Este jueves fue velado en su vivienda en Tezonapa el periodista Julio Valdivia, asesinado el miércoles pasado. Unas 20 personas lo despidieron en un féretro metálico que su esposa consiguió fiado
Texto: Miguel Ángel León Carmona / Pie de Página
Fotografía: Félix Márquez
11 de septimebre del 2020
Tezonapa, Veracruz
En cuanto le avisaron que su esposo estaba muerto, Guadalupe se sintió en shock y sólo pensó: “no tengo dinero ni para comprarle flores”. Hoy está junto al cuerpo de su pareja, el periodista Julio Valdivia, a quien unas 20 personas lo despiden en un sobrio féretro metálico, sin adornos, porque es el más barato que ella consiguió fiado en este pueblo de Veracruz.
La mujer, que endurece la quijada y clava las uñas de sus pies en sus sandalias, no da crédito de cómo al reportero que cada día sacaba adelante a sus cuatro hijos –de 2, 4, 6 y 10 años–, personas desconocidas hayan usado una sierra eléctrica contra su cuerpo.
“La verdad no sé qué pasó ayer, no sé a quién echarle la culpa, o si mi esposo a alguien le caía mal. Sólo sé que los últimos tres días estuvo muy raro”, dice mientras se traslada a la madrugada del 9 de septiembre, cuando Julio no pudo dormir y prefirió caminar alrededor de su cama como tigre en cautiverio.
Eran las 04:00 horas de ese miércoles. A Julio lo sacudía en su cama el ruido de carros que aceleraban en las inmediaciones de su vivienda, ubicada en el barrio del Silbato. – “¿Ahora por qué andas de allá para acá?”, preguntó Guadalupe. –“No puedo dormir. ¿Hay mucho movimiento, ¿no?”- respondió el hombre de 43 años de edad.
Horas antes de acostarse, Julio pidió el triple de su ración habitual para la cena: huevos con frijoles y tortillas hechas a mano en el fogón. Pero no sólo fue la cantidad exagerada de alimentos lo que extrañó a su esposa: “apenas calentaba una tortilla y él ya me pedía más”.
Julio devoraba sus bocados al ritmo de una nota policiaca que se redactaba para el cierre de la edición impresa El Mundo de Córdoba, donde colaboró durante cinco años; los últimos seis meses por un pago de mil pesos semanales que a veces llegaba a tiempo y a veces no.
“De hecho, él quería ir a quejarse de eso porque en ocasiones estábamos sin comer y él hablaba y hablaba de que a su familia la tenía sin comer; siempre iba a ver al banco y no había dinero y pues nosotros nos aguantábamos aquí hasta que le mandaban, a la hora que ellos querían”,
Guadalupe, esposa de Julio Valdivia.
Para las 11:00 horas del miércoles, Julio despertó a Guadalupe. “Mija, tengo hambre, prepárame unas gorditas porque tengo mucha hambre”. Y con una desesperación similar a la de dos días anteriores comió cinco tortillas con chile, otras cinco gorditas con salsa preparada en el molcajete y queso; además de su café y agua de limón.
– “Ma’, ahora sí comí mucho, me siento muy lleno”-, dijo Julio antes de prepararse para salir a trabajar en la región limítrofe de Veracruz, Puebla y Oaxaca.
–“Pues ya no comas tanto, si tú nunca comes así de rápido y mucho”, reviró Guadalupe. “Hasta eso, me estaban haciendo burla de que tal vez estaba embarazada, porque decían que él siempre come cuando estoy embarazada”, recuerda.
Dieron las 12:30 horas y sonó el teléfono del reportero veracruzano. No dijo quién lo llamó. Se puso un pantalón de mezclilla planchado, unos zapatos negros con casquillo y su camisa gris con el logotipo El Mundo de Córdoba. “Ahorita vengo”, avisó y se marchó en su moto, tipo Cargo.
Julio aún respondió la llamada de un compañero suyo, alrededor de las 13:30 horas. “Dijo que estaba bien, que andaba en Tezonapa y que más tarde nos veríamos en Cosolapa, en Oaxaca”, refirió un periodista de la zona, de quien se omite su nombre por seguridad.
Familiarnes del periodista Julio Valdivia se entrevista con elementos de la Fuerza Civil a quienes les piden protección durante los próximos días debido al temor e incertidumbre que reina en la casa ubicada en una colonia popular de Tezonapa, Veracruz.
“Señora, ¡salga! ¡Venga a ver!”
Alrededor de las 16:00 horas, una voz en la entrada de la vivienda de Julio interrumpió las tareas de limpieza que Guadalupe realizaba en su recámara, que comparte con dos de sus hijos. “Me gritan y yo pensé que venían a decirme algo sin importancia. Pero no, vinieron a decirme que lo habían encontrado muerto, en una desviación, a 20 minutos de aquí”, vuelve a lamentarse.
A “Lupita”, como la llama una mujer que le ofrece un concentrado de alcohol para calmar su estrés, la acompañó un amigo de Julio hasta un crucero del libramiento que comunica las comunidades de Paraíso y Motzorongo, en este municipio de Tezonapa.
“Sí, era él, mi ancianito, como le digo de cariño. No tiene caso recordar cómo lo vi, pero quien lo mató también me lo aventó como si fuera animal. Enseguida lo identifiqué por sus cabellitos blancos que tenía al frente, estaban paraditos”.
Los victimarios de Julio Valdivia colocaron su cuerpo en las vías del ferrocarril y arrojaron su cabeza a diez metros de torso, en la gravilla. De acuerdo con fuentes ministeriales, el periodista fue decapitado con una sierra eléctrica.
Sin embargo, peritos y reporteros de la región advirtieron que los asesinos de Julio colocaron su vehículo y sus restos sobre las vías -por donde el tren pasa al menos cada dos horas- para maquillar el crimen. “Julio no fue asesinado en ese paraje porque se detectaron marcas de llantas, de un carro que se estacionó muy cerca de donde lo encontraron; además había escasas marcas de sangre”, refirieron desde el anonimato.
Este trabajo fue elaborado por el equipo de Pie de Página y lo reproducimos como parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie.