Este es el segundo texto de la serie Sanadoras: la mujer, la salud y lo divino preparado por Amapola, periodismo transgresor para dar cuenta del papel fundamental de las mujeres en las funciones de cuidado a la comunidad
Texto y foto: Marlén Castro
Ilustración: Saúl Estrada
Sábado 9 de marzo del 2024
Chilpancingo
Luis René llega a la casa de Gabriela León, en una colonia al sur de la ciudad conocida como Comunidad Emperador Cuauhtémoc, con dos huevos dentro de una bolsita de plástico. Toca la puerta rústica de madera y pregunta por doña Gabriela.
Gabriela lo espera en su pequeño consultorio, donde hay una ventana chica que ilumina el espacio y tiene varias figuras de mariposas y lagartijas pegadas en las paredes de madera, que hacen pensar en la primavera, la primavera eterna en ese acotado espacio de esa colonia al sur de la ciudad capital.
Luis René, contará después, que viene desde Tijuana, una ciudad de la frontera entre México y Estados Unidos, a que Gabriela lo sane. A Luis René, de 33 años, alto, moreno claro, delgado, se le ve ansioso. La mano que no lleva la bolsita con los dos huevos, la mueve rápido y varias veces.
Gabriela León lo pasa al consultorio. Tiene un escritorio, con dos sillas y una cama de las que usan los fisioterapeutas, también un mueble, como un juguetero, con frascos muy pequeños: son las medicinas que prepara ella misma, a partir de diferentes plantas con propiedades curativas, en otra parte hay una repisa con frascos de vidrio, cada uno, con agua y el contenido de dos huevos. Se ve flotar las dos yemas amarillas. Más adelante contará que esos vasos con los huevos son como los expedientes de sus pacientes.
Luis René ya vino otras veces a consulta. Cuenta que viene cada vez que se siente como ahora, intranquilo, nervioso, sin saber por qué. Lo primero que hace Gabriela es encender una vela. La luz es muy importante.
“Me permite regresar”, explica.
Gabriela León pide los huevos que lleva Luis René. El arranque de la sesión es un ritual. Cada parte de la consulta lo es. El paciente debe cerrar los ojos e iniciar un proceso de inhalaciones y exhalaciones largas y profundas. Estira ambos brazos y alza las manos con un huevo en cada una. Después de la luz, el huevo es lo más importante. El huevo, durante la limpia, recibirá la mala energía que inquieta a Luis René.
La consulta con esta curandera se trata de una limpia de los tres cuerpos: el físico, el almico y el espiritual. Para empezar el proceso, Gabriela pide a las energías del universo, a sus guías espirituales y a Dios, hacerse presentes. También implora al Arcángel Rafael y al Arcángel Gabriel que acompañen a Luis René en este proceso.
Después del ritual para pedir permiso, inicia la limpia, la limpia no es la cura, es para recoger el diagnóstico de los males que tiene Luis René. La sanadora pasa los huevos por cada parte del cuerpo físico del paciente. Por delante y atrás. Desde los pies hasta la cabeza. Recorre centímetro a centímetro las dos piernas y los dos brazos. Llega a la cabeza. Reza todo el tiempo, se dirige a Dios, a su doctora espiritual y a todos los seres de luz que le acompañen para limpiar el cuerpo, el alma y el espíritu de quien acudió en su ayuda.
La penúltima parte de la consulta es abrir los huevos. Las yemas y las claras se convierten en un lienzo en el que quedan escritas las enfermedades del paciente, momento que quedó sólo entre la sanadora y el enfermo.
Cuando Luis René sale del consultorio, afirma, se va tranquilo. “Venir aquí me da paz”.
Curar con ciencia, magia y religión
Desde pequeña, Gabriela León, de 58 años, siempre supo que procedía de una estirpe de sanadoras. Su familia materna y paterna es de Chichihualco, cabecera del municipio de Leonardo Bravo, una población que desde los años de la colonia tuvo la fama de albergar a brujas y brujos.
No sólo desciende de curanderas y curanderos, Gabriela desciende de la estirpe de Los Bravo, una de las familias que abrazaron las ideas de libertad e independencia de la corona española.
Gabriela comenzó a dedicarse a la sanación de otras personas, en forma, como un trabajo para obtener ingresos, hace alrededor de 20 años, pero siempre estuvo inmersa en este mundo de la cura con sustancias extraídas de las plantas, mundo en el que para curar se invocan espíritus y dioses, una combinación de ciencia, magia y religión.
A sus hijas e hijos los curó con remedios extraídos de las plantas. Cuando tenía a sus hijos pequeños, tenía una vecina de Atoyac que le recetaba remedios caseros para curar a sus hijas e hijos. Nunca los llevó a consulta con un doctor convencional.
Una muestra de que Gabriela vive entre lo divino y terrenal es el nombre de su hija mayor, Dirce: significa bruja de las profundidades del mar. Dirce es su guía espiritual, uno de los seres de luz que invoca cuando va a sanar a alguien. Dirce ya no está físicamente en este mundo, falleció de un infarto cerebral como consecuencia de un parto mal atendido en el Hospital de Partería de Chilpancingo, en 2019, pero su espíritu y energía sigue cerca. Últimamente, cuenta, percibe esa presencia débil. Gabriela cree que eso pasa cuando los espíritus regresan a la tierra en otro cuerpo físico.
La sanadora sugiere hacerse una limpia de forma regular y curarse de acuerdo con el diagnóstico que arrojen los huevos o el agua para mantener sanos los tres cuerpos.
Para estar sanas y sanos, dice, hay que tener pensamientos positivos y rodearse de personas positivas, porque la negatividad atrae malas energías y malas ideas y si se enferma el alma y el espíritu, inmediatamente, se enferma la materia.
“El mejor medicamento es el pensamiento positivo, el sentimiento y nuestras acciones positivas, porque nuestras propias acciones y energías abren puertas. Podemos abrir puertas para el bien o puertas para el mal”, explica.
Las personas rencorosas suelen enfermarse de cáncer, las personas controladoras de la tiroides, las personas amargadas de diabetes, explica.
Gabriela dice que ella no cura, que sólo es un vehículo de los espíritus, que lo que ella tiene es una conexión con ellos.
“Yo misma suelo sorprenderme de diagnosticar enfermedades, a mi me dicen lo que la persona tiene”.
Gabriela también cura a distancia. Tiene pacientes que están en otros estados del país y de Estados Unidos. Con ellas y ellos usa el elemento agua y la luz. Para diagnosticar las enfermedades que tienen, durante nueve días, el paciente debe poner cada noche un vaso de agua bajo la cabecera de su cama y cada día tomarle fotos. Gabriela interpreta las sombras que aparecen en el agua, al cabo de nueve días, el agua del vaso queda limpia.
El agua también es medicina. El paciente debe poner en un vaso la cantidad de agua que cubre cuatro dedos de su mano colocada de forma horizontal, invocar a los seres de luz, a los espíritus y los santos en los que cree y prender una vela cerca del vaso de agua, después de eso, tomar el agua. Asegura que la gente se cura.
Tener una luz cerca es importante, cuando los pacientes no prenden la luz ella puede quedarse “del otro lado”.
Invocar energías no es fácil de sobrellevar. Su familia lo padece. Algunas veces la hallan desmayada en su casa, otras su pareja la escucha hablar dormida en idiomas desconocidos.
Gabriela aprendió de grandes sanadores del estado de Morelos, con quienes está en contacto de forma permanente, quienes conocen a profundidad la herbolaria, el temazcal y la curación esenia, una terapia muy antigua que se basa en el poder sanador de la luz y el sonido.
La sanadora vivió en 2019 otro de los episodios más fuertes que ha enfrentado como persona. Su nieta estuvo desaparecida. Ella pidió ayuda a los espíritus. Dirce, quien llevaba unos días fallecida, guió a la niña de 16 años de regreso a casa. Le dijo lo que tenía que hacer.
Cuando la niña regresó contó que todo el tiempo escuchó a su tía Dirce decirle que no se rindiera.
“Esa fue la prueba de que esas energías realmente existen”.