigo.

 

Los familiares y amigos de Jorge supieron por comentarios en Facebook que la mujer detenida, de quien no conocen su identidad, tenía influencias en el Congreso local y con el ex candidato a gobernador, Mario Moreno Arcos, por ello consideraron que fácilmente sería puesta en libertad.

 

Al llamado de la protesta de este lunes llegaron grupos de moto clubs como la Rodada Chilpancingo Bike, aunque Jorge no pertenecía a ninguno de ellos, pero acudieron en solidaridad, muchos han sido víctimas de los automovilistas en los carriles de alta velocidad de la Autopista del Sol.

 

En las motos de los jóvenes que acudieron a la rodada pegaron hojas con la fotografía de Jorge con leyendas como: “Justicia biker´s justicia para Jorge”, “Justicia para George #Biker´s Unidos. D. E. P. 27/Nov/21”.

 

Durante el trayecto, los motociclistas sonaron sus claxon para hacerse notar. Llegaron a las instalaciones de la FGE, en donde dos de los motociclistas fueron recibidos y el resto espero afuera de las instalaciones.

 

Los jóvenes anunciaron que seguirán exigiendo justicia mientras la muerte de Jorge siga impune.

 

Tres grupos criminales exigen a los alcaldes de la zona Norte dinero del presupuesto, asegura obispo

Uno de esos municipios es Huitzuco, en donde el domingo 21 de noviembre, un grupo criminal ejecutó a tres jóvenes que salieron de noche a divertirse


 

Texto: Jesús Guerrero

Fotografía: José Luis de la Cruz / Archivo

29 de noviembre del 2021

Chilpancingo

 

“Yo no soy de Huitzuco, Huitzuco es mío”, bromeó con la boca llena de verdad, al principio de los años setenta, el ex gobernador Rubén Figueroa Figueroa.

 

De hecho, el nombre de ese municipio de la zona Norte no da espacio a ponerlo en duda, se llama Huitzuco de Los Figueroa.

 

Medio siglo después, al parecer, Huitzuco ahora es el nuevo territorio en disputa del grupo criminal conocido como El Cártel de la Sierra (DLS) expulsado de la zona Centro por sus rivales denominados Los Tlacos.

 

La noche del domingo 21 de noviembre, el grupo criminal asesinó a balazos a tres jóvenes que viajaban en una motocicleta entre las calles Ruffo Figueroa y del Deporte, en pleno centro de la ciudad.

 

Dos de los muchachos eran hermanos y murieron cuando eran atendidos en el Hospital General de la localidad. Los tres jóvenes solamente se divertían paseándose en la motocicleta.

 

Días antes, en las redes sociales, se difundió la advertencia de que nadie debería andar fuera de sus casas después de las seis de la tarde y que los comercios cerraran a esa hora.

 

El crimen de los tres jóvenes convirtió a la ciudad en un lugar vacío de los ruidos que produce la vida cotidiana. Desde el lunes 23 de noviembre, los habitantes obedecieron las amenazas. A las seis de la tarde no hay nadie en las calles de esta ciudad en la que los Figueroa tienen el control económico, político y social desde las primeras décadas del siglo XX, cuando Ambrosio Figueroa Mata participó en el movimiento revolucionario que sacó a Porfirio Díaz del poder.

 

Un día después del asesinato de los tres jóvenes, individuos armados asesinaron a un trabajador de una empresa de Telecable que viajaba en un automóvil en una vía federal que comunica a Huitzuco.

 

«Se les izo (sic) el toque de queda y les vale, entiendan no queremos ver a nadie después de las seis de la tarde, queda prohibido hacer fiestas, andar tomando y en moto», advirtió a través de un mensaje el grupo criminal.

 

Por ese nuevo suceso violento, el martes 23 de noviembre las empresas de transporte público restringieron sus salidas a las demarcaciones vecinas de Huitzuco como Iguala, Copalillo, Atenango del Río y Chaucingo.

 

«Se les comunica que a partir de hoy se reducirán los horarios por seguridad de todos y las salidas serán hasta las siete de la noche», dice un aviso de una empresa de transporte colectivo de Huitzuco.

 

El 10 de noviembre, supuestamente integrantes de ese grupo publicaron un video en las redes sociales en donde dan a conocer a la ciudadanía de Huitzuco que a partir de ese día redujeron el precio del kilo de la tortilla de 22 a 16 pesos.

 

Los individuos posan armados con fusiles AK-47 y le declaran la guerra al grupo criminal «La Bandera», antes «Guerreros Unidos».

 

«Señor presidente municipal de Huitzuco (el morenista Eder Nájera Nájera) señora gobernadora (Evelyn Salgado) nuestro respeto para su gobierno, pero también respeten nuestro trabajo», les advierte el grupo armado a las autoridades.

 

«No puedo dar una opinión de lo que pasa aquí, no tengo información», contestó vía telefónica una regidora del ayuntamiento de Huitzuco.

 

Desde este lunes, los trabajadores y funcionarios del ayuntamiento dejaron de laborar en las tardes.

 

El pasado 4 de noviembre, la gobernadora Evelyn Salgado Pineda y el secretario de la Marina, José Rafael Ojeda Durán, pusieron en marcha el Operativo Refuerzo 2021, con elementos del Ejército, Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal en los municipios de Acapulco, Chilpancingo e Iguala, pero no a Huitzuco aunque ya figuraba entre las demarcaciones con altos índices de criminalidad.

 

El obispo de la diócesis Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, informó que estuvo este lunes en la comunidad de Rincón de la Cocina que a pesar de que pertenece al municipio de Tepecuacuilco está muy cerca de Huitzuco y se enteró de que el sacerdote de ese pueblo un grupo armado le robó su camioneta.

 

«La situación en esa zona está gravísima porque me han dicho que actualmente son tres grupos criminales los que se están peleando la plaza dos de ellos son los de la Sierra y otro La Bandera, pero al parecer también está el Cártel Jalisco Nueva Generación», contó el prelado.

 

«Estos grupos se están disputando la venta de la droga, el cobro de piso, cobran la carne, la cerveza, el refresco y la tortilla», señaló Rangel.

 

Menciona que incluso algunos alcaldes de esa zona Norte del estado le han dicho que esas organizaciones los están presionando para que les entreguen dinero del presupuesto.

 

«Me han dicho (los alcaldes) a quien le doy (dinero) si son tres grupos distintos», refirió el obispo.

 

Calificó de muy grave lo que sucede en Huitzuco, pero a la vez llamó a la ciudadanía a vencer el miedo y salir a las calles.

 

Dice que lo que sucede en Huitzuco ocurrió hace años en Chilapa pero que aquí la gente si atendió el llamado de salir a las calles.

 

«No podemos bailar la música del miedo», refirió.

 

Pidió al gobierno enviar a Huitzuco a la Guardia Nacional, Ejército y la Marina pero con la condición de que estos elementos de seguridad «no solamente se anden paseando en las calles sino que en verdad detengan a los delincuentes».

 

Dijo que él siempre presumía que Huitzuco era uno de los pocos municipios de Guerrero donde había tranquilidad y paz pero que ahora la violencia está desatada por la irrupción de otros grupos criminales

 

El obispo dijo que en Huitzuco y otros municipios de esa zona Norte del estado hay problemas graves de inseguridad por la disputa entre los distintos grupos del crimen.

 

Dice que uno de los grupos que está provocando el terror en Huitzuco dejó que el PRI ganará las elecciones del pasado 6 de junio en la Sierra.

 

Reveló que incluso líderes de un grupo del crimen organizado que opera en esa zona Norte de Guerrero ya hablaron con él y están dispuestos a dialogar con la gobernadora Evelyn Salgado Pineda para llegar a un acuerdo de paz.

 

Rangel Mendoza dice que él mismo se ofrece como intermediario con esa organización criminal para que se dialogue con las autoridades.

 

«Claro que sí cuando lo soliciten porque yo no voy andar así yo de todos modos sin gobierno o con gobierno es mi trabajo (dialogar con los cárteles)» refirió.

 

«Ellos (los del grupo criminal) quieren dialogar, yo en su tiempo diré que condiciones ponen ellos, pero hay posibilidad de que se pacifique el norte del estado a mí ya me ofrecieron pero todo es que el gobierno quiera aceptar, quiera hablar», refirió.

 

Rangel recordó que en la pasada administración estatal, Héctor Astudillo y el entonces secretario de Seguridad Pública estatal, (David Portillo Menchaca) se negaron aceptar ese diálogo con los grupos criminales», sostuvo.

 

Enriqueta, la floricultora en Tixtla, su época favorita es la siembra para el Día de Muertos

Texto: Beatriz García

Fotografía: Amílcar Juárez 

1 de noviembre del 2021

Chilpancingo


Es de tarde y la poca luz del sol que queda se refleja en los pies que Enriqueta saca del lodo de los surcos de la parcela y en sus manos resaltan racimos de flores frescas de terciopelo.

Ya es 29 de octubre. La vista es amplia, los colores salpican en las tierras de siembra de Tixtla, ciudad identificada por la siembra de flores en esta temporada. Los aromas se desprenden al son del viento, son tantas flores que los colores se pierden a lo lejos.

En este día las familias intensificaron la cosecha de flores, se apresuran con la tarecua -instrumento para cortar -para trozarlas desde el tallo.

Ahora la cosecha de hortalizas no interesa, aunque en todo el año es la siembra principal.

Así lo harán todos los días hasta el 3 de noviembre. El objetivo es vender todas las flores de tapayola, como conocen a la flor de cempasúchil, flor de terciopelo, margaritas y nubes, para la celebración de Día de Muertos.

En una parte de la zona de cultivos, conocida entre la población como Agua Zarca, por el color blanquecino del agua que brota de los manantiales del lugar, un grupo de hombres arranca las flores del terreno, luego los unen en racimos, los colocan uno encima del otro, mientras que otros dos hombres se disponen a ponerlos dentro de una camioneta. Se nota que ahí ya comenzó el ritual que implica la celebración de los fieles difuntos.

Enriqueta Arcos García, tiene 58 años, es originaria del Amate Amarillo, municipio de Chilapa, pero hace 40 años llegó a Tixtla, a estudiar, pero, ahí se casó con Joel Tlamanalco López y se convirtió en sembradora. De ella, Amapola periodismo publicó una parte de su historia, el 9 de marzo, en el texto de la serie Sembradoras, titulado: Enriqueta y sus multifunciones en el campo. Ahí se habla de la importancia de la mujer en la siembra de los campos que dan frutos y flores, de sus manos que riegan la semilla, la cuida y su recompensa es la cosecha.

