Alibastik: exhibición de cómo sobrevive un luchador en la pandemia

Texto: Margena de la O

Fotografía: José Luis de la Cruz

25 de agosto del 2020

Chilpancingo

 

Un hombre de apariencia juvenil se acerca al puesto de máscaras de don Herman Vázquez García.

 

–Tiene la máscara del Doctor Wagner Jr –le pregunta.

 

–No –contesta el tendero, y muestra las que tiene en existencia.

 

Después de hurgar entre las máscaras, el joven dice a Herman que supo de él por un medio de comunicación. Se retira. Un rato más tarde vuelve con una mujer y un bebé con la clara intención de mostrarle quién es Alibastik.

 

Herman y Alibastik son la misma persona, el primero es el nombre del señor creador y vendedor de máscaras de luchadores, y el segundo el del luchador profesional.

 

Desde hace cuatro años, el deportista, que se considera como uno de los pioneros de la lucha libre en Chilpancingo, al ser del grupo de los 11 que abrió camino en la lucha profesional desde 1976, tiene un puesto de máscaras.

 

Es un remolque donde carga con su máquina de coser para sacar los pedidos mientras hace sus ventas. Lo estaciona al lado de la banqueta de una de las calles de la Ciudad de los Servicios, justo al lado del centro de telefonía más grande de la ciudad.

 

Antes de atender al cliente cosía un cubrebocas azul chillante. Sentado en un pequeño banco de plástico, pasaba con fluidez por la aguja de la máquina, sostenida en la base del remolque, el hilván de lo que parecía una pequeña máscara.

 

Herman tiene una apariencia tosca. A sus 63 años, que cumple justo este 25, tiene un físico pulido, pero su estatura mediana le otorga más volumen. Sus manos son gruesas y parecen de una sensación áspera. Cuando está sentado su aspecto es más rudo.

 

El cubrebocas que cosía es la versión pequeña de la máscara del luchador Blue Demon.

 

La mañana del sábado 15 de agosto compartió detalles de su vida en su puesto de máscaras.

 

El luchador puede hablar con libertad de su identidad; existen dos razones para hacerlo: planea retirarse de la lucha profesional, y el 24 de mayo del 2008 perdió la máscara contra Rey Guerrero, después de conseguir dos títulos estatales y arrancar tres máscaras y cinco cabelleras. Herman comenzó su carrera deportiva a la par de diseñador de vestuario de luchadores.

 

 

El día que debutó como luchador, el 23 de abril de 1976 en una pequeña arena de Teloloapan, lo hizo con el nombre de Alibastik, que en realidad es una conjunción del significado que le dio una de sus hermanas a una rara palabra –alibasti, guerrero bárbaro del ártico – y la inicial del superhéroe de historietas de su época, Kalimán.

 

Para el debut, él mismo se confeccionó su traje: máscara en la que combinó el rojo, azul y dorado; calzón rojo, mallas azules, botas doradas, y capa azul con rojo y motivos dorados.

 

El atuendo estaba hecho de materiales comunes. Recuerda que al contorno de la capa le cosió una espiga dorada que consiguió en la mercería, las mallas las sacó de un pantalón de tela elástica que usaba, y compró unas botas blancas de boxeo, porque no tenía para unas profesionales de lucha, y las pintó de dorado.

 

Después confeccionó los equipos de lucha de Los Torbellinos Azules, Vanguardia, Radioactivo, Penumbra, El Indio del Balsas, Salymar, y de otros varios luchadores de su época y de tiempos recientes.

 

Comenta que cuando lo aceptaron en la arena Coliseo de Acapulco, lo que significó luchar de manera profesional, cada vez que viajaba para dar una función entregaba unos cinco trajes a sus compañeros, lo que significaba un ingreso adicional.

 

En realidad comenzó confeccionar sus trajes por una necesidad personal de sentirse un luchador profesional, sin tener que gastar tanto, pero ahí descubrió una habilidad que hasta ahora le permite sostenerse económicamente.

