Sin información en lenguas indígenas sobre lo que estaba sucediendo y sin atención médica disponible, los pueblos indígenas en Chiapas, que suman 1.6 millones de personas, enfrentaron la pandemia aferrándose a su fe, a la medicina tradicional para paliar los síntomas de la COVID-19 y su filosofía del Lekil kuxlejal (buen vivir).
Texto e imágenes: Ángeles Mariscal / Chiapas Paralelo
Traducción: Pascuala Vázquez, Juan Gabriel
Edición de video: José Raúl Cruz Velazco
YO TENGO UNA PREGUNTA PARA USTED
Domingo García Moreno, un anciano de la región Chi’ch, escucha paciente las preguntas que le formulo, con ayuda de la traducción de Pascuala Vázquez Aguilar; me responde, pero a la primera oportunidad, revira: “yo tengo una pregunta para usted, ¿hay una cura para esta enfermedad (COVID-19)? ¿La inyección (vacuna) es una cura para esta enfermedad, o no lo es? ¿Cómo se crean las inyecciones?”.
Platicamos en la habitación que sirve como lugar de reunión de quienes conforman el gobierno comunitario (autónomo) en el municipio de Chilón. Por las ventanas se distinguen las montañas, árboles de más de 30 metros de altura en distintos tonos de verde que se extienden hasta donde alcanza la vista.
Para llegar acá, hay que recorrer 46 kilómetros desde la cabecera municipal de Ocosingo, en la zona norte del estado de Chiapas, entre impenetrables paisajes de selva.
Miles de indígenas sobrevivieron al COVID con sus propios recursos, con plantas medicinales que da la tierra
En los primeros meses después del inicio de los contagios en Chiapas, ninguna información sobre el virus SARS-CoV-2 o la COVID-19 llegó a este lugar donde más del 97 por ciento de la población habla la lengua indígena tseltal.
De hecho no hubo información suficiente en alguna de las cinco lenguas maternas -tseltal, tsotsil, zoque, ch´ol, tojolabal- que tres de cada diez personas hablan en el estado de Chiapas, al sur del país. Se creó un vacío de información que sigue impactando a poco más de 1.6 millones de habitantes de los pueblos indígenas originarios, incluyendo a Domingo García Moreno.
Domingo García Moreno tiene más dudas que certezas, ¿la vacuna evita que se enfermen de COVID?, es una pregunta que no tienen resuelta, porque a sus comunidades no ha llegado información en sus idiomas.
Fue hasta mediados de abril de 2020, mes y medio después de los primeros contagios en Chiapas, cuando la Secretaría de Salud difundió, en forma de orden, un único mensaje traducido al tseltal: Quédate en casa, “Ayan me ta ana ma xlok´at”.
A este mensaje le siguió un video en la plataforma Youtube, con imágenes y contextos urbanos donde se pedía a la población indígena lavarse las manos y mantener distancia entre personas. Sin embargo en Chiapas, en ese momento, sólo el 17 por ciento de la población tenía acceso a internet; en las zonas rurales e indígenas este porcentaje puede llegar a cero. El impacto de ese video se puede cuantificar: para el 1 de noviembre de 2021 únicamente registraba 233 reproducciones.
Después se colocaron anuncios en la página web de la Secretaría de Salud y otras dependencias de gobierno. En 2021 inició la campaña de vacunación, donde se hablaba del riesgo de muerte para quienes no se vacunaran; fueron mensajes difundidos en medios electrónicos, que giraron en torno al temor, y no a la explicación científica del origen y el por qué de la vacuna.
Por ello, a casi dos años del inicio de los contagios, las comunidades indígenas se siguen haciendo las mismas preguntas sobre las que no han recibido respuestas, ni siquiera parciales, por parte del gobierno mexicano: ¿qué es lo que hasta ahora se sabe del origen de la pandemia?, ¿cuáles han sido las afectaciones que han dejado los contagios?, ¿cómo se crearon las vacunas?, ¿las vacunas van a evitar que las personas enfermen, o mueran?, ¿cuándo acabará la pandemia?
Igual que en todo el mundo, la necesidad de saber es latente para las personas de la región Chi´ch, ubicada en la selva de Chiapas, “yo tengo una pregunta para usted”, es el planteamiento que recibo de Domingo García Moreno, de Antonio Vázquez Cruz, de Manuela Hernández Álvaro, y de otros indígenas tseltales de la zona.