La mujer que ama la época de cosecha de flores

La participación de Enriqueta en las tierras de siembra se denota en lo tostado de su piel. Ahora ha hecho cayo y sin problema se entremezcla en los surcos de la tierra donde nacieron las flores.

Ni los ahuates de las plantas le causan escozor en su cuerpo.

Enriqueta, junto a su hija y su yerno, terminaron de cortar 25 manojos grandes de flores de terciopelo. Aún falta trabajo. En dos horas, antes de que se oculte el sol por completo, cortarán otras pocas.

Mientras, Enriqueta, con los pies fundidos en lodo pisando la yerba seca, se detiene a platicar.

No se preocupa si en ese momento nadie llega a comprar las flores que cortó.

Al siguiente día se despertará como a las cinco de la mañana y las llevara al mercado de Tixtla, ahí está segura que las venderá.

Enriqueta, en su pueblo, sus recuerdos en la siembra de la tierra sólo los remota a la siembra del maíz, entonces su conexión con la tierra, en realidad, nació en Tixtla. Aunque hace 40 años se casó, durante 10 años vivió en la Ciudad de México, luego regresó a casa de su suegra Gonzala López Jiménez, junto a su esposo y sus tres hijos.

La necesidad de obtener un empleo y mantener a sus hijos, los hizo adentrarse a la siembra de hortalizas y flores, ambos de riego, práctica de antaño en ese municipio. No fue difícil la práctica, porque Joel creció sembrando la tierra junto a sus padres.

Los conocimientos de Enriqueta en la tierra se los agradece a su suegra.

Esta temporada es la favorita de la sembradora, los colores y olores de las flores la emocionan. Aunque en todo el año también siembran algunas flores como las margaritas, no se compara con la intensidad de esta época.

“Me gusta, me da alegría ver los campos. Los campos se ven bonitos, ya pasando estos días, sin nada. Y es la flor que aguanta más en la temporada de lluvias”.

El esmero que Enriqueta pone en la siembra de las flores, es porque, también, éstas mismas decorarán el altar de muertos que coloca para su cuarto hijo, el menor, quien falleció, y las que adornarán su tumba.

-¿Para usted qué significa sembrar la tierra estos días?

-Es para nuestros fieles difuntos que vienen a visitarnos y hay que recibirlos. De aquí comemos, de la tierra, si tenemos producción a vender, y no nos falta el pan de cada día- respondió.


La participación activa de Enriqueta en la siembra y cosecha de las flores

Desde el 13 de julio Enriqueta y su esposo riegan semillas de terciopelo y tlapayola en la tierra, para que broten las plantitas y después traspasarlas en los nueve cosales que formaron en la tierra, además de otros ocho donde se sembrará la de cempasúchil.

Al mes, cuando brotaron esas platitas, Enriqueta y Joel les toma unos nueve días para traspasarlas en los surcos.

-¿Es cansado?

-Sí, pero nosotros ya estamos acostumbrados- sonríe satisfecha, Enriqueta

-¿Quiere que la siembra y cosecha siempre estén presentes en su vida?

-Sí, porque estar allá -en casa- se siente uno triste, luego les digo –a su familia- vamos para allá a andar en la bola cortando las flores. Sí, sí me gusta- carcajea.

Se llegó la hora de la cosecha, ahora el trabajo de Enriqueta, su esposo y ayuda de su hija y su yerno se intensificará estos días, hasta el 3 de noviembre, cuando los tlixtecos acuden al panteón a adornar las tumbas de sus difuntos.

Sus jornadas de trabajo son en las primeras horas de la mañana, o en las últimas de la tarde, para que la flor esté fresca, sus hojas estén frondosas y sean atractivas para los compradores. Hay familias que cosechan durante toda la noche.

En una jornada de trabajo, Enriqueta, sola, corta hasta 20 manojos grandes de flores.

Ella además de estar en la cosecha, tiene una encomienda especial, debe ir al mercado a vender flores, otras más las llegan a comprar a su terreno, como la compradora que espera de Mezcala.

Este año los manojos de las flores aumentaron su costo, adviertió la mujer.

Consideró que el motivo del aumento del costo es porque hubo poca siembra por parte de los floricultores, y otra poca porque se echó a perder por las lluvias ocasionales de estos días.

El costo del manojo este año es de 80 pesos, el año pasado estuvo en 60 pesos, pero incluso han llegado a costar hasta en 40 pesos. Aunque los revendedores, en esta época las están vendiendo hasta en 140 pesos.

Regularmente cada sembrador ya tiene sus clientes de cada año, quienes llegan con camionetas procedentes de Acapulco, Iguala o Chilpancingo, para comprar por mayoreo y revenderla en sus ciudades. La otra parte de la cosecha se vende en el mercado central de Tixtla.

Son las siete de la noche, los rayos del sol desaparecieron de los campos de flores, solo quedan su reflejo, Enriqueta y su familia se disponen a colocar las flores en un triciclo de carga, para ir a casa, pronto la obscuridad apagará sus colores.

Lupita: buscar hasta el último aliento

Texto: Beatriz García y Amapola Periodismo

Fotografía: Oscar Guerrero

31 de agosto del 2021

Chilpancingo

 

Es la tarde del 25 de noviembre del 2020, y Lupita, junto a sus compañeros del Colectivo de Familiares de Desaparecidos del Estado de Guerrero y el País y efectivos de la Guardia Nacional descienden del Cerro El Veladero, de Acapulco, después de una exhausta búsqueda en fosas clandestinas.

De pronto, camionetas de policías ministeriales y estatales les cierran el paso y les toman fotografías y videos. Lupita les reclama: “¡No somos criminales… nosotros buscamos a nuestros familiares desaparecidos!”.

La escena anterior que representa parte de las consecuencias que viven familiares de desaparecidos y asesinados en México encargados de las búsquedas ante la inacción institucional, la describió la propia Guadalupe Rodríguez Narciso el 7 de julio pasado, con la intención de documentar su trabajo por los desaparecidos, como parte del contexto del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, conmemorado ayer.

El viernes 27 de agosto por la noche, Lupita, como la llamaban de cariño, murió a causa del virus SARS-Cov-2; estuvo hospitalizada desde el 9 de agosto en el Hospital Covid-19 de Iguala.

La vida de la abogada cambió para siempre desde hace siete años. La desaparición de su hijo Josué Molina Rodríguez, ocurrida el 4 de junio del 2014, lo transformó todo. A raíz de su lucha por hallarlo la convirtieron en la portavoz de familiares de desaparecidos y asesinados en Guerrero.

Lupita es una de las cientos de madres en el país que se volvieron líderes, porque asumieron una responsabilidad que le toca al Estado: buscar a sus desaparecidos y la justicia por los asesinados.

En un análisis sobre la situación de los derechos humanos de las personas desaparecidas y no localizadas, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) señala que: “la desaparición de personas, desafía y cuestiona las capacidades y recursos de las autoridades gubernamentales para dar respuesta a una situación que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un obstáculo que impide la consolidación de una cultura sustentada en la observancia de los derechos humanos”.

Este texto busca visibilizar y mostrar a Lupita en sus siete años de búsqueda junto a otros familiares de desaparecidos frente a la impunidad.

Lupita: buscar hasta el último aliento

El comienzo del camino

A las cuatro de la tarde del 4 de junio del 2014, Josué salió de su casa para llevar a su esposa a la escuela, estudiaba en el Instituto Tecnológico de Chilpancingo, a donde llegaron veinte minutos después.

Instantes después de eso, Josué recibió una llamada en su celular. De acuerdo con la investigación que hizo la madre de Josué, Guadalupe Rodriguez Narciso, la llamada salió de la Escuela Secundaria Técnica 30 de la capital, ubicada en la colonia Alianza Popular, al sureste de la ciudad.

A las 4:45 existe el reporte en las autoridades policiacas que fuera de la secundaria, tres hombres armados se llevaban a un joven en un Jetta negro. El vehículo del hijo de Lupita.

En su despacho, Lupita concedió una entrevista a Amapola. Periodismo transgresor a mediados de julio, antes de que enfermara. Habló de Josué, el hijo que la movió a luchar por él y otros desaparecidos.

“Sólo dios sabe por qué lo hizo, si mi hijo no hubiera desaparecido no hubiera ayudado a tantas familias”, dijo.

Sobre la mesa y el escritorio hay pilas de carpetas amarillos con copias de documentos y formatos. Ese día Lupita alistaba los documentos porque al siguiente viajaría a la Ciudad de México a realizar trámites de familiares de desaparecidos. Acudiría al Registro Nacional de Víctimas (Renavi), a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) para revisar declaraciones, demandas y situación jurídica de algunos casos de asesinados y desaparecidos.

Lupita conocía todo el trámite.

Después de que desapareció Josué acudía todos los días al Ministerio Público y a la delegación de la entonces Procuraduría General de la República (PGR), ahora Fiscalía General de la República (FGR), en busca de noticias sobre su paradero. Ahí se dio cuenta que muchas familias vivían su misma situación.

Por su profesión conocía el ámbito legal. Se dio cuenta que había personas a quienes ni siquiera les tomaban la denuncia, y regresaban una y otra vez a las oficinas para una serie papeleo, a la par que recibían mala información y malos tratos.

En ese 2014, después de varios meses de dar vueltas a las oficinas de la FGR en espera de una respuesta que nunca llegó, Lupita hizo amistad con otras familias y supieron del Taller de Desarrollo Comunitario (Tadeco), una organización que ayudaba a familiares de desaparecidos y se sumaron.

Por su astucia, capacidad de dialogar y resolver conflictos, compartieron otros integrantes del colectivo, Lupita se ganó la confianza de otras víctimas, quienes la siguieron cuando decidió dejar Tadeco para comenzar las búsquedas por su cuenta.

“Íbamos a la radio a solicitar una piñata (para hacerles posadas a los niños víctimas), dulces y ahí es donde daba mi teléfono, mi domicilio, para decirles que podían ingresar a nuestro colectivo para luchar juntos”, relató la abogada.

Su colectivo alberga ahora a poco más de 500 familiares víctimas de desaparecidos y asesinados desde el año 2000 en diferentes partes del estado.

“Les pedía sus datos para integrarlas, primero no teníamos grupo de WatsApp, cuando iniciamos todavía no había eso, yo les tenía que marcar y hablar por teléfono, a todas les tenía que avisar, o por mensajes, entonces así se fue consolidando el colectivo, y de ahí algunas personas también me las mandaban de la Fiscalía del estado”, narró.