 

Desde los nueve años se notó aptitudes para esto. “Mi primera máscara fue una toalla de mi mamá. Le hice unos agujeritos y así me la puse. La amarré como pude y, según yo, ya era un enmascarado y toda la cosa. Me dieron mi friega porque eché a perder la toalla”, cuenta entre risas.

 

Pero cuando se propuso crear sus trajes imitó los trazos y los que no pudo sólo los imaginó.

 

Miraba las costuras de las máscaras hechas y sacaba patrones cuadrados en bolsas de papel. Después los cortaba en tela y los hilvanaba a mano para darles un aspecto más redondo. Hasta el final las pasaba por la máquina de su mamá. “No tenía dinero para un equipo profesional y opté por darme la idea de cómo debía ser y así estar presentable”, dice.

 

Tenía la necesidad de mostrarse como un luchador profesional. El día de su prueba física fue de los pocos que llegó vestido para dar una función de gala.

 

Herman siempre ha tenido fuentes de empleo adicionales a la lucha, porque los 150 pesos que comenzó a ganar en sus funciones o el equivalente a 3,000 pesos de ahora que le pagaron en lo que define sus mejores años de luchador, de 1984 a 1988, nunca le alcanzaron para sostener a su familia. Mantuvo seis hijos de dos relaciones distintas.

 

“No se vive de la lucha libre”, ataja.

 

Sus funciones como deportista las complementó con otros oficios: ayudante de la tortillería familiar, taxista, repartidor de empresas de pastelillos, galletas y frituras, y ayudante forense. Trabajó 34 años en el Servicio Médico Forense (Semefo), a partir de 1988, donde inició como chofer, pero, después de algunos años, levantó cadáveres y realizó necropsias.

 

 

La función de lucha con la que comenzó todo

Era febrero de 1971 cuando Herman acudió por primera vez a una función de lucha libre y supo que eso sería lo suyo. Tenía 13 años, pero lo recuerda perfecto, porque si algo mostró en la plática, además de su destreza en el deporte y el diseño, es su buena memoria con las fechas y los detalles.

 

“Me impactó porque hasta el programa me sé”, cuenta.

 

Recuerda qué luchadores y en qué orden aparecieron ese día en la función. En el ring de la plaza de toros de San Mateo, primero apareció el rudo Black Center y el técnico Misterio Blanco, quien se llevó el combate. Después, de lado de los rudos, El Indio Chichimeca, y de los técnicos El Non, quien ganó la lucha.

 

Le siguieron El Chamaco Ortiz, quien después se convirtió en El hombre bala, quien le ganó a El Príncipe Odín. Para la estelar, en el bando técnico, la pareja de Taro Yonekura y El Químico se enfrentaron con los rudos La llorona I y II.

 

Herman vio los combates desde el graderío, lugar para el que le alcanzó con su boleto de un peso con cincuenta centavos, porque en la zona general costaba el doble. Pero la euforia lo llevó hasta el perímetro del ring, donde gritó en apoyo a los técnicos, y aprovechó para pedirles autógrafos a todos.

 

Aun cuando sabe que ahí comenzó su vida deportiva, le da crédito en su carrera a su tío José Vázquez Casarrubias, quien en 1965 lo puso a entrenar box. Lo inscribió en el Gimnasio Gloria, ubicado en algún lugar de Ciudad de México, donde vivió parte de su infancia después de que sus padres salieron de Olinalá, Guerrero. Entonces, tenía siete años.

 

“Me daba aires de justiciero. En la primaria si yo veía una bola (de personas) y si estaban sonando al más chaparrito, lo quitaba y ¡tras! ¡tras! (tiraba golpes y lo defendía)”, cuenta.

 

10 años más tarde, en 1975 empezó a entrenar lucha libre en la arena Morelos de Chilpancingo, donde ahora es la escuela primaria José Martí, ubicada cerca del mercado Baltasar R Leyva Mancilla.

