Este perfil fue elaborado por Reporteras en Guardia, un colectivo independiente y sin filiación política conformado por más de 100 periodistas, editoras y realizadoras de 24 estados de México y de su capital, entre ellos Guerrero, con la finalidad de realizar las historias de las y los periodistas asesinados y desaparecidos del año 2000 mil al 2019.
Texto: Norma Trujillo / Reporteras en Guardia
21 de noviembre del 2019
Rafael Lucio, 1963-Xalapa, 2012
Muerte por estrangulamiento.
Un sentenciado. El asesino está prófugo.
En los primeros días del invierno de 2011, Regina Martínez viajó a su pueblo para pasar la Navidad con sus padres y su familia. Una orden de trabajo de la revista Proceso recibida en su BlackBerry —que apenas aprendía a utilizar—hizo que regresara a su casa de la colonia Felipe Carrillo Puerto, en Xalapa.
Desde afuera todo parecía normal, pero al entrar vio que del baño salía vapor y el piso estaba mojado, como si alguien se acabara de bañar. A los jabones de tocador les habían quitado la envoltura y estaban ahí, deshechos. Eran los primeros indicios de una amenaza que Regina solo compartió con algunos de sus amigos: “¿La pinche Procu qué va a hacer?”, cuestionaba.
Siempre fue reservada, incluso la noche en que la asesinaron algunos decían que había nacido en Gutiérrez Zamora, otros afirmaban que en San Rafael, varios más que en un pueblo cercano a Veracruz; a nadie nos dijo con exactitud de dónde era, y recientemente la versión que se propagó fue que era originaria de Teziutlán, Puebla.
En su acta de nacimiento aparece registrada con el nombre de Regina Martínez Pérez, nacida el 7 de septiembre de 1963 en la cabecera del municipio de Rafael Lucio, un pueblo que tiene como patrono a San Miguel Arcángel y que, hasta 1932, durante siglos fue conocido como San Miguel del Soldado. Sus padres, María Lorenza Pérez Vázquez y Florencio Martínez Romero, formaron una familia de 11 hijos.
Sus amigos más cercanos, entre ellos Guadalupe López, cuentan que no era fácil que Regina les abriera la puerta de su casa. A veces la acompañaban, después de comer o al regresar de un evento, y siempre les pedía que la dejaran en la esquina de su calle. Aunque le insistían en llevarla hasta su vivienda, nunca aceptaba. Nadie entraba a la intimidad de su hogar.
Era una mujer pequeña, medía menos de 1.50 metros. Tenía un carácter duro, burlón, y era tajante en sus opiniones. Cuando entraba en confianza, platicaba sobre su familia, contaba que no se llevaba muy bien con su hermano mayor, y que traía a la capital del estado a sus papás para las consultas médicas.
A veces cocinaba en las reuniones familiares, como el domingo anterior a su asesinato, cuando les preparó mole y arroz. Luego, al lavar los trastes, se hizo un corte en la mano que le sangró hasta el lunes. Pero lo suyo no era hacer confidencias: “Que les cueste a los malditos”, decía, conocer su vida.
Era muy reservada también con su familia, incluso les ordenó: “Cuando me pase algo, ustedes digan que ni me conocen”. Por eso, sus padres no fueron a despedirla al panteón Bosques del Recuerdo. De su familia, solo llegaron dos hermanos y una sobrina que observaba desde lejos; ningún otro pariente se acercó a depositarle una flor, solo sus amigos y conocidos acudieron al cementerio, en el que nada más se escuchaba el sonido de los rehiletes que adornaban las tumbas y, como fondo, el cantar de las chicharras.
Tras estudiar periodismo en la Universidad Veracruzana, Regina comenzó a trabajar como reportera en TV Más, la televisora estatal de Veracruz. Luego se trasladó a Chiapas, donde fue reportera de periódicos como El Sol de Chiapas y Número Uno.
A mediados de los 80 regresó a Xalapa y se integró a la redacción de Política, un diario fundado por Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos y Fausto Fernández Ponte que se distinguió por su línea crítica, en el que permaneció más de 20 años. Ahí le dio voz a los pobres, a los explotados y a la oposición política, como algunos periodistas también lo han hecho en este estado.
Después de trabajar un tiempo en La Jornada, cuando empezó a publicar en enero de 2000 como corresponsal de Veracruz en Proceso, ya era reconocida.
“Fueron 12 años de denunciar la corrupción, describir los efectos de los desastres naturales, los atropellos de militares, policías y autoridades civiles contra la población indígena, el uso demagógico del futbol por gobernadores y otros políticos, la violencia desbordada de Los Zetas y del Cártel de Jalisco Nueva Generación”, escribió Verónica Espinosa en Así era Regina…, publicado en mayo de 2012 en Proceso.
Destaca en su artículo la cobertura que hizo Regina del “dispendio y el descomunal endeudamiento” que dejó al término de su administración el priista Fidel Herrera, gobernador de Veracruz de 2004 a 2010. También menciona sus reportajes sobre el caso de Ernestina Ascencio, una indígena de 73 años originaria de Soledad Atzompa, un municipio de la sierra de Zongolica, que murió el 6 de febrero de 2007 tras denunciar que había sido violada y golpeada por soldados. Un crimen que intentó ser ocultado por la versión oficial difundida por el Presidente Felipe Calderón, que aseguró que había muerto por úlceras gástricas provocadas por una anemia aguda.