Lupita no paró en enviar escritos a los gobernadores en turno. Ese día recordó que el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero y ex procurador Iñaki Blanco nunca los recibió.

Fue en 2015 que a su grupo lo nombraron Colectivo de Familiares de Desaparecidos del Estado de Guerrero y el País.

Estas imágenes corresponden al día 7 de julio, día de la entrevista con Lupita Rodríguez Narciso.

El terreno impere sinuoso para los buscadores

Guadalupe sale de la Fiscalía y un hombre con una mochila colgada en el pecho la sigue. Ella piensa: “¡Me quiere matar!”, pero no muestra miedo, y decide internarse en la vía rápida de la Autopista del Sol. Decide rápido que si habría de morir, que sea arrollada por los autos, pero frente a ella se para un taxi y el chofer le grita: “¡Súbase doña!”. Se sube.

El chofer se dio cuenta que el hombre la seguía y le contó que él lo vio cuando metió su mano a la mochila, como intentando sacar algo, quizá una arma.

Ella suelta el llanto y exclama: “¡Dios me manda a sus ángeles para protegerme, él sabe que no estoy haciendo nada malo, yo estoy buscando a mi hijo y le ayudo a otras madres a buscar sus hijos!”.

Ese día de la entrevista, Lupita dijo que le daba coraje hacerle el trabajo a las autoridades, que son quienes debían buscar a sus familiares y no sólo llenar las sillas de los escritorios en las oficinas.

En diversas ocasiones, Lupita y los familiares de este colectivo también se enfrentaron a otros escenarios violentos, como cuando se plantaron en oficinas de dependencias federales y los desalojaron de manera violenta.

En una protesta en el periodo del ex presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018), con el titular de la entonces PGR, Jesús Murillo Karam, policías antimotines los rodearon y golpearon miembros del colectivo.

La persistencia

Las búsquedas de los desaparecidos por parte de las autoridades no existían, tampoco la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) ni la Comisión Estatal de Búsqueda. Lupita está segura que las instituciones las crearon a raíz de la exigencia de los colectivos.

De acuerdo a lo que está publicado en la página web del gobierno federal, fue hasta el 12 de octubre del 2017 que la Cámara de Diputados aprobó la Ley General de Desaparición Forzada de Personas, Desaparición cometida por Particulares y del Sistema de Búsqueda de Personas. Luego se determinó crear la CNB y las comisiones locales. El 7 de marzo de 2018 rindió protesta el primer comisionado, Roberto Cabrera Alfaro.

En ese 2015, la denuncia de Lupita por la desaparición de su hijo se integró en la Unidad de Búsqueda de Personas de la PGR, desde ese momento solicitó ante estas autoridades la investigación y las búsquedas, no sólo de su hijo, si no de los familiares de sus compañeros y compañeras de colectivo.

Al año siguiente, en el 2016, estaba de titular de la Fiscalía Especializada de Búsqueda de Personas Desaparecidas, Eréndira Cruzvillegas Fuentes. Lupita recordó que fue tajantemente con ella al decirle que en esa Fiscalía no se hacía investigación. “Aquí se hacen puras búsquedas, pero, pues, no hay para ti, porque yo siempre estaba insistiendo, exigiendo y para ella era una molestia”, recordó que le contestó la funcionaria.

Pero el trabajo de Lupita siguió. Recabó información de sobre desaparecidos que estaban vivos, pero retenidos por otras personas. Las autoridades nunca la escucharon y creyeron en esa posibilidad, y otra vez vivieron las consecuencias de estar solos en este: uno de sus compañeros del colectivo fue desaparecido después que denunció estos hechos.

Sin la intervención del gobierno del estado, la federación otorgó la primera búsqueda liderada por los familiares del colectivo en el 2019.

Sus 62 años, la diabetes e hipertensión que le detectaron antes de la desaparición de su hijo, no fueron impedimento para Lupita. Desde entonces bajaba barrancas, escalaba cerros y caminaba por lugares pedregosos y con maleza en busca de fosas.

Ella y sus compañeros se volvieron un espacie de expertos en búsquedas. Lupita no faltó a ninguna de las más de 10 jornadas que realizaron; la última la realizaron del 14 al 23 de julio. Y si faltaba era porque debía ir a hacer trámites en las diferentes dependencias federales para otros familiares.

Al hablar de la primera búsqueda, Lupita se conmueve, se le humedecen los ojos. “Fue un triunfo tener la oportunidad de buscar a los desaparecidos, es una esperanza para encontrarlos, un trabajo que debería de hacer el Estado”, comentó ese día.

El colectivo localizó más de 100 restos óseos y cadáveres en todas las jornadas de búsqueda, pero el trabajo todavía esta incompleto, los peritos forenses o el Estado debe hacer las confrontas con el ADN de los familiares de desaparecidos para posibles identificaciones. Hasta ahora han identificado a tres desaparecidos.

Buscar hasta el último aliento

En julio pasado fue la última jornada de búsqueda de desaparecidos en fosas clandestinas en la que participó Lupita. Durante esas búsquedas, que ocurrieron en Acapulco y Leonardo Bravo, una bacteria se alojó en un pulmón de Lupita, contó su compañera Gema Antúnez Flores, integrantes del Colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera.

Gema también se convirtió en activista después de la desaparición de su hijo, Sebastián García Antúnez, de 22 años, desaparecido en Chilpancingo el 27 de febrero del 2011. Ella, al igual que Lupita, tampoco paró en pandemia para exigir justicia por los desaparecidos.

El 7 y 8 de agosto, ambas acudieron a la Ciudad de México a reuniones en al Comisión Nacional de Atención a Víctimas (Conavim), la Comisión Nacional de Derechos Humano (CNDH), y antes a la FGR y en la Secretaría de Gobernación (Segob).

En esas reuniones Lupita se sintió mal y se fue directo al médico, pero pensó que era la bacteria alojada en su pulmón de la que ya se recuperaba. Le hicieron la prueba y dio positivo a Covid-19.

Gema y otros integrantes del colectivo también se contagiaron, pero algunos ya se recuperaron y otros aún se recuperan.

A Lupita la hospitalizaron el 9 de agosto y después la intubaron.

“Le puedo decir las mil maravillas de la señora, porque para mí siempre fue una persona que daba todo a cambio que las familias estuvieran bien. Yo le puedo decir que era una persona que les transmitía seguridad, paz y ha sido una guerrera, y Dios permita siga adelante porque sería una gran pérdida por todos nosotros”, dijo Gema dos horas antes de que se conociera sobre la muerte de Lupita.

Su muerte ocurrió el viernes 27 de agosto, tres días antes del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.

 

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SEMBRADORAS.Felícitas, la profesora que conecta emocionalmente con la tierra

Sus seis hijas también saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Para ella y su familia estar en el campo se trata de algo íntimo y emocional


Texto y fotografía: Beatriz García

Ilustración: Saúl Estrada

10 de marzo del 2021

Zitlala

 

La profesora Felícitas Alejo Teyuco creció sembrando y respetando la tierra que la vio nacer, Ayotzinapa, un pueblo de Zitlala. Ahora tiene 56 años y el oficio se lo transmitió a sus seis hijas.

Desde que ella tenía cinco años, sus padres, Albina Teyuco Cabrera y Plácido Alejo Pérez, comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero, principalmente, a que conociera la misticidad y el respeto a la tierra. En esto estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.

Felícitas permitió conocer la intimidad de su casa, a su familia y los lazos que unen a todos con el campo.

Sus ojos se abrillantan cuando narra sus recuerdos de pequeña a lado de sus padres y sus seis hermanos y cuatro hermanas.

Plácido, su padre, ya murió, pero con él recuerda la temporada de secas, cuando fabricaba mezcal y la llevaba a cortar maguey. Trabajaba por año de dos a tres semanas recolectándolos.

Conforme Felícitas creció, sus padres le permitieron estudiar; pero fue hasta los 11 años, porque en su pueblo no había maestros. A esa edad conoció a unos profesores que llegaron a Ayotzinapa a enseñarles a leer y escribir a los niños. Luego se fundó la escuela. Fue la única de sus hermanos que estudió hasta convertirse en profesora de preescolar.

Las cosas pasaron así: después de culminar la primaria logró irse a Chilapa para continuar estudiando. Empezó la secundaria; trabajaba y vivía en la casa de una de sus profesoras. Pero aun así cuando no tenía clases, los fines de semana y vacaciones, regresaba su pueblo a labrar y sembrar la tierra.

Siempre cultivó maíz, frijol, garbanzo, calabaza y cilantro. También se encargaba de limpiar el terreno de la maleza, barbechar, cortar hoja de milpa, pelar y desgranar la mazorca, y guardar el maíz.

En el caso de doña Felícitas, su padre nunca consideró que trabajar en el campo era labor de hombres, como históricamente se ha documentado. Para él este trabajo lo podían hacer las mujeres, mientras ellos cortaban leña, acarreaban piedras y construían sus casas.

Todavía recuerda cuando junto a su hermano mayor se levantaba a las cuatro de la mañana para viajar dos horas al lugar de la siembra, para ir por hoja de milpa. Tenían que regresar antes de entrar a la escuela.

Sus labores de pequeña fueron sembrar, ir al molino, hacer tortillas, acarrear agua y estudiar.

Felícitas, después de terminar la secundaria, hizo un examen para adquirir una plaza con clave baja para dar clases. Pero continuó estudiando, hizo preparatoria y se inscribió en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN); ahí se graduó como profesora de preescolar.

La nueva familia de Felícitas

A los 23 años, la profesora se casó y se fue a vivir a la cabecera municipal de Zitlala y dejo de sembrar. Hasta el nacimiento de su cuarta hija volvió a cultivar la tierra junto a su esposo.

La actividad del campo hasta sus 56 años la sigue combinando con su profesión; la desempeña en la localidad de Atzacoaloya, Chilapa, ubicada a una hora de distancia de Zitlala. Cuando no había pandemia por la Covid-19 viajaba diario.

Ella y su familia siembran cerca de la localidad Las Trancas, también del municipio de Zitlala.

–¿Qué la hizo regresar a sembrar la tierra?, –se le pregunta.

–De cualquier manera ahí nos apoyamos con recursos económicos, sembrando y al cosechar sacamos para apoyar nuestra economía.