Pascuala Vázquez Cruz tiene 65 años y es Cuidadora de la Madre Tierra, uno de los cargos más relevantes dentro de la cultura tseltal, y quiere saber “si esta enfermedad se va a acabar o no, porque a veces decimos que esta enfermedad fue creada, pero queremos saber si fue creada o no, porque no sabemos. Solo Dios sabe cómo vino esta enfermedad”, reflexiona para sí misma.
Pascuala Cruz tiene el cargo de Cuidadora de la Madre Tierra, su nieta y su hija heredarán su sabiduría para cuidar a la comunidad
AHÍ DONDE ENTRÓ LA DUDA
El vacío informativo fue ocupado por la desinformación, que incrementó la desconfianza hacia las autoridades y las vacunas anti COVID. Para finales de octubre de 2021, las cifras oficiales sobre el avance de la vacunación en Chiapas, en el distrito de Ocosingo, donde se encuentra la zona tseltal, indican que únicamente el 29 por ciento de la población se ha vacunado, en contraste con otras regiones de población mestiza donde se alcanza el 76 por ciento.
Manuela Hernández Álvaro se sienta en la entrada de la construcción que sirve de oficina al Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio (MODEVITE) en el poblado Centro Chi´ch, desde donde refiere que hubo un trato desigual de las autoridades hacia los pueblos indígenas.
“La información en la comunidad no hubo, yo me enteré de las vacunas por medio de la televisión, pero cuando la vacuna vino a la comunidad, ya había la información de que la vacuna sólo nos iba a matar”, dice en relación a rumores y noticias falsas que se extendieron en el estado transmitidos por mensajes de WhatsApp, que llegaron a los teléfonos celulares de algunos jóvenes que, a la primera oportunidad de conectarse a internet, revisaban sus redes sociales. Al regresar a la comunidad, esos jóvenes los difundían de boca en boca. Los mensajes con información falsa afirmaban que las personas morirían meses o semanas después de aplicarse la vacuna.
Manuela Hernández Álvaro es una curandera empírica a la que la población que enfermó, consultaba porque ella misma y sus hijos superaron la enfermedad
“Entonces es ahí donde entró la duda, las personas no creyeron y ya no hubo buena información sobre las vacunas. Desde mi punto de vista me puse a pensar que los que estaban vacunados se estaban muriendo, y los que no estaban vacunados también se morían; dije: qué caso tiene si me vacuno o no”, debate Manuela consigo misma mientras va cayendo la noche en las montañas.
Sucede que en las zonas rurales e indígenas la vacunación se empezó a aplicar en el mes de agosto del 2021, cuando se llegaron a acuerdos con la población para permitir la entrada de las brigadas, y coincidió con la llamada tercera ola de contagios en el estado, que sí impactó en las comunidades rurales e indígenas, por eso las personas de la región asociaron la vacunación con las muertes, explica Pascuala Vázquez Aguilar.
Jacinto Álvarez coincide: “desconocemos qué vacuna nos dan, hay temor de las personas cuando van al doctor, porque mucha gente dice que han matado con la vacunación. El temor que hay ahora es que el mes que pasó vinieron a vacunar a la gente y fue cuando muchos murieron; tenemos miedo y dudas de si se puede curar la enfermedad o no se puede curar, tenemos miedo, tenemos dudas; mucha gente recibió (la vacuna) y otras no, muchas gentes que recibieron andan preocupados, de si es para curar o es para matar”.
Antonio Vázquez Cruz, uno de los ancianos de la región, y padre de once hijos, analiza el trato desigual e impositivo de las autoridades hacia los pueblos indígenas, refiere versiones de que se les pretende obligar a vacunarse a quienes son beneficiarios de programas sociales, y habla de los meses en los que les impidieron salir de sus comunidades.
“De la información que da el gobierno no lo creo, porque a nosotros no nos permitieron salir, pero ellos seguían saliendo. Seguían haciendo sus planes y sus proyectos, seguían oprimiendo a los más pobres, y no nos permitían entrar a sus oficinas porque pensaban que uno era el que llevaba la enfermedad”.
Antonio Vázquez, sobreviviente del COVID, reivindica las prácticas agroecológicas y la alimentación orgánica, para mantener el cuerpo sano
UNA ENFERMEDAD QUE CAMINA LENTO
En el poblado Coquiteel, de la región tseltal Chi’ch, cada familia puede contar al menos un contagio, porque aun cuando no ha habido pruebas de confirmación, los síntomas fueron inconfundibles.
Domingo García Moreno, catequista y concejero, explica que durante el primer año de la pandemia, los contagios en la región tseltal no fueron significativos, lo que fomentó el escepticismo hacia la existencia misma del virus, “muchos no creyeron, pero hace dos meses fallecieron muchas personas, las personas afectadas son las que ya tenían edad y las enfermas como de azúcar (diabetes). En la región murieron muchas personas”.
