María de Lourdes Rodríguez con el tino de su sazón es la pionera de que este pueblo con bosque y clima ideal sea uno de los sitios preferidos para desconectarse de la ciudad
Texto y Foto: Margena de la O
Xocomanatlán
Viernes 6 de junio del 2025
Detrás de que Xocomanatlán, una pequeña comunidad de Chilpancingo con cordilleras y pinos, sea en la actualidad una opción en el municipio para relajarse y degustar comida sabrosa, está María de Lourdes Rodríguez Martínez, una mujer de 75 años que forma parte de las 10 familias originarias de este lugar que hace unos años era un sitio remoto.
A decir verdad, doña Lulú, como la conocen en Xocomanatlán, nunca planeó contribuir a que la cuadrilla en la que nació, creció, se casó y tuvo ocho hijos fuera un lugar para despejarse. “Ahora dicen que es un lugar turístico”, menciona.
Su propósito de hace seis años, cuando comenzó todo, solo era salir del duelo por la muerte de su esposo, Eleuterio Martínez Lorenzo.
El entorno agradable lo facilitó: el verde del bosque, el fresco de todo el año, la neblina al amanecer y al atardecer, el frío de los inviernos y las costras de hielo en los techos de las casas durante esas mañanas. Xocomanatlán está ubicado a 1,885 metros de altura sobre el nivel del mar.
Después que la muerte visitó la casa de María de Lourdes, en enero de 2019, comenzó a parecerle incómoda, al grado de costarle permanecer ahí. Decidió ocuparse en algo para estar fuera gran parte del día. En junio comenzó a preparar comida los fines de semana por si algún foráneo llegaba al pueblo, recordó que cuando estaban los planes de construirles la carretera, los encargados del proyecto no tenían dónde comer, y se ofreció a prepararles de manera voluntaria.
Durante la semana, su hija Maricruz se dedicaba a invitar a sus compañeros de trabajo a que fueran al pueblo a probar los platillos de su madre. Los tradicionales y especiales de su menú son el pozole, la barbacoa y la pancita.
De lunes a viernes, Maricruz vive en la ciudad de Chilpancingo, un lugar de burócratas y universitarios, porque concentra la mayoría de los edificios u oficinas públicas y las facultades de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro). Lo que significa que los fines de semana se vacíe la ciudad y quienes se quedan buscan dónde salir.
Como el propósito de doña Lulú era estar fuera de casa para sacarle la vuelta a los recuerdos, ocupó las galeras de la parroquia del Santo Patrono Santiago Apóstol para convertirlo en un desayunador. Los habitantes del pueblo usan ese espacio para celebraciones patronales o comunitarias. Lo ocupó por casi cuatro años y a cambio lo mantuvo limpio y despejado.
Su emprendimiento coincidió con otros beneficios recientes para Xocomatlán que, en realidad, eran una deuda pública para comunidades de la Sierra de Chilpancingo. Durante el sexenio federal 2012-2018 comenzaron a construir la carretera de Chilpancingo-Jaleaca, la cual cruza por Xocomatlán. El camino les sacudió su condición de aislamiento, porque los conectó a la ciudad por un trayecto de unos 40 minutos.
La distancia entre el centro de Chilpancingo y Xocomanatlán es de apenas unos 24 kilómetros. Una distancia corta, el problema era lo inaccesible del camino. En pláticas con personas del pueblo se supo que hace algunos años, si querían llegar a la capital debían caminar por veredas hasta La Cañada, un punto que les conecta con Amojileca, el siguiente pueblo que conecta con la ciudad.
Amojileca es otro sitio de Chilpancingo donde se disfruta de comida y mezcal tradicional, que está mejor comunicado con la capital, porque hay ruta del transporte público desde hace tiempo.
La caminata les llevaba a los habitantes de Xocomanatlán hasta tres horas y media, recuerda Maricruz. Un poco menos si usaban sus bestias o si sacaban un aventón con los choferes de los camiones troceros, donde transportan los troncos de madera que empresarios compran, cortan y bajan de esas zonas serranas.
En el pueblo no había transporte público. Este servicio es reciente. Transportistas abrieron la ruta Amojileca-Xocomanatlán apenas el 10 de enero del 2024, en pleno auge de la metamorfosis de Xocomatlán.
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Apenas se deja en el camino la colonia PRD de Chilpancingo y hay un cambio en el entorno: los pinos comienzan a asomarse y el clima es fresco. El camino provoca cierta añoranza por lo que era la ciudad. Una de las referencias más grandes de guerrerenses que no son de Chilpancingo era el clima agradable que tenía la capital, siempre fresco y hasta frío para quienes son de las costas.