Sembrar la tierra también hizo posible que sus seis hijas estudiaran. Cinco son profesionistas y una estudia preparatoria.

De lo que cosecha Felícitas y su familia, una tercera parte es para autoconsumo y el resto lo venden.

El arte de sembrar

Sembrar es todo un proceso. La familia de Felícitas primero siembra el maíz y el frijol, y después de cosecharlos siembran garbanzo, cilantro y flor de cempasúchil.

–¿Usted conoce todo el proceso para sembrar?

–Desde la semilla, seleccionando la semilla.

Explicó que la semilla del maíz que se cosecha y que será usada para sembrarla en el siguiente temporal, primero se le quita la punta y la parte de abajo, segundo, cuando desgranan el maíz, guardan el olote, es decir, la espiga desgranada de la mazorca, para que a la próxima siembra “no lo tumbe el viento”. Desde su cosmovisión así evitan que el aire rompa sus elotes tiernos.

La sembradora cosecha con su familia cuatro clases de maíz: de colores, híbrido, pozolero y menudo.

En el caso de la calabaza que será usada para la siembra del siguiente temporal, la semilla se extrae del fruto y se tiende bajo el sol para secarla, pero antes de que se oculte debe guardarse, porque las estrellas y la luna no deben de ver las semillas. De lo contrario la cosecha no resultar.

Otras creencias de Felícitas es que quienes deben sembrar la semilla de calabaza son las mujeres u hombres que cuando nacieron tenían enredado su cordón umbilical en el cuello, también quienes no gatearon. Esto garantiza que las guías de calabazas den buenos frutos.

La herencia de la siembra a sus seis hijas

Todas las enseñanzas de Felícitas son herencia de sus padres. Y conforme crecieron sus seis hijas conocieron los saberes de sus abuelos para sembrar, cuidar y respetar la tierra.

Ahora cuatro de sus hijas son independientes, dos más siguen estudiando, una la carrera de la medicina y otra la preparatoria.

–¿Cómo era una jornada en el campo al lado de sus seis hijas?

–No metíamos peones, solamente íbamos en las mañanitas o en las tardes, porque estaba fuerte el sol. Sólo cuando era trabajo pesado sí alquilábamos peones.

–¿Alguna vez hubo conflictos con su esposo?

–No. Al contrario, él se siente orgulloso de las mujeres, porque ellas pueden, hasta en ocasiones ellas fumigan (la siembra).

Sus hijas aprendieron a sembrar, abonar la tierra y cosechar. Enseñanzas que también está transmitiendo a sus nietos.

–¿Alguna vez pensó que hacía más trabajo que su esposo? Usted además de cultivar la tierra se hace cargo de la casa.

–Como tenemos muchas actividades. Tenemos los marranos, él se encarga de ellos, de los pollos.

Para Felícitas, su esposo y sus hijas estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.

El día que Felícitas deje de sembrar será cuando hereden las tierras a sus hijas. La condición cuando eso ocurra es que esas tierras deben sembrarse y cosecharse.

 

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SEMBRADORAS. Sembrar maíz y cosechar dignidad como Escolástica Luna

En Rincón de Chautla, las mujeres cultivan la tierra y protegen a sus habitantes de la violencia


Texto: Marlén Castro

Fotografía: Luis Daniel Nava y Salvador Cisneros

Ilustración: Saúl Estrada

10 de marzo del 2021

Chilapa

 

Escolástica Luna sembró maíz y cosechó dignidad. Sembró chile y cosechó coraje. Sembró frijol y marcó una guía. Sembró jitomate y le alcanzó para comer, para sacar a sus hijos de la cárcel y para defender su territorio.

Escolástica Luna es nahua. Vive en Rincón de Chautla, una comunidad del municipio de Chilapa, en la zona Centro de Guerrero. La zona donde está asentado en pueblo es más conocida como Montaña baja.

El 10 de mayo del 2006, policías ministeriales detuvieron a sus hijos mayores, David y Bernardino Sánchez Luna. Los acusaron del asesinato de dos vecinos de la comunidad vecina de Zacapexco.

Al día siguiente, los hombres de la comunidad salieron de Rincón de Chautla a la cabecera municipal de Chilapa para tener razones de David y Bernardino. Llegaron al Ministerio Público. Dijeron que eran de Rincón de Chautla y querían saber quiénes estaban acusando a los Sánchez Luna.

En vez de explicaciones, todos los hombres de Rincón de Chautla fueron detenidos. La comunidad se quedó sin hombres adultos, sólo niños y ancianos, y las mujeres, quienes sacaron adelante las siembras, los hijos y, además, defendieron su territorio.

Escolástica, la comisaria

Es una mañana de junio del 2007. En Rincón de Chautla siempre hace frío pero en temporada de lluvias mucho más. La comunidad está rodeada de un bosque espeso de pinos y encinos, por el que se desliza la neblina sobre el camino de terracería.

Hay una reunión en la comisaría para decidir varias cosas pendientes. En la comunidad no hay comisario. Fue detenido en Chilapa, cuando acompañó a todos los hombres del pueblo a saber razones de los Sánchez Luna.

Los menores no tienen clases. El maestro más reciente dejó de venir y la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) no ha mandado el reemplazo. La institución quizá ni siquiera sepa que en este apartado lugar de la Montaña baja de 60 habitantes, los niños tienen meses sin clases.

La comunidad, ahora compuesta sólo por mujeres, tiene que tomar una decisión. La casita de la comisaría hecha de adobe sólo tiene una ventana. El interior es muy oscuro. El foco del techo da una luz de unos 10 watts. Las mujeres se ven por sus ropas coloridas y contrastantes. Una lleva una falda amarilla y un suéter verde, otra una falda morada y un rebozo azul eléctrico, por ejemplo.

Platican, pero nadie de fuera entiende nada, porque hablan en su lengua originaria, el náhuatl.

Quien sabe hablar algo de castellano contó lo que ahí pasó. Discutían si nombraban un nuevo comisario, en vista de que ya no tenían uno. Intercambiaron opiniones en torno a quién iban a nombrar, si sólo había hombres ya muy grandes a quienes hay que cuidar.

Acordaron que mientras los hombres regresaban tenían que nombrar comisario de entre ellas mismas.

Una de las mujeres propuso que fuera Escolástica, dado que ya había salido del pueblo varias veces para saber de sus hijos y había participado en marchas y, por esa razón, sabía hablar en público.

Ninguna discutió o hizo otra propuesta. Todas estuvieron de acuerdo. Así, Escolástica Luna se hizo comisaria.

Escolástica Luna durante un momento de su preparación como policía comunitaria. Fotografía: Luis Daniel Nava

Escolástica, la activista

Exigir la libertad de David y Bernardino convirtió a Escolástica Luna en una activista de los derechos humanos.

En 2008, a dos años de la aprehensión de sus hijos y de los demás hombres del pueblo, Escolástica Luna fue oradora en el mitin del tercer aniversario de 17 campesinos en el vado de Aguas Blancas, en Coyuca de Benítez, Costa Grande.

“Antes nunca había salido de mi pueblo, no sabía cómo ir ni a Chilapa, pero ahora me voy a donde me digan que vaya a marchar o a hacer un plantón”, dijo la mujer ese junio del 2008.

Formó parte del primer Colectivo de Desaparecidos y Asesinados de Guerrero que encabezó Javier Monroy, organización que alzó la voz para denunciar las desapariciones en la entidad, cuando un integrante de una organización autogestiva conocida como Taller de Desarrollo Comunitario (Tadeco) fue desaparecido.

Esta asociación civil asesoraba a Escolástica Luna en sus labores como comisaria, como activista, como oradora y como gestora. Porque además de activista y campesina, Escolástica aprovechaba en sus salidas para ir a ver autoridades y pedirles cosas que faltaban en la comunidad.

Durante el tiempo que fue comisaria, Escolástica salió de Rincón de Chautla a participar en todas las marchas que había sobre las masacres recientes en Guerrero y para exigir la presentación de desaparecidos, además de exigir que sacaran a sus hijos de la cárcel.

Escolástica hacia todo lo anterior y seguía sembrando junto con las demás mujeres para tener maíz, ejote, frijol, chile y jitomate para comer. Durante los 34 meses que los hombres de Rincón de Chautla estuvieron presos, las parcelas siguieron igual, dando estos productos para alimentar a los hijos.

Las mujeres de Rincón de Chautla no sólo se hicieron cargo de las labores del campo y de los hijos, salían a vender su maíz, frijol y calabazas para llevarles cosas de comer a sus maridos en la cárcel.

Los hombres de Rincón de Chautla salieron de la cárcel en febrero del 2009, libres de cargos.

Los testigos que los acusaron de doble asesinato nunca se presentaron a declarar ante la autoridad para ratificar sus dichos.

Mujeres na savis de la Montaña alta de Guerrero desgranan maíz, como parte de sus actividades cotidianas. Fotografía: Salvador Cisneros

Escolástica, la policía

Escolástica también se hizo policía.

En septiembre del 2014, Rincón de Chautla encabezó la creación de la Policía Comunitaria adherida a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Pueblos Fundadores (CRAC-PF), a la que ya se han adherido 16 pueblos. Los hermanos David y Bernardino, hijos de Escolástica, fueron los iniciadores.

Con esta policía, los nahuas de la Montaña baja formaron columnas de hombres para defender sus pueblos de las incursiones de hombres armados, provenientes de los municipios vecinos de Mochitlán y Quechultenango, en los que desde la primera década del siglo comenzó a escucharse el nombre de Los Ardillos, conformado por la familia Ortega Jiménez, ligados a personajes que habían sido autoridades en ambos municipios.

En 2013, las incursiones de esos hombres se hicieron más frecuentes y los pueblos crearon la CRAC-PF en 2014.

En 2015, otros pueblos con alguna relación a los llamados Ardillos crearon la Policía Comunitaria por la Paz y la Justicia. Desde entonces, la violencia no para.

A habitantes de Rincón de Chautla y a otros de las comunidades adheridas a la CRAC-PF los han emboscado, a otros los han desaparecido o bajado de las rutas del transporte público y luego los tiran decapitados o desmembrados.

Entonces, Escolástica Luna y las mujeres de Rincón de Chautla empezaron a entrenar.

Desde el 2019, Escolástica recibe entrenamiento militar.

En caso de ser necesario, Escolástica Luna, quien ahora tiene 72 años, sabe usar una escopeta.

Escolástica sembró maíz, chile, frijol, jitomate, y cosechó dignidad, y coraje.