A Manuela Hernández Álvaro se le enfermaron los hijos. “En un principio yo no lo creía, pero cuando mis hijos que están en Ocosingo les pegó la enfermedad, ya no tuve duda. Después me pegó a mí, lo viví en carne propia”. Para Manuela, esta es “una enfermedad que camina lento”.
A Pascuala Vázquez Cruz se le murió su hermana, luego se enfermó ella, y el contagio le vino acompañado de una depresión que la hizo abandonar por algunas semanas sus sembradíos de hierbas medicinales y sus cultivos de flores.
Mientras pone a secar las mazorcas de maíz negro que servirán para la próxima siembra, y revisa la olla de frijol que puso a cocer en el fogón de leña, explica que poco a poco se está reponiendo.
A unos metros de su casa, cinco de sus nietos juegan con unas llantas que colocan sobre la pendiente del camino de tierra, para ver cuál corre más rápido. Luego se encaminan a la pequeña cascada de aguas azul turquesa que se encuentra en la comunidad, se zambullen lanzándose desde la parte más alta, permanecen refrescándose algunos minutos, antes de continuar con las tareas que tienen asignadas.
En la cocina de la familia Álvaro se cocinaron muchos de los brebajes que la población tomó para curarse del COVID
Tomás Luna García y sus hermanos enfermaron, tuvo miedo en su corazón porque pensó que iba a morir. Ahora dice que no quiere salir de su comunidad
La pandemia fortaleció la soberanía alimentaria de las comunidades rurales e indígenas que tuvieron que recluirse.
Uno de ellos también enfermó de COVID-19, dice que tuvo miedo de morir, pero que ahora está muy contento porque la medicina que prepara su abuela lo ayudó a curarse. En la región Chi´ch de Bachajón, en Chilón, como en la mayor parte de las zonas indígenas donde no hay centros de salud cercanos, y los que hay cerraron durante los meses de mayor contagio, porque las autoridades sanitarias consideraron que estos lugares no estaban habilitados para tratar pacientes COVID, las personas aprendieron a atenderse usando su medicina tradicional.
En el interior de las instalaciones del gobierno comunitario del Centro Chi’ch instalaron una sala que sirve como aula, donde recibieron capacitación sobre el uso de la medicina tradicional, sobre las propiedades curativas de las plantas de la región. Prepararon, en una cocina adjunta, infusiones que les ayudaron a aliviar los síntomas.
A medida que la enfermedad avanzaba en la región, este proceso se repitió en cada una de las cocinas de los pobladores de la zona. También encontraron fortaleza en su espiritualidad y en su vida comunitaria.
HASTA LAS IGLESIAS NOS CERRARON
Jacinto Álvaro de Meza recuerda el día en que autoridades del gobierno enviaron a policías para obligarlos a cerrar la iglesia de Centro Chi´ch, ubicado a 46 kilómetros de la cabecera municipal de Ocosingo, en la zona selva de Chiapas.
En la región tseltal Chi´ch, como en muchas otras zonas indígenas del estado, la espiritualidad es el eje que da sentido a la vida comunitaria, porque en los centros religiosos del lugar, no sólo se ora, sino se discute y analiza su realidad tangible. Al pie de los altares donde se colocan imágenes católicas junto a símbolos de la cosmovisión maya, se toman acuerdos que alcanzan a la esfera política, social y organizativa.
La espiritualidad, señalan pobladores de la selva, su cuerpo más que cualquier medicina
La palabra pandemia la escucharon por primera vez en la región a principios de marzo de 2020 -cuando se da el primer contagio en el estado-, a través de las radios comunitarias. Se hablaba de un virus, de China, de contagios, de realidades incomprensibles en esta región donde no existe una palabra que sea la traducción de “enfermedad”; acá la salud es sinónimo de equilibrio entre el cuerpo físico y el espiritual.
El historiador y lingüista tseltal Miguel Silvano Jiménez, explica que desde el mundo occidental la enfermedad tiene un origen externo; en la cultura tseltal la enfermedad se asocia al desequilibrio, que puede venir de la pérdida del ch´ulel o el alma. Aquí la palabra enfermedad se traduce como “el corazón no está contento”.
Para la población tseltal el desequilibrio que provoca que el corazón no esté contento, que el cuerpo tenga síntomas físicos, es multifactorial, y para curar a la persona y llevarla de nuevo a su “lab” o centro, los rituales de sanación empiezan por la visita de la comunidad a la persona afectada, para rezar juntos a sus deidades.
