A esta localidad de la sierra de Chilpancingo pertenecen seis niños de 17 personas desaparecidas en la Montaña baja, cuatro de ellos, quienes dejaron de estudiar a temprana edad y trabajaban en la venta de trastes, fueron asesinados por el grupo del crimen organizado de Los Ardillos
Texto y Foto: Marlén Castro
Chautipan/municipio de Chilpancingo
Lunes 16 de diciembre del 2024
Galilea, de 12 años, no sabe qué va a estudiar y si podrá hacerlo. El tema está lejos de ser una preocupación para ella. No le roba el sueño o le quita la tranquilidad.
La niña alza las cejas, encoje los hombros y ríe con pena, cuando se le pregunta qué va a estudiar. Verse así misma como doctora, maestra o ingeniera no forma parte de su horizonte de vida.
Vive en Chautipan. Un pueblo de la sierra que forma parte de Chilpancingo, la capital del estado de Guerrero, la localidad de la que son originarias 17 personas a las que desaparecieron entre el 21 y 27 de octubre, entre ellas, cinco menores que dejaron de estudiar para trabajar en la venta de trastes. De esas 17 personas, a once las hallaron decapitadas y desmembradas, a los menores con los ojos arrancados, en una camioneta blanca, a la que dejaron a la salida de Chilpancingo, el 6 de noviembre.
Chautipan está a solo 90 minutos de Chilpancingo, la ciudad capital, la que concentra los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Aunque parece una comunidad en los confines de Guerrero, por la falta de servicios, entre ellos, los educativos y de oportunidades de empleo.
El preescolar de Chautipan son tres cuartos de madera y la Telesecundaria una construcción de tabique y techo de madera de una sola aula, ubicadas en los extremos de la cancha de usos múltiples, a la salida de Chautipan. Las instalaciones del preescolar y la telesecundaria se notan arruinadas. La última vez que las niñas y los niños de Chautipan tuvieron clases fue a mediados de octubre, mucho antes de las lluvias del huracán John.
La Escuela Primaria Ignacio Zaragoza es la única construcción en forma. Pero también acusa abandono.
La madre de Galilea, Laura Mollao Zaragoza, de 31 años, quien estudió hasta tercer año de primaria y a los 13 años tuvo a su primer hijo, tiene la esperanza de que Galilea y sus cinco hermanos, Fernanda de tres años, Eliseo de cinco, un adolescente de 14, otro de 16 y el mayor de 18, quieran estudiar y ellos tengan recursos económicos para mandarlos a la Universidad.
Las probabilidades de que eso ocurra son bajas. En Chautipan el máximo nivel es la secundaria y en los niveles disponibles, preescolar, primaria y secundaria las y los maestros se aparecen poco para impartir clases. Las familias no pueden enviar a sus hijas e hijos fuera del pueblo para que vayan a escuelas a las que sí van los maestros porque carecen de recursos.
La madre y el padre de Galilea viven en pobreza extrema, una condición en la que las familias carecen de recursos para comprar los alimentos básicos, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El padre de Galilea, Martín Cayetano Castro, quien es el comisario de Chautipan, no tiene un trabajo remunerado. Siembra maíz y frijol para el autoconsumo.
“Lo que vamos sacando no es suficiente para mantener a toda la familia”, indica Laura.
Como lo de la siembra no alcanza, Martín se emplea para limpiar parcelas o como chalán de albañilería, trabajos que acá en la sierra salen de vez en cuando. A mediados de noviembre lo contrataron sólo un día y le pagaron 250 pesos.
Esta mañana de diciembre, en la casa de Laura y Martín sólo hay frijoles y tortillas para comer. Eso es lo que tienen todos los días.
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Chautipan es un pueblo en la cresta de un cerro, en la parte serrana del municipio de Chilpancingo de los Bravo.
De acuerdo con el último censo del INEGI, hay 539 habitantes. Sólo tiene una calle, la que lo atraviesa de inicio a fin y divide la cresta del cerro. Se trata de la misma vía que lo conecta con otras comunidades de la sierra, entre ellas, Jaleaca de Catalán, la localidad más importante de la parte serrana de Chilpancingo, con 2,359 habitantes.
En las 150 viviendas censadas por la comisaría municipal hay familias formadas por madres y padres que solo terminaron la primaria, como máximo. De acuerdo con el INEGI, el promedio de escolaridad de las y los habitantes de Chautipan es de 4.62, es decir, menor a quinto año de primaria. El grado promedio estatal es de 8.5 años (casi tercero de secundaria) y el nacional de 9.7 grados, o sea, segundo de bachillerato.
En Chautipan no recuerdan que algún habitante haya hecho estudios profesionales. La mayoría se queda en estudios de primaria.
Laura y Martín, la madre y padre de Galilea, se quedaron en tercer y quinto grado de primaria, respectivamente.
“Tenía que trabajar para ayudar a mi familia”, compartió Martín.
“Yo me quedé huérfana de madre, estaba a cargo de mis hermanos y de mi papá y también tenía que trabajar”, contó Laura.