Escolástica Luna durante un momento de su preparación como policía comunitaria. Fotografía: Luis Daniel Nava

 

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SEMBRADORAS. Enriqueta y sus multifunciones en el campo

Su historia es la representación de muchas mujeres de Tixtla involucradas en el proceso agrícola, las que traspasan las fronteras del cultivo


Texto: Margena de la O

Fotografía: José Luis de la Cruz

Ilustración: Saúl Estrada

9 de marzo del 2021

Tixtla

 

Enriqueta Arcos García acaba de regar los surcos de su terreno donde brotan plantas de diferentes tamaños. Es domingo 21 de febrero a mediodía. La tierra de labor, ubicada en la zona de parcelas del barrio de El Santuario, todavía se ve húmeda y sus pies siguen cenizos después de intentar quitarse el lodo.

Esas matas de diferentes tamaños, porque algunas apenas se asoman de la tierra, son de huauzontle, epazote, hierbabuena, cebolla, cilantro, rábano, col, calabazas, tomate y hasta tapayola, como conocen a la flor cempasúchil en la región.

Durante el camino a las parcelas de El Santuario, la vista conecta a un gama de distintos verdes. De un lado están los surcos de tiernas milpas y del otro, casi a ras de suelo, las hojas de distintas hortalizas.

Una mujer joven que asomó la cabeza de un alambrado que delimita una de las milpas, la cual limpiaba, fue quien me sugirió seguir por el camino donde corría el aire fresco y olía a tierra mojada para hallar el terreno de Enriqueta. La participación de las mujeres en la producción de Tixtla se notó pronto.

En el sembradío de Enriqueta sobresalía el tono oxidado de algunas plantas, era huauzontle maduro. Ella misma explica que lo dejó madurar para ocupar sus flores con apariencia de bolitas como semilla. Espera cosechar más de esas herbáceas en los próximos días; se acerca la Semana Santa. El huauzontle es base de uno de los mejores platillos en cuaresma.

Cuando Enriqueta sabe que pedí referencias sobre su terreno a una mujer que limpiaba su milpa, pronto dice que a ella no le gusta sembrar maíz. Su determinación no tiene que ver con que en Tixtla se produzcan más hortalizas y flores.

Cuando sus cuatro hijos estaban pequeños, también sembró maíz para darles de comer, pero cosecharlo es pesado: “es mucha joda despegarlo, sacarlo, empacarlo”.

Cree que ya no tiene la fuerza de antes. “Ya estoy más viejita. El elote– lo que más se vende en Tixtla –es pesado, hay que cargarlo y aquí hay que cortarlo temprano; si lo corto (en la tarde) a otro día no lo vendo, porque se pone simple, y tiene que ser recién cortado”. Pero en realidad su falta de fuerza es sólo su percepción: se levanta máximo a las cinco de la mañana para vender su cosecha en el mercado, durante el día da dos vueltas a sus parcelas, y se encarga de las actividades domésticas en su casa.

De sus 58 años, 28 años los ha dedicado a la producción agrícola. Comenzó junto a su esposo, Joel Tlalmanalco López, después de que se regresaron de la Ciudad de México, donde vivieron un tiempo.

Lo que sabe Enriqueta de la siembra se lo debe a su suegra, Gonzala López Jiménez. En El Paraíso, el pueblo de Chilapa de donde es originaria, sus padres sembraban maíz, pero poco se involucró, además “allá sólo siembran en temporadas de lluvias”.

Acá, en Tixtla, cultiva todo el año, en lluvias o en secas, y cuando no son hortalizas son flores. Ese domingo, junto a su esposo, regó media hectárea de las tres cuartas partes de hectárea que rentan para sembrar y cosechar.

Enriqueta tiene presente las recomendaciones de su suegra: en la siembra del rábano, que nace y crece escondido en la tierra, la hoja lo dice todo. “Me decía cómo se veía cuando ya estaba bueno”, cuenta.

En este momento ya sabe qué cortará más tarde para la venta de mañana. El lunes 22 llevará al mercado un poco de rábano, cilantro y calabaza.

Mujeres de Tixtla, más que sembradoras

Aun cuando ya regó las matas, en realidad este domingo es un día ligero para Enriqueta, porque hoy no se levantó de madrugada para ir vender al mercado. Los últimos meses sólo ha vendido cada tercer día.

Las empleadoras, como llaman a las comerciantes intermediarias, le compraron ayer sábado la calabaza, el tomate, la hoja de mole y el cilantro que cortó el viernes por la tarde. Para eso se levantó de madrugada. Una noche antes, se acostó a dormir hasta que manojó todas las ramas y separó los vegetales.

Ese día de venta quizá se encontró con Rosario, Mary o Lucía, sembradoras de otras parcelas y productoras que son vendedoras. Lucía es una de las que más temprano termina, porque a las dos de la mañana ya está con sus rollos de epazote en el mercado, esperando a las empleadoras que entregan en Chilpancingo, la capital, ubicada a unos 30 minutos de distancia.

O quizá se topó con Rosa, Rufina o Romana. O algunas de las sembradoras de flores como Patricia, Moni, Esther, Celia. Enriqueta también vende flores, pero regularmente en temporadas, como en la celebración de los difuntos o Día de las madres. Sólo la tapayola la siembra casi todo el año.

Todas estas mujeres si no se encuentran en el campo se ven en el mercado. Algunas de ellas, algunas veces, se quedan a vender de manera directa sus productos a clientes habituales del mercado, para eso les compran o intercambian a otras sembradoras parte de sus cosechas.

Enriqueta algo tiene claro: “todas participamos”. Se refiere a las multifunciones ligadas al campo: sembrar, cosechar o cortar, manojar, vender, preparar alimentos o encargarse de otras funciones del hogar, que aun cuando se considere fuera del proceso agrícola, son determinantes para que ocurra.

–Pero, ustedes hacen el mismo trabajo (que los varones) o más, –le comento sólo a ella al ver que su esposo se distancia de nosotras.

–Sí. A veces nos peleamos: ‘bueno, ¿y tú cuándo vas a hacerme mi café? Me voy sentar acá, ahora te toca. Si yo también me canso, si no estamos bailando’, –cuenta que le dice a su esposo.

Poco antes dije en voz alta que, entonces, las mujeres hacían más trabajo, y él apresurado contestó: “Pues, todos”. Aunque, después, sin que nadie le preguntara, comentó que el trabajo de las mujeres en el campo es el más importante.

Enriqueta dice que por fortuna sus dos hijos que aún viven en casa, Juan Carlos y Juan Armando, son diferentes, porque colaboran en el campo (aunque no les guste) y con el aseo en el hogar.

No cabe la duda de la contribución de Enriqueta en el campo.

–¿Cómo es un día normal para usted?, –se le pregunta.

–Me levanto voy al mercado, regreso, almorzamos, medio preparo la comida, la dejo y me vengo (al terreno). De acá ya me regreso como a las tres. Antes todavía hacíamos tortillas y que el nixtamal, ahora nada más compro mis tortillas porque no me da tiempo. Hago mi comida, comemos y nos volvemos a regresar (al sembradío) como a las cinco.

Enriqueta vuelve a casa alrededor de las siete de la tarde y todavía tiene pendiente preparar los productos de la cosecha para la venta.

La pregunta que se contesta sola es: ¿qué tan importante es el papel de las mujeres de Tixtla en la producción agrícola?

Los saberes de Enriqueta en la siembra

La mujer sabe que en tiempos de lluvia la cebolla no se da. “Se va derecha, no echa bola”. Ella y su esposo no la siembran de julio a octubre, lo que dura el temporal.

Hasta en enero comienzan a tirar la semilla para el pachole. Aun cuando usan algunas semillas híbridas, la siembra es manual. El pachole es la pequeña planta– mide unos 10 centímetros –que sale de la semilla al mes de que fue plantada. Las “plantas bebés”, como las llaman sus nietas cada vez que van a jugar a las parcelas.

Después esa pequeña planta es trasplantada en surcos más amplios, cuidando la distancia entre una y otra, y al mes y medio o a los dos meses se cosecha su fruto, de acuerdo con la explicación de la sembradora.

Además de la cebolla así crece la col, la tapayola, la lechuga, el tomate, la hierbabuena. El rábano, el cilantro, el huauzontle, el epazote, la calabaza, el ejote, el papaloquelite va directo al suelo sin contratiempos.

De todos ellos, Enriqueta tiene cultivos preferidos al momento de cosechar: la cebolla, la lechuga y la col. Son más fácil de desprender del suelo. Aquí fue el momento en que insistió que su fuerza no es la de antes, pero todos los días, desde hace 28 años, hace lo mismo.

Pero es que Enriqueta tuvo una buena maestra. Gonzala, su suegra, quien murió hace unos cinco años. Dejó de ir al campo “hasta que ya no pudo”.

Además de poner cuidado en el lenguaje de las hojas del rábano y del resto de la siembra, le enseñó cual debería ser el grosor de los manojos de las matas (manojar) y las porciones de los vegetales para vender.

También la llevó al mercado a que la viera negociar las ventas con las empleadoras. Hasta que llegó el momento del relevo. “Después me decía: ahora hasta me ganas a vender”, recuerda Enriqueta.

Gonzala parió cinco hijos, uno de ellos es el esposo de Enriqueta, el único que se dedica al campo. En las parcelas de Tixtla, Gonzala dejó legado, y Enriqueta, sin proponérselo, está dedicada a preservarlo.

Contenido patrocinado por la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas

 

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Mujeres y la tierra: dadoras de vida

Amapola. Periodismo transgresor presenta SEMBRADORAS, una serie que intenta devolver a las mujeres su lugar en el campo


Texto: Beatriz García y Margena de la O

Ilustración: Saúl Estrada

8 de marzo del 2021

Chilpancingo

 

Dentro de la cosmogonía indígena, la tierra es femenina, es una mujer. La tierra y las mujeres tienen una gran similitud, son fértiles, dan vida, son nutricia, reflexiona la antropóloga y académica de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Maribel Nicasio González, al hablar de la relación de las mujeres con el campo.

En términos simbólicos hay similitudes entre la tierra y las mujeres, y la académica cree que es un tema del que debe hablarse.

Recordó que para el antropólogo francés Claude Meillassoux, en el mundo quienes domesticaron las plantas, las semillas, fueron las mujeres. Aunque se creyera que eran “débiles” y sólo se quedaban en casa a cuidar a los hijos, empezaron a tener habilidades con la tierra y las semillas.

