Cándido Trinidad Cruz y su madre colocan un altar con velas e imágenes en memoria de su esposa y sus hijos en el preciso lugar donde la corriente se los llevó. Foto: Javier Verdín

Cándido Trinidad vive su prueba de fuego a seis meses de Otis

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Texto: Margena de la O 

Foto: Javier Verdín y Margena de la O

26 de abril del 2024

Acapulco


Cándido Trinidad de la Cruz volvió del cuarto que le prestan en la casa al lado de donde construye la suya, con un portarretrato flexible de tres hojas y lo extiende para mostrar las fotos de sus hijos, Ángel Martín y Camila de Jesús Trinidad Ortega, y la de su esposa, Janet Ortega González.

Es su prueba de fuego. Una de las sicólogas que lo atendió después del huracán Otis, en plena devastación, incluida la de sus emociones, le dijo que cuando pudiera mostrar las fotos de sus hijos y esposa, y hablar de ellos, la herida comenzaría a sanar.

Aquí está, en plena recuperación. Cuando muestra las fotos, hay momentos en que aprieta la emoción y ahoga el llanto.



Seis meses después del paso de Otis por Acapulco, el huracán más destructor en la historia de México, Cándido se esfuerza por seguir con su vida, que es diferente desde entonces, pero la conserva. En medio de la penumbra, la lluvia y el viento del huracán, casi la pierde, como a su familia.

Una corriente salvaje de agua que se formó en lo más alto de la colonia Nueva Era, se llevó su casa, y en ella, a sus hijos y a su esposa.

El torrente de agua también lo arrastró a él, pero sin que pueda explicarse cómo o por qué, salió de ese aluvión con furia. Los cuerpos de sus hijos y esposa siguen sin ser localizados.

Ahora está motivado por el apoyo que ha tenido de personas que ni conocía, pero supieron lo que le pasó. “Ha habido gente que me ha apoyado muchísimo”, dice.

Producto de ese apoyo, construye su nueva casa, que ahora compartirá con su madre y su padre, María Concepción de la Cruz y Arturo Trinidad, en el mismo terreno familiar, pero en el área más firme.

Desde el jueves 18 de abril, suspendió la venta de las aguas naturales de fruta que ofrece en la calle Morelos, cerca del zócalo, para comenzar con los trabajos. Ese día, llegó el grupo de menonitas de Chihuahua que le construirá su casa.

Para el domingo 21, que descansaron, se notan los avances de tres días. El espacio donde levantarán la casa ya está emparejado. Debió ser un trabajo duro, porque el terreno está sobre una loma rocosa y de tierra correosa.



Para llegar hasta este momento, Cándido ha vencido varios retos. El primero fue pararse del sillón donde convalecía por la cortada que se hizo en el tobillo derecho cuando el agua lo arrastraba, la noche de Otis. Aunque en realidad, su malestar más asfixiante e inmovilizador era la emoción de su pérdida.

Venció el sillón unas semanas después ante la insistencia de su hermano menor, Arturo, que le pedía seguir con su vida. Aún recuerda parte de lo que le dijo: “Échale ganas… entonces no tiene caso lo que uno está haciendo por ti. Y toda esa gente que ha venido desde lejos, entonces no ha valido la pena”.

Después, a mediados de febrero, cerca de los cuatro meses, retomó la venta de aguas de fruta en el zócalo. El día que volvió a la esquina donde monta su puesto, había una larga fila, como cuando esperan por las tortillas. “Eso más me levantó”, recuerda.


Un instante de la noche de la furia

Era la segunda cubeta con agua que Cándido sacaba del primer cuarto de la casa cuando sintió que una corriente inesperada lo elevaba. Unos minutos antes estaba refugiado en la recámara principal, con su familia y una amiga de su esposa, pero salió para intentar bajar el nivel del agua que se filtró en el otro cuarto.

En un instante, la corriente llevaba consigo a Cándido cuesta abajo sin resistirse, como quien flota en una piscina, entregándose a su destino. Unos metros después sintió un borde de tierra que casi de manera involuntaria lo puso de pie. Estaba en la calle principal de su colonia.

“Parece que me agarró su mano de Dios y me sacó”, es como Cándido explica su sobrevivencia.

Para ese momento, era alrededor de la una de la mañana del 25 de octubre del 2023.

Cándido subió sobre la calle para regresar a casa, pero en ella ya no estaba nadie de su familia. La bestia de aire y agua que esa madrugada pisó Acapulco arrancó los dos cuartos y se los llevó hacia el canal de desagüe que desemboca en el mar, el cual se aprecia desde la colonia como una panorámica.

Dentro del terreno de la familia Trinidad de la Cruz, Cándido construyó la casa para su esposa y sus hijos en el espacio que da hacia la calle, un camino ascendente pavimentado. Es la parte menos alta de la propiedad familiar, porque gran parte de la colonia está distribuida sobre un cerro alto.

En la casa, estaban sus hijos, Ángel Martín, de 16 años; Camila de Jesús, de 13 años; su esposa Janet, de 37 años; la nuera de ambos, Arely Texta Sánchez, una adolescente también de 16 años. Hacía poco que su hijo llevó a vivir con ellos a su novia, a quien fue a seguir hasta Colima. La condición que les puso Cándido a ambos es que siguieran con sus estudios, cursaban el CBTIS 14, que está muy cerca de lo que era la casa.


