Informar en medio de la propia supervivencia

Texto: Margena de la O

Acapulco

15 de noviembre del 2023

 

Uno de los sectores sociales afectados por el huracán Otis son los periodistas locales de Acapulco, quienes además de enfrentar sus propios daños deben informar el saldo y los estragos de la devastación, aun con las imposibilidades mismas de comunicar.

El huracán categoría cinco dejó por días aislado a Acapulco. Los servicios de energía eléctrica y telefonía y los caminos y carreteras quedaron suspendidos por los daños que acarreó la intensidad del aire y el agua desde las primeras horas del 25 de octubre que ocurrió el huracán.

Hasta ahora, 23 días después, hay colonias que no tienen luz eléctrica, y aún cuando la telefonía móvil y el internet fue reactivado por las compañías, el servicio no es eficiente.

Una de las consecuencias de la falta de estos servicios fue que los periodistas locales no pudieran reportar lo que ocurría en el puerto, además de que debían decidir entre informar o, como cualquier habitante afectado de Acapulco, enfrentar la devastación. La mayoría de los comunicadores debieron sobreponerse pronto, aun cuando algunos perdieron su equipo, y a la vez resolver cómo enviar su información.

“No te puedes dar el lujo de quedar desempleada”, comenta Karla Benítez, una periodista local de 26 años, al momento de reflexionar sobre la falta de condiciones laborales que tiene ella y la mayoría de sus colegas en Guerrero. Los reporteros o periodistas en general que reportan desde las calles, no es el caso de la mayoría de los dueños de medios de comunicación, son un gremio con la función social de informar a la ciudadanía, desde una condición precarizada, porque la mayoría no cuentan con prestaciones laborales.

Karla tiene seis años de experiencia laboral y en ninguno de los medios de comunicación con los que colabora, un multimedios de cobertura nacional y una televisora local, tiene prestaciones de ley. Lleva la mitad de los gastos en su casa, la que Otis dejó inundada, sin barda perimetral ni cristales en las ventanas, y sin aparatos electrónicos funcionales. A ella, en particular, la dejó hasta sin ropa.

El fotoperiodista Javier Verdín, quien también vivió los estragos del huracán, comparte en sus redes sociales el 3 de noviembre pasado esta imagen de colegas reunidos en un punto de «la costera destruida» donde había un pequeño generador de luz y señal de internet.

Fue el 27 de octubre que Karla pudo hacer contacto con los coordinadores del multimedios para el que colabora y dar un reporte. Viajó a la ciudad de Chilpancingo, la capital de Guerrero, ubicada a menos de horas del puerto, aunque ese día les llevó más de seis; salió junto a su padre a buscar víveres y agua.

Alguien, en algún lugar de la ciudad, le permitió cargar su teléfono y se comunicó. Después, recuerda, dio un reporte que en realidad era su testimonio personal de cómo enfrentó la contingencia y lo que ella había visto de la tragedia y los daños, como los 14 cadáveres con los que se topó a las horas siguientes que bajó de su casa para buscar comida y ayuda en general.

Aunado a todos los impedimentos de informar por la misma catástrofe, las instituciones oficiales tampoco hacen fluir de manera eficiente la información de los daños, según algunos periodistas.

Con la imposibilidad de la comunicación desde Acapulco, los primeros reportes periodísticos no salieron de los periodistas locales, donde hay colaboradores para medios de comunicación de todas las dimensiones (locales, nacionales e internacionales). Lo hicieron quienes son de fuera de la ciudad.

Las primeras imágenes aéreas conocidas durante la mañana siguiente después del paso de Otis las dio a conocer una de las televisoras nacionales más grandes del país. Otros reportes salieron esa misma tarde porque periodistas de Chilpancingo, como Ángel Galeana, llegaron a Acapulco minutos antes del huracán, y hallaron hoteles que tenían servicio de internet aun cuando la señal era muy débil.

Otra información se conoció por la noche y al día siguiente porque otros tantos periodistas viajaban de Chilpancingo al puerto, y volvían, con todas las dificultades del camino, para mandar información.

Periodistas que trabajan para el periódico estatal El Sur en la capital, por ejemplo, viajaron durante los primeros días hacia Acapulco para recabar datos, porque las oficinas centrales están en el puerto y no había manera de que informaran, ni siquiera sabían cuáles eran las condiciones personales de algunos reporteros.

Algunos reporteros reunidos en una oficina pública en plaza Marbella. Foto: Margena de la O.

Los periodistas locales acapulqueños, aunado a sus afectaciones particulares, quedaron en desventaja de informar sobre Otis ante la infraestructura de grandes empresas, como las televisoras.

“La verdad me daba mucha envidia porque estaban llegando los enviados nacionales de las grandes empresas, con equipos, estructuras y estaban transmitiendo. Yo no sabía lo que pasaba en la televisión, porque no estaba viendo televisión, porque no tenía electricidad en mi casa, todavía no tengo teléfono y por eso me bajo aquí a trabajar”, dice en entrevista el periodista Misael Habana de los Santos en un punto de plaza Marbella, frente a la escultura de La Diana.