Laura y Martín tienen un hijo de 18 años que terminó la telesecundaria hace dos años, pero no tienen forma de que estudie bachillerato y después una carrera, porque no pueden mandarlo a estudiar fuera porque no tienen dinero.
Luis Salvador Millán e Inés Cabrera Sánchez, quienes también tienen seis hijos, forman otra familia en la que se repite esta situación. Luis Salvador terminó la primaria ya de adulto e Inés no tuvo forma de estudiar ni siquiera ese nivel básico; no sabe escribir, aunque sabe leer un poco. Los hijos de este matrimonio, algunos ya casados, solo terminaron la primaria.
Luis Salvador es presidente de la Asociación de Padres de Familia y asegura que en Chautipan tienen un grave problema porque los menores no ven en el estudio una forma de mejorar sus vidas, van a la escuela porque los mandan sus madres y padres, pero ellas y ellos no tienen trazado un plan de vida.
Salvador considera que este problema es porque la Secretaría de Educación no supervisa que las y los maestros cumplan con su tarea de ir a la comunidad a dar clases y con esta forma esporádica, las niñas y los niños no se motivan y no hallan la utilidad que tiene la escuela.
Luis Salvador es un caso raro en Chautipan. El sí quería estudiar, pero se quedó con las ganas, probablemente hubiera sido ingeniero, de haber tenido los medios. Tuvo varios hermanos y desde pequeño quedó huérfano de padre, así que, desde lo once años, trabajó para mantener su casa.
“Los maestros casi no vienen a dar clases, sólo vienen a dejarles tareas y así los niños no se sienten motivados de ir a la escuela”, considera Luis Salvador.
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Los cinco docentes de la Escuela Primara Ignacio Zaragoza, ubicada en Chautipan, entre ellos, la directora, enviaron un oficio a la Dirección General de Administración y Desarrollo de Personal del Gobierno del Estado de Guerrero, para informar que no acuden a la comunidad a dar clases debido a las difíciles condiciones de acceso por los daños en la carretera que dejó el huracán John, la falta de transporte y, como problema más grave mencionaron, la inseguridad.
Un día antes, los habitantes se reunieron para tomar acuerdos sobre las maestras y los maestros. Como respuesta, las maestras y maestros de la primaria enviaron ese oficio.
Los docentes no se presentan desde días antes del huracán John, a finales de septiembre; después, a finales de octubre, se conoció la noticia de la desaparición de 17 personas, entre ellas, cinco menores y dos mujeres, once aparecieron el 6 de noviembre en una camioneta que abandonaron al sur de Chilpancingo.
Chautipan no fue escenario de la violencia, aunque de ahí eran las víctimas.
Las madres y los padres de familia tienen varias semanas que intentan contactar a las y los maestros para que se presenten en la comunidad y los menores regresen a las aulas.
Luis Salvador presidente de la Asociación de Madres y Padres de Familia de Chautipan denunció que las y los maestros no quieren regresar y eso complica más la situación de la comunidad, precisamente por el luto colectivo.
La comunidad plantea que la solución es que los maestros se queden de lunes a viernes en el pueblo para que no viajen diario, si lo que se les complica es el tema de las condiciones de la carretera, del transporte y de la inseguridad.
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De los 539 habitantes de Chautipan, unos 250 son menores en edad de cursar preescolar, primaria y secundaria, de acuerdo con la estimación de Luis Salvador Millán.
De esos 250 menores, en teoría 93 van a la primaria, aunque un porcentaje de estos menores se quedarán en los grados intermedios y la mayoría terminará este nivel pero ya no entrará a la telesecundaria, como ocurrió con los niños Raymundo Santos Francisco, de 13 años, Ángel Barrera Millán, de 14, Leandro, también de 14, Abraham de 15, y Diego de 16 años.
De los cinco niños, cuatro fueron halladas desmembrados y uno de ellos continúa desaparecido, igual que otros cinco hombres de la comunidad. Sólo Raymundo concluyó estudios de primaria, los demás abandonaron los estudios de primaria.
Griselda Francisco Cabrera, de 31 años, madre de Raymundo Santos Francisco, de 13 años, contó que su hijo terminó la primaria en julio de 2023 y entró en septiembre a la telesecundaria.
“Como en octubre del 2023 ya no quiso estudiar, los maestros ni venían a dar clases y el mejor quiso trabajar”, compartió.
En esta tragedia colectiva, Griselda también perdió a su esposo, Héctor Santos de la Cruz, de 32 años, a su madre, a su padre, a dos hermanos y a su hermana. Griselda y Héctor tampoco terminaron los estudios de primaria.
Ángel Barrera Millán, otro de los menores asesinados, ya no quiso estudiar desde que iba en quinto año de primaria. María del Socorro, su madre, dijo que a veces hasta le pegaba para que fuera a la escuela.
Ángel prefirió trabajar para ayudar a su mamá con los gastos de la casa. Recibía una paga de 800 pesos a la semana, la que entregaba a su mamá para sostener la casa. Era el segundo de los tres hijos de María del Socorro.
“Ángel me decía que estaba bien con ser vendedor de trastes, que con eso iba a salir adelante”, compartió la mamá envuelta, quien tiene a tres hermanos desaparecidos.