Tixtla: voto masivo como protesta contra grupo criminal

Texto: José Miguel Sánchez e Itzel Urieta

Fotografía: José Luis de la Cruz

14 de junio de 2021

Tixtla

Vicente Guerrero, originario de esta ciudad, hace 200 años, dio una lección de carácter. Rechazó el indulto del virrey, cuyo mensajero fue su mismo padre.

Durante varios años, los hombres y las mujeres de esta pequeña ciudad mandaron esa lección al sótano de la memoria colectiva.

La disputa del control entre grupos económicos y políticos asociados con el crimen organizado, desde el 2012, sumió a Tixtla en una espiral violenta.

Durante los últimos nueve años, las noticias de tixtlecos desmembrados y decapitados, tirados en la carretera o en diferentes puntos de Chilpancingo, hicieron que los habitantes se quedaran en absoluto silencio.

Esta violencia era resultado de la disputa territorial entre Los Rojos, el grupo criminal que antes dominaba Tixtla, y Los Ardillos, los que finalmente se quedaron con el control.

Esta semana posterior a la llamada elección más competida de la historia de México, las mañanas en esta pequeña ciudad tienen un toque diferente. Las personas se miran tranquilas, aunque continúan sin hablar en público de temas de seguridad y de política.

El domingo 6 se junio rechazaron continuar con el gobierno de la actual alcaldesa Erika Alcaraz Sosa, la que llegó abanderada por el PRD, como parte de la corriente política que al interior de ese partido encabeza Bernardo Ortega Jiménez, actual diputado local, hermano de Celso e Iván, quienes de acuerdo con la Fiscalía General del Estado (FGE) son los líderes del grupo criminal Los Ardillos.

Ortega Jiménez y Alcaraz Sosa tuvieron antes otros cargos. Los eligieron así los habitantes de las poblaciones dominadas por ese grupo criminal. Alcaraz Sosa fue diputada local por el 24 distrito, que abarca los municipios de Mochitlán y Quechultenango (en los que surgieron Los Ardillos), además de Tixtla, Zitlala y Apango. El cargo se lo dejó a Ortega y ella se postuló para ser la alcaldesa de Tixtla.

En esta contienda electoral, Alcaraz Sosa buscaba la reelección en la alcaldía y Ortega Jiménez, en el distrito 24. Sólo Ortega lo consiguió. Alcaraz Sosa obtuvo 33 por ciento de votos, le ganó la partida el morenista Moisés Antonio González Cabañas, con 56 por ciento.

En la diputación local se impuso de nuevo Ortega Jiménez con el 51 por ciento de votos, Silvia Guillermo Tecoapa, de Morena, obtuvo el 30 por ciento.

La historia de la violencia en la histórica ciudad

Una decena de policías municipales vigilan el acceso a Tixtla.

Detienen a los conductores de los automóviles que no han visto por ahí. Los de los lugareños ya los conocen. A estos solo les piden que bajen la velocidad.

–¿A dónde se dirige? –preguntan a los visitantes.

Tixtla es un lugar que atrae gente de otros municipios de la zona Centro, principalmente Chilpancingo. A esa pequeña cabecera, se va a misa, a comer o a comprar mezcal y artesanías.

La gente local asegura que esos policías que vigilan los accesos y las salidas graban a todo el que entra y sale de Tixtla. En sus gorras, dicen, traen una cámara.

Durante el retorno, los policías vuelven a interrumpir la circulación.

–¿Todo bien? –preguntan, con mucha amabilidad, a quienes se retiran.

Esta vigilancia que tiene Tixtla es muy parecida a los filtros de seguridad que existen en los municipios de Mochitlán y Quechultenango, este último es el municipio de origen de Los Ardillos, en los que hubo violencia alrededor de los años 2006-2008, después con el control total de este grupo, aparenta ser un sitio próspero, cuyo gran inconveniente es que nadie puede contrariar a los hermanos Ortega Jiménez.

De acuerdo con algunos vecinos de la ciudad, la violencia comenzó en Tixtla durante la administración perredista de Gustavo Alcaraz Abarca, del 2012 al 2015. Ahí comenzaron los secuestros y asesinatos. A esta administración se le ligó con el grupo criminal Los Rojos.

El vínculo no era mera especulación. Gustavo Alcaraz Abarca era medio hermano de José Luis Ortega Abarca, alias La Gringa, identificado como el jefe de plaza de Los Rojos.

En 2015, llegó al ayuntamiento Hossein Nabor Guillén, otro perredista, cercano a Bernardo Ortega Jiménez, por lo que la gente vinculó a esta administración con Los Ardillos, como una consecuencia lógica e inmediata.

No sólo eso, durante esta administración, varios líderes de Los Rojos y sus familiares fueron asesinados. Los desaparecían en Tixtla y reaparecían dentro de bolsas negras desmembrados o decapitados en alguna calle de Chilpancingo.

Hossein Nabor en esta elección del 2021 se pasó a Morena y se integró a la campaña del candidato a la alcaldía Moisés Antonio González Cabañas.