Un grupo de comunicadores aprovecha la cobertura de internet y parte de las instalaciones de unas oficinas públicas para enviar su material, porque hasta hoy ningún servicio público está resuelto por completo en el puerto.

Los periodistas de Acapulco deben buscar también la manera de resolver la incomunicación. “De la crisis y la necesidad había que informar, había que hacer algo”, agrega Misael Habana después de compartir que salió de su casa al tercer día, primero, porque debió asumir la catástrofe y recontar parte de los daños, aun cuando no pudiera resolverlo.

Segundo porque todo el tiempo estuvo solo y debió esperar a su compañera, que estaba fuera de Acapulco el día del huracán, para no dejar sola la casa, por el riesgo de que saquearan la vivienda como lo hicieron muchos con las tiendas y negocios establecidos, otro problema que empujó a los habitantes del puerto a tomar sus propias medidas.

Los periodistas, se documentó antes, como todos los habitantes, viven las mismas necesidades y enfrentan las mismas circunstancias que todos en Acapulco.

A diferencia de muchos periodistas de fuera, que van y vienen o que están por algunos días en el puerto y se retiran, los locales deben de enfrentar que en sus casas faltan, además de los servicios para la comunicación, otros tantos básicos, como el agua, o el transporte público que, aun cuando circulan algunas unidades no son todas, porque también el combustible escaseó.

Para resolver la incomunicación el esfuerzo es doble. “Porque nunca es el mismo día, o sea hoy tienes internet aquí en la iglesia, pero mañana se puede descomponer, entonces vete al Infinitum de Calinda (un hotel de zona dorada), como puedes estar ahí, como no puede haber internet. El Copacabana (otro hotel de la misma zona) lo cerraron el 30 de octubre y había una fuente de internet, pero por una clave que me pasó una amiga. Entonces, yo lo comparo con los videojuegos, ya ves que los personajes llevan una moral, tu ánimo sube o baja de acuerdo con las circunstancias”, comparte Héctor Briseño, otro periodista del puerto.

El periodista Héctor Briseño se sienta a descansar en una glorieta frente al Centro Internacional Acapulco donde vuelve a captar señal de internet, después de enviar su información. Foto: Adriana Suárez.

Los comunicadores en busca de señal de internet han hecho de algunos espacios centros de trabajo y los han convertido en sitios de reencuentro para saberse cómo están ellos o cómo están los otros colegas. Algunos han coincidido, por ejemplo, en la acera de los establecimientos al otro lado de lo que quedó de Galerías Acapulco; otros en las inmediaciones del hotel Hotsson Smart, donde hay una fuente de señal de internet u otros en la plaza Marbella.

Desde «la oficina improvisada» frente a Galerías Acapulco fue que el fotoperiodista Javier Verdín, a quien sus colegas buscaban después del huracán, subió una foto a su perfil de Facebook con la que se reportaba y, a la vez, aprovechó para narrar parte de lo que sentía. «Cuando amaneció después de la noche del huracán Otis bajé para hacer fotos a la costera, caminando desde Cumbres de Llano Largo, me cayó un árbol de ceiba con espinas grandes y me dañó la pierna y eso me menguó; tardé cinco horas en subir el cerro de regreso a la casa destruida. La verdad es que a todos nos fue mal, pero también considero que es un buen momento para reflexionar, organizar, repensar, volver a soñar, desde el caos volver a sacar la belleza y hacer poesía», es sólo un fragmento de lo que compartió.

Las complicaciones para comunicar han orillado a algunos periodistas a ajustar sus propias maneras de difusión. El equipo del programa de radio de Al Tanto Guerrero, que coordina Misael Habana, al no funcionar las ondas electromagnéticas que transmiten la señal de radio, hacen su programa sólo a través de las redes sociales desde un pasillo de la plaza donde les facilitan internet, que antes sólo eran otra vía de difusión del programa que hacen de dos a tres de la tarde. “Estamos trabajando sin nada, porque no tenemos nada”, agrega Misael.

En medio de todo esto se debe informar aun con todo lo emocional que acarreó una manifestación natural como Otis.

“Me ha costado tanto hacer una nota”, dice Héctor Briseño al compartir que lo más duró del huracán es la afectación emocional.

Así están otros de sus colegas. En el encuentro para la entrevista, Karla Benítez, lo primero que hace es disculparse de manera anticipada por si se desbordaba en la conversación, porque tiene claro que no ha procesado lo que vivió como cualquier otro habitante. Misael Habana compartió también que él no pudo evitar derrumbarse la primera vez que se asomó de casa para ver los daños.

Aun así, había que informar, aun cuando se trate de narrar parte de su propia supervivencia.

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