En este espacio a espaldas de Cándido estuvo la vivienda que se llevó el huracán. Foto: Margena de la O.

Estefanía Orozco, una mujer de 24 años, también estaba de visita con ellos. Era amiga de Janet y venía de la Ciudad de México a trabajar por ciertas temporadas.

Amapola, periodismo transgresor documentó por primera vez este caso el 30 de octubre del 2023, a raíz de que la madre y el esposo de Estefanía llegaron al puerto para hacer todo por rescatar su cadáver. El primer punto de búsqueda fue desde la Nueva Era hasta el otro lado de la carretera que lleva hasta Pie de la Cuesta, y que desemboca al mar.

Junto a Arturo Trinidad, padre de Cándido, contrataron una máquina pesada para hacer un rastreo en el desagüe. Eso generó que en medio del caos por la devastación, elementos policiacos, de protección civil y rescatistas humanos y caninos se sumaran a las labores y montaran una operación de búsqueda sobre el cauce en dirección al mar.

Hasta ese momento, el único cadáver localizado era el de Arely. Los vecinos, con sus propias herramientas, lo sacaron del cuello más visible del desagüe, donde se hizo un tapón, a un lado de la colonia. El pelo del cadáver de la adolescente se asomaba entre el escombro.

La madre de Estefanía, que durante toda esa tarde se movía de un lugar a otro y repetía que no se iría sin su hija, siguió por su cuenta con la búsqueda. La familia de Cándido supo que al final halló el cadáver en la playa Icacos, un punto muy alejado de la Nueva Era.

En toda esa operación de rescate, Cándido no estuvo presente. Su padre, que también daba vueltas durante el rastreo, comentó entonces que estaba en la casa de ellos, recostado porque no podía caminar por la lesión en su pie. Pero su problema mayor, se sabe ahora, era su depresión.


Cándido Trinidad Cruz y su madre colocan un altar con velas e imágenes en memoria de su esposa y sus hijos en el preciso lugar donde la corriente se los llevó. Foto: Javier Verdín.

En un recorrido por donde estaba su casa, Cándido reconstruyó parte de lo que sucedió.

Antes de salir del cuarto principal, donde todos estaban amontonados en una litera, escuchaba la fuerza del viento que, sin exagerar, levantaba las piedras y las lanzaba como si alguien lo hiciera de manera intencional.

Después de lo que le pasó a él y su familia, ningún relato es desproporcionado. La furia del huracán categoría 5 se vio por todo Acapulco.

En un rincón sobre el borde de la calle por donde guía el recorrido Cándido, abajo donde ahora construye su casa, hay un altar con flores y las fotografías de sus hijos y esposa. Es un espacio pequeño, seguido de una especie de despeñadero.


El altar con velas e imágenes en memoria de la esposa e hijos de Cándido. Foto: Javier Verdín.

Resulta que en ese lugar, antes del huracán, había una amplia base de tierra, y en ella estaba la casa de Cándido y su familia.

“…no te reconstruyes, lo asimilas”

Este domingo 21 de abril, pasadas las dos de la tarde, el sol pega fuerte en Acapulco, pero Cándido, su madre, su hermano Arturo –Walter, su otro hermano, no está en casa–, sobrinos y algunos conocidos de ellos están sentados en medio del terreno recién emparejado, como quien contempla un paisaje, aun cuando un improvisado techo de manta cubre sólo una parte.



Ese espacio, dentro del mismo terreno familiar, pronto será una casa, la que Cándido comparta con sus padres. Antes del huracán, en este punto estaba la modesta vivienda de María Concepción y Arturo, que también afectó el huracán, sin saldos mayores a las pérdidas materiales como la mayoría de las familias de Acapulco.

Los tres tendrán una nueva casa por los apoyos y donaciones que han recibido, como el de la comunidad de menonitas asentados al norte del país, que trajeron el material, las herramientas y pagan la mano de obra y la comida para la misma familia de Cándido, a quienes subcontrataron para, además, darles empleo. Con todo lo que se perdió en el puerto, lo que más hace falta es personal para construcción.

El compromiso que los menonitas hicieron con Cándido, a dos meses de conocerse, fue que le construirían su casa. Y ya la comenzaron.

Con eso, parece que le inyectaron una dosis de bienestar a la familia, en el proceso de asimilar su nueva versión.

“Todo se está valorando. A veces, en la familia, uno pelea, uno discute, tiene diferencias, pero cada uno está tomando una reflexión”, dice Cándido sobre la unión que ahora hay en su familia.

Él se esfuerza porque así sea, y lo está “viviendo al máximo”. Pero admite que es complicado, porque la herida es interna y profunda, en la zona de las emociones, y seguro le dejará cicatriz.

“Es difícil, porque no te reconstruyes, lo vas asimilando, porque dentro está el dolor”, expone cuando habla sobre cómo se siente.

Después, él mismo ofrece mostrar las fotos de su familia y se dirige al cuarto de la casa que habitan de manera provisional. La mujer que cuida la vivienda al lado de su terreno habló con sus parientes para prestárselas, mientras los Trinidad de la Cruz levantan la suya.

De allá sacó el portarretrato con las tres fotografías. Sus hijos todavía son unos niños en esas imágenes; su esposa está al centro, flanqueada por ellos.

Cándido dice sus nombres y sus edades, y su voz cambia ligeramente, pero recupera el tono y sigue.

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