Festejo apacible en Acapulco para dejar atrás la furia de Otis y el año 2023

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Texto y foto: Marlén Castro

2 de enero del 2024

Acapulco

 

La cena está lista y le mesa puesta.
Luciana y Diego, de ocho y 13 años, los dos menores de la familia, están bañados y vestidos con sus ropas nuevas, especiales para la ocasión.

Itzel Romero Reyes e Inti Medina Manzano, los dos adultos de la casa; Itzel es profesora de nivel secundaria e Inti, sociólogo, pintor y saxofonista, esperan el momento propicio para iniciar la cena con la que dejarán atrás el año del huracán Otis y comenzarán 2024.
Aunque no lo quieran recordar, Otis está presente. Se los trae a la mente las oleadas de aire fresco que entran libres por las ventanas sin vidrios que rompió Otis y algunos muebles nuevos que compraron para reemplazar los que se llevaron las rachas de sus vientos de 270 a 320 kilómetros por hora.

De alguna forma, este festejo de año nuevo, íntimo, apacible y en su propia casa, también es consecuencia de Otis, de valorar la vida, la familia y lo poco o mucho que poseen.

“Quiero festejar que estoy viva y mis hijos también”, compartió Itzel, mientras preparaba la pasta y la ensalada de manzana con las que complació el antojo de su familia.

Festejar la vida en Acapulco, en este departamento del cuarto piso del Fraccionamiento Las Playas, no es un eufemismo. No, dos meses después, del huracán más intenso que ha tocado Acapulco.

“Creí que íbamos a morir y aquí estamos”, refuerza Itzel mientras llama a todos a la mesa.

“¡Vénganse! ¡Ya está todo listo, ya vamos a cenar!”.

Acapulco al 10 por ciento, o menos

Estos ocho departamentos del Edificio Pelícanos, del Fraccionamiento Las Playas, son un ejemplo de cómo está Acapulco para recibir el 2024.


Se ubica sobre la avenida Adolfo López Mateos, una vía en forma de U invertida que se toma desde la avenida Costera Miguel Alemán y serpentea por varios fraccionamientos construidos al pie de los acantilados que rodean esta parte del océano pacífico. En la cúspide de la avenida se ubica el Hotel Flamingos, una de las construcciones a las que la llamada Perla del Pacífico debe parte de su historia, porque Johnny Weissmüller, el tarzán hollywoodense decidió que aquí seria su guarida y la de varios de sus amigos, todos, actores famosos de la meca del cine mundial.

Enfrente del Flamingos está el hogar de Itzel, de sus hijos y de Inti, su pareja.

Esta zona es parte del Acapulco tradicional, la que dotó a Acapulco de la fama mundial de la que goza hasta la fecha, a pesar de la violencia desatada en sus calles y los múltiples fenómenos meteorológicos que lo azotan cada década.

De sus 36 habitaciones, el Hotel Flamingos sólo tiene habilitadas tres, por lo que tienen unos 10 huéspedes, de acuerdo con lo que contó Miguel Angel Lozano, uno de los empleados de guardia de la hospedería famosa.

Aunque el escenario es hostil, los empleados del Flamingos estuvieron felices porque confirmó su reservación para esta temporada un huésped estadounidense que viene año tras años desde hace por lo menos un par de décadas, a pesar de los daños evidentes en toda la infraestructura. Para los empleados significó la esperanza de que el hotel recuperará su esplendor.

“Nosotros le metimos todas nuestras ganas, porque nosotros mismos estamos haciendo las reparaciones”, cuenta su trabajador de guardia.

Las tres habitaciones disponibles del Flamingos son parte de las 4,500 en todo el puerto en 127 hoteles, de acuerdo con datos publicados por la Secretaría de Turismo en su página oficial, de los que 57 se ubican en la zona tradicional, 54 en la zona Dorada y ocho en la Diamante, instancia que pronóstico el arribo de 10,000 a 15,000 mil turistas.

Los datos son evidencia del nivel de recuperación que alcanzó Acapulco a dos meses y seis días de Otis para la celebración de año nuevo. Antes de Otis, la disponibilidad en Acapulco era de 20 mil cuartos de hotel y de forma sistemática en cada temporada vacacional navideña, el sector turístico se prepara para recibir de 200 a 250 mil turistas.

Para llegar a esta zona del Acapulco tradicional se recorre gran parte de la costera Miguel Alemán, una arteria que sintetiza el bullicio del puerto. Estos últimos días de diciembre del 2023, la costera no fue esa zona tumultuosa y fandanguera característica. Muchas partes de la avenida, hoteles, restaurantes, bares y tiendas de conveniencia, aún muestras los estragos del huracán, aunque algunos comienzan a ser reparados y se ven los andamios colgando en sus alturas, cuando cae la tarde se hunden en una oscuridad profunda, aunque destellan algunas luces que prenden como centinelas.

