Texto y foto: Margena de la O
Jueves 12 de septiembre de 2024
Punta Maldonado
Desde lo alto de los cerros de Punta Maldonado, uno de los últimos pueblos de la Costa Chica de Guerrero, la luz de un faro es más que la señal marítima de la población costera, es la insignia que dota a sus habitantes de una historia.
Hace muchos años, un barco grande, que pudo ser gringo, se estrelló con unas rocas que se insinúan tímidas desde la playa del pueblo, pero que en el fondo del mar tienen la fuerza de una bestia sigilosa que les protege. El impacto encauzó la nave hacia el arrecife que reposa cerca de la bahía, una red natural de la que nunca salió.
El incidente, que debió cimbrar la tierra de este pueblo de origen afro, lo vivió la primera generación que poblaron Punta Maldonado. Candelaria Martínez Herrera, Mélita Candela, Rosa Morga y Leonides Soto tienen el crédito de los primeros habitantes.
Candelaria era la madre del padre Narciso Teodoro Gutiérrez Peñaloza, con 66 años, uno de los actuales principales del pueblo. Él cuenta la historia ahora. Escuchó a su padre contarlo varias veces –quien debió saberlo de su madre–, porque a él sólo le tocó ver restos de la nave encallada, cuando de jovencito buceaba por el arrecife. De lo que sí se acuerda con claridad es que las chapas del barco hundido eran de mármol, porque nunca se oxidaron. “Saqué varias chapas. Las perdí”.
Dice que ese barco llevaba por nombre Puertas de Oro, pero hay otras historias sobre naves hundidas con ese nombre, como en Puerto Vallarta, Jalisco, según una búsqueda rápida por internet.
“Después vino un barco gringo y lo empezó a desbaratar, quien sabe, le dio permiso el gobierno federal, yo creo. Después vino otro barco, de aquí de México, y empezaron a sacar muchas cosas; ahí sí me di cuenta, ya estaba más grande, tenía 15 años”, narra Narciso.
El punto es que este incidente que presenciaron algunos y transmitieron otros motivó que el gobierno federal instalara ahí, con el permiso del Ejido de Maldonado, un faro, una señal marítima que indicara a las embarcaciones la cercanía de un puerto con habitantes y guiara su camino.
Desde entonces en el pueblo han instalado tres faros para renovar la señal y las torres en desuso sirven para afianzar su historia como un lugar con la luz que emana de una torre.
Donde estuvo el primer faro, un área que ya quedó en medio del pueblo entre unos caseríos, unas escuelas y una cancha deportivas, reposan los restos de la esposa de quien fue el primer operador del faro, cuenta Narciso. En la sepultura en ruinas, con letras apenas legibles, se lee: “Cornelia G. Vda, de Rico, nació en Acapulco el 16 de sep. de 1870 y murió el 5 de nov. de 1930”. El epígrafe concede, a la vez, un parámetro de la época en que fue levantado el primer faro en este lugar.
Punta Maldonado, con sus 6,000 habitantes, de acuerdo con los datos de la Comisaría Municipal, en términos administrativos formales, es uno de los 10 pueblos de San Nicolás, uno de los cuatro nuevos municipios de Guerrero que suman 85, pero desde hace muchos años este lugar simplemente es El Faro, gracias a la señal marítima que le otorgó un destino.
El turismo, la actual posibilidad
En los años que se tejía su propia historia, Punta Maldonado funcionaba como un punto de embarque para trasladar todos los productos que se daban y creaban en la zona afro que yace entre los límites de Guerrero y Oaxaca, hasta Acapulco, el puerto más importante del estado, donde colocaban y vendían lo que generaban.
Esto propiciaba que la economía fluyera entre los habitantes de lugares como Pinotepa, Oaxaca y Cuajinicuilapa y Ometepec, Guerrero, porque, además, en esa época no había carreteras en la zona, el mar era la única opción de comunicación.
Narciso cree que esos tiempos de limitada comunicación, pero de cierta bonanza, deben volver por el bien de una zona que lleva años olvidada por las instituciones. “Aquí fue un puerto, aquí se embarcaba toda la mercancía de la región, Pinotepa, Ometepec, Cuajinicuilapa, todo, y se iba a Acapulco por barco, antes de que se abriera la carretera; mi papá fue cargador. Cuando yo alcancé a ver, ahí donde está mi casa, abajo, ahí estaban las paredes de las bodegas donde dejaban todo”.
San Nicolás, al que ahora pertenece Punta Maldonado, buscó la independencia administrativa– fue constituido recientemente como municipio– después que los principales de sus comunidades y las autoridades ejidales evaluaron que era la única vía para acceder a la obra pública y social.
Pero el pueblo, como el municipio mismo, está en la etapa de iniciación, un piso muy básico para lograr el desarrollo de la zona; apenas el 1 de octubre entra en funciones el primer Cabildo constituyente, lo que les concede, por primera vez, acceso a los recursos públicos.
Este nuevo panorama ha puesto a los habitantes a reflexionar en lo que necesitarían para potenciar su puerto, en particular, si gozan de una historia peculiar y poseen la playa natural, quizá, más afable de Guerrero.
Punta Maldonado o El Faro, según la referencia que se tenga del nombre, es una playa de gran quietud, la cara más dulce del inmenso mar, porque las olas que abren se ahogan muchos metros dentro, y esa característica ha cobrado notoriedad e interés.
Situados en el ejercicio de los deseos, los habitantes ponen el ojo en la necesidad de potenciar el turismo; ya exploran esa posibilidad desde hace algunos años, pero aún es incipiente, porque las condiciones del pueblo merman en el deseo de ser un atractivo turístico real del estado.
Narciso cree que lo primero para hacer de Punta Maldonado un destino turístico en crecimiento es la construcción de carreteras que atraigan a los visitantes y, después, como una obra que detone el desarrollo, la construcción de un rompeolas que separe las otras actividades en el mar, de las turísticas. “Nuestro empleo es el mar, pero a través del mar queremos solicitar un rompe olas, eso le dará vida a la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca”, menciona.
La pesca, además del campo, es la principal actividad económica local. El lugar es la referencia en la región donde se pescan las mejores langostas y la gente se ufana del dicho “si vienes a El Faro y no comiste langosta, no viniste a El Faro”.
La comisaria municipal de Punta Maldonado, Anahí Jiménez Martínez, tiene un plan más aterrizado, porque el pueblo ni siquiera tiene acceso de manera recurrente a la obra anual que, se supone, debe llegar a todas las comunidades mediante los ayuntamientos.
Coincide que la opción es el mar y el turismo la gran posibilidad, pero lo primero es generar las condiciones mínimas para que los visiten. Plantea la construcción de la vía de terracería que bordea la playa, a la que ya llaman costera, porque cada temporada de lluvias el lodo que baja de lo más alto del pueblo hace imposible el tránsito. “Obras, no tenemos obras, estamos en total abandono. Una de las obras que tanto hemos añorado es lograr hacer el bulevar de la costera”.
Y sí, no hay obras. Punta Maldonado sólo tiene una calle pavimentada, la que va por en medio y atraviesa todo el caserío.
Frente a la quietud de este mar del pueblo renombrado como El Faro hay 45 enramadas, tres hoteles y unas cabañas en espera de visitantes que les permitan cumplir el anhelo de ser una creciente oferta turística local.