Texto: Beatriz García
Foto: José Luis de la Cruz
26 de septiembre de 2021
Chilpancingo
A Saúl Bruno Rosario, padre de Saúl Bruno García, uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos hace siete años en Iguala, lo mató el pasado 22 de agosto la desesperación y la impotencia de no hallar a su hijo, más que la Covid-19, denunció su esposa, Nicanora García González, quien también expuso la falta de acceso a los servicios de Salud que su familia ha vivido aun en su condición de víctimas indirectas.
La diabetes le dio a Saúl luego de la desaparición de su hijo. También padeció de los pulmones y de los riñones, y al final la Covid-19, sin una atención médica adecuada.
Los familiares víctimas de desaparición se vuelven vulnerables a las enfermedades, de esto han hablado integrantes de organismos de derechos humanos que los acompañan en su búsqueda y proceso judicial.
Además, aun cuando las autoridades están obligadas a atender las consecuencias que enfrentan los familiares de un desaparecido, como su estado de salud, no lo hacen, de acuerdo con denuncias de miembros del Centro Regional de Defensa de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón, una de las organizaciones en Guerrero que da acompañamiento a víctimas de desaparición y de desplazamiento forzado.
En este texto sobre la vida y muerte de Saúl muestra las consecuencias de vivir sin saber de sus seres queridos, víctimas de la desaparición forzada. Él duró siete años en lucha.
El estrés excesivo implica un riesgo adicional de desarrollar varios padecimientos, las dolencias de tipo cardiovascular, endócrino y oncológico siempre son multicausales, pero indudablemente el estrés está asociado a todos ellos y genera problemas de psicoinmunidad, es decir, a la forma en cómo los niveles del sistema inmunológico disminuyen por el dolor emocional, explicó el médico y sicólogo español, Carlos Beristáin, integrante del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), en una nota que publicó el periódico La Jornada.
Saúl vivía en Los Magueyitos, municipio de Tecoanapa en la Costa Chica, junto con su esposa, Nicanora y uno de sus hijos.
Por teléfono, después de una llamada a la caseta de Los Magueyitos, Nicanora contó cómo es que ella tuvo que ponerse al frente del movimiento por la aparición de su hijo Saúl y la de otros 42 muchachos.
“La verdad él se puso muy mal –poco después de la desaparición de su hijo–, quedó incapacitado de no poder trabajar. Tenía diabetes”, mencionó.
Nicanora cree que eso pasó por el estrés y la desesperación de no hallar a Saúl, el hijo.
“Yo soy la que ando allá exigiendo la presentación de mi hijo, como le dije un día a mi esposo, lo quiero de regreso, fueron policías quienes se los llevaron, si tanto delito cometieron lo hubieran encerrado y yo hubiera dado la cara por él, la verdad cuando pasó esto, pues, él se puso muy mal, él luego quedó muy mal”, insistió.
La diabetes se le juntó con su desgaste en los pulmones por fumar, y ya no pudo trabajar. Fue uno de los hijos quien asumió sus roles en el campo para mantener la casa.
A Saúl le amputaron dos dedos del pie, luego se le entumían y eso le imposibilitaba salir. También le temblaban los pies. Se atendía por su cuenta en el Hospital General de Ayutla, ubicado a una hora y media de su comunidad.
La salud siguió deteriorándosele a la par que pasaron los años y las búsquedas sin resultado.
Las enfermedades en los padres de los 43 es una situación que han puesto sobre la mesa ante autoridades federales, justamente por ser víctimas y por la atención integral que necesitan, lo explicó el abogado del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, Vidulfo Rosales Sierra.
El mismo presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, le prometió a Nicanora y a sus compañeros del movimiento, es decir, al resto de los padres, que les darían una atención médica integral y para eso los padres debían acudir a los centros de salud, como cualquier habitante de las comunidades.
En Guerrero son recurrentes las denuncias públicas de que en estos centros de salud no hay personal ni medicamentos.
Un año antes de que Saúl falleciera, la Secretaría de Salud le proporcionó, en su calidad de víctima, medicamento para tratar su diabetes.
En estos siete años de movimiento o desde la desaparición de los normalistas en Iguala, el sistema de Salud dio medicamento a Saúl para sus enfermedades unas tres veces, contó Nicanora. Cuando Saúl iba a su centro de salud y no había el medicamento que le recetaban, lo compraba, agregó.
En dos días se apagó la vida de Saúl
El 9 de agosto pasado vacunaron a Saúl contra la Covid-19 y 12 días después comenzó con un intenso dolor de cabeza. Ese sábado 21, un enfermero le tomó la glucosa con un aparato que compró la familia cuando le comenzó la enfermedad, porque en la clínica de la localidad no cuentan ni con un estetoscopio para checar la presión arterial. Saúl tenía elevada la glucosa. Después tomó su pastilla.
