Juan, un bolero del zócalo de Chilpancingo y su peculiar técnica con fuego 

Texto: Itzel Urieta

Fotografía: Oscar Guerrero

Chilpancingo

 

Juan Felipe Aguilar es uno de los boleros que realizan esta labor en el zócalo de Chilpancingo. Lleva 38 años con este oficio.

Es originario de Alcozauca, en la región de la Montaña; vive en Chilpancingo desde hace 30 años.

Además de que es uno de los boleros con más experiencia del zócalo, Juan tiene una manera única y peculiar de bolear los zapatos, les prende fuego.

Esta técnica la aprendió en Ciudad de México, de acuerdo con sus clientes, don Juan es el único bolero del zócalo que realiza esta técnica.

Es la técnica del flameado. Juan comienza por limpiar los zapatos, depende de lo que el cliente le pida, sigue con la pintura o tinta, después les prende fuego encima.

“Con esto quedan más brillosos los zapatos y también sirve para que cualquier pelada o si está rayado se le quite”.

Juan comparte anécdotas de sus años como bolero, por ejemplo que cuando el gobierno de Rubén Figueroa Figueroa (1993-1996, porque no terminó u periodo de seis años), no era permitido que los boleros se colocaran en el zócalo. «Los policías nos quitaban, hasta que hicimos una marcha para que nos permitieran ponernos».

El oficio de bolero lo aprendió en la Ciudad de México, allá radicó ocho años. Recuerda que le tocó vivir el terremoto de 1985. “Tenía 15 días de que había salido del hospital porque me enfermé”.

Los servicios y los precios que da Juan son varados, depende que tan dañados lleven los zapatos.

Cobra entre 25 y 40 pesos la boleada.

“La piel es como un enfermo y uno como el doctor, si ve que la piel viene muy dañada o muy grave le pone la mejor pintura”.

La temporada que menos clientes es en los periodos de vacaciones, porque quienes más acuden a bolear sus zapatos son los burócratas.

Estás en el zócalo desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde.

Al momento de la charla lustra unos zapatos.

–Me está quemando mis zapatos, –dice un niño al que su madre llevó a lustrarse los zapatos.

–Me quemo yo, no se queman ustedes, –le contesta Juan.

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