Avispones: De la tragedia del 2014 a la gloria

Avispones: De la tragedia del 2014, a la gloria

Texto: Arturo de Dios

Fotografía: Oscar Guerrero

Chilpancingo 

 

No pudo ser de otra forma. En el límite. En la muerte súbita: en el noveno penal. Hasta la última oportunidad Avispones logró el ascenso a la Segunda División del fútbol profesional en México.

No pudo ser de otra forma, por la simple razón que no conocen otra: la adversidad es algo endémico en este equipo. Este miércoles el juego fue trepidante, Avispones rozaron la victoria y en minutos la derrota les siguió los pasos. Casi todo el primer tiempo lo fueron ganando 2-0, hasta que en los últimos minutos Real Ánimas Sayula, de Jalisco, anotó para reducir la ventaja.

Comenzó la segunda parte y el visitante se fue con todo; vinieron los errores de Avispones. El equipo jalisciense anotó su segundo gol y empató, después el tercero y tomó ventaja. Los de Chilpancingo se desinflaron. El equipo se desorganizó. Comenzó la desesperación: pases equivocados, llegadas sin intención. En el minuto 54 en el área de Real Ánimas Sayula el árbitro marcó penal. La oportunidad esperada para recuperar algo de lo perdido: que el partido, por lo menos, se fuera al alargue.

El número 10 de Avispones, Jesús Dávila, El Killer, tomó el balón, lo colocó en el manchón penal, dio algunos pasos hacia atrás, tomó impulso y pateó. Lo voló. La oportunidad se perdió y el tiempo se convirtió en el rival más peligroso.

En el minuto 80 en un contragolpe de Real Ánimas Sayula el balón pegó en el travesaño. Avispones se salvó de lo que pudo ser el final.

“¡Se necesita un milagro!, ¡se necesita un milagro!”, gritó el narrador en la transmisión en vivo que realizó la agencia de noticias Irza en las redes sociales.

En el minuto 86, el árbitro marcó una falta a metros del área de Real Ánimas Sayula. El portero de Avispones dejó su portería y se fue a arrematar.

“Esperemos que llegue el milagro”, dijo el narrador sin muchas esperanzas.

36 segundos después se cobró el tiro libre: el balón atravesó el área rival y apenas un rozón fue necesario para que el gol llegara. El empate. El alargue. Una nueva oportunidad.

En ese momento en el estadio todo fue estrepitoso: todos se levantaron, gritaron, festejaron.

“¡Milagro!, ¡milagro!”, lanzó un grito desgarrador el narrador.