Algunos espacios y edificios de la avenida que transitan la familia de Itzel e Inti recuerdan que no hace mucho pasó un huracán y todo lo que eso significa. Hay bardas tiradas en el suelo y algunos árboles caídos, aunque en general, es una de las avenidas más limpias de escombros en todo Acapulco, tiene calles laterales con las evidencias al cien por ciento, con montones de cerros de los residuos que volaron por el aire.

Frente al edificio Pelícanos está todo limpio. Sólo la selva muerta del Hotel Flamingos que tienen frente a los balcones principales recuerdan el tamaño del fenómeno meteorológico que los arrasó.

Todos los vecinos recibieron ocho mil pesos del gobierno federal para ocuparlos en la limpieza de las calles y de los hogares, que incluía pagar a gente que se llevara los escombros.

“Nosotros nos cooperamos y pagamos para que se llevaran a tirar toda la basura que teníamos frente a la calle, restos de materiales de construcción, de árboles y los desechos orgánicos, no sé porque en algunos lados no lo han hecho todavía”.

Esos ocho mil pesos para la limpieza los recibieron como a dos semanas del huracán, recuerda Itzel y que se llevaran los escombros frente al edificio costó a los vecinos 3,400 pesos. El dinero salió de esos ocho mil pesos que recibieron para la limpieza.

Los ocho departamentos del edificio Pelícanos tienen sus ventanales de los balcones principales desnudos. Otis se llevó estructuras, algunas de fierro, otras de aluminio y, obvio, hizo añicos los vidrios. Los ventanales están cubiertos de forma improvisada. El ventanal de la casa de Itzel tiene puesto un pedazo de cortina rescatada en la calle días después del huracán. Su vecino, el maestro universitario Hugo Martín Medina, quien también es su suegro, le aviso que una tela tirada en la calle se parecía a su cortina.

“La fui a ver y sí era. Me dije, bueno, la lavo y listo”.

La parte de atrás del departamento, por donde se cuela un gran trozo de la bahía de Santa Lucía, también tiene los ventanales sin vidrios. En la habitación de Diego, los restos de su cama atravesada en el balcón son el obstáculo entre la seguridad y una caída libre de casi ocho metros. Por esta habitación se metió Otis. Todas las cosas de Diego fueron arrasadas: sus libros, cuadernos, juguetes, ropa y muebles. Sólo quedó la base de la cama que ahora tiene la función de barda.

En una de las paredes del departamento hay un pedazo minúsculo multicolor de un resto de papel arrancado de algún otro departamento.

“Otis fue como un tornado, era un remolino de viento que trituró todo lo que arrancaba, como si fuera una licuadora. El departamento aparte de los destrozos quedó con miles de papeles grandes, medianos y minúsculos pegados a las paredes, como ese que no pude quitar”, señala Itzel.
La maestra comparte que sus ventanales aún están sin vidrios porque la demanda disparó los precios y, en su caso, no sabe los demás, prefirió esperar para pagar una cantidad razonable y justa.

Esta familia recibió del gobierno federal 43,000 pesos para la limpieza y reparación de los daños que causó el huracán.
“El primer recurso que recibí fueron los ocho mil para la limpieza, el segundo fue de 17,500 para hacer reparaciones y el tercero fue igual de 17,500, algunos ya no recibieron ni el segundo, ni el tercero porque no comprobaron con evidencias que los emplearon para eso”, explica.

Itzel recibió los 43,000 mil pesos porque llevó fotos del antes y el después y notas comerciales de su inversión. En enero, no sabe aún que día, recibirá los enseres domésticos que forman parte del paquete de apoyos para los afectados por el huracán. En otros hogares de menor poder adquisitivo a esta zona que forma parte de la llamada clase media los recibieron desde hace semanas. A Itzel e Inti eso no los molesta, al contrario, para ellos es bueno que, en otras zonas más dañadas, los apoyos llegaran con prioridad.

Probablemente, la suma entre el dinero efectivo y los enseres sea de alrededor de 60,000 mil pesos por familia, el paquete de enseres incluye un refrigerador, una estufa, una licuadora y un colchón.

“No puedo hacer una comparación sobre estos apoyos recibidos y los que ha habido en otros gobiernos porque no había sido afectada. Puedo decir sobre estos; fue una ayuda enorme, que, de no haberla recibido, no hubiéramos podido salir pronto de esta situación”.

