Texto: Itzel Urieta
Fotografía: Oscar Guerrero
Chilpancingo
El árbol de laurel de la India, ubicado en el atrio de la Catedral de la Asunción de María es un árbol grande, de unos 10 metros de altura, tiene unas hojas verdes y unas raíces grandes que parece nunca se desprenderán.
Es un árbol que a muchos chilpancingueños ha dado sombra por años. Para muchos pasa inadvertido, para Arnulfo Salgado Ayala «es su hijo más chiquito». Lo sembró en 1974.
Trabajó en la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, en el área de reforestación y después en un vivero.
Por su experiencia, un amigo le pidió que lo apoyara a recuperar el laurel del atrio de la catedral; se secaba, tenía unos 100 años.
«Apenas empezaba el abono químico y se lo eché, lo repartí en tres drenes. Pedí la única pipa que había para los Bomberos y le eché el agua suficiente. Después pedí la pipa y ya no me la prestaron», recuerda.
Pasaron unos meses y el laurel no mejoró. Cree que por el abono químico que le puso –hasta la fecha lo lamenta–, además de que estaba muy seco. «Ya no hubo más remedio, el laurel se estaban secando».
Cuando le preguntaron qué más podían hacer, Arnulfo contestó que tirarlo y sembrar otro. Eso hicieron.
Para la siembra del nuevo laurel, Arnulfo tuvo el apoyo del área de deforestación de la secretaría. Utilizó tierra de monte para sembrarlo.
Arnulfo llevó un árbol ya de siete metros, con la única grúa que había en ese entonces, propiedad de una persona apodada El Güero Juais.
Al ser unas calles muy angostas, la grúa no pudo ingresar hasta el atrio con el árbol, por lo que Arnulfo, con ayuda, arrastró el laurel hasta el lugar donde lo sembró y donde a la fecha sigue.
Arnulfo le dedicó tiempo durante los primeros años de su vida. Asumió toda la responsabilidad. «A las 5:30 de la mañana me iba a mi trabajo y había una toma de agua ahí, al lado donde le abría, y lo regué de manera seguida por dos años, después lo dejé a su suerte y, pues, ahí sigue; ya tienen 48 años».
Arnulfo tenía 30 años cuando sembró el laurel. Ahora, a sus 84, todavía acude a visitarlo. «Es mi hijo más chiquito», insiste.
En una de sus visitas recientes notó que el laurel tenía una plaga, acudió con el párroco de la catedral para solicitarle que lo fumigara.
«Sí lo fumigaron, quedó limpio, ahorita ya no tiene nada de plaga».
Muchas personas desconocen que hubo un cambio de árbol hace 48 años, creen que es el mismo que siempre estuvo en el atrio.
Arnulfo se siente contento de que el laurel haya crecido tanto y le brinde sombra a las personas que se sientan en el atrio de la catedral.
Conserva una serie de fotografías del proceso del árbol: una de cuando lo sembró en 1974, otra a los 10 años, en 1984, y la más actual es del 2019. Todas las tiene enmarcadas.
«El antiguo laurel ya estaba muy alto, casi le llegaba a las torres de la iglesia y sus ramas cruzaban la calle hasta donde quedaba el ayuntamiento (hoy Museo Regional)», cuenta.
Las ramas del laurel actual rosan con el edificio del Museo Regional. Arnulfo cree que puede crecer más, pero ya es un distintivo del zócalo de la ciudad.
Hasta existe un poema escrito por Lamberto Alarcón Catalán, titulado Canto al laurel del templo de Chilpancingo, dedicado al laurel.
«He vuelto a mi ciudad sólo por verte, por estar a tu sombra, por escuchar bajo tus verdes ramas la charla de mi novia, mientras arriba de nosotros tiemblan la seda de las de los pájaros, el cantar de la brisa, como un río de corriente lejana y rumorosa», es una parte del poema que está completo debajo del laurel en el atrio de la catedral de Chilpancingo.