No pudo ser de otra forma. En el límite. En la muerte súbita: en el noveno penal. Hasta la última oportunidad Avispones logró el ascenso a la Segunda División del fútbol profesional en México. No pudo ser de otra forma, por la simple razón que no conocen otra: la adversidad es algo endémico en este equipo. Este miércoles el juego fue trepidante, Avispones rozaron la victoria y en minutos la derrota les siguió los pasos. Casi todo el primer tiempo lo fueron ganando 2-0, hasta que en los últimos minutos Real Ánimas Sayula, de Jalisco, anotó para reducir la ventaja. Comenzó la segunda parte y el visitante se fue con todo; vinieron los errores de Avispones. El equipo jalisciense anotó su segundo gol y empató, después el tercero y tomó ventaja. Los de Chilpancingo se desinflaron. El equipo se desorganizó. Comenzó la desesperación: pases equivocados, llegadas sin intención. En el minuto 54 en el área de Real Ánimas Sayula el árbitro marcó penal. La oportunidad esperada para recuperar algo de lo perdido: que el partido, por lo menos, se fuera al alargue. El número 10 de Avispones, Jesús Dávila, El Killer, tomó el balón, lo colocó en el manchón penal, dio algunos pasos hacia atrás, tomó impulso y pateó. Lo voló. La oportunidad se perdió y el tiempo se convirtió en el rival más peligroso. En el minuto 80 en un contragolpe de Real Ánimas Sayula el balón pegó en el travesaño. Avispones se salvó de lo que pudo ser el final. “¡Se necesita un milagro!, ¡se necesita un milagro!”, gritó el narrador en la transmisión en vivo que realizó la agencia de noticias Irza en las redes sociales. En el minuto 86, el árbitro marcó una falta a metros del área de Real Ánimas Sayula. El portero de Avispones dejó su portería y se fue a arrematar. “Esperemos que llegue el milagro”, dijo el narrador sin muchas esperanzas. 36 segundos después se cobró el tiro libre: el balón atravesó el área rival y apenas un rozón fue necesario para que el gol llegara. El empate. El alargue. Una nueva oportunidad. En ese momento en el estadio todo fue estrepitoso: todos se levantaron, gritaron, festejaron. “¡Milagro!, ¡milagro!”, lanzó un grito desgarrador el narrador. El tiempo concluyó y llegaron los penales. Como dicen los clásicos todo quedó a la suerte. Al error. La serie comenzó. El 10 de los visitantes tiró y anotó. Luego vino el 10 de Avispones, también anotó. Se redimió. Volvió a anotar el visitante. El número 16 de los locales tomó el balón, lo colocó, se preparó y disparó; lo tiró a media altura y el portero atajó. Otra vez la angustia. Otra vez la adversidad. Otra vez la posibilidad de perder. Llegó el cuarto penal de la serie regular. El número 29 de Avispones, Santiago Flores, un niño de cuerpo escuálido, de 15 años, se paró frente al balón. Miró la portería, se arregló las calcetas con calma, como si no fuera un momento definitivo. Volvió a mirar la portería, se quedó parado. Dio unos pasos hacia atrás y con calma se fue acercando a la pelota. Disparó. Gol. Engañó al portero. El último disparo. El portero de Avispones tomó el balón, disparó y anotó. Vino Real Ánimas Sayula, si lo anotaba todo terminaba. La ilusión del ascenso de Avispones se podría derrumbar. La hazaña se quedaría a un paso. El número 8 de los visitantes se paró frente al manchón penal. El portero de Avispones no había atinado ningún penal. “Ya no eres La Bestia de los penales”, reclamó el narrador al portero por no haber parado ninguno. El 8 se encarreró, disparó y el balón se fue a un lado. Avispones volvió a librar la derrota. “!Milagro! ¡milagro!”, volvió a gritar el narrador. No fue un milagro, pero sí fue suerte porque el portero no tuvo necesidad de meter las manos. La serie regular terminó, quedaron empatados: 4-4. Vino la muerte súbita, en cuanto llegara el primer error todo se terminaba. Siguieron cuatro disparos más, hasta que el número 9 de Real Ánimas Sayula falló, el portero —que en ese momento pocos confiaban— se estiró por completo y metió el manotazo. De nuevo todo estaba en manos de Avispones. De nuevo una oportunidad. Otra vez la victoria se asomaba: si lo metía lograban el ascenso por primera vez en sus 34 años de historia. “La Bestia hizo lo suyo, pero hay que meterla”, gritó de nuevo el narrador con la garganta amarrada. El número 4 de Avispones tomó el balón, es sus pies tenía, tal vez, la última oportunidad. “Vine Edson, el de Azoyú. Cinco, cuatro, tres, dos, uno…goool”, enloqueció el narrador. Enloqueció el estadio. Avispones a la Segunda División. Este partido fue la metáfora perfecta de lo que es el equipo Avispones. La adversidad, la angustia, el sufrimiento. El ir de tras. De que un milagro los salve. De que en el último momento logren el objetivo. Llegar hasta ahí para Avispones no fue sido nada