En estos primeros días de enero, los ventanales serán repuestos, Itzel ya pagó una primera parte de su costo. Pronto, en este departamento de la avenida Adolfo López Mateos, Otis será recuerdo y aprendizaje.

Itzel aprendió una lección. Los vidrios de las ventanas no deben ser de una sola pieza, aunque reste ángulo a su vista de la bahía.
Aunque las luces de noche de Acapulco no destellan con la misma intensidad de otros festejos de año nuevo, la bahía desde el cuarto destruido de Diego es impresionante.

El silencio hace más extraordinaria la vista.
“Otros años, este día, hay una cantidad impresionante de gente y mucho ruido: motos, carros, música y cohetes por todos lados”, cuentan Itzel e Inti.

En el edificio hay silencio. Itzel, sus hijos e Inti son la única familia que decidió quedarse en Acapulco y en su departamento a pasar año nuevo. No está en penumbra porque por seguridad los vecinos dejaron sus luces prendidas, pues sus ventanas siguen sin vidrios y Otis arrancó el portón del estacionamiento.

El silencio es otra cosa que agradece Itzel en este festejo de año nuevo diferente.

“Quise festejar así, en pequeño, nomás nosotros, estar tranquilos y agradecer lo que tenemos”, dice Itzel.

Para estos momentos, la pasta, el queso manchego y las aceitunas para acompañar el clericot que preparó para la cena, además de la ensalada, ya desaparecieron de la mesa.

Para completar el festejo sólo falta la gala de pirotecnia, un detalle que da valor agregado a la noche de año nuevo en Acapulco, espectáculo que atrae a cientos de turistas.

“Una luz de esperanza”

“Una luz de esperanza”, así denominó el gobierno del estado al espectáculo de luces que iluminaron el cielo acapulqueño para recibir el 2024.

La noche de pirotecnia es un momento importante para la familia de Itzel e Inti y, probablemente, para cientos de acapulqueños, sobre todo después de Otis.
Después de la cena, cada integrante de la familia se sienta en la sala de la casa sobre unos sillones de tono chocolate recién lavados, en donde se invirtió una parte de los recursos para la limpieza que dio el gobierno federal. El sofá a pesar del agua de lluvia y todos los desechos que sobre el quedaron depositados luce en buenas condiciones. Lo mandaron a lavar y aquí está de nuevo en su segunda oportunidad.

En la pared principal de la sala hay la evidencia de que en esta casa hay un artista. Hay una obra de Inti medina, una pieza de arte abstracto, compuesta de varios fragmentos rectangulares que mi baja comprensión de arte no pudo descifrar. La familia disfruta de dos gatos rescatados en la calle que el cariño convirtió en hermosos felinos, los que maúllan cada vez que de forma esporádica retumba una pirotecnia.

Esta familia, como lo hicieron muchos acapulqueños que tuvieron posibilidades económicas de hacerlo, salieron de Acapulco los días posteriores al huracán, porque el puerto se quedó sin agua, energía eléctrica, internet y desabasto de comida. La gran mayoría se fue a Chilpancingo que, aunque es la capital, es considerada como una ciudad desprovista de atractivos. En cuanto los servicios de agua y energía se restablecieron, los habitantes del puerto retornaron.

Itzel y sus hijos estuvieron en Chilpancingo alrededor de un mes. La niña cursa el tercer año de primaria y el niño segundo de secundaria, ambos, inscritos en escuelas públicas, no retornaron a sus clases en estos dos meses, por los severos daños registrados en los edificios.

Diego y su hermana saben de cómo les fue a sus amigos y amigas sólo mediante comunicación telefónica. Están bien, dicen, pero no los ven desde el 24 de octubre del 2023.

Los menores fueron testigos de un fenómeno meteorológico inédito en Acapulco. A Diego su mamá lo arrancó de la cama cuando escuchó las corrientes de aire que se estrellaban en la ventana.

Ambos se resguardaron los primeros minutos en la sala, en esta sala, en la que el chiflón de Otis, remolió los libros y cuadernos escolares de Diego. Ahora que regrese a la secundaria, Diego no llevará ninguna evidencia de sus dos primeros meses de estudiante de segundo de secundaria y tampoco saben cuándo regresarán.

Mientras hablan de cómo será el regreso a clases dan las 12, la frontera entre el viejo año y nuevo año son sesenta segundos, los suficientes para acomodarse en el mejor espacio del ventanal para ver la pirotecnia de gala en esta noche de Acapulco, desde donde sólo se ve el perfil de la bahía, sin destrozos, en este Acapulco que parece recuperado al cien, o menos.

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