Texto: Arturo de Dios Palma
Fotografía: Raymundo Ruiz / Cromática agencia fotográfica y multimedia
Taxco
Una mañana de agosto del 2014, Magdalena dijo por teléfono a su padre, Diego Aguilar Zamora, que no aguantaba más, que quería separarse de César.
La respuesta fue inmediata: “Salte. Toma sólo tus documentos y de los niños. No te traigas ropa. Te espero afuera”.
Ese día César no estaba en casa.
Magdalena se apresuró, buscó los documentos, guardó algo de ropa suya y de sus hijos y dejó la casa donde vivió tres años con César.
En 2011, Magdalena Aguilar Romero y César Gómez Arciniega se conocieron. Se hicieron novios y a los seis meses la joven se embarazó; se fueron a vivir juntos y poco después se casaron.
La vida de Magdalena cambió de golpe. Dejó de estudiar la Licenciatura en Nutrición para dedicarse a sus hijos y a su familia.
Un año después, en 2012, con el apoyo de su papá y su mamá, retomó los estudios en Iguala. Todos los días viajaba. A César, eso le molestaba.
La rutina de Magdalena con su familia comenzó a diluirse. Dejó de ir a convivios, a la comida de todos los domingos en casa de su abuela materna, de visitar a su mamá y papá, incluso, dejó de celebrar algunas navidades y cumpleaños de sus hermanos.
La respuesta para negarse casi siempre era la misma: “No puedo”, “estoy ocupada”.
Para ver a Magdalena había una sola forma: ir hasta la casa de César a visitarla.
Habían comenzado las prohibiciones de parte de César. Magdalena no se arreglaba, en ocasiones no se bañaba, no salía, se negaba ir a fiestas, pero había un rasgo que no deja dudas de su nueva vida: adelgazó al extremo.
“Cuando le preguntábamos a los niños que comían, siempre nos contestaban lo mismo: papas con salsa”, cuenta Saúl, el hermano menor de Magdalena.
Las prohibiciones se volvieron extremas. Un día, César prohibió a Magdalena visitar a Saúl, porque no quería que le fuera a “pegar” su homosexualidad a su hijo mayor.
En la familia de Magdalena hay muy pocos recuerdos de convivencia entre ellos y César. Casi nunca los visitaban y las pocas veces que lo hacían era demasiado serio, distante.
Saúl convivió con César y Magdalena cuando eran novios. Desde entonces notó que “era machista, celoso, posesivo y homofóbico”.
“César le quitó energía a Magdalena, le quitó vida y la metió en problemas”, dice Saúl.
Un día, cuenta, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) le requirió a Magdalena que se presentara a regularizar la situación fiscal de su joyería. “¿Joyería de plata?”, se preguntaron todos.
César a escondidas puso a nombre de Magdalena una joyería de plata que administraba un familiar de él. César tiene 35 años y la familia de Magdalena nunca supo con exactitud a qué se dedicaba.
Tres años duró la relación entre César y Magdalena y esa mañana de agosto, cuando salió huyendo, todos creyeron que estaba a salvo.
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La mañana del sábado 13 de enero, Magdalena llegó hasta la cama de su madre, María de los Ángeles Romero, le dijo que iba a dar unas consultas particulares, después iría por sus hijos y volvía. Le dio un beso en la frente y se despidió.
Los últimos tres años fueron intensos para Magdalena.
“Siempre andaba corriendo, de un lado a otro, no paraba”, dice Saúl.
Después de aquella mañana de agosto, Magdalena comenzó a recuperarse, a mantenerse ocupada entre la escuela y sus hijos y, el último año, en su servicio social en el centro de salud de Taxco.
Retomó el gusto por salir a tomar el café con sus amigas, por arreglarse, por pintarse, por ejercitarse, por leer, por ir a comer con su familia, por llevar a sus hijos a jugar al zócalo. En este tiempo, coincide su familia, siempre se mantuvo fuerte, alegre.
“Nunca la vi enojada, siempre contenta, riéndose, cariñosa. Magda era una guerrera”, recuerda su papá, un hombre que forjó a su familia como mineros, el principal oficio en Taxco desde hace décadas.
En esos tres años, Magdalena estuvo protegida y apoyada por toda su familia.
“A ella la pusimos en el centro, la apoyamos porque queríamos que saliera adelante”, dice su padre.
Mientras Magdalena iba a la escuela, o a su servicio, uno de sus hermanos iba por los niños a la escuela, el otro los cuidaba mientras llegaba, pero nunca estuvo sola, recuerdan.
Magdalena, dice una de las integrantes de la Colectiva Camina Violeta en Taxco, siempre estuvo en riesgo. Un riesgo que nunca se midió. Explica que cuando se da una separación como la de Magdalena —que salió huyendo— en la ex pareja se genera un coraje profundo.
Las mujeres, que prefieren omitir su nombre por seguridad, dicen que en el centro de salud donde fue atendida por violencia, a Magdalena la clasificaron con un riesgo muy alto. Esta clasificación fue enviada a la agencia del Ministerio Público (MP) y al área de apoyo a mujeres del ayuntamiento de Taxco para que le dieran seguimiento a su caso.
“Lo que pasó es que no hubo el acompañamiento adecuado de las instituciones, el MP tuvo que haber ido a visitar a Magda para verificar su situación y eso nunca pasó”, lamentan.
Las integrantes de esta colectiva explican que el principal obstáculo que enfrentan las mujeres violentadas son las instituciones: no activan pronto los protocolos de protección, dilatan en tomar las denuncias y las reacciones cuando son violentadas son muy lentas.
En el caso de Magdalena fue tan lenta la actuación de las autoridades, cuentan las integrantes de la colectiva, que la mañana del domingo 21 de enero —ocho días después de la desaparición de la joven— vieron a César comprando con toda tranquilidad su desayuno en el centro de Taxco.
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El jueves 11 de enero, Magdalena dejó sus dos hijos con César. Habían acordado que ella los tendría de lunes a viernes y él los fines de semana.
Tres meses atrás, la madre de César, Silvia Arciniega, habló con Magdalena. Le pidió que le prestara a los niños, que los extrañaba y que también era bueno que convivieran con su otra familia. Después de días de pláticas, Magdalena accedió.
César nunca cumplió con la manutención a pesar del acuerdo ante un juez cuando concretaron su divorcio, en 2015.
El sábado 13, César tenía que entregarle a los niños. Acordaron verse a la una de la tarde en el zócalo de Taxco. César no llegó y le aviso que mejor a las dos. Tampoco llegó. Después a las cinco. Fue lo mismo. Entonces Magdalena decidió ir a buscarlo a su casa en la calle Guadalupe, en el barrio de Los Adobes.
A las cinco de la tarde, Magdalena se comunicó con su madre; le dijo que la esperaba para ir juntas a la misa de cabo de año de su bisabuela. Magdalena no llegó. María de los Ángeles le mandó un primer mensaje por Whatsapp, una imagen; después otro avisándole que la misa había terminado y que ya se iba al rezo y, un tercero: “¿Qué pasó?”. Este último ya no llegó.
“En ese momento me comencé a preocupar, pero también a molestar porque pensé que Magdalena había vuelto con César”, dice María de los Ángeles.
Llegó la noche, Magdalena no. Todas las llamadas mandaban directamente al buzón. En la familia trataron de calmarse. Se durmieron y al siguiente día comenzaron a buscarla.
El primer lugar donde acudieron fue a la casa de César. Los recibió Silvia y el mismo César. Ambos aceptaron que Magdalena estuvo ahí, pero dijeron que alrededor de las seis de la tarde se fue sin los niños. César tenía la cara rasguñada.
Fueron al MP a denunciar la desaparición de la joven. Se toparon con el primer obstáculo.
—¿Ahora qué sigue?— preguntó el padre de Magdalena al agente del MP después de interponer la denuncia.
—No sé, yo no sé qué es lo que sigue, eso lo tienen que decidir ustedes.
Los nueve días de búsqueda corrieron por parte de la familia, los amigos y grupos de apoyo a mujeres. Montaron una campaña en redes sociales, pegaron volantes por todo Taxco. La familia nunca perdió de vista que los principales sospechosos eran César y su madre. Trataron de mantener vigilada siempre la casa y por la presión que generaron, un grupo de policías ministeriales entró al domicilio de César pero no hallaron nada.
Fueron días de desesperación, de estrés, de angustia. María de los Ángeles recibió llamadas pidiéndole dinero, incluso hasta de burla.
El sábado 20, recibió una llamada que la estremeció: “su hija está en la casa de César, la tienen en cacerolas”. El lunes todo quedó al descubierto: en un local de César fue hallada Magda asesinada, así como le dijeron a su madre.
Silvia, la madre de César, fue sentenciada a 40 años de prisión por el feminicidio de Magdalena. César estuvo prófugo cuatro años, el miércoles 6 de junio, el ayuntamiento de Tijuana informó de su detención. Desde hace años, la Fiscalía General de Estado (FGE) de Guerrero contaba con información de que César se escondía en Tijuana, pero no intentaron detenerlo.