fácil. Recorrieron un camino sinuoso dentro y fuera de la cancha. Lo más complicado estuvo fuera del campo de juego: en las últimas 36 semnas el rival más letal al que se enfrentaron fue la incertidumbre. El sábado pasado perdieron la final del Grupo A de la Tercera División ante Deportiva Venados de Yucatán. La final del Grupo B fue entre Mazorqueros y Real Ánima de Sayula. Este miércoles jugaron por un tercer boleto para el ascenso entre los dos subcampeones de los dos grupos. La asistencia de Avispones a la final en Yucatán estuvo en riesgo: hace unos días no tenían el dinero suficiente para los boletos de avión, el hospedaje y los alimentos de los jugadores, el equipo técnico y los directivos. Al final se logró. Los diputados le entregaron 100 mil pesos para los boletos de avión y a través de colectas y donativos juntaron el resto. “¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué tuvieron que pasar 36 semanas para que nos volvieran a ver? ¿Acaso necesita hacer uno algo extraordinario para que lo volteen a ver?, reclamó el director técnico de Avispones, Arturo Juárez Molina a los diputados locales que ese jueves que les ofrecieron un desayuno como despedida hacia la final que jugó en Yucatán. En diciembre, les dijo el Juárez Molina, estuvieron apunto de dejar la liga por falta de dinero. Pero esa no es la primera vez que les pasa. Hace tres años, Avispones estuvo a punto de quedar fuera de la liga por falta de dinero para pagar la inscripción y el registro de los jugadores. Esa vez el equipo salió a las calles de Chilpancingo a botear para recaudar fondos y juntar los casi 200 mil pesos que le exige la Federación Mexicana de Fútbol (FMF) como inscripción en esa categoría. La falta de dinero está relacionado con hechos de violencia. El primero ocurrió hace casi ocho años. La noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, cuando policías municipales y delincuentes atacaron el autobús donde viajaba el equipo de regreso a Chilpancingo, más de cien tiros quedaron marcados en la carrocería. Esa noche Avispones ganaron 3 a 1 al equipo de Iguala, los jugadores regresaban contentos por su victoria. Sin embargo, en Iguala había una persecución armada contra los normalistas de Ayotzinapa. Cuando iban por el cruce de Santa Teresa, armados y policías municipales les dispararon sin piedad. Asesinaron a David Josúe García Evangelista, un niño de 13 años. Esa noche no jugó, estaba todo planeado para que debutará el siguiente fin de semana. También asesinaron al chofer del autobús, Víctor Manuel Lugo Ortiz. Miguel Ríos Ney, otro jugador, se salvó porque su padre lo sacó de la maleza para llevarlo a un hospital. Después de esa noche, la FMF dictaminó que ningún ayuntamiento podría ser el dueño de una franquicia de un equipo de fútbol de Tercera División. Entonces se constituyó una organización civil para que administrara. El ayuntamiento de Chilpancingo dejó de hacerse cargo del equipo y limitó su participación a apoyos. El otro hecho de violencia ocurrió apenas hace tres años. El 22 de mayo 2019, el presidente del equipo Marco Iván Rodríguez Navarrete fue hallado muerto, con señas de tortura sobre la carretera Tixtla-Chilpancingo, después de haber estado desaparecido dos días. Rodríguez Navarrete se había convertido en el gestor del equipo. Avispones desde hace tiempo funciona en los límites, hace unos años, por ejemplo, un jugador que vive en Chilpancingo gana 500 pesos quincenales; mientras que los foráneos, los que vienen de otros municipios cobran mil pesos, que incluye su pago, más su hospedaje y su alimentación. “Muchas veces no tenemos qué ofrecerle a los chavos, muchos nos cuestionan que el equipo tiene 30 años y no sube de categoría, pero la razón es que mientras no se le invierta no habrá posibilidad de crecer”, explican los integrantes de la asociación civil. La incertidumbre económica se traduce en incertidumbre deportiva, muchas veces por la falta de condiciones, los jugadores, sobre todo los foráneos, se ven obligados a desertar, a dejar el equipo a media temporada. Por esa razón siempre buscan registrar a más de 30 jugadores, para que en media temporada el equipo no se desarme. Avispones no tiene estadio; juegan en el Polideportivo de Chilpancingo, que es propiedad del gobierno de estado, pero todo lo que ingresa cuando juega el equipo cada quince días en entradas y en la venta de bebidas, nada se les queda. “Es momento de celebrar, esto demuestra que en Guerrero sí queremos salir adelante, sí queremos triunfar, pero en nuestra realidad es muy difícil, sin apoyo es muy complicado”, dijo el narrador en un tono mezclado de alegría, coraje, nostalgia. Y sí, es momento de celebrar, porque pronto volverá la incertidumbre y la adversidad a Avispones.