Nicanora estaba consciente que su esposo, después de la desaparición de su hijo, no tenía ganas de cuidarse, y comenzaron sus problemas con los riñones, los pulmones y la diabetes.
Llevaba tres años atendiéndose en el hospital de Ayutla, ahí el médico internista le insistía que se cuidara, de lo contrario viviría unos tres años más, y así pasó.
Ese 21 de agosto Nicanora se enteró por su propio esposo, que tiempo atrás, dejó de tomarse las pastillas para la diabetes por la desesperación y tristeza de no saber de su hijo.
Por la tarde volvieron a checarle la glucosa pero empezaba a bajarle de manera acelerada. No pudieron ir de inmediato a la cabecera de Ayutla, porque un viaje especial cuesta 1,000 pesos, además, pensaron su esposa e hijo, o al menos eso quisieron creer, que se estabilizaría.
A la madrugada siguiente, al ver que Saúl no mejoraba, lo llevaron a Ayutla. Eran las tres de la mañana. Primero pasaron con un doctor particular pero no lo quiso atender, les dijo que se fuera al Hospital General de Ayutla; le suministró un medicamento para que resistiera y llegara al nosocomio.
Saúl no resistió mucho, murió a las nueve de la mañana en el hospital general. Ahí le habían hecho la prueba contra la Covid-19 y salió positivo. Uno de los médicos aclaró a la familia que posiblemente resultó positiva la prueba porque no tenía ni dos semanas de que había sido vacunado contra el virus, y la vacuna contiene el virus para generar la reactivación de los anticuerpos.
Para costear el traslado y los gastos médicos, la familia pidió dinero prestado, ninguna autoridad dio apoyo a la familia, los únicos que se solidarizaron fueron los integrantes del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.
A Nicanora el doctor le dijo que tiene desgaste en las rodillas. Han ido dos veces con un doctor particular, porque en el hospital de Ayutla le dijeron que no le pueden dar la atención que requiere. La primera vez que fue a consulta se gastó 5,500 pesos, porque se hizo estudios, y la segunda 3,500 pesos, los únicos que la apoyaron fueron sus hijos, y en estos días tiene que ir otra vez.
La angustia, el dolor y la impotencia, causas de muerte
Aun cuando el acta de defunción de Saúl dice que murió por la Covid-19, Nicanora está segura que más pudo con él la desesperación, la angustia y la impotencia de no hallar a su hijo. Cree que todos estos sentimientos atacaron su cuerpo.
Ahora que Saúl no está, Nicanora está segura de mantearse en la lucha por hallar a su hijo, con todo y el dolor que le causa esta situación, aun cuando tiene problemas en sus pies y sus rodillas.
Todavía recuerda la última vez que don Saúl pisó la Normal Rural de Ayotzinapa, meses después de la noche de Iguala, dijo que nunca volvería a poner un pie en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, porque estaba enojado y no soportaba ver a su hijo en una fotografía por todos lados. “¡Pinche escuela!”, recordó Nicanora que fue la expresión que exclamó.
“Yo le dije, lo siento, como soy grosera, yo lo parí, a mí me dolió y me duele, lo voy a seguir buscando”, expuso la madre de Saúl.
Cada vez que Nicanora llegaba de una jornada de lucha con el resto de los padres de los 43 le preguntaba su esposo qué nueva información traía, ella respondía que nada y de inmediato él le contestaba molesto y triste que para qué iba, porque ella también estaba enferma de los pies, se cansaba y no había noticias, recordó la mujer.
Saúl creía, dijo Nicanora, que “el gobierno” nunca le diría nada sobre su hijo, y que se moriría en la lucha, y así fue. “Él se desesperaba, la verdad”, agregó la mujer.
Nicanora teme que en cualquier momento le aparezca diabetes, como a su esposo, por el dolor e impotencia de no saber de su hijo.
Todo lo que vive la familia del normalista Saúl lo resume el especialista del GIEI, en la misma nota de La Jornada, cuando asegura que al impacto de la desaparición de un familiar y el duelo permanente se le suma la tensión del proceso de búsqueda y la frustración de que ésta no dé resultados, y aunque es imposible señalar de forma directa que el cáncer o la diabetes son resultado de todo ello, el sufrimiento emocional extremo sí debe considerarse como un elemento disparador de enfermedades.
La ilustración tiene su crédito en la parte inferior y fue retomada desde este perfil