Después de un rato de camino, el verde del entorno se vuelve más espeso, comienza el bosque que en Guerrero es nombrado y reconocido como la Sierra. Una acompañante intempestiva puede ser la neblina.
Se sabe que es Xocomanatlán porque en la carretera aparecen unas pequeñas casas de madera de gran estética, son cabañas que habitantes originarios, pero de manera principal foráneos, han construido en el pueblo para ofrecer a los visitantes un lugar dónde alojarse. Maricruz cree que eso le dio cierto realce al pueblo.
Este lugar hace poco dejó de ser una comunidad donde solo convivían, si acaso, 10 familias, porque alcanzan a contarse con los dedos de las manos. El último censo oficial indica que son 42 habitantes.
Eso hizo María de Lourdes, contar con los dedos, cuando nombró a las familias y sus emprendimientos: la gente de Alfonso Rodríguez, dedicados a vender queso; la familia que tenían Los Alcatraces, ahora El Edén, ubicado en la Cueva del borrego, atendido por Guillermina Dimas; Los Girasoles, de Guadalupe Rodríguez; La Esperanza, de Esperanza Ramírez. Antes eran Los Cedros, pero sus hijas abrieron sus propios negocios.
Los de La huerta del abuelo, ahora a cargo de Marbella Viguri; la familia de Alicia Rodríguez, quienes venden fruta de la zona en la entrada del pueblo, y la familia del negocio de las rentas de cuatrimotos, que atiende Lucero Martínez.
Los habitantes supieron que cuando el Ayuntamiento de Chilpancingo les hizo la cancha de usos múltiples (trienio 2005-2008) hubo gente de fuera que reprochó a la alcaldía la obra porque no había niñas y niños suficientes para usarla. En el pueblo hay una pequeña casa madera que funciona como escuela de preescolar y primaria atendida por una profesora del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Quienes pueden llevan a sus hijas e hijos a escuelas de Amojileca.
María de Lourdes cree que la apariencia actual de la comunidad, que incluye un pequeña plaza con quiosco, bancas, mesas y sillas, propició que la comunidad sea una de la más visitadas y que sus habitantes ampliarán sus oficios a prestadores de servicios; antes solo se dedicaban al campo, donde siembran maíz, frijol y calabaza, siempre y cuando no sean las fechas heladas. Por el clima en la zona también se da el durazno, la manzana y la pera.
Pero las búsquedas de referencias sobre cómo Xocomanatlán se convirtió en un pueblo de esparcimiento dirigieron a María de Lourdes hace seis años que comenzó a vender comida en las galeras de la iglesia del pueblo.
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Al lado de unas letras a escala en las que se lee Xocomanatlán, ubicadas en parte del perímetro del pequeño zócalo, está el restaurante Santiaguito. Es una galera de madera que permite apreciar todos los cerros y los pinos que rodean la comunidad. Es un lugar donde sirven pozole, barbacoa, pancita, mole, tacos dorados, picadas (una especie de sopes) y otros tantos guisados acompañados de tortillas de maíz hechas a mano recién salidas del comal.
Personas que visitan la comunidad los fines de semana dieron referencia de este lugar para comer sabroso.
Un sábado de mayo pasado, el restaurante era atendido por doña Lulú y su hija Maricruz. Desde hace unos dos años están aquí, en una parte del terreno de su casa; hace poco lo ampliaron para que entraran más personas.
Doña Lulú volvió a casa. Más que sentirse lista por haber superado su duelo, regresó porque sintió cierta presión para dejar las galeras de la parroquia, entiende que es un espacio colectivo y comunitario. Creó uno propio para atender a sus clientes, pero se llevó con ella una parte del contexto de la parroquia, le puso Santiaguito, en honor al patrono del pueblo, del cual es devota.
Santiaguito es uno de varias opciones que hay en el pueblo, tanto de gente de originaria como de foráneos.
Aun cuando reconoce su mérito de ser pionera en la venta de comida tradicional en el pueblo, lo que abrió las puertas a los visitantes, doña Lulú no siente ningún malestar porque el resto de sus paisanos se animaran a hacerlo también. “Cada quien vende lo que hace, ninguno se quita, yo tengo mis clientes”. Le llega gente de diferentes regiones de Guerrero.
Por la efervescencia que generó Xocomanatlán, los foráneos llegaron a abrir negocios de comida los fines de semana, en especial el domingo, el día que más visitantes acuden.
Doña Lulú vende comida toda la semana para atender a los que se quedan alojados en las cabañas de los alrededores, aunque no sean sus clientes directos, o por si alguien llega al pueblo y busca algo de comer. Porque de lunes a viernes Xocomanatlán vuelve a su estado remoto, de unos cuantos habitantes en el esplendor del bosque.