El tiempo concluyó y llegaron los penales. Como dicen los clásicos todo quedó a la suerte. Al error.

La serie comenzó. El 10 de los visitantes tiró y anotó. Luego vino el 10 de Avispones, también anotó. Se redimió. Volvió a anotar el visitante. El número 16 de los locales tomó el balón, lo colocó, se preparó y disparó; lo tiró a media altura y el portero atajó. Otra vez la angustia. Otra vez la adversidad. Otra vez la posibilidad de perder.

Llegó el cuarto penal de la serie regular. El número 29 de Avispones, Santiago Flores, un niño de cuerpo escuálido, de 15 años, se paró frente al balón. Miró la portería, se arregló las calcetas con calma, como si no fuera un momento definitivo. Volvió a mirar la portería, se quedó parado. Dio unos pasos hacia atrás y con calma se fue acercando a la pelota. Disparó. Gol. Engañó al portero.

El último disparo. El portero de Avispones tomó el balón, disparó y anotó. Vino Real Ánimas Sayula, si lo anotaba todo terminaba. La ilusión del ascenso de Avispones se podría derrumbar. La hazaña se quedaría a un paso.

El número 8 de los visitantes se paró frente al manchón penal. El portero de Avispones no había atinado ningún penal.

“Ya no eres La Bestia de los penales”, reclamó el narrador al portero por no haber parado ninguno.

El 8 se encarreró, disparó y el balón se fue a un lado. Avispones volvió a librar la derrota.

“!Milagro! ¡milagro!”, volvió a gritar el narrador.

No fue un milagro, pero sí fue suerte porque el portero no tuvo necesidad de meter las manos.

La serie regular terminó, quedaron empatados: 4-4. Vino la muerte súbita, en cuanto llegara el primer error todo se terminaba. Siguieron cuatro disparos más, hasta que el número 9 de Real Ánimas Sayula falló, el portero —que en ese momento pocos confiaban— se estiró por completo y metió el manotazo.

De nuevo todo estaba en manos de Avispones. De nuevo una oportunidad. Otra vez la victoria se asomaba: si lo metía lograban el ascenso por primera vez en sus 34 años de historia.

“La Bestia hizo lo suyo, pero hay que meterla”, gritó de nuevo el narrador con la garganta amarrada.

Avispones: De la tragedia del 2014, a la gloria

El número 4 de Avispones tomó el balón, es sus pies tenía, tal vez, la última oportunidad.

“Vine Edson, el de Azoyú. Cinco, cuatro, tres, dos, uno…goool”, enloqueció el narrador. Enloqueció el estadio.

Avispones a la Segunda División.

Este partido fue la metáfora perfecta de lo que es el equipo Avispones. La adversidad, la angustia, el sufrimiento. El ir de tras. De que un milagro los salve. De que en el último momento logren el objetivo.

Llegar hasta ahí para Avispones no fue sido nada fácil. Recorrieron un camino sinuoso dentro y fuera de la cancha. Lo más complicado estuvo fuera del campo de juego: en las últimas 36 semnas el rival más letal al que se enfrentaron fue la incertidumbre.

El sábado pasado perdieron la final del Grupo A de la Tercera División ante Deportiva Venados de Yucatán. La final del Grupo B fue entre Mazorqueros y Real Ánima de Sayula. Este miércoles jugaron por un tercer boleto para el ascenso entre los dos subcampeones de los dos grupos.

La asistencia de Avispones a la final en Yucatán estuvo en riesgo: hace unos días no tenían el dinero suficiente para los boletos de avión, el hospedaje y los alimentos de los jugadores, el equipo técnico y los directivos.

Al final se logró. Los diputados le entregaron 100 mil pesos para los boletos de avión y a través de colectas y donativos juntaron el resto.

“¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué tuvieron que pasar 36 semanas para que nos volvieran a ver? ¿Acaso necesita hacer uno algo extraordinario para que lo volteen a ver?, reclamó el director técnico de Avispones, Arturo Juárez Molina a los diputados locales que ese jueves que les ofrecieron un desayuno como despedida hacia la final que jugó en Yucatán.

En diciembre, les dijo el Juárez Molina, estuvieron apunto de dejar la liga por falta de dinero.

Pero esa no es la primera vez que les pasa. Hace tres años, Avispones estuvo a punto de quedar fuera de la liga por falta de dinero para pagar la inscripción y el registro de los jugadores.

Esa vez el equipo salió a las calles de Chilpancingo a botear para recaudar fondos y juntar los casi 200 mil pesos que le exige la Federación Mexicana de Fútbol (FMF) como inscripción en esa categoría.

La falta de dinero está relacionado con hechos de violencia.

El primero ocurrió hace casi ocho años. La noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, cuando policías municipales y delincuentes atacaron el autobús donde viajaba el equipo de regreso a Chilpancingo, más de cien tiros quedaron marcados en la carrocería.

Esa noche Avispones ganaron 3 a 1 al equipo de Iguala, los jugadores regresaban contentos por su victoria. Sin embargo, en Iguala había una persecución armada contra los normalistas de Ayotzinapa.

Cuando iban por el cruce de Santa Teresa, armados y policías municipales les dispararon sin piedad. Asesinaron a David Josúe García Evangelista, un niño de 13 años. Esa noche no jugó, estaba todo planeado para que debutará el siguiente fin de semana. También asesinaron al chofer del autobús, Víctor Manuel Lugo Ortiz. Miguel Ríos Ney, otro jugador, se salvó porque su padre lo sacó de la maleza para llevarlo a un hospital.

Después de esa noche, la FMF dictaminó que ningún ayuntamiento podría ser el dueño de una franquicia de un equipo de fútbol de Tercera División. Entonces se constituyó una organización civil para que administrara.

El ayuntamiento de Chilpancingo dejó de hacerse cargo del equipo y limitó su participación a apoyos.

El otro hecho de violencia ocurrió apenas hace tres años. El 22 de mayo 2019, el presidente del equipo Marco Iván Rodríguez Navarrete fue hallado muerto, con señas de tortura sobre la carretera Tixtla-Chilpancingo, después de haber estado desaparecido dos días.

Rodríguez Navarrete se había convertido en el gestor del equipo.

Avispones desde hace tiempo funciona en los límites, hace unos años, por ejemplo, un jugador que vive en Chilpancingo gana 500 pesos quincenales; mientras que los foráneos, los que vienen de otros municipios cobran mil pesos, que incluye su pago, más su hospedaje y su alimentación.

“Muchas veces no tenemos qué ofrecerle a los chavos, muchos nos cuestionan que el equipo tiene 30 años y no sube de categoría, pero la razón es que mientras no se le invierta no habrá posibilidad de crecer”, explican los integrantes de la asociación civil.

La incertidumbre económica se traduce en incertidumbre deportiva, muchas veces por la falta de condiciones, los jugadores, sobre todo los foráneos, se ven obligados a desertar, a dejar el equipo a media temporada.

Por esa razón siempre buscan registrar a más de 30 jugadores, para que en media temporada el equipo no se desarme.

Avispones no tiene estadio; juegan en el Polideportivo de Chilpancingo, que es propiedad del gobierno de estado, pero todo lo que ingresa cuando juega el equipo cada quince días en entradas y en la venta de bebidas, nada se les queda.

“Es momento de celebrar, esto demuestra que en Guerrero sí queremos salir adelante, sí queremos triunfar, pero en nuestra realidad es muy difícil, sin apoyo es muy complicado”, dijo el narrador en un tono mezclado de alegría, coraje, nostalgia.

Y sí, es momento de celebrar, porque pronto volverá la incertidumbre y la adversidad a Avispones.

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