Regina era impulsiva en su trabajo, se desesperaba si algo resultaba diferente a lo que pensaba. Cubrió la crisis cafetalera de 1982 para Política, así conoció a los campesinos caficultores de la región de Coatepec.
Cirio Ruiz González, consejero titular en el Consejo Regional del Café de Coatepec, asegura que siempre estaba pendiente de lo que sucedía en las comunidades campesinas porque le interesaban sus problemas. “Acudía con nosotros porque decía que tenía que existir pluralidad, autogestión y nada de centrales campesinas como la CNC ni de partidos políticos”.
Recuerda cuando en el municipio de Emiliano Zapata se afirmaba que la Secretaría del Medio Ambiente había autorizado la instalación de un relleno sanitario. La población se inconformó y surgió un movimiento en defensa de los pequeños ríos, aunque finalmente el depósito de basura sería construido en 2004 en Pinoltepec y clausurado en 2015 por contaminar la laguna del Jagüey.
“Se invitó a periodistas, y entre ellos llegó Regina”, cuenta Ruiz González. “Pasó un rato, se acercó y me reclamó: ‘¿No que no hay nada con partidos? Mira’, y me enseñó una manta que decía: ‘El PVEM apoya la demanda de lospobladores de Emiliano Zapata. No al relleno sanitario’. ‘Tú nos invitas y mira, ¿ahora eres del Verde o qué?’, insistió. Yo no me había dado cuenta; por impulso fui con mi navaja y la rompí, sin pensar que los del partido ese me pudieran golpear, pero ella era así: reclamante, dura, aunque a veces también se equivocaba”.
En 1994, tras el levantamiento zapatista, el gobierno de Veracruz buscó reprimir las manifestaciones de campesinos e indígenas, pero en enero el precio del café era muy bajo y los agricultores no habían recibido apoyos, por lo que protestaron en las calles, recuerda Fernando Celis Callejas, asesor general de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras.
“Regina hizo una crónica y preguntó a los manifestantes sobre lo que estaba pasando en Chiapas. Así se supo que los campesinos de Veracruz estaban atentos a lo que sucedía con el movimiento zapatista”, señala.
También está el recuerdo de los integrantes del Frente Democrático Oriental de México “Emiliano Zapata” (FDOMEZ), del socialismo que logró cuajar en comunidades indígenas huastecas de la entidad y que conservan ese marxismo transculturizado y adoptado en su región, pero que en sus conferencias de prensa nos obligaban a esperar a que llegara Regina antes de empezar con sus declaraciones, no sin antes escuchar las protestas de las nuevas generaciones de comunicadores que reclamaban: “Si no esperamos tanto tiempo al presidente municipal, ¿por qué a una reportera?”.
“Porque ella estuvo apegada a la realidad, desde lejos porque nunca vino a nuestra tierra, no pudo estar cerca de nuestras comunidades, pero sí tenía respeto a los indígenas y campesinos”, afirma Braulio Morales Pascuala, integrante del FDOMEZ, y entonces salta a su mente cómo en la Huasteca Veracruzana, de los años 80 a 90, hubo una gran represión del Estado hacia quienes se manifestaban, pero aun así, Regina fue una de las periodistas que dio cobertura a sus problemas.
Un pasaje que muestra su persistencia e insistencia, o su “terquedad”, agrega, es aquella noche de 1994 “cuando nos quedamos en manifestación frente al Palacio de Gobierno, entonces gente del gobierno nos metió a un diálogo y la plática se alargaba. Nuestro reclamo era por los dos compañeros asesinados, torturados (Rolando y Atanasio Hernández), a los que les cortaron sus genitales y su lengua los policías del estado; durante el gobierno de Patricio Chirinos Calero no las cumplió, cuando Miguel Ángel Yunes Linares fue secretario de gobierno, y después encarcelaron a dos integrantes porque se fueron a manifestar al Distrito Federal. Entonces Regina, eran las 2 de la mañana y quería cerciorarse, abrió la puerta del salón Juárez en el que nos atendían y los funcionarios se molestaron”.
Regina se recluía los viernes por la tarde en su modesto hogar, en el que había un cuarto grande, una recámara y una cocina pequeña; no reaparecía hasta la mañana del lunes, ya fuera físicamente o por teléfono.
Recuerdo su honestidad, el día en que me confió cómo logró comprar esa casa donde la mataron: una profesora e investigadora universitaria se la había ofrecido tiempo atrás y le había dicho que, si ella quería, se la regalaba. Pero Regina le hizo una contrapropuesta: “Mejor se la voy pagando de a poquito”. Así lo hizo y, una vez que le dieron la base en Proceso y obtuvo su liquidación —tras un litigio por su despido— del periódico Política, saldó el monto de la casa, que se proponía escriturar en 2012.
Continúa leyendo este perfil en el memorial Matar a Nadie
Este trabajo fue elaborado por el equipo de Reporteras en Guardia y lo reproducimos con su autorización.