La idea de que los hombres son los responsables del cultivo simplemente las contradice Meillassoux. Entonces, el origen de la agricultura está en las mujeres.

En la documentación histórica también así está plasmado: en la época prehispánica, las mujeres se dedicaban a la recolección de los frutos, plantas y semillas.

La antropóloga manifestó que por la relaciones de poder, los hombres fueron los que se quedaron con el conocimiento de la producción agrícola y las mujeres fueron relegadas a las actividades domésticas.

Esta invisibilización continúa. Se hizo una búsqueda avanzada en Internet con el propósito de buscar cifras que reflejen la participación de las mujeres en el campo, pero hubo pocos resultados.

Las mujeres de Tixtla hacen florecer sus parcelas. Fotografía: José Luis de la Cruz

Las cifras oficiales también reflejan ese despojo del que habla la antropóloga de las mujeres a la agricultura. La última Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA) 2019 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) arrojó que en el país, sólo 17 de cada 100 personas que laboran en las actividades agropecuarias son mujeres, es decir 16.7 por ciento.

Entre las cinco entidades federativas con mayor participación de las mujeres en el campo está Guerrero. El orden es el siguiente: Estado de México con 27 por ciento, Puebla con 14.4 por ciento, Veracruz con 7.7 por ciento, Guerrero con 6.8 por ciento, y Chiapas con 6.2 por ciento.

Nicasio González resaltó que aun con ese panorama, la aportación de las mujeres en el campo es sustancial en alguna parte del proceso. Entonces, prefirió tratar la agricultura desde la complementariedad entre hombres y mujeres.

Por ejemplo, explicó, en los pueblos indígenas todo lo que tiene que ver con la fertilidad de la tierra, con las lluvias, implica una dualidad en términos cosmogónicos, porque involucra al hombre y a la mujer como pareja.

“Un hombre solo no es insuficiente para el trabajo de siembra. Estas dinámicas económicas se desarrollan y las mujeres forman parte de estas prácticas; si las mujeres no participaran en estas etapas de la producción agrícola no sabrían cómo se cultiva, cómo se cosecha, no sabrían muchos detalles que se van adquiriendo con la producción de la tierra y de las distintas semillas. Las mujeres conocen y por qué, porque también se involucran en esas tareas”, comentó.

En la vida contemporánea hay hábitos desde la tradición mesoamericana, de acuerdo con la académica. Lo aclaró con los ritos agrícolas de los pueblos originarios de Guerrero, nahua, me’phaa, na savi y ñomndaa, donde destacan tres momentos: la bendición de semilla, la petición de lluvias y el agradecimiento, y la bienvenida de la cosecha. Tanto hombres como mujeres son conocedores y organizadores de estas celebraciones.

Profundizó más en la correlación entre hombres y mujeres en la siembra: En la Montaña alta de Guerrero se habla que existen cerros hombres y cerros mujeres. En la cosmovisión indígena, lo femenino y masculino son indispensables, simplemente no podría haber lluvia si una de estas dos partes falta.

Cuando llueve, la gente dice que se junta el cerro hombre y el cerro mujer y esa lluvia permite que crezca el maíz.

“Hace falta dar más cuenta de cómo las mujeres están participando, de cómo el trabajo femenino permite que haya un trabajo y participación masculina. En este trabajo femenino no habría ese tiempo para que los hombres pudieran irse, por ejemplo, a trabajar al campo, porque si no ¿quién cocina?, ¿quién cuida a los niños?”, reflexionó la antropóloga.

Entonces cuando se habla de la relación de la mujer con la tierra, no sólo habla del trabajo directo en la parcela, se refiere a una relación simbólica.

Virginia siembra cada temporal tres hectáreas de maíz en sus tierras de Apango. Fotografía: Salvador Cisneros

En Amapola. Periodismo transgresor queremos dar cuenta del papel fundamental de las mujeres en el campo, para eso programó la serie SEMBRADORAS, que concentra la historia de tres mujeres dedicadas a la siembra y cosecha de diferentes cultivos. Su labor es sustancial en la producción agrícola de sus regiones y, sobre todo, para la manutención de sus familias.

La serie la inaugura Enriqueta García Arcos, sembradora de huauzontle, epazote, hierbabuena, cebolla, cilantro, rábano, col, calabazas, tomate y una variedad de flores en parte de las parcelas del barrio de El santuario en Tixtla. Lleva 28 años dedicados a la tierra, herencia de su suegra Gonzala López Jiménez.

La historia de Enriqueta representa el trabajo de muchas mujeres del municipio que además de dedicarse a producir la tierra, se encargan de vender la cosecha en el mercado a intermediarios (acaparadores), algunas desde las dos de la mañana, y después regresan a casa a hacer actividades domésticas.

La pregunta que se contesta sola es: ¿qué tan importante es el papel de las mujeres de Tixtla en la producción agrícola?

En la segunda historia la protagonista es Escolástica Luna. Vive en Rincón de Chautla, una comunidad del municipio de Chilapa, en la zona Centro de Guerrero.

Ella sembró maíz y cosechó dignidad. Sembró chile y cosechó coraje. Sembró frijol y marcó una guía. Sembró jitomate y le alcanzó para comer, para sacar a sus hijos de la cárcel y para defender su territorio.

El 10 de mayo del 2006, policías ministeriales detuvieron a sus hijos mayores, David y Bernardino Sánchez Luna. Los acusaron del asesinato de dos vecinos de la comunidad de Zacapexco.

Al día siguiente, los hombres de la comunidad salieron de Rincón de Chautla a Chilapa para tener razones de David y Bernardino. Llegaron al Ministerio Público. En vez de explicaciones, todos los hombres de Rincón de Chautla fueron detenidos. La comunidad se quedó sin hombres adultos y las mujeres se hicieron cargo de todo.

La última historia es la de Felícitas Alejo Teyuco, una maestra de preescolar de 54 años, originaria de Ayotzinapa, municipio de Zitlala, donde sigue sembrando maíz, frijol, calabaza, garbanzo y cilantro.

Desde que ella tenía cinco años, sus padres comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero principalmente para que conociera la misticidad de la tierra y para inculcarle el respeto por ella. En eso estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.

Las seis hijas de la maestra– cinco profesionistas y una estudiante de bachillerato –saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Ahora le enseña la agricultura a sus dos nietos.

Para ella y su familia estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.

SEMBRADORAS significa, entonces, devolver a las mujeres su lugar en el campo.

Las García, también de Apango, cabecera de Mártir de Cuilapan, se encargan de hacer producir su tierra. Fotografía: Angie García

Virginia siembra cada temporal tres hectáreas de maíz en sus tierras de Apango. Fotografía: Salvador Cisneros

 

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La vuelta a la vida de Alejandra Mateos

El caso de Alejandra es el primer caso de violencia de género que se juzga en el estado desde la implementación de la ley 553 de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, aprobada por el Congreso local, desde el 2008.


Texto: Itzel Urieta 

Fotografía: José Miguel Sánchez

25 de noviembre del 2020

Chilpancingo 

 

Alejandra Mateos Jiménez, de 29 años, después de dos horas de audiencia, se quiebra.

Pide a la jueza Tanya Yamel Alfaro Zapata, a través de su abogado, una pausa. No aguanta un minuto más.

La madrugada del 8 de abril del 2018 pudo ser asesinada.

Sobrevivió y acusó a Víctor Manuel Enríquez Lezama, su novio durante 54 días, de intento de feminicidio.

Por eso, Alejandra Mateos, hoy 5 de marzo del 2020, está en este Juzgado de Guerrero, sentada frente a la jueza.

Es el primer caso de violencia de género que se juzga en el estado desde la implementación de la ley 553 de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, aprobada por el Congreso local, desde el 2008.

La aplicación de la ley nunca ha sido expedita y, la justicia, menos.

La primera audiencia de Alejandra contra su agresor fue el 19 de febrero del 2020. La jueza dictó entonces una sentencia condenatoria de seis años y seis meses de prisión a Víctor Manuel. El acusado apeló.

Alejandra ha escuchado durante unas dos horas la lectura de todo el expediente porque así lo pidió el agresor. La jueza lee una, dos, tres, innumerable número de veces, los detalles de lo que pudo ser la última noche de Alejandra.

A Alejandra la franquean el abogado de oficio José Miguel Rosete Rodríguez y un representante de la Agencia del Ministerio Público.

El hombre que la conquistó pero en el día 54 de su noviazgo intentó matarla también está aquí. Víctor Manuel Enríquez Lezama tiene la compañía de dos abogados.

La jueza tiene enfrente a quien se salvó de morir y a quien quiso asesinarla.

En la sala hay público. Hay mujeres de colectivas que acompañan a Alejandra. Su caso es importante para la lucha feminista. El público ve de frente a la jueza. De Alejandra, Víctor Manuel y los abogados, sólo sus espaldas.

La víctima está a la derecha, el agresor a la izquierda. Cuando voltean a los costados, parcialmente, se pueden apreciar algunos rasgos y gestos de sus rostros. Alejandra se seca las lágrimas. Víctor Manuel se mira imperturbable.

La justicia también es fría. La Sala Uno del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) es la mejor prueba. El aire acondicionado está al máximo de su capacidad. Dice el personal que la jueza Tanya Alfaro así lo pide. Los querellantes, sus abogados y el público se aguantan.

Cuando Alejandra se quiebra, dice algo al oído de su abogado y éste pide permiso para interrumpir la audiencia.

La jueza Tanya Alfaro contesta con rudeza.

-No es necesario que la víctima esté presente, se puede retirar.

Alejandra, antes de Víctor Manuel Enríquez Lezama

A Alejandra, la vida le sonreía. Conoció a Víctor Manuel cuando comenzaba su cosecha de logros.

Estudió la Licenciatura en Gastronomía, y una especialidad en cocina mexicana y cocina del mar, en Puebla.

Cuando terminó regresó a Guerrero a hacerse cargo de la empresa familiar, un lugar famoso de tacos al pastor, dentro del mercado de San Francisco.

Diseñó la marca familiar. El negoció florecía. Ella recibía alrededor de 15 a 20 mil pesos mensuales por su trabajo, un ingreso que le permitió independizarse.

Rentó un departamento y lo amuebló.

EL divorció de su mamá y su papá fue un momento amargo, pero para entonces ya estaba superado, y la relación con sus progenitores, restablecida.

Alejandra tiene dos hermanos. Es la única hija del matrimonio Mateos Jiménez.

