Zooturismo: ¿apostarle al entretenimiento humano o al bienestar animal?

Flamingos en el zoológico Zoochilpan de Chilpancingo. Foto: José Luis de la Cruz (Archivo)

Texto: Gino Jafet Quintero y Aline Nicolas / Animal Político – PUB UNAM

Fotografía: José Luis de la Cruz (Archivo)

 

Entre las múltiples actividades que el ser humano puede realizar en sus tiempos de ocio, tiene alta demanda la opción de desplazarse para convivir con otros animales. A esto se le conoce como zooturismo, el cual permite la interacción con diferentes especies, ya sea en su hábitat o en cautiverio, en espacios urbanos o rurales, y con especímenes vivos o muertos.

La idea de esta práctica es que los turistas tengan experiencias extraordinarias como montar animales mientras disfrutan de diferentes paisajes, fotografiar la fauna como recuerdo, degustar algún platillo elaborado a base de un ingrediente de origen animal o incurrir en el asesinato de un ser sintiente.

Esta actividad genera dos posturas: una que la legitima y otra que la condena. En el primer caso, se asevera que genera altos beneficios económicos para las comunidades locales; en el segundo, se apoya la idea de que la actividad altera el bienestar de los animales utilizados y que la intromisión del ser humano en sus hábitats y el desarrollo de infraestructura turística afectan al medio ambiente. Entonces surge una disyuntiva ética: ¿se le debe apostar al bienestar humano (mediante este tipo de turismo) o a mantener el bienestar animal?

Desde una postura antropocéntrica, la derrama económica que genera el zooturismo pareciera ser una razón muy válida para legitimar estas prácticas. De acuerdo con el World Travel & Tourism Council, tan solo para 2018 representó un ingreso de más de 120 mil millones de dólares del Producto Interno Bruto a nivel mundial. Se argumenta que este tipo de turismo permite el crecimiento económico local y provee de ingresos para que las poblaciones receptoras accedan a comida y vivienda.

Sin embargo, valdría la pena preguntarse si este tipo de turismo es en verdad la única alternativa económica para dichas comunidades y qué tan ética es su implementación. Los animales no humanos en cuestión son obligados a realizar determinadas actividades, ven invadidos sus espacios de vida, son mercantilizados como productos semovientes y hasta se ven físicamente controlados sin tener oportunidad de oponerse. La World Animal Protection (WAP) ejemplifica esto con elefantes que fueron separados de sus madres, que están ciegos y con tuberculosis o que tienen heridas de anzuelos en sus lomos, o cuyas piernas y pies se lastiman por las largas caminatas que los fuerzan a realizar para satisfacer los gustos de los turistas. Miembros de otras especies –como delfines, serpientes, caimanes y perezosos– están expuestos continuamente al flash de las cámaras y a los químicos con que los turistas que los tocan protegen su piel, lo cual puede generar estrés, enfermedades, estereotipias, zoocosis, lesiones y muerte prematura.

Desde una postura ética centrada en el privilegio humano, por poblaciones cuya única derrama económica es el zooturismo, el sufrimiento animal y el deterioro ambiental son necesarios pues tiene prioridad el bienestar de los homo sapiens. Sin embargo, a lo largo de la historia se ha dado que poblaciones que perdieron su “único” (sic) sustento se han reinsertado en la dinámica económica; es el caso de los hñahñú en Hidalgo, quienes tras haber abandonado sus milpas, migrado a los Estados Unidos y regresado a México sin nada, implementaron un recorrido turístico que simula la caminata que tienen que hacer los migrantes indocumentados en el desierto de Sonora. Esto demuestra que el argumento referido es falaz.

Ya ha habido intentos por regular el zooturismo a favor del bienestar de los animales, aunque no se resuelve de raíz su explotación. Diferentes agentes gubernamentales y privados han mostrado su preocupación y creado parques nacionales, donde son cuidados junto con su entorno, con los que las comunidades locales siguen recibiendo un beneficio monetario y en los cuales los recorridos turísticos son “más éticos”: dan a los animales un mayor grado de libertad, se manejan a partir del principio de la mínima intervención y se educa a los visitantes sobre las afectaciones hacia otras especies. Asimismo, la WAP ha implementado medidas como el Código Selfie, que trata de concientizar a los turistas sobre las repercusiones de tomarse fotografías con la vida silvestre. Sin embargo, en ningún caso se deja de ver a los animales no humanos como recursos turísticos ni se garantiza que no sean afectados ni individual ni colectivamente.

Dentro de una postura antiespecista y una ética no antropocéntrica, los Estudios Críticos Animales cuestionan estas prácticas, deconstruyen la valoración de la bestialidad como resultado de la dicotomía animalidad/humanidad y abogan por los intereses primarios de los animales —así como sus derechos a no sufrir, a no padecer molestias ni dolor y a ser libres— por encima del interés humano secundario de la recreación. Con base en la idea del abolicionismo de Tom Regan, proponen alternativas y buscan erradicar todo tipo de actividades de explotación y utilización, e incorporar a los no humanos como sujetos legales y agentes dignos de consideración moral.

En cualquier caso, no se debe olvidar que nuestras actividades turísticas son de corta duración, mientras que el daño hacia los no humanos es de muy largo plazo; pero sobre todo que su uso como recurso turístico o como elemento patrimonial no es realmente el problema de fondo: es sólo una consecuencia más de nuestra deliberada desconsideración moral, de una mentalidad supremacista y de un sistema de creencias, intereses, valores y costumbres llamado especismo. Hace falta que los aparatos legales reconozcan a éste como forma de discriminación para que se atienda la injusticia y la explotación y se regulen todas las prácticas recreativas, ya que el antropocentrismo siempre valorará los intereses de los turistas por encima de aquellos no humanos.

 

Flamingos en el zoológico Zoochilpan de Chilpancingo. Foto: José Luis de la Cruz (Archivo)