Por ello, una de las primeras medidas que tomó la población, fue reunirse en las iglesias de cada uno de los poblados, para hablar de la noticia y hacer ayuno y oración. “Pedimos a la Madre Tierra y a Dios Padre protección”, señala Pascuala Vázquez Aguilar, una joven del poblado Coquiteel, designada concejala del gobierno comunitario.
“Hicimos el altar maya”, un círculo dividido en los cuatro puntos cardinales: donde sale el sol (la vida), donde se oculta (el inframundo), donde está el tiempo cálido, y donde está el tiempo frío, que es por donde entran las enfermedades, detalla Pascuala Vázquez Cruz, su tía, la Cuidadora de la Madre Tierra.
La población tseltal, que desciende de los mayas, destaca por la articulación que han logrado entre su ser individual, la vida comunitaria, el entorno que llaman Madre Tierra, y la conexión con su espiritualidad, que se refleja en un sincretismo de prácticas y ritualidades.
En la iglesia de Coquiteel, un pequeño poblado a 10 minutos del Centro Ch´ich, el altar maya se coloca enfrente de las imágenes religiosas y el altar católico. A este lugar, Pascuala Vázquez Cruz llevó las flores, el maíz, los frutos y las velas blancas, negras, rojas y amarillas con lo que formó el símbolo sagrado. Aquel día de marzo de 2020, ante el altar maya y las imágenes católicas, los indígenas oraron y ayunaron durante un día y una noche, pidiendo protección.
En las comunidades tseltales de la selva, la población nunca dejó de reunirse, y agradecer la vida con música
En el transcurso de los días siguientes, en la medida que el contagio por el virus del COVID-19 fue extendiéndose casi exclusivamente por las ciudades, el gobierno de Chiapas restringió el tránsito no sólo en los centros urbanos, sino en las comunidades rurales e indígenas, aun cuando en estos lugares los contagios durante las llamadas primera y segunda ola apenas alcanzaron al 0.5 por ciento de la población, según cifras de la Secretaría de Salud.
En Chiapas, a este sector de la población indígena tseltal, descendiente de los mayas, pertenecen más de 300 mil personas; son el más grande y representativo de la región selva.
El gobierno de Chiapas también ordenó cerrar los centros de reunión, entre ellos las iglesias, lo que significó un golpe para la población tseltal, porque para el campesino en general, y para el indígena en particular, es imposible afrontar los problemas de manera aislada, y con mucha frecuencia apelará a la pequeña comunidad, que le da una dimensión de respaldo, protección y fuerza, refiere el sociólogo Antonio Paoli Bolio, quien ha dedicado parte de su vida a conocer y entender la forma de vida tseltal.
“Gobierno no mandó gente a explicar (qué estaba pasando con la pandemia), sólo cerró todo, cerró las dependencias y no dejaron entrar. Gobierno nos hizo cerrar la casa, dijo que no podíamos movernos. Siete u ocho meses no salimos (de la comunidad). También ordenaron cerrar los templos con los policías; pero no explicó. Y no mandó medicamento con que se puede curar, si vas a la casa de salud, no hay doctor”, lamenta Jacinto Álvaro de Meza.
El cierre de los templos y la orden de no reunirse, para la población tseltal significó perder parte de sus ritualidades de sanación.
EL BUEN VIVIR
Petrona Aguilar Ruiz tiene 63 años y el cargo de “Reconciliadora”, que las comunidades tseltales asignan a las personas encargadas de resolver, mediante el diálogo y la conciliación, las diferencias que llegan a existir entre pobladores.
Las personas con el cargo de reconciliadores fomentan el lekil kuxlejal, que se traduce al español como el “buen vivir”, y que gira en torno a la integración armónica entre las personas y su espiritualidad, la comunidad y la naturaleza.
Más que un ideal, el lekil kuxlejal expresa sus valores, sus formas de apreciar la vida, la gente y las cosas, refiere Antonio Paoli Bolio en el libro “Autonomía, educación y lekil kuxlejal: aproximaciones a la sabiduría de los tseltales”.
En ese contexto, la pandemia, la enfermedad que trajo contagios masivos y muertes, significó un desequilibrio de su buen vivir, y una necesidad de afrontar y de entender lo que estaba pasando, en sus causas y escenarios futuros, pero desde su contexto tseltal.
Esta necesidad de entendimiento de acuerdo con su cosmovisión, encontró un vacío en el Estado mexicano, pero abrió paso a la revalorización de su forma de vida y sus saberes, donde se entrelazaron su espiritualidad, sus prácticas agroecológicas, su soberanía alimentaria y la práctica de la medicina tradicional.