Una alerta no tan pequeña

Alejandra y Vïctor Manuel se conocieron porque tienen amigos en común. Se veían en las fiestas familiares, hasta que un día, convivieron. Fue el 14 de febrero del 2018. De ahí se empezó a tejer una relación.

Salieron juntos a varias fiestas, aunque esto pasó en un momento delicado en la vida de Alejandra porque ella se recuperaba de la operación de un fibroma.

De esos 54 días de novios, Alejandra recuerda que Víctor Manuel se portó siempre bien, cariñoso y tenía un trato respetuoso.

Sólo una ocasión pasó algo que no encajó con esta forma de ser.

Un día, por cansancio, Alejandra se durmió durante el día, y cuando despertó vio que tenía como unas 40 llamadas perdidas de Víctor Manuel.

Al mismo tiempo, le tocaban a su puerta de forma desesperada. Abrió. Era Víctor Manuel con un gesto de enojo.

–¡¿Por qué no me contestas, Alejandra?¡ –le reclamó fuera de sí.

–Estaba durmiendo, ¿Qué pasó? –le respondió con calma.

–Como no me contestabas me preocupé, pensé que te había pasado algo, –le reviró.

Alejandra pensó que quizá si estaba así por preocupación.

“No lo vi tan alarmante, porque sí pensé que pudo haberse preocupado por lo de mi operación, pero hasta ahora lo veo que si fue bastante raro”.

Alejandra recuerda que después de eso, Víctor Manuel le pidió pasar al baño. Se metió hasta el fondo del cuarto y vio que él se metió como a buscar algo.

Ahora tiene la certeza de que su ex novio entró a cerciorarse de que estaba sola en el departamento.

Día 54

El 8 de abril del 2018, Alejandra y Víctor Manuel fueron a comer pozole a Mochitlán, cabecera del municipio del mismo nombre, a unos 40 minutos de Chilpancingo, acompañados de amigos y amigas de él. Era un jueves.

En toda la entidad guerrerense, los jueves de pozole verde son días de fiesta, de mezcal y de cerveza. Las sobremesas se prolongan hasta entrada la noche, también es habitual que la tarde de pozole, mezcal y cervezas continúe en un botanero, un bar, o una disco.

Después del pozole en Mochitlán, Alejandra, Víctor y los amigos de él, regresaron a Chilpancingo. Estaban felices y acordaron continuar la fiesta en el bar La Condesa, ubicado al sur de la ciudad. Víctor Manuel encontró en el bar a otras amigas y se puso a platicar con ellas, como si Alejandra no estuviera ahí.

Alejandra aguantó un largo rato lo que parecían filtreos de su novio con una de las amigas, después dijo que se retiraba y se salió del bar. Eran los primeros minutos del 8 de abril. Víctor Manuel la alcanzó en el estacionamiento. Ahí comenzó a jalonearla y a insultarla. La acusaba de que era ella la que estaba coqueteando con uno de sus amigos.

Víctor Manuel es un tipo alto y fornido. Tiene alrededor de 1.80 metros de estatura y unos 90 kilos de peso. Alejandra es baja, no llega a 1.60 metros y, en ese entonces, pesaba alrededor de 55 kilos.

Fácil, la subió al auto con fuerza, pero ella fue la que terminó conduciendo porque Víctor Manuel estaba demasiado ebrio.

Alrededor de la una de la mañana del 8 de abril llegaron al departamento de ella. Víctor Manuel se metió con el pretexto de que necesitaba ir al baño. Adentro siguió agrediéndola.

Víctor Manuel le preguntaba a Alejandra que con quién lo engañaba. Le preguntaba y la cacheteaba. Alejandra tenía algunas botellas de vino en su casa y cervezas en el refrigerador. Víctor Manuel las empezó a abrir y a tomárselas. Seguía tomando, golpeándola e insultándola.

Cuando terminaba una botella las aventaba contra la pared. Hizo lo mismo con perfumes que él le había regalado.

Le decía que no se iba a librar de él fácilmente, porque en esos días de noviazgo ya había invertido mucho dinero en ella, en los regalos que le hacía y en llevarla a comer y a divertirse.

También la manoseaba. Le metía los dedos en la entrepierna y se olía las manos, y le decía que le daba asco.

La desvistió e intentó violarla, agarró su cuerpo y la azotó contra la pared. Ya casi desfallecida, la tiró en la cama, en donde intentó estrangularla con una sábana.

Los detalles de la agresión, los escuchó Alejandra durante las cuatro horas que duró la audiencia del 5 de marzo del 2020, en la que la jueza Tanya Alfaro ratificó la sentencia de seis años y seis meses de cárcel contra Víctor Manuel, dictada en la audiencia el 22 de febrero.

“Dicen que en esos momentos ves pasar tu vida. Yo vi a las personas por las que no me quería morir, no quería ser una más en la estadística”, contó Alejandra en una entrevista posterior a esta audiencia.

Alejandra sentía que la vida la abandonaba. Vio a sus seres queridos. Vio el rostro de su padre, de su madre, de sus amigos de la infancia. Sentía que este era su último instante y no quería que fuera así.

Ella, una mujer independiente, decidida, iba acabar como un número, una estadística.

De pronto Víctor Manuel dejó de apretar su cuello. Ella, poco a poco, recuperó el aliento y así estuvo por unos instantes. Cuando abrió los ojos, vio que su novio los últimos 54 días, se había quedado dormido.

Se lo quitó de encima, se vistió y salió corriendo de su propio departamento. Su papá vivía cerca y fue a la casa de él a pedir ayuda.

Juzgar con violencia de género

La golpiza de Víctor Manuel ocasionó daños físicos graves en Alejandra. Ella tuvo lesión en las vértebras del cuello por el estrangulamiento, situación por la que estuvo 22 días inmóvil. Víctor Manuel también le rompió la nariz y las costillas. Además de que todo el cuerpo presentaba hematomas.

Su padre no observó las lesiones con las que llegó a Alejandra en la madrugada del 8 de abril. Todavía no amanecía. Al día siguiente, la vio bien y se alarmó.

Sin embargo, fueron su mamá y el hermano mayor de Alejandra, los que la convencieron de acudir al Ministerio Público a interponer la denuncia.

El papá de Alejandra no estuvo de acuerdo en denunciar, porque sentía que era vergonzoso para la familia.

La mañana del 8 de abril, a pocas horas de la agresión, Alejandra Mateos llegó al Ministerio Público a denunciar el intento de asesinato de Víctor Manuel, su ex novio.

“Desde que llegue al Ministerio Público fui revictimizada, lo primero que me preguntaron fue ¿qué hiciste para que te agredieran?

Quien la atendió en el MP fue una mujer.

“Yo conté lo que me pasó y ella lo redactó a su modo”, recuerda Alejandra.

Los hechos, como los dejó escritos la ministerio público, no se podían tipificar como violencia de género.

“La sábana con que Víctor Manuel intentó asfixiarme, como ella redactó los hechos, no fue considerada un arma”.

Alejandra contrató un abogado para que llevaran su caso. Después de unos meses ya no pudo pagarlo, entonces pidió un defensor de oficio y le asignaron a José Miguel Rosete Rodríguez, quien la acompañó hasta la fecha actual del proceso penal.

El caso pasó por dos jueces. Edgardo Mendoza Falcón fue el primer juzgador. Mendoza Falcón difería las audiencias y no juzgaba con perspectiva de género.

“Él quería mediar con las dos partes, o llegar a un acuerdo mutuo. Yo necesitaba que el juez admitiera la violencia de género y así lo juzgara”, dice con firmeza Alejandra.

Finalmente, Mendoza Falcón dejó el caso por cuestiones laborales. Daba clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro) y tenía sobrecarga laboral.

Cuando el intento de asesinato que sufrió Alejandra llegó a manos de la jueza Tanya Alfaro comenzó una nueva etapa en el proceso, ya no se diferían audiencias y Alejandra consideró que la jueza conocía bien la ley 553 y que iba juzgar con perspectiva de género.

Después del último instante

 


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Sin límites. Osbelit: la niña de las manos mágicas

Texto: Beatriz García

Fotografía: Angie García

16 de agosto del 2019

Tixtla

Cinco obras


Las manos de la viejecita muestran los surcos que representan cada paso de su vida, mueve sus dedos ágilmente para entrelazar la palma de zoyate color rojo y natural, es la actividad a la que se ha dedicado gran parte de sus 95 años. Son las manos de la señora Eleuteria Salmerón, las pintó su bisnieta Osbelit con la técnica gis pastel seco.

Así como este cuadro, en dos años la niña originaria de la localidad de Coaquimixco, municipio de Chilapa, ha pintado cuatro más que le representan imágenes cotidianas de su región.

El amor por su gente y su tierra la llevaron a plasmar un primer cuadro con el que comenzó a practicar la técnica gis pastel seco en la corriente hiperrealista. Además, comenzó a poner luces y sombras, como el cuadro de ajos, caracteristicos de la comunidad de Atzacoaloya, que siembran para su venta.

Después Osbelit participaría en una exposición en Tixtla. Llegó una semana antes y durante cinco días decidió pintar una maracuyá partida a la mitad, que muestra cómo su fruto acidulado se desparrama sobre una superficie.

Pero el amor por su familia no podía quedar fuera de sus primeras obras, en gratitud su tercera pintura se la dedicó a su padre, por eso dibujó el rostro de Álvaro García.

Su obra la continuó. Esta vez plasmó una escena que ella misma fotografió en otoño, una mariposa que posa sobre una flor rosa, que en apariencia es similar a una margarita pero en la región es conocida como viuda, y que crece en la zona en esas fechas, además la rodean flores de cempasúchil.

Y su último cuadro tocaba el turno de plasmar manos y pies, y decidió pintar las manos de su bisabuela, en un doble formato comparado a lo que estaba acostumbrada a hacer, con un grado mayor de complejidad por lo que implica hacer este tipo de pinturas, de acuerdo al profesor.

 

Osbelit

Osbelit García Morales tiene 14 años de edad, nació en la Montaña baja en el municipio de Chilapa. Sus padres Álvaro García y Dominga Morales de origen campesino.

Desde muy pequeña sin saber de su talento comenzó a dibujar, fue hasta que cumplió once años cuando a la primaria Mariano Matamoros donde cursaba el quinto grado llegó el profesor y especialista en Artes Plásticas, Saúl Meza García.

Aunque su encomienda en la escuela no era armar un taller de pintura el director Filimón Rojas Muñoz se lo propuso. Aceptó.