 

Estudió en la Preparatoria 9, de la Universidad Autónoma de Guerrero (ahora Uagro), que terminó abandonando para dedicarse de lleno a ese deporte. Tenían poco menos de cinco años de haber llegado a Chilpancingo, junto a sus padres y sus siete hermanos.

 

Supo de la lucha y la arena Morelos por un trabajador de la tortillera familiar, quien en el ring se hacía llamar Vanguardia. Después se hicieron compañeros en el deporte. Cuenta que la primera vez que entrenó tuvo alta temperatura por el ejercicio intenso.

 

Esa exigencia física lo hizo recular por algunos meses, pero al siguiente año volvió y debutó en Teloloapan.

 

Ese debut estuvo lejos de significar un arranque con el pie derecho, pero sí fue el impulso para elevar el nivel de su deporte: en septiembre de 1976 se inscribió y realizó la prueba del Comité de Box y Lucha de México que le dio el pase a la profesionalización.

 

“Es la antesala del profesionalismo”, comenta.

 

Además de Alibastik se inscribieron Torbellino Azul I, II, III y IV, El Pirata, Temible Ares, Ángel Diabólico, Fili García, Maremoto, Vanguardia. 11 novatos deportistas que buscaban hacer carrera en la lucha libre y que ahora “nos consideramos que somos pioneros de la lucha libre en Chilpancingo”.

 

Fue una prueba extenuante, de siete de la mañana a cuatro de la tarde y sin probar alimento. Alibastik pronto mostró cansancio, pero se repuso en pocos minutos y siguió hasta el final. Ese titubeo le valió el mote de El Resucitado, porque supo reponerse, razón para que le aprobaron su pase al profesionalismo.

 

Herman confiesa que en realidad él no debió presentar la prueba, porque sólo llevaba cinco meses en entrenamiento y le exigían dos años, pero su arrebato, porque se define como un hombre de arrojo, lo puso ahí y 45 años después ahí continúa.

 

 

Las distintas versiones de Alibastik

La ventajas para la apariencia de Alibastik, es que Herman, su otro yo, era el diseñador del vestuario de varios luchadores de Guerrero. Entonces, se modificó el suyo cuantas veces quiso.

 

Después de aquel atuendo de su debut, le retiró algunos colores y le incorporó el blanco y el verde. Desde 1992 usa la máscara blanca con diseños en azul y negro, calzón negro, mallas azules y botas plateadas. En 1978 ya pudo comprarse sus botas profesionales.

 

Para la sesión de fotos con José Luis de la Cruz, en el espacio donde cose los cubrebocas y máscaras, usó la última versión de su máscara. Es muy probable que sea la que porte en la campaña de su retiro, aunque la haya perdido en un combate. Planeaba retirarse en 2019, pero por distintas razones la suspendió y, la pandemia, la aplazó más.

 

Él tiene una idea de cómo le gustaría retirarse: en un ring en la plaza primer Congreso de Anáhuac, donde todo el que quiera pueda ver la función. Lo comenta en la charla como si le estuviera hablando a las autoridades municipales, para que le autoricen hacerlo.

 

Sabe que ya es tiempo. En 2017, durante una función que organizaron algunos de sus compañeros para recaudar fondos en beneficio de afectados por el terremoto de septiembre de ese año, tuvo un infarto. Eso sólo puede compararlo con la lesión que sufrió en 1979 en un entrenamiento que lo dejó sin caminar por un tiempo, y aun así esta vez es distinto.

 

En todos estos años, además de sus títulos y máscaras y cabelleras arrancadas, logró satisfacciones, como ver que su hijo, el más pequeño, quien ahora es un joven, siguió sus pasos en la lucha libre como Alibastik Jr.

 

La historia que él inició en la lucha libre ya podrá contarse con su segunda parte.