Texto: Margena de la O, Itzel Urieta y Beatriz García
Fotografia: Oscar Guerrero
Chilpancingo
La desaparición de mujeres es sólo un rasgo de las múltiples violencias que enfrentan ellas en Guerrero, un estado en supuesta observación institucional por las dos alertas de violencia de género decretadas, pero que mantiene un marcado patrón de agresión en su contra.
Porque es un instrumento de terror, de acuerdo con lo que establecen las organizaciones internacionales, como Amnistía Internacional, cuando escudriñan en los componentes de esta acción, que también tiene escalas, según los agentes que participen. En la desaparición forzada, por ejemplo, los actores son los agentes estatales o consentidos por el Estado.
La desaparición, junto al feminicidio y la trata, representa la máxima expresión de violencia contra las mujeres, niñas y adolescentes en el país, y Guerrero está entre en los primeros ocho estados con más casos, de acuerdo a un diagnóstico realizado por el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD).
Esos ocho estados concentran un 56.13 por ciento de los casos de desaparición de mujeres, niñas y adolescentes en todo el país del 2000 a octubre del 2022 que fue publicado este diagnóstico.
“La tendencia general de los casos de niñas y mujeres desaparecidas, desde el año 2000 en adelante, ha ido en ascenso, reportando desde 2011 más de 1,000 casos anuales. A partir del año 2020 se empiezan a denunciar anualmente más de 2,000 casos, siendo preocupante que el pico más alto sea el año 2021, con 2,729 casos de niñas y mujeres desaparecidas y no localizadas”, se lee en un comunicado del IMDHD a manera de resumen del diagnóstico.
Hoy que se conmemora el Día Internacional de la Mujer las cifras dejan en evidencia el contexto adverso para las mujeres y, al mismo tiempo, toda la deuda institucional para ellas –para nosotras–. La concentración de estos números y casos intenta convertirse en una consigna para expresar que faltan más acciones para garantizar protección, seguridad y, sólo así, anhelar a la igualdad.
El diagnóstico de la desaparición de mujeres, adolescentes y niñas en el caso particular de Guerrero arroja que a partir de 2013 hay un aumento en el número de desaparecidas. Los años con más casos de desparecidas son 2016, con 65; 2017, con 71; 2018, con 86, y 2019, con 59.
En el 2020 desaparecieron 50, de acuerdo con la base de datos del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), al que acudió IMDHD; es un dato trascendental porque fue el año en que surgió la pandemia por Covid-19 en México, es decir, que la mayoría de la población estuvo encerrada en casa.
Los acumulados de desaparición de mujeres en Guerrero son más inquietantes: “Al menos 547 continuaban desaparecidas hasta el 31 de enero de 2020 en la versión pública del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) de la Comisión Nacional de Búsqueda. De éstas, en cinco años, de enero del 2015 al 10 de agosto de 2020, se habían registrado 366”.
El mayor rango de mujeres desaparecidas en Guerrero se concreta en menores de 19 años, lo que significa un 41 por ciento, equivalente a 231 de las 547 desaparecidas hasta 2020.
Pero la desaparición de mujeres en Guerrero es una registro que no da tregua, se nutre todos los días. El primer bimestre de 2023 lo evidencia, donde 44 mujeres desaparecieron.
Este dato es parte de la base de datos que Amapola, periodismo transgresor genera con los acumulados mensuales de un monitoreo de las alertas que emiten las instituciones, de las publicaciones periodísticas en los medios locales de comunicación, y de las denuncias ciudadanas a través de redes sociales.
En enero desaparecieron 24 y en febrero 20. La mayoría de las mujeres desaparecidas fueron localizadas, lo que significa un importante resultado, pero no desconfigura el delito que evidencia el riesgo en que viven –vivimos– las mujeres.
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De las 20 mujeres desaparecidas en febrero del 2023, 16 fueron localizadas, pero cuatro siguen desaparecidas; aquí la historia de una de ellas.
Este 4 de marzo Karen Melissa Peñaloza Martínez cumplió 21 años. No pudo festejar ni con su familia ni con sus amigos. Es poco probable que donde esté haya partido un pastel de cumpleaños o que alguien le cantara las mañanitas. Desde el 31 de enero está desaparecida.
Lo último que supieron de ella es que abordó un taxi con dirección a Petaquillas, un pueblo de Chilpancingo ubicado a 10 minutos de la capital.
Una de sus conocidas mencionó que Karen Melissa se cambiaba de departamento al momento de su desaparición. El perro que es mascota de Melissa apareció en el nuevo departamento, pero sin rastro de ella.
Su ficha de búsqueda fue activada hasta el 7 de febrero.
Días después de que se publicó la ficha de búsqueda la familia de Melissa recibió una llamada telefónica en la que les dijeron que “ya no la buscaran porque ya no la iban a encontrar”.
Ante estos hechos la FGE tampoco a dado resultados y avances en la investigación a la familia, aun cuando su desaparición tenga más de un mes. Pero si se considera el patrón sistemático de desaparición en Guerrero, la violencia marcada contra las mujeres, y las omisiones institucionales, el tiempo es casi intrascendente.
La ficha en realidad la activaron las instituciones porque integrantes de la Red Guerrerense por los Derechos de la Mujer, organización de la que forma parte, comenzaron a exigir su aparición con vida.
Karen Melissa es originaria de Cuajinicuilapa. Vive en Chilpancingo y estudia Derecho en la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro). En su facultad nadie habla del tema; ni los alumnos ni los maestros ni las autoridades dijeron algo sobre su desaparición. Lo único que se supo es que la llaman Meli.