En 2015, llegó Alcaraz Sosa, pareja política de Ortega Jiménez, y la violencia se volvió un asunto de todos los días.

Así se instaló el miedo

Los domingos siempre eran diferentes para la familia Catarino Vázquez, vecinos de la principal calle de Tixtla, la avenida Insurgentes.

Se levantaban tarde y por lo mismo almorzaban tarde. Alrededor de la una del domingo 4 de junio del 2017, el matrimonio formado por el abogado Eduardo Catarino Dircio, Hilda Vázquez Cipriano, y su hija Yaret, con la compañía de un primo de 12 años, almorzaban y hacían planes para el resto del domingo.

Yaret pidió a Eduardo permiso para ver una película en la computadora cuando terminaran de almorzar. El abogado concedió el deseo a su hija. Dijo que le parecía bien que se entretuvieran viendo una peli mientras él cortaba el rastrojo seco del patio.

Una media hora después, Yaret y su primo escogía la película que vería con su primo, cuando se escucharon detonaciones, pero que a Yaret y su primo se le figuraron cohetes.

“No, no son cohetes”, dijo Hilda con algo de temor.

En las últimas semanas, las balaceras y las noticias de hombres asesinados eran algo común en la pequeña cabecera, pegada a la capital del estado.

A petición de su mamá, Yaret y su primo se quedaron en la cocina mientras Hilda se cercioraba de lo que pasaba. En esos momentos, Yaret escuchó a su papá Eduardo preguntar si eran cohetes lo que escuchaba. Hilda le aclaró que lo que escuchaba eran balazos y le pidió que se subiera a la casa. Los balazos se escuchaban más seguido y más cerca. Cerraron la puerta para guarecerse en la casa de estructura de madera, forrada de lámina galvanizada.

A los pocos segundos escucharon hombres corriendo afuera de la vivienda y más balazos. También gritos.

¡Sal hijo de tu puta madre te va a cargar la chingada! Decían.

Adentro, por instinto todos guardaron silencio. No sabían a quién le decían que saliera.

¡Que salgas hijo de tu puta madre!

Silencio.

Entonces, quienes gritaban golpearon la puerta con rabia y volvieron a exigir a alguien que saliera. Yaret vio a su papá y a su mamá intercambiando miradas de pánico. Podía escuchar las respiraciones aceleradas de los cuatro en ese refugio frágil.

Los golpes en la puerta y los gritos arreciaron. Yaret escuchó a su papá decirles que saldría para que ellas no corrieran peligro.

“Voy a salir”, le dijo Eduardo a Hilda, “Sino, nos van a disparar”.

“Soy el casero, estoy con mi familia, con mi esposa, mi hija y un sobrino. No sé a quién buscan pero voy a abrir. No disparen”, dijo Eduardo fuerte y con tono sereno.

Yaret vio a su papá abrir la puerta y salir con las manos en alto, después tirarse boca abajo, y desde el suelo decir una y otra vez: “Soy el casero, estoy con mi familia, por piedad no nos hagan daño”.

También vio como los policías apuntaban a la espalda de su papá.

Vio que estos bajaron las armas y dijeron: “Es el casero”.

Pero también escuchó otras pisadas que subían y vio a más policías y también a militares.

¡Dispárenle al hijo de su puta madre!

Yaret vio a su papá que seguía boca abajo y que cada vez gritaba con más desesperación. “¡Soy el casero, por piedad, soy el casero, estoy con mi familia!”.

La niña de 11 años vio a un policía insultar a su papá a pesar de los gritos de piedad. Vio a ese policía que apuntaba con su arma en su espalda. Vio cuando ese policía apretó el gatillo. Vio la expresión de terror en los ojos de su papá cuando se escuchó el disparo.

Luego la niña ya no escuchó más.

El resto que vio fue como algo que se ve en una pantalla, como la película que estaba a punto de ver con su primo. Algo que está pasando en otro lugar. No, en Tixtla. No, en su casa. No, a su papá. No, a ella.

Eduardo Catarino no falleció de inmediato. Hilda Vázquez Cipriano narró los minutos posteriores:

Les pedía por piedad una ambulancia, que me dejaran acercarme a mi marido, y que me dejaran ir a ver a mi suegra, ella todo el tiempo estuvo en la parte de abajo de la casa y cuando escuchó el disparo empezó a gritar. No nos dejaban movernos, nos apuntaban con sus armas.

Luego vinieron unos policías a decirme que qué era la señora para mí, que bajara a verla, les dije que era mi suegra y bajé a verla, cuando subí Eduardo estaba boca arriba y tenía un arma sobre su cuerpo, yo les dije son unos cobardes quítenle esa arma o se la voy a quitar yo, yo le iba a retirar el arma y me apuntaron, me dijeron no la mueva, yo les dije esa arma no es de él y ellos me dijeron no la mueva, porque si lo hace, le voy a disparar.

Un par de horas después de que Yaret viera el asesinato de su padre, el vocero de seguridad pública del gobierno de Héctor Astudillo, Roberto Alvarez Heredia, informó que la policía estatal había “abatido a dos sicarios en un enfrentamiento en Tixtla”, que también había dejado dos policías heridos.

