Lo consideraban una persona sana, aunque en realidad nunca fue a un doctor
Texto: Marlén Castro
Fotografía: Lenin Mosso y Marlén castro
4 de junio del 2020
Tixtla
El domingo 31 de mayo, a Silvestre, de 65 años, lo esperaban sus hijos en Zoquiapa, municipio de Tixtla, luego de seis meses de estar en Sinaloa, a donde se fue a trabajar para tener dinero para lo que resta del año. Salió de su pueblo desde el 14 de diciembre del 2019.
Sí llegó ese domingo 31, alrededor de las ocho de la noche, pero dentro de un ataúd y directamente al panteón para enterrarlo. Murió en el autobús en el que viajaba con otras 44 personas, originarias de tres comunidades diferentes de la zona Centro del estado: Zoquiapa, Chilacachapa, ambas de Tixtla y Xochitempa, de Chilapa. Todas salieron de sus comunidades desde diciembre.
Sus hijos no pudieron darle el último adiós. En esta comunidad, de unos 1,500 habitantes, en la que ya pocos hablan nahua se tiene la creencia de que los familiares directos no deben llevar a un ser querido al cementerio. Ese mismo domingo sólo unas cuantas personas, los yernos y nueras y unos cuantos vecinos acompañaron en el entierro.
Desde entonces, la gente de Zoquiapa vive con miedo. No tienen certeza, lo sabrán en unos días cuando estén los resultados de laboratorio, pero existe la posibilidad de que Silvestre haya muerto de Covid–19.
Desde el domingo que supieron del deceso, los habitantes de Zoquiapa se encerraron en sus casas. La comunidad es ahora un pueblo de calles vacías y casas con puertas cerradas.
El miedo de los habitantes es grande, principalmente porque las personas con las que viajaban, la mitad son menores de edad, fueron aisladas por las autoridades de salud estatal y del municipio, en la Casa del Niño Indígena Texkaltl, ahí mismo en Zoquiapa.
Familia Na Savi de jornaleros migrantes, originarios de Cochoapa El Grande, esperan la salida de autobuses hacia los campos agrícolas. Fotografía: Lenin Mosso.
Ni diabético ni hipertenso, por lo menos no diagnosticado
Marisela es una de los seis hijos de Silvestre. Cuenta que su papá iba a cumplir 66 años este 20 de junio. Sabían que su padre regresaría el domingo, porque el viernes 29 se lo dijo a una de las nueras con quien tenía más comunicación.
No sabían que tenía diabetes, ni que fuera hipertenso, dice Marisela, aunque su papá se quejaba de que le dolían los pies.
“Mi papá tomaba mucho y todos pensábamos que era por eso que le dolían los pies. Era lo único de lo que se quejaba, pero nunca quiso ir al doctor”.
El viernes que se comunicaron con él, la nuera contó que escuchó su voz débil. Preguntó que tenía y Silvestre le contó que había estado enfermo, que había tenido tos, pero que ya se le había quitado.
Le contó que para viajar en el autobús que la empresa Batamontes, Campo el Morado, allá en Guasave, Sinaloa, en la que trabajaron todos durante seis meses en el corte del chile morrón, tomate cherry y arándanos, tenía que tener un certificado médico, pero el doctor que podía extender esa constancia de salud estaba como a dos horas de distancia.
Silvestre tuvo que ir a esa comunidad por el certificado. Los familiares creen que ese viaje lo debilitó. El certificado médico en cuestión dice que el papá de Marisela tenía disparada la glucosa, andaba sobre 300. Los niveles son normales cuando están entre los 70 y 100 mg/dl (milígramos por decilitro) y superiores a 200 mg/dl ya se considera que la persona es diabética.
“Nosotros no sabíamos que mi papá era diabético. Era muy necio y nunca quiso ir al doctor, porque siempre fue sano, no se enfermaba, sólo se quejaba de ese dolor de pies”.
En esa casa esperaban los hijos al jornalero fallecido en el autobús. Fotografía: Marlén Castro.
Los epidemiólogos establecieron que las personas con enfermedades degenerativas como diabetes o hipertensas corrían más riesgo de morir si contraían el virus SARS-Cov-2.
Jornaleros que venían en el autobús en el que falleció Silvestre, entrevistados en el albergue, aseguran que enfermó desde principios de abril, cuando comenzó el calor, por eso descartan que muriera de coronavirus porque no iba a tener esa enfermedad durante dos meses y porque convivían con él y, dicen, todos están sanos. Ellos negaron que Silvestre tuviera tos. Dicen que sabían que sufría de hipertensión arterial.
Al principio de la pandemia en el país, el estado de Sinaloa ocupó uno de los tres primeros lugares de contagios. Habitantes de comunidades campesinas del sur de México, principalmente de Chiapas, Guerrero y Oaxaca viajan a Sinaloa y a otros estados del norte del país a trabajar como jornaleros y regresan en mayo para la siembra de maíz. Guerrero tiene ahora las cifras más altas de contagios y ya fue declarado con alerta roja.
Ese 31 de mayo que arribó a Guerrero el autobús en el que murió Silvestre, la entidad llegó a los 1,829 casos confirmados. Para el 3 de junio ya son 2,134 y 314 defunciones. Cada día se suman, en promedio, 50 nuevos casos.
La gente de Zoquiapa está en alerta desde ese domingo que supieron que Silvestre había muerto en el autobús y que a todos los que venían los aislarían en el albergue de la comunidad.
Hicieron de lado sus tradiciones con respecto a la muerte. Dice Marisela que sólo la gente cercana llevó veladoras, flores y los ha acompañado en los rezos diarios.
“Creo que piensan que si mi papá murió de esa enfermedad nosotros podemos estar contagiados, pero ni siquiera pudimos verlo en el ataúd”.
Los habitantes de Zoquiapa se encerraron en sus casas desde el domingo que llevaron el cadáver del jornalero que murió en el autobús. Fotografía: Marlén Castro .