Texto: Marlén Castro, Jesús Guerrero y Margena de la O
Fotografía: Amapola Periodismo
30 de agosto del 2020
Chilpancingo
1
Adriana tiene un hijo y una hija: Santiago y Fabiola.
El lunes 24 de agosto fue el primer día de preescolar de Fabi. La inscribió en el kínder Juan B. Salazar, el que le queda más cerca de su casa, ubicada en la colonia Obrera, al poniente de Chilpancingo. Su primer día de clases fue un programa de televisión a las ocho de la mañana.
Santi inicia el tercer año de primaria. Tiene ocho años y la clase para él fue más tarde, a pesar de ser más grande y con hábitos más adaptados a levantarse temprano para irse a estudiar.
Los facilitadores de los contenidos de preescolar no consiguieron captar la atención de Fabi, la niña dejó el televisor a los 15 minutos y se regresó a la cama.
A las once de la mañana tocó su turno a Santi. Adriana prendió la televisión. Pasó lo mismo con el niño.
Los programas tienen horarios de repetición, así que Adriana ahora grabó los programas para estarlos repitiendo las veces que fueran necesarias.
Fuera de su casa, Adriana tiene un negocio de venta de cosméticos. Durante las horas de la tarde, el negocio estuvo solo porque la mamá estuvo viendo la televisión con sus hijos, para poner pausa, y explicar lo que no entendían.
Fotografía: Oscar Guerrero
2
Edgar empezó su curso escolar de tercer grado de primaria en el mercado Baltasar R. Leyva Mancilla de Chilpancingo, al lado de sus padres, que se dedican a vender frutas en las escalinatas de esta central de abastos.
En los escalones del mercado, Edgar vivirá esta nueva modalidad de estudiar. Desde este lunes que inició el ciclo escolar, cuenta, revisará el teléfono celular de su papá para ver las tareas que les envía su profesor por WhatsApp.
Durante las sesiones se hará un espacio para ir por mandados que le pida su mamá. No puede estar en su casa, dice, porque allá no hay nadie que lo cuide a él ni a su hermanito.
Edgar está inscrito en la escuela primaria José Martí, ubicada en la colonia Caminos, a cuatro cuadras de esta central de abastos. De los cinco días a la semana que iba a la escuela, cuenta, el que más le gustaba era el lunes, por el homenaje a la Bandera Nacional.
–¿Qué es lo que más extrañas de tu escuela?
–Pues, a mis compañeros y a mi maestra –contesta.
–¿Qué hacías en la escuela a la hora del recreo?
–Jugaba fútbol con mis compañeros. Lo que más extraño es jugar en la cancha de la escuela.
Sus padres trabajan en el mercado los siete días a la semana. Venden camotes, tomate, jitomates, huajes, chayotes, piloncillo y hojas de aguacate.
Patricio Sánchez Calderón es el padre de Edgar. Tiene dos hijos, a quienes no podría dejarlo solos en casa y con la televisión encendida.
«Uno no puede arriesgar la vida de sus hijos y, pues, decidimos traerlos aquí al mercado, en donde, por WhatsApp, reciben las tareas y nosotros les ayudamos «, refirió.
Indica que el otro niño entró al kínder, pero que hasta el momento no ha tenido clases.
Patricio, su esposa y dos hijos, viven en una colonia precaria ubicada al oriente de esta capital.
De su hogar salen antes de las siete de la mañana y regresan a las siete de la tarde.
Indica que antes de la pandemia por la Covid-19, a ellos se les facilitaba que sus hijos estudiaran en clases presenciales en dos escuelas ubicadas cerca del mercado.
“Los íbamos a dejar y a traer a la escuela que está aquí cerca y por la tarde los ayudábamos con la tarea”, dice.
Cuenta que para el regreso a clases, esta vez en forma virtual, tuvo que contratar un plan de telefonía celular para que Edgar reciba las tareas y las resuelva.
“Nosotros somos gente que apenas saca para la comida diaria y no podemos darnos el lujo de contratar a alguien que esté en mi casa al pendiente de mis hijos”.
Los menores, sentados en cuclillas, se divierten en este momento observado unas caricaturas infantiles por el teléfono celular.
Fotografía: Jesús Guerrero
3
Gael completó su primera semana de clases como alumno del primer año de primaria de un pueblo de Tecpan, en la región de la Costa Grande, el viernes 28, con un esquema que la maestra improvisó a mitad de la semana: 14 ejercicios enviados por mensajes de telefonía que sus padres fotocopiaron para sustituir los contenidos del televisor.
El lunes a las nueve de la mañana, el niño de seis años se sentó a esperar las clases digitales que forman parte de la nueva modalidad académica que propició la pandemia por la Covid-19. Las dos horas y media de la sesión por televisión, donde hubo algunos intervalos de activación física, arrancaron con una lección sobre música, donde el facilitador de contenido explicó cuáles son las partes de una batería musical.