Uno de esos “sicarios abatidos” era el abogado Eduardo Catarino Dircio. La Secretaría de Seguridad Pública difundió incluso las dos fotografías de “los sicarios caídos”. Una de ellas era la del abogado. La foto lo mostraba boca arriba y con un cuerno de chivo sobre el cuerpo, vestía un pantalón de casimir color gris y una playera amarilla. Estaba en la puerta de su casa, en el sitio donde clamó piedad delante de Yaret, de su esposa Hilda y del sobrino que estaba de visita.

La foto del otro “sicario abatido” frente a la casa materna del abogado, en la arteria principal de la ciudad, mostraba a un joven en pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y huaraches, muy joven, con un cuerno de chivo a su lado.

Este suceso dejó varios carros y casas baleadas.

La versión oficial que dio el gobierno del estado sobre esos hechos fue que los policías del estado seguían a dos hombres armados que dispararon contra una persona en la terminal de las combis en Chilpancingo y que esa persecución los llevó hasta la casa del abogado.

Se llevan a familia completa y aparece en una camioneta en Chilpancingo

Hombres armados a bordo de tres camionetas cerraron el acceso a la calle Montaño, en el barrio de Santiago, en Tixtla, el sábado 25 de mayo del 2019. Bloquearon el tránsito del transporte público, de vehículos particulares y de personas a pie.

Durante unos 40 minutos nadie pudo pasar por esta parte del noroeste de esta cabecera. Los vecinos se encerraron para no comprometerse. Escucharon gritos y pedidos de auxilio. Pero nadie intervino.

Al día siguiente, el domingo a mediodía, los cadáveres de ocho personas aparecieron en una camioneta tipo Estaquitas, sobre una vialidad de Chilpancingo. Siete eran de la misma familia: los Sánchez Mora. La octava víctima era Xóchitl, de 26 años, enfermera, novia de Pablo Sánchez, el hermano mayor. Xóchilt era de Chilpancingo. Todos comían cuando los hombres armados irrumpieron en la vivienda de ladrillo de una sola planta.

Los hombres armados, integrantes del grupo criminal conocido como Los Ardillos, se querían llevar al hijo menor de los Sánchez Mora, a Pedro Ignacio, de 16 años.

La familia no lo permitió. Se opuso a que se lo llevaran y, los hombres armados, creen que eran unos 18 en total, optaron por llevarse a toda la familia, al papá Sergio Sánchez, quien era sastre, a la madre Julia Mora, a Pablo Sánchez, de 27 años, quien era ayudante de cocina en la Normal Rural de Ayotzinapa, a Fernando Jaír, a Carlos Augusto, a Pedro Ignacio y a Xóchilt, la novia de Pablo que había ido de visita.

Testimonios indican que Pedro Ignacio se había agarrado a golpes la madrugada de ese sábado con el hijo de un integrante de un grupo de la Policía Comunitaria que hay en Tixtla, aliada de Los Ardillos.

Aun cuando los asesinatos son cotidianos en esta cabecera pequeña, el homicidio de una familia completa, conocida además por ser gente de trabajo, afectó a la población. Los días posteriores a este crimen múltiple, la gente intentó reaccionar mediante mensajes en las redes sociales, hubo llamados a protestar, pero nadie salió a las calles a hacerlo.

7 de junio del 2021

En el centro de la ciudad, en el edificio que albergaba el ayuntamiento municipal y hace más de 200 años fue la casa de Vicente Guerrero, están colgadas las sábanas de resultados de la elección del domingo.

Un policía municipal cuida la entrada. La gente de la ciudad se acerca a leer los resultados.

Esta casilla, en la que votan los habitantes oriundos de Tixtla, es la síntesis de lo que ocurrió en el municipio: aquí el candidato de Morena tuvo 222 votos, Alcaraz Sosa: 86.

Esta mañana, la población tixtleca tiene una actitud discreta. Son pocas las personas que caminan por el jardín principal de Tixtla, y son todavía menos las que quieren hablar sobre la elección y sus resultados. Los pobladores son desconfiados con los extraños.

En la calle, la vida transcurre como siempre y así como nunca comentan en la vía pública acerca de los asesinatos, tampoco lo hacen sobre la elección.

Se les pregunta sobre su voto y no se animan a señalar lo que es evidente en esta casilla.

«No le voy a decir por quien voté, sólo le digo que si ganó Morena fue porque ya estamos cansados de vivir con miedo», comenta una persona que descansa en un banca debajo de la estatua de Vicente Guerrero.

«Con miedo pero salimos a votar», dice alguien más que va con mucha prisa y además no quiere detenerse a comentar sobre el suceso del domingo.

El ahora alcalde electo, González Cabañas dijo en una conferencia de prensa que durante la campaña fueron intimidados con llamadas telefónicas, pero ninguna amenaza pasó a mayores.

La posibilidad que se abrió en Tixtla, a partir de las urnas, se concretará o descartará los siguientes tres años.