No tuvieron suficiente acceso a centros de salud, pero sí infusiones de plantas que fortalecieron sus cuerpos ante los embates del COVID
Petrona asegura que el “estar bien del corazón”, el no tener conflictos y el estar en armonía con la naturaleza, es lo que ayuda a prevenir la enfermedad. “El respeto a la Madre Tierra nos protege de las enfermedades, porque la Madre Tierra, si la respetamos, la cuidamos, no la envenenamos (con agroquímicos), eso nos da una comida sana que fortalece nuestros cuerpos, y así es difícil que nos enfermemos si tenemos una conexión sana con la Madre Tierra”.
Su esposo, Antonio Vázquez, de 68 años, dice que lo que observó, es que quienes enfermaron de gravedad, fue porque “tenían el cuerpo debilitado, porque su alimentación ya está afectada por los químicos, los fertilizantes que le echan a la milpa; su alimentación ya estaba envenenada y su cuerpo estaba débil”.
Él y su esposa también se contagiaron, dice que sintieron que su pecho se oprimía al respirar. Para curarse, rescataron “lo que es nuestra medicina ancestral. Nuestros abuelos no tenían doctor y ellos buscaban cómo curarse con las plantas medicinales. Ahora que no hay médicos y no nos queda más que rescatar lo que nos enseñaron nuestros abuelos, preparamos nuestra planta con jengibre, ajo, cebolla roja, alcanfor…”.
“Pedimos a la Madre Tierra que nos diera las plantas medicinales para curarnos, y que nos siga dando su alimentación, maíz, frijol, café, para fortalecer nuestro cuerpo. Y le pedimos perdón porque hemos fallado de no cuidarla (…) cuidar los árboles, el agua, eso es lo que nos fortalece y hay que cuidarla mucho”.
Para la población tseltal, el lekil kuxlejal es también cuidar al cuerpo, alimentarlo y vincularlo con el mundo de la trascendencia, de tal modo que pueda tener la vida y espíritu buenos, refiere Paoli Bolio.
Jóvenes tseltales pensarían en aplicarse la vacuna antiCOVID, pero aseguran que salir de sus comunidades a los centros de vacunación implica un gasto que no pueden subsanar
En la cocina de Jacinto Álvarez de Meza se empezaron a preparar las infusiones de hierbas para las personas enfermas de COVID-19. Lo mismo en las viviendas de Pascuala Vázquez y Manuela Hernández. “Como la gente vio que me pegó a mí la enfermedad, se acercaba a preguntarme qué me curó, y si ya tenía preparada mi medicina, ya les compartía”, explica Manuela.
En las oficinas del gobierno comunitario del Centro Chi´ch dieron un paso más, y capacitaron a jóvenes para preparar las infusiones y aprender de la pandemia. “Gracias a la hermana Maricela y al médico Gerardo (quienes tienen programas de atención para comunidades indígenas), que estuvieron dando pláticas y talleres de cómo se puede prevenir la pandemia, muchos jóvenes se acercaron a aprender. Se buscó la manera de organizar y dar talleres para aprender a cómo preparar medicamentos para prevenir”.
Aprendieron sobre la pandemia, sobre otras enfermedades de la región, y sobre la medicina tradicional. “Valoramos que sí se puede prevenir, que si no hubiera venido eso (la pandemia), no hubiéramos caminado ese paso. Ahora ya tenemos salud comunitaria (…) está abierto este taller, esa plática para que todos conozcan que sí se puede hacer acercamiento para ver cómo podemos vivir más tranquilamente”.
Con la pandemia, la humanidad entró en crisis, pero al interior de las comunidades indígenas tuvieron al menos dos aprendizajes: el valor de curarse con lo que les da la tierra, y el cuidado de la salud comunitaria, que empieza por el autocuidado y se extiende hacia la conservación de la naturaleza. En estas regiones no es que no murieran por los contagios, sino que mantuvieron los medios de vida.
NOTA. En diversas ocasiones se solicitó una entrevista con el Secretario de Salud de Chiapas, para conocer cuál ha sido la estrategia de comunicación y atención que se ha implementado en las zonas indígenas, durante la pandemia; la respuesta del área de comunicación de la dependencia y del secretario José Manuel Cruz Castellanos, fue que se comunicarían más tarde. No lo han hecho.
* Este texto forma parte del proyecto Covid y Desigualdad de la Red de Periodistas de a Pie elaborado en colaboración con DW Akademie, con el apoyo del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ).