Cristina Bautista: 2, 555 días de dignidad y amor en búsqueda

Texto: Vania Pigeonutt

Fotografía:  Oscar Guerrero y Roxana Romero

1 de octubre del 2021

Ciudad de México

 

Cristina lleva caminando en busca de Benjamín Ascencio Bautista 2, 555 días. Benja vive en ella, ella vive para volverlo a ver.

 

Estos siete años Cristi, Tía Cristi, doña Cristi, Cristinita, las variadas maneras en que la llaman quienes también son parte del movimiento por los 43, ha subido, bajado, volado en avión, caminado kilómetros, dominado el español, gritado, llorado, luchado mucho para hallar a su hijo y los otros normalistas desaparecidos. Ha recorrido mundo, para abrazar a Benja.

 

Es 23 de noviembre del 2016. Madres y padres de los 43 desaparecidos reclaman a los diputados en San Lázaro la nula ayuda para encontrar a sus hijos. Sus mantas con los rostros y nombres de los 43 estudiantes desaparecidos están colocadas en los bordes frontales de la mesa de la Comisión de seguimiento del caso Ayotzinapa.

 

–Nextilej noxtimej uan nikan yennemij, tlasokamati ueyi de que nikan yebnualakej, tech kakiskej ken tejuamej tikitoskej nikan. Buenos días a todos presentes, les agradezco mucho que nos vinieron a escuchar a cada uno de nosotros, esto fue lo que dije en náhuatl.

 

En un podio frente a dos banderas de México–ella dando la espalda–, con una voz dulce pero contundente, Cristi, de entonces 41 años, saluda en su idioma materno, el náhuatl, a los diputados y luego reclama en español que no haya avances en la investigación para dar justicia y verdad a las familias que reclaman a sus desaparecidos y asesinados.

 

Les exige legitimidad para su lucha, en ese entonces, a dos años dos meses de los hechos en Iguala, Guerrero. En el municipio de la zona Norte fueron desaparecidos 43 normalistas de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de la comunidad Ayotzinapa, Tixtla, asesinados tres y tres civiles, por policías municipales junto a presuntos integrantes del grupo criminal Guerreros Unidos, ante la presencia de soldados del 27 Batallón de Infantería. La desaparición se prolongó hacia la madrugada del 27 de septiembre en Iguala, una ciudad con cámaras, cuyas grabaciones también se esfumaron.

 

“Desde antes de que estuvieran en campaña, diciendo a la gente que las cosas iban a cambiar si les daban su voto, mientras nosotros recorríamos llanos, poblados y barrancas en la búsqueda de nuestros 43 hijos, jamás recibimos de ustedes ni una palabra de apoyo… No han movido ni un dedo para exigir justicia, mientras que nosotros hemos marchado por todo el país, para denunciar la impunidad de los desaparecidos, miles y miles desaparecidos en el país”, demanda.

 

Cierra su participación con la frase que le ha dado la vuelta al planeta, el emblema, que además de ser el del suyo, uno de los movimientos vivos más largos de la historia contemporánea, es simbólico para la lucha de los más de 91,000 desaparecidos del país. “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

 

Ese día, en la Cámara de diputados Cristi es la activista, la Cristina que parió a Benjamín. Su objetivo más importante en la vida es volver a reunir a su familia: a sus dos hijas, Lau y May, junto a sus nietas y papás en su pueblo Alpoyecancingo de las Montañas, Ahuacotzingo, Montaña baja del estado.

 

Los padres y madres de los 43 son como una familia, dice Cristi, una que las circunstancias y el dolor los reuniera. A la fecha cuatro han muerto sin justicia: en 2018, de cáncer, Minerva Bello Guerrero, madre de Everardo Rodríguez Bello; en ese mismo año Tomás Ramírez Jiménez, padre de Julio César Ramírez Nava, uno de los tres normalistas asesinados la noche de Iguala.

 

En agosto del 2021 murió Saúl Bruno Rosario, padre de Saúl Bruno García. El fallecimiento más reciente, el 3 de septiembre, el de Bernardo Campos Santos, Tío Venado, padre de José Ángel Campos Cantor. Los tres padres y Minerva además de sus enfermedades, murieron tristes.

 

Su salud es aún menos importante que sus deseos de volver a ver a sus hijos. Nada, ni la pandemia de covid-19 está por encima de su búsqueda de justicia.

 

Recorrer el mundo hasta hallarlos

El 19 de agosto pasado entrevisté a Cristi al sur de la ciudad, la he acompañado en varios momentos, porque ha sido imparable: presentaciones de libros sobre los 43, protestas, visitas a universidades, en las marchas; pude ir a su casa para reportear la historia de Benja.

 

La conozco desde 2014, cuando ella tenía 39 años, he visto cómo han pasado los años sin que su rostro pierda la frescura, calidez y carisma. La vi por primera vez en la explanada de la Normal Rural, a media hora de Chilpancingo, un sitio que desde entonces es un altar con velas donde las butacas con las fotografías de los 43. Eran días en los que los papás caminaban con fotos e historias, ahora lo hacen con sus mantas y discursos más estructurados.

 

Desde entonces, se reconoce diferente, sabe que ha cambiado, una evolución que cuando migró a Estados Unidos o salía de su pueblo a Chilapa a surtir la ropa que vendía, jamás imaginó. La veo con la misma sencillez de siempre, con sus aretes del número 43, un símbolo de esta lucha.

 

Borda el rostro de su hijo sobre una manta que una artista le dibujó, Benja será el único normalista que en la marcha del domingo 26, cuando se cumplan siete años de la desaparición de los 43, destacará por los bordados que Cristi hizo con esmero y la esperanza de que su hijo estuviera bien y hubiese comido.

 

Cristi hace un recuento de estos siete años de lucha, siempre en sus manos la manta de Benja. Ese caminar que ha hecho con Joaquina, Hilda, Mario, Epifanio, Celso, Blanca, Emiliano, Clemente, Hilda Leguideño, María de Jesús, Margarito, y el resto de las madres y padres de los muchachos desaparecidos.

 

Dice que se siente muy triste. Falta poco más de un mes para un año más, para los siete. Cada agosto y septiembre, se les viene la tristeza. Cargan mucho más el duelo cuando saben que se cumplirá un año más sin saber por qué los desaparecieron.

 

“Son 43 sueños, 43 vidas, sin saber cómo están, sin saber a dónde están, qué hacen. Al llegar este mes, me he sentido triste. El sueño se me va. No me puedo dormir. Me pongo a pensar qué estará haciendo mi hijo, qué les estarán haciendo con sus compañeros, si están juntos, están separados. Es el dolor más grande”.

 

Recuerda que ha recorrido países de Latinoamérica. La primera vez que salió fue en 2015, fue a Colombia, a la región del Cauca. Allá estuvo en la Universidad de Bogotá, dando la información del caso, luego fue a Medellín, ahí estuvo unos 15 días. Dice que a todos los estudiantes que vieron se les dio la información, encontró a otras madres, padres, que tienen a familiares desaparecidos.

 

“El dolor es el mismo, también están sufriendo como nosotras. Nos abrazamos, nos dimos ánimos, que hay que seguir buscando hasta encontrarlos. Me tocó ir con don Bernabé. Después de Colombia me tocó ir a Argentina, cuando cumplió dos años de la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa”, cuenta.

 

Hace un recuento de los activistas que han sido solidarios con ellos, les agradece en el alma. La gente que los ha recibido con mantas de los 43 en los aeropuertos, quienes les han dado de comer, quienes han estado pendientes de que toda la información que no daban las autoridades sonara en las radios, en las escuelas, en las calles.

 

“No tuve descanso, me conmovió cuando salí de la entrevista de la tele había una señora llorando, gritando: ¡Doña Cristina, regálame un abrazo, te vi en la tele y te quise saludar! Yo me he dado cuenta que no estamos solos, con los abrazos, eso para mí es muy importante. Me dan fuerza, ánimo de no rendirme, de no quedarme callada, debo de hablar, me motiva, por eso sigo aquí”, comparte.

 

En su recorrido conoció a las abuelas de la Plaza de Mayo. “Muy triste, son 40 años de lucha de ellas, una de ellas encontró su nieto, si da fuerza, pero a la vez da tristeza, porque imagínate, 40 años, no voy a aguantar, si mi hijo no llega me voy a morir, a los dos años sentía que no iba a aguantar, y con todo eso nos va poniendo fuertes y sigo viva, tengo fe en dios de que tarde o temprano tendré a mi hijo de nuevo”.

 

Después de Argentina, salió a las audiencias. “Porque el gobierno de (Enrique) Peña Nieto nos iba diciendo mentiras y no quisimos que ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dijera que todo estaba bien. El 2 de marzo de 2016 fuimos a Washington, fui a la audiencia; por el mismo 2016, el 16 de octubre, me tocó recorrer Estados Unidos, estuve un mes con doña Joaquina”.

 

Narra que estuvieron en Brooklyn, Nueva York, luego volaron hacia Chicago. “Recorrimos los radios, los eventos, periodistas, universidades, demás colectivos, de Chicago nos fuimos para Seattle, viajamos en tren, avión, carro, metro, recorrimos todas esa ciudades. Después nos fuimos para Los Ángeles, San Francisco, a varias universidades”. Iban otras luchas, como la de Nochixtlán, la de los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), jornaleros de San Quintín.

 

Estar en Estados Unidos le recordó sus seis años viviendo allá, de cómo le hizo para construir su casa siendo migrante, porque su pueblo, además de estar en la zona periférica de una de las regiones más violentas de Guerrero, la Centro (Chilpancingo, Tixtla, Chilapa), está en un lugar de alta marginalidad, donde la política pública no llega por igual que a las zonas urbanas y la gente tiene que migrar para construir un hogar.

 

Primero cruzó en el año 2000 y en 2001 regresó a Alpoyecancingo, estuvo un año en Guerrero, en 2002 hizo su casa, en 2003 se volvió a ir, regresó a Bridgeport, Connecticut hasta el 2007. Allá trabajó en un autolavado haciendo comida, lavó trastes en una pizzería, sirvió hamburguesas en un Burger King, luego un Mc Donald´s, aunque se endeudó juntó poco a poco y puso las puertas y las ventanas de la casa que ahora lleva la exigencia del movimiento en las paredes: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!.

 

“Pensé: me gustaría trabajar en Estados Unidos, pero no puedo, porque si me quedo a trabajar, quién va a reclamar a mi hijo, quién va a buscarlo. Sí lo pensé, era el tiempo que mejor gané, pero cómo me iba a quedar. Los padres y madres lo hemos dejado todo; nuestras cosechas, nuestras costumbres en las comunidades, nuestras vidas, porque lo más importante es encontrar a nuestros hijos”, sigue.

 

En esos años tampoco había avances, la “verdad histórica” del ex procurador Jesús Murillo Karam, que sostenía que los estudiantes fueron calcinados, fue cuestionada tanto por los abogados del movimiento, del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh) y del Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, como por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), los peritos Argentinos. Todos revisaron una y otra vez la investigación manipulada.

 

“El mensaje que dimos fue claro: fue el Estado quien desapareció a nuestros hijos: la policía municipal, la estatal, la federal; denunciamos que en el Palacio de Justicia de Iguala hay seis cámaras y ninguna cámara, eso nos dijeron, sirve, todos apuntaban a que sí existían los vídeos y los desaparecieron”.

 

Los padres y madres insistieron en que no había evidencias de que a sus hijos los calcinaran y también recalcaron que los normalistas no eran unos vándalos, delincuentes, como quiso difundir el gobierno de Peña Nieto. Otros padres, como don Eleucadio, hicieron esa misma labor pero en países europeos. A ella y otros le tocó la caravana del norte de México: recorrieron las ciudades, pueblos y universidades informando sobre su lucha.

 

Velas de doña Cristi

Desde la desaparición, en la cancha de Ayotzi, donde hay una imagen de la virgen de Guadalupe y un Cristo, Cristi compra flores, una veladora, para pedirle que regrese a los 43, como la mayoría de las madres, porque aunque este movimiento es mixto, las mujeres llevan la delantera.

 

“No la dejo apagar, cuando salí a México dejaba una veladora grande, todavía está prendida, cuando me fui 19 meses a mi pueblo tengo imágenes, prendo la veladora, he hecho misas en la iglesia de San Juan Bautista, he pagado misas catedral de Chilapa, pido a dios que los proteja a donde quiera que estén, que dios los cuide, que siguen aguantando, nosotros los seguimos buscando”.

 

 

El 68 y los 43

Para los académicos Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco, en el libro De Iguala a Ayotzinapa, la escena y el crimen, Ayotzinapa es una nueva “escenificación de la masacre de Tlatelolco, del 2 de octubre de 1968. Éste es el origen del del enorme peso simbólico”.

 

“La asociación dice que en Iguala hubo una masacre de estudiantes perpetrada por el Estado, igual que en Tlatelolco, y por ese motivo forma parte de una larga historia represiva que se cuenta entre los crímenes del régimen”.

 

La doctora Angélica Narváez, quien ha dado seguimiento a la salud de los padres y a otras víctimas en el estado, muchos presentan problemas de hipertensión crónica, diabetes, depresión, ellos si llevan a sus espaldas un peso simbólico que arropa a las miles de víctimas de Guerrero y este país, pero aunque su lucha los ha llevado en muchos casos a la muerte, “nada está por encima de su exigencia de justicia”.

 

“Tuve la oportunidad de hacerle los acompañamientos al hospital de cancerología a la señora Minerva Bello. Lo que ella me dijo en los últimos momentos, ya donde tenía una etapa terminal de su problema, es que ella estaba consciente de que iba a morir, pero que ella no iba a descansar… Los padres han fallecido sin ver justicia, sin tener una tumba en donde llorarles. Para ellos lo más importante es encontrar a sus hijos. Más allá de la salud, para ellos encontrar a sus hijos es tenerlo todo, para ellos encontrar la verdad y la justicia, va más allá de la salud”.

 

 

*Agradecemos a la poeta Araceli Tecolapa Alejo la traducción al náhuatl de la voz de Cristina Bautista

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