Desde el primer momento Gael se distrajo con la mujer del recuadro pequeño de la pantalla que explicaba el mismo contenido con lenguaje de señas o de signos. De hecho se lo hizo notar a su mamá, cuando le preguntó quién era y hacía esa mujer.
Karín, la mamá, dice que ella luego notó que Gael no se interesó por las clases que, a su juicio, son contenidos poco atractivos para los niños, como su hijo, que inician su educación primaria.
También cree que mucho influyó el lenguaje de los facilitadores de contenidos, que define cómo poco comprensible. “Ni yo les entiendo”, comenta.
Para el martes, la clase por televisión para Gael comenzó con una explicación sobre las partes del violín, con el misma tono, ritmo y lenguaje que poco lo atrajo el día anterior.
Karín comenta que Gael no ha tenido contacto con estos instrumentos musicales, al menos no de manera profesional, pero para ella ese no es problema. Tampoco lo es el contexto rural de su comunidad, que pudiera alejarlos de esas posibilidad. Sí lo es, dice, la dinámica de los contenidos y el lenguaje de los facilitadores que se dirigen a los niños como si ya fueran sus antiguos alumnos y todo estuviera en el mismo piso de entendimiento.
Otros padres de familia del grupo de la primaria en el que está inscrito Gael comenzaron a quejarse desde situaciones mucho más elementales, como que no podían ubicar los canales de televisión con las sesiones.
La madre de Gael lo supo porque el grupo en WhatsApp que creó la profesora Gisela, encargada de ciclo escolar de sus hijos, funcionó como buzón de queja los dos primeros días de la semana. Karín asegura que en ese tiempo no paró de sonar su celular por las alertas de los mensajes.
Con ese escenario, la profesora decidió usar el grupo de mensajería como el canal para asignar trabajos a los niños en lugar de las clases por televisión.
Karín aclara que la profesora también les dio la posibilidad de que continúen con las clases digitales, pero Gael decidió ya no tomarlas, le entusiasmaron más los ejercicios de las fotocopias, tanto que los terminó desde el jueves por la tarde.
La maestra Gisela, quien es de otro pueblo del municipio, acudirá a la comunidad cada viernes a recoger los trabajos de sus alumnos. Para eso, los padres dejan las tareas con una persona de confianza de la profesora.
Por ahora, éste es el método de clases para Gael y sus compañeros de grupo que aún no conoce, que tranquilizó a los padres, porque, dice Karín, desde el miércoles dejó de escuchar alertas desquiciadas en su celular.
Fotografía: Cortesía.
4
En Atliaca, comunidad de Tixtla, las clases virtuales para estudiantes de nivel básico iniciarán hasta el próximo lunes 31 de agosto, al parecer, porque los niños no han recibido sus libros de texto gratuito.
“Apenas nos van a entregar los libros de texto gratuito para nuestros hijos”, dice Francisco Ríos Ávila, padre de dos niños, unos mellizos que estudiarán el tercer grado de primaria.
El lunes pasado, a través de un altavoz que se escucha en todo el pueblo, los padres de familia supieron que las clases iniciarán hasta la siguiente semana, aunque se auxiliarán, como en todo el país, de los contenidos que el gobierno distribuye por televisión.
Algunos padres, como don Francisco, supone que el retraso de clases en el pueblo tiene que ver con que no les han llegado los libros. “Sólo nos avisaron por el aparato de sonido que los niños deben de tomar clases hasta el lunes”, comenta.
En Atliaca no hay señal de televisión abierta, algunos de sus habitantes tienen acceso a la programación porque contrataron el servicio de televisión por cable.
“Nosotros pagamos 200 pesos mensuales por el servicio de televisión por cable y por esta vía es por la que mis niños van a recibir sus clases”, dice don Francisco.
Sabe que para este ciclo escolar también será complicado para ellos, los padres, porque deberán explicar a sus hijos los contenidos por televisión. “Nosotros no podremos asesorarlos porque no tenemos esa capacidad. No es lo mismo que los niños estén en su aula con la asesoría de su profesor que en casa”, comparte.
Además, “me tengo que ir al campo a trabajar casi todo el día y es mi esposa la que se queda el cuidado de mis dos hijos gemelos”.
Atliaca es una comunidad indígena nahua que pertenece al municipio de Tixtla. Aquí desde el 2008, el gobierno estatal dejó tirada la obra de red de drenaje y planta tratadora de aguas residuales. En algunas zonas de este pueblo corren las aguas negras a cielo abierto.
La alcaldesa de Tixtla, Erika Alcaraz Sosa, comparte en una llamada por teléfono que solicitaría a la Secretaría de Educación en Guerrero (SEG) los motivos del por qué los niños no iniciaron las clases virtuales el lunes pasado en Atliaca.
Lo que sabe es que en Chilacachapa, otra comunidad del municipio, tampoco comenzó el ciclo escolar para nivel básico porque en la comunidad no hay señal de internet ni de televisión abierta.