Texto: Marlén Castro
Fotos: Antonia Ramírez, Marina Romero y Marlén Castro
Ilustracion: Saúl Estrada
Viernes 8 de marzo del 2024
Chilpancingo
Desde la época prehispánica hasta la actualidad existe el predominio de las mujeres en la medicina tradicional, estableció la antropóloga social Sylvia Marcos, estudiosa de los poderes curativos populares en México.
Afirma que este papel de las mujeres en las funciones de cuidado a la comunidad y de intermediación con lo sobrenatural permaneció mucho tiempo en la invisibilidad, por lo que era necesario estudiar el curanderismo con una perspectiva doblemente feminista.
La antropóloga en su estudio Mujeres, cosmovisión y medicina: las curanderas mexicanas, establece que el espacio del curanderismo es una dimensión demarcada y diseñada por las creencias religiosas y la cosmovisión mesoamericana.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo, en Amapola, periodismo transgresor queremos dar cuenta del papel fundamental de las mujeres en las funciones de cuidado a la comunidad, en este caso, en la salud de los habitantes, por eso preparamos esta serie Sanadoras: las mujeres, la salud y lo divino.
Partimos de que las sanadoras existen básicamente en las zonas rurales, sobre todo, las más alejadas, pero las hallamos en las zonas urbanas, incluso en la capital de los estados, donde predominan los hospitales, las clínicas y los consultorios privado de la medicina alópata.
Los servicios de las sanadoras son importantes en las zonas urbanas porque son más accesibles para las personas de escasos recursos. Una consulta con un médico particular con un especialista puede ser desde 300 hasta 1,000 pesos. Los servicios de las sanadoras, en cambio, son desde 50, 100, máximo 150 pesos por consulta. Eso reciben las sanadoras que se entrevistó para esta serie.
La periodista oaxaqueña Diana Manzo, quien tiene documentado el papel de las mujeres sanadoras en la salud de las comunidades en la región del Istmo de Tehuactepec, considera que su función es muy importante porque se trata de un conocimiento ancestral que comparten a las siguientes generaciones y, también, es una forma de fortalecer la identidad y el sentido de pertenencia.
“Las mujeres médicas tradicionales son sabías, saben dónde encontrar las plantas y el uso que tienen. Guardan las semillas. Sus casas son farmacias comunitarias y siempre tienen un té de hierbas que ofrecerte para cada ocasión. Se preocupan por las emociones, son más comprensibles y empáticas con lo que tú necesitas”, indicó Diana Manzo, consultada para esta serie.
En la región en la que documentó el papel de las sanadoras tradicionales dijo que es más común que a los bebés los lleven con ellas que con los médicos convencionales, y las niñas y los niños crecen con buena salud. En esa región, agregó, sobre todo las mujeres que se dedican a la salud, gozan de la aceptación y el respeto del resto de los habitantes.
En las comunidades rurales, el papel de las sanadoras es más importante porque los habitantes viven alejados de los servicios de salud, mientras que las sanadoras son parte de la comunidad y gozan de la confianza de la gente.
Esta serie además de reivindicar el papel de las mujeres en el ámbito de la salud y de reconocer los conocimientos de los pueblos mesoamericanos tan válidos como los conocimientos occidentales es también para desmontar la narrativa estigmatizante en contra de las mujeres dedicadas a la curandería.
La cosmovisión de los pueblos originarios mesoamericanos apela a las divinidades para hacer posible el proceso de la sanación, a la fe y la creencia, subjetividades que niega la ciencia occidental, porque esta ciencia tiene barreras y límites en la comprensión de todos los fenómenos. Como afirma el sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, la ciencia sólo puede explicar los fenómenos que reconoce, no los que ignora, pero que los ignore no quiere decir que no existan y que no sean válidos.
Apelar a los espíritus, a los aires chiquitos y aires grandotes, como lo hace Florencia Tejedor para curar a las personas; a los seres de luz y a los espíritus de sus ancestros como lo hace Gabriela León, o recibir las indicaciones en los sueños, como le pasa a Juana Marcelino, es pisar un terreno incomprensible para una mayoría y es más fácil estigmatizar que entender.
Esta serie se basa en las historias de tres sanadoras: Florencia Tejedor Méndez, de 81 años, una curandera nahua de Apango, cabecera del municipio de Mártir de Cuilapan, en la zona Centro del estado, de Gabriela León Encarnación, de 58 años, en Chilpancingo, capital del estado de Guerrero y de Juana Marcelino Pantoja, de 75 años, de Ocotequila, municipio de Copanatoyac, en la región de la Montaña alta.