Eran cerca de 15 alumnos entre ellos Osbelit que se quedaban después de las clases. El maestro comenzó pidiéndoles letras con estilo.

“Cuando empecé a ver sus trazos digo: oye estos trazos no son ordinarios, a ver van otros y cada vez que le dejaba ejercicios me sorprendía”, recuerda el profesor cuando conoció a Osbelit.

Luego habló con los padres de la niña para decirles del talento de su hija, quienes no negaron en darles su apoyo, pues le firman los permisos necesarios para salir de la localidad y pueda presentar sus obras. O la llevan y la traen.

En estos dos años del taller de pintura sigue sin contar con los materiales necesarios, como lápices, gises y colores, que en su mayoría los profesionales son importados.

Aun con esas limitaciones comenzó Osbelit a trabajar en la técnica de grafito, de inmediato evolucionó a la técnica gis pastel seco con la que sus manos ahora plasman magia.

Ahora no cuenta con gises. La última caja que compró le costó 3,500 pesos y fue gracias a que pudo vender dos de sus cuadros, el de la mariposa y el de los ajos. También, para seguir pintando Osbelit junto con su maestro vio que necesitaba una cámara fotográfica para que ella misma capturara los momentos que quisiera plasmar, por eso gestionaron y lograron que le dieran un Ipad, pero a cambio debe entregar dos obras que aún no ha hecho.

Ahora la pequeña pintora comenzará una nueva técnica, la de acrílico, todavía no tiene el material y tampoco ha ideado qué pintará, pero quiere seguir aprendiendo y creciendo, sueña con algún día estudiar artes.

 

Más talento en Coaquimixco

En Coaquimixco Osbelit es un caso excepcional por el talento que descubrió, pero en la localidad enclavada en la Montaña baja de Guerrero hay más niños y niñas con ese mismo talento.

Incluso la pintora manifiesta que su hermana de 12 años y hermano de 9 años también dibujan y, a su hermano es al que le ve talento; dice que a su edad no dibujaba tan bien como él.

Cuenta que tres de sus primos también dibujan a lápiz, pero ellos no están enfocados en esa actividad.

“Conozco a varios, algunos ya son jóvenes, unos ya están adultos y dibujan muy bonito también. Me gustan mucho sus dibujos, pero igual no se han encontrado a un maestro como yo”, manifiesta.

En el taller de dibujo de la primaria, a la que ya no asiste Osbelit, pues ahora está a punto de cursar su tercer grado de secundaria y al que va ocasionalmente cuando sale de clases, el profesor sigue descubriendo talentos.

El profesor cuenta que Ricardo Rodríguez es otro niño que tiene talento, así como Yair Rojas Castro; recuerda que una vez hicieron un mural y se hicieron tres equipos comandados con los dos niños y Osbelit.

“Hay más obra de gis pastel, hay otra niña que se llama Dania Venegas Marcos, un año menos que ella”, añade.

Pero Marbella es otra alumna que recientemente se graduó, al igual que Cinthya que también tienen talento en la pintura.

Pero en la comunidad no existen más maestros para enseñarles, solo Saúl, y uno de sus sueños de Osbelit es que pudiera haber más por el talento que está surgiendo. Aunque con limitaciones, Osbelit pide a los niños perseguir sus sueños, que no hagan lo que no les guste, no sólo en la pintura sino en otros artes o disciplinas. Mientras que el profesor apuesta que el arte sea un aliciente al problema de violencia que se vive en la región antes que tomar las armas.

“Si queremos pelea contra toda esta pudrición que hay en la sociedad como es la inseguridad, no lo vamos a hacer con armas, tenemos que agarrar el problema y empezar a agarrarlo desde la raíz, pero no trozar sino empezar a formar, empezar a formar a ella”, remató.

Coaquixco como otras localidades de la Montaña baja son carentes de recursos económicos, en muchas ocasiones tienen que trasladarse a la cabecera municipal o salir de esta ciudad en busca de mejores oportunidades.

Las actividades principales de las familias de estas comunidades es el campo, aunque así como la bisabuela de Osbelit buscan en la trenza de zoyate otra entrada económica, aunque por cada rollo de esta, si mucho, reciben cinco pesos.

 

 

 

 

 

 

Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

Sin límites. Nazareth: el ingeniero que hace prótesis y cambia vidas

A sus 26 años de edad, el ingeniero Nazareth ya ha cambiado decenas de vidas. Con su fundación LabMake México, llena de esperanza a personas que necesitan una prótesis, pero no cuentan con los 8,000 hasta los 80,000 pesos que puede llegar a costar una. El joven ha regalado 30, pero sueña en dar miles más.


Texto: Beatriz García

Fotografía: Angie García

Miércoles 14 de agosto del 2019

Chilpancingo


Desde que era niño, Nazareth supo que la tecnología era lo suyo, siempre tuvo inquietud de aprender algo nuevo en la computadora. A los 21 años convirtió esta manía en su forma de vida: descubrió la impresión 3D y comenzó a fabricar prótesis de dedos, manos, antebrazos, y brazos completos para ayudar a personas de escasos recursos.

Nazareth Quetzalcóatl Marino Hurtado ahora tiene 26 años, es originario de Chilpancingo.

La vida del joven corrió a paso veloz. A los 20 años se casó. Eso lo hizo pensar que debía buscar una actividad fija. Mientras estudiaba sistemas computacionales en la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), también trabajaba en la biblioteca de la Facultad de Matemáticas, pero sabía que esta actividad era temporal.

“La prótesis me emocionó mucho, entender cómo a través de la tecnología podías ayudar a la gente. Una vez que entendí cómo ayudar a la gente decidí emprender”, cuenta el joven mientras muestra cómo una de sus máquinas imprime en 3D un muñeco.

Nazareth recuerda que no fue el mejor estudiante en la escuela. No se consideraba aplicado, pero se congratula al pensar que nunca le gustó estar quieto, la creatividad lo acompañaba, también le gustaba hacer deporte.

Siempre ha pensado que es importante ayudar al prójimo. Por ejemplo, alguna vez participó en actividades de la iglesia.

Iba en séptimo semestre de la carrera y decidió dedicarse a hacer prótesis 3D, aunque no sabía cómo juntaría el dinero para comprar las máquinas que requería.


LabMake México

Para la adquisición de su primera impresora 3D, Nazareth tuvo que pedir un crédito de 15,000 pesos a la Uagro. Los pagó en dos años. Pero no fue suficiente, el resto lo obtuvo de un préstamo que le hicieron sus padres.

Sus padres han sido un pilar importante: fueron de los primeros que creyeron en él y su proyecto. El joven, de tres hermanos, considera que esto fue gracias a que nunca les dio problemas, además es autodidacta, emprendedor y altruista.

Siendo autodidacta es como construyó su proyecto. La primera información que tuvo sobre la impresión 3D fue en internet. Desde ahí conoció a otros jóvenes de otros países que ya trabajaban haciendo prótesis, aunque en esto último no tuvo mucho éxito.

Dice que las personas que contactó tuvieron recelo en compartir sus conocimientos. Optó por continuar indagando en la red, viendo videos.

Montó su laboratorio en un cuarto de su casa en obra negra. Comenzó solo. Para tal fin nunca tuvo ayuda de ningún profesor, tampoco apoyo de la universidad. Sólo con lo que le brindó su familia.

El joven comparte que en estos años aprendió cómo se manejan los intereses empresariales, políticos y personales que le impidieron recibir apoyo de otras personas.

En su momento quiso implementar algunos proyectos con el rector de la Uagro, Javier Saldaña Almazán, que, por cuestiones políticas no se pudieron concretar.

“Ellos están más preocupados por temas de infraestructura, de educación. Lo mismo pasó con el gobierno del estado (que encabeza Héctor Astudillo), entregamos prótesis, les doné prótesis y platicamos mucho, pero se hizo poco”, recuerda.

Estas negativas fueron un impulso más en su vida, lo obligaron a salir del país para capacitarse en Estados Unidos y Colombia por su propia cuenta.

También comenzó a dar pláticas sobre el trabajo que emprendía. Cobraba unos 2,000 pesos por charla, dinero que le ayudó a hacer crecer su proyecto, hasta darle forma a la empresa LabMake México.

LabMake México en la actualidad se compone por seis jóvenes que trabajan de forma directa y otros seis de manera indirecta. Cuenta con un estudio de fotografía, un área de programación, área de diseño y un cuarto de máquinas.


Las 30 prótesis

Durante cinco años, LabMake, la única empresa en el estado y la segunda en el país en su tipo, ha producido más de 100 prótesis, entre las treinta que ha entregado y que le permitieron perfeccionar sus diseños.

La primera prótesis que Nazareth hizo fue para un adolescente de Iguala llamado Jesús. La donó. En ese entonces casi no tenía experiencia; sin embargo, la prótesis significó un apoyo para la familia.

Durante los dos primeros años de la empresa, Nazaret donó nueve prótesis de las treinta que ha entregado.

Los precios de estas prótesis van desde los 8,000 pesos hasta los 80,000.

Pero el objetivo de Nazareth es que la empresa dé un servicio integral, no sólo fabricar las prótesis, también pretende enseñar a usarlas y entregarlas. Otro sueño es poder brindar acompañamiento psicológico, de nutrición y rehabilitación, porque debido a la condición de las personas es importante que reciban el apoyo integral.



Fundación LabMake

Para Nazareth es prioritario que sean las personas de escasos recursos quienes adquieran las prótesis: muchas familias no cuentan con los 8,000 pesos que se requieren para comprar la más económica.

Entonces ideó otra forma de poder ayudar a esas familias: apenas en junio registró la Fundación LabMake México. Además capacita a jóvenes en ciencia, da pláticas sobre tecnologías y enseña a chicos sobre la impresión 3D, cómo se programa y cómo se hacen las prótesis para ayudar a más familias.

“A través de la empresa (del mismo nombre) no lo puedo hacer, por eso la fundación se encargaría de esta parte social para ayudar directamente a las familias que no tienen dinero. Hay personas para las que es muy complicado pagar 20,000 pesos”.

En México, recuerda, sólo existen dos empresas que imprimen en 3D de manera profesional, la de él y una en la Ciudad de México.

Cree que su fundación se impulsará con donativos tanto en efectivo como en especie, y con ello podrá seguir cambiando la vida de más familias y jóvenes.

“En la fundación todos serán bienvenidos para aportar su granito de arena y lograr ser voluntarios en una nueva etapa para cumplir la meta de ayudar a 1,000 personas”.


Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

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