Para sus compañeras de la Red, Mely es muy activa en el movimiento feminista. La consideran valiente, una líder nata.
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Lucila debe ser una de las 50 mujeres desaparecidas en 2020, según cifras nacionales. Su madre sigue buscándola.
Lucila Josefina Fernández López de 22 años le faltaba un año para terminar la carrera de Ingeniería en Sistemas Computacionales en la Universidad Tecnológica de Iguala, pero unos hombres armados la sacaron de su casa 7 de mayo del 2020.
Su hijo de tres años presenció ese momento. Ahora él tiene seis años, y está a cargo de su abuela, Lucila López Flores, madre de su mamá.
La madre busca a Lucila y espera saber de ella “como sea” que la halle.
Lucila vivía con su madre. Ella tenía la ilusión de que su hija terminara la carrera para que tuviera con qué mantener a su hijo.
El 7 de mayo del 2020, Lucila notó a su hija extraña, como si algo le preocupara, pero hizo sus actividades del día: se levantó a las ocho de la mañana, se bañó, y desde entonces se sentó a hacer tarea hasta la noche; sólo se levantó a comer.
A las 20:15 horas Lucila salió a comprar leche para su hijo, regresó a los 15 minutos. Se sentó en el comedor y preguntó por su hermana; doña Lucila tuvo tres hijos.
Cuando recuerda ese momento a narrar los hechos, la madre cree que Lucila quizá esperaba a su hermana para contarle algo.
Un mes antes Josefina tuvo un problema con el papá de su hijo, porque lo demandó para que le diera pensión alimenticia; él le dijo entonces que retiraría la demanda “por las buenas o por las malas”.
La hermana llegó a casa y Lucila le pidió que salieran un rato afuera a platicar. Al abrir la puerta unos hombres encapuchados y con armas largas las frenaron.
Los hombres forcejearon con Lucila que se negaba a irse con ellos. Un amigo de su otro hermano estaba cerca de la casa y quiso defenderla, pero lo detuvieron a tiros; lo mataron.
Todo fue tan rápido. Los hombres jalaron a Josefina, su madre quiso detenerla y otro hombre encapuchado la apuntó con un arma. La subieron a un coche y se la llevaron.
Su hijo, que estaba presente, sólo temblaba. Ahora, a sus seis años, el niño tiene problemas de lenguaje; todo indica que es resultado de ese momento traumático.
Doña Lucila interpuso la denuncia de desaparición de su hija cinco meses después de que se la llevaron, porque desde la noche del 7 de mayo del 2020 unos hombres desconocidos vigilaban al resto de la familia y les tomaban fotografías. Tenían miedo.
A los cinco meses se acercó a la familias integrantes del Colectivo de Familiares de Desaparecidos y Asesinados María Herrera, con sede en Chilpancingo, y fue que interpusieron la denuncia formal ante la Fiscalía General de la República (FGR), porque en las autoridades del estado no confió.
Doña Lucila sigue en busca de su hija, pero desde hace tiempo perdió la esperanzan de que esté viva, y es cuando suelta que lo único que quiere es hallarla “como sea” que esté.
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Los datos ofrecidos por el IMDHD sitúan a Acapulco como el lugar de Guerrero donde más casos de mujeres, adolescentes y niñas desaparecidas hubo hasta 2020, con 162. Marla, de Chilpancingo, viajó al puerto en julio 2019; sigue sin volver
Los tres hijos de Marla Jiménez Carachure no saben de su madre desde hace cuatro años; desapareció en la carretera rumbo a Acapulco, en la localidad de las Cruces.
Marla llevaba un año y medio de haberse graduado como maestra de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) en Chilpancingo, donde radicaba con sus hijos. El mismo tiempo que llevaba divorciada del papá de sus hijos.
El padre de sus hijos desapareció un año antes que ella, pero en la carretera Tixtla-Chilapa, donde sus familiares hallaron su camioneta abandonada. Los hijos, que dependían por completo de Marla, tampoco saben del paradero de su papá; las autoridades siguen sin darles resultados.
Brayan Maximiliano Ángel Jiménez, el hijo mayor de Marla recuerda perfectamente el último día que supo de su madre: era 26 de julio del 2019, Marla iría a Acapulco con un compañero, a una reunión. Salió de su casa como a las ocho de la mañana. A mediodía avisó a sus hijos que pasaba por Las Cruces, una colonia de la zona suburbana de Acapulco.
El resto del día no volvió a comunicarse con sus hijos. Ellos no se preocuparon, creyeron que otra vez su madre se había quedado sin batería en su celular, algo común para ella.
Pasaron dos días y comenzaron a preocuparse. Brayan decidió interponer la denuncia ante el Ministerio Público, en Chilpancingo. Supo que el acompañante de su madre tampoco apareció. Tenía miedo.
Transcurrieron más días, semanas, meses, años sin rastro de Marla.
Poco después de la desaparición de su madre, Brayan de 28 años abandonó la carrera de Ingeniería Civil y su hermano, de 21 años, el Colegio de Bachilleres. Decidieron trabajar para que su hermana, de 20 años, siguiera con sus estudios y todos pudieran sobrevivir.
Cuatro años después, la única información que tiene Brayan es la que ha logrado por su cuenta; es posible que un amigo en común que tenían su madre y su padre es el responsable de la desaparición.