Emilio Barrera, continúa tejiendo la tradición del rebozo

Emilio Barrera continúa tejiendo la tradición del rebozo

 

Texto y fotografía: Luis Daniel Nava 

Chilapa 

 

Emilio Barrera es el último rebocero de Chilapa, Guerrero.

Hace 33 años, la tradición del rebozo se pudo terminar cuando Emilio, entonces un joven de 25 años, pensó en probar suerte en Estados Unidos. Era el único de los cuatro hermanos que le ayudaba en el taller de rebozo a su padre, don Cirilo Barrera.

Esa vez, don Cirilo le dijo que desconocía a qué iba al norte pero que ya estaba grande para saber qué hacer con su vida.

Emilio se despidió de su padre y amigos pero el plan se frustró esa misma tarde. Las personas que lo recibirían avisaron que no había trabajo en aquel país debido a una nevada. Decidió ir a tomarse unas cervezas y regresó a su casa por la madrugada.

Por la mañana, Emilio entró al taller. Don Cirilo trabajaba y al verlo abrió los ojos y la boca sorprendido. Enseguida vino un semblante de felicidad.

–¡Ora qué cosa, cabroncito!, ¡yo ya te hacía en no sé dónde!

–Pues si, fíjese que no se pudo, pero el sábado ahora sí.

–¡Pues órale!, ¿ya almorzaste?

–No, respondió Emilio en plena resaca.

La alegría de su padre detuvo a Emilio de otro intento de partir. Recibió su primer telar de pedal, una redila, dos paquetes de hilo y tres kilos de tinta para trabajar por su cuenta. Desde entonces elaborar rebozos es su oficio. Ahora a sus 58 años es el único rebocero en Chilapa.

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En los años 30 y hasta principios de los 80, Chilapa era la sede de la industria del rebozo de bola en Guerrero, llamado así porque el algodón, su materia prima, venía en bola. Casi 90 por ciento de la población participaba en el proceso de elaboración que va desde deshacer la hilaza, deshilar la madeja en un carrete, encanillar –juntar hilos de la madeja–, teñir, urdir o preparar los hilos para tejer, tejer, atar, repasar y vender.

Los talleres eran propiedad de hombres adinerados que contrataban gente para todo su proceso y ellos se encargaban de su venta, pero también eran de familias donde participaban todos sus integrantes; las viviendas eran pequeñas fábricas y las calles donde se ataba la hilaza talleres comunitarios.

Jesús Meza Pineda, quien ha seguido con atención los cambios sociales en la ciudad, rememora que hace más de 50 años, la sociedad chilapense era muy apegada a la religión católica y vivía en un ambiente sano, de calma. De la casa al trabajo y viceversa, los sábados eran de raya o de cobro y los domingos se asistía a misa en familia.

El rebozo, asegura, era una prenda imprescindible en la vida de los pobladores. Era usado para cargar a los recién nacidos, guardar dinero, ir a misa y hasta para envolver a difuntos. Para las familias de abolengo el rebozo de tejido fino era un accesorio de lujo.

Jesús Hernández Jaimes, profesor de Historia de América Latina en la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que a finales del siglo XVIII en Tixtla y Chilapa se empezó a producir manta en telares, con la ventaja de que en las costas se producía algodón en grandes cantidades.

“Durante la guerra de Independencia, en los meses en que las tropas insurgentes encabezadas por (José María) Morelos estuvieron asentadas en Chilapa, en 1811, se pusieron a producir en todos los talleres mantas para vestir a las tropas. Esta producción se va a extender a lo largo del siglo XIX.

“Mi hipótesis es que aprovechando esa experiencia local en algún momento, por ahí de finales del siglo XIX o principios del XX se introdujo la actividad de los rebozos en Chilapa.

“Y se empezó a producir el rebozo que satisfizo la demanda de toda la región e incluso gran parte de la producción se enviaba a Puebla y a la Ciudad de México”.

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Emilio es el menor de los seis hijos de Cirilo Barrera, dos mujeres y cuatro varones. Las primeras se volvieron profesionistas y de los cuatro que se iniciaron en el taller, dos se hicieron maestros y uno mecánico. Sólo Emilio continuó el oficio al que se adentró a los 13 años.

Cirilo Barrera empezó como tejedor en los 40 en uno de los muchos talleres que existían en Chilapa. Después de los 50 le propusieron realizar el rebozo conocido como acateco o de cocol y a ese se dedicó hasta que falleció a los 71 años.

El acateco, a diferencia del de bola, en el que intervienen unas 10 personas de principio a fin, se puede realizar con la ayuda de hasta una persona. Don Cirilo sólo empleaba a tejedores, él y sus hijos se encargaban del resto.

A más de medio siglo, el taller de don Emilio conserva tres telares: El Bronco, el Gavilán y El Cobarde. Don Cirilo trabajó en El Bronco que se lo había vendido un tío, quién lo recibió de su patrón. El aparato tiene al menos 100 años y está hecho con la madera del pino Ayacahuite.

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Hubo otro momento en que Emilio estuvo a punto de dejar todo. Después de la muerte de su padre en 1998.

Los clientes pensaron que con el fallecimiento de don Cirilo el taller había cerrado. Emilio no sabía dónde vivían. Poco a poco los rebozos se fueron acumulando. Emilio decidió terminar la hilaza y la tinta que le quedaban para dedicarse a otra cosa.

Un día apareció la señora Basilisa Abundis, una cliente de la comunidad de Acatlán radicada en la Ciudad de México.

–¿Con quién puedo hablar?… mira yo le quedé a deber a tu papá 100 rebozos y vengo a pagar, pues. No quiero tener cuentas con difuntos.

–¿Y sigues trabajando?

–Sí, sigo trabajando

–Ahora nomás vine a pagar, no traigo dinero, pero si no desconfías…

Emilio pensó: “¿qué más muestra de honradez que venir a pagar una deuda a un difunto”:

–Si, pues si quiere…

–¿Tendrás 50?

–Sí

–¿100?

–Sí, hasta 200 si quiere

–Le digo que no venía a comprar, nomás me llevo 100.

La comerciante llevó los rebozos a Acatlán y a la Ciudad de México para su bordado. Ahí los clientes se dieron cuenta que se seguían elaborando rebozos en Chilapa y regresaron.

“No, ya pura chingada. Ya no me fui. Ya había chamba y me rete rogaban, tienen una forma muy sencilla de decirte las cosas”, cuenta Emilio.

“Yo ya le fui a amarrar sus patitas a san Dimas para que no te vayas y si te vas para que regreses luego. No nos vayas a dejar, don Cirilito”, le dijo doña Basilisa.

Es la tarde del 16 de octubre del 2021. Emilio escucha de fondo la canción Perdida de Agustín Lara. Descalzo, con un short futbolero y una camiseta del Atlas, se da tiempo de hablar, de deshilar recuerdos, los trae al presente como si ocurrieron ayer.

También muestra las etapas de la elaboración del rebozo y las faldas de acateca. Y hasta cuenta la historia de una bicicleta que le empeñaron. No deja de trabajar y lo hace con gusto.

Tiene dos hijos Emilio de 16 años y José Miguel de 18, quien ahora le ayuda.

“En su descanso le está entrando, me ayuda a tejer, sabe hacer varias cositas, le falta mucho. No lo quiero inquietar tanto por si quiere seguir estudiando pero sino pues aquí en el taller se va a venir quedando”.

 

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