Texto: Margena de la O
Foto: Lenin Mosso
Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022
Chilpancingo
Soy Arturo Miranda Ramírez y estudié la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa en la generación de Lucio Cabañas Barrientos. Lo sucedí como jefe de grupo en 1959, cuando cursábamos el tercer grado de secundaria. Él compitió por la dirigencia estudiantil de la escuela y la ganó.
El carisma y el discurso de Lucio por la defensa del normalismo movía murallas. Pronto lo nombraron líder de la Federación Estudiantil Campesina Socialista de México (FECSM). Si hay algo con que se reconoce el liderazgo de un normalista rural es este nombramiento, y él lo tenía de sobra.
Lucio instauró en Ayotzinapa un reglamento de ética y los círculos de estudio de formación política. Las lecturas las hacíamos un día a la semana a partir de las siete de la tarde.
La sesión del Congreso Nacional en que eligieron a Lucio líder de la FECSM, ocurrida en la Normal Rural Luis Villareal del Mexe, Hidalgo, fue polémica, porque ya el gobierno federal pretendía controlar las normales rurales del país con infiltrados. La planilla que perdió tenía muchos recursos para promoverse.
Con él como nuestro líder, la Normal formó parte de los acontecimiento políticos y sociales de Guerrero. Cuando el movimiento de 1960 también nos pusimos en huelga. Recuerdo a Lucio encaramándose al edificio más moderno que teníamos en Ayotzinapa, uno de dos niveles al norte de las canchas deportivas, y colocando la bandera de huelga, dándole sentido a los colores negro y rojo que para mí antes me eran indiferentes.
Durante ese movimiento que consiguió la autonomía universitaria mataron a mucha gente. En especial el 30 de diciembre, considerado un día de masacre institucional.
Me parece que ese movimiento es el despunte de la lucha armada en Guerrero.
Ahora tengo la claridad que también generó el acercamiento a Lucio Cabañas Barrientos con Genaro Vázquez Rojas, quienes más tarde se convirtieron en los más grandes líderes guerrilleros.
Debo de reconocer que hay algo fuera de México que nos sacude la cabeza: la revolución cubana. Escuchar a Fidel Castro desde la Sierra Maestra en radio Rebelde nos impactó. Recuerdo que me dije: ‘si los cubanos, que son poquitos, son capaces de hacer una revolución para sacudirse el yugo imperialista, nosotros tenemos que hacer algo por este país’.
De igual manera admirábamos a la Unión Soviética, porque pensábamos que era la esperanza de un cambio mundial, con el que la política mexicana no coincidía.
Estas son razones suficientes para que nos tuvieran vigilados.
El gobierno siempre intentó infiltrar a Ayotzinapa. Existe el antecedente de 1941, cuando expulsaron a toda la dirigencia estudiantil y a algunos maestros acusados de agraviar a los símbolos patrios. La cárcel fue su castigo.
En el fondo se cuestionaba la posición política de los estudiantes y maestros que asumían el proyecto de educación socialista que impulsaba Lázaro Cárdenas.
En clase había maestros que echaban pestes contra la revolución socialista y con eso nos hacían notar que no comulgaban con la línea histórica de la escuela rural mexicana.
Esos mismos maestros reprimieron a los estudiantes que nos manifestamos por la desaparición de poderes en 1960. Cuando el movimiento triunfó, corrimos a un maestro de apellido Alarcón, a la maestra Alicia, como al maestro de inglés y al de educación física.
También expulsamos a estudiantes. Uno se apellidaba Torreblanca, era de Tixtla. Su mamá tenía una pozolería, la más concurrida por normalistas. Él tomó partido por el gobierno y nos hizo pensar que lo metieron a la Normal.
Durante la guerrilla, que para mí comenzó a raíz de una serie de masacres ocurridas en la década de los sesentas, otros líderes detectaron más espías infiltrados en la Normal, porque desde el gobierno consideraban a Ayotzinapa un nido de guerrilleros.
Eso lo decía el ex gobernador priista Rubén Figueroa Figueroa, quien era senador cuando Lucio tomó las armas. Es falso. De Ayotzinapa han egresado lo mismo críticos de los gobiernos que sus incondicionales. Entre los críticos del sistema, por supuesto, Lucio, y Carmelo Cortés, ambos después convertidos en líderes guerrilleros.
Bueno, esto sólo es en mi época de estudiante en Ayotzinapa, pero también tengo elementos de otros momentos del interés del Estado en mantener infiltradas a las normales rurales.
En el 2000 fui director de la Normal Rural Emiliano Zapata de Amilcingo, Morelos, donde sólo estudian mujeres. Durante ese año, cada vez que hubo un problema interno, agentes policiacos vigilaban la Normal.
Sé lo que digo. Los agentes de inteligencia militar o de Gobernación me buscaron para que les informara de lo que sucedía. ‘A mí no me mandaron aquí para ser oreja, estoy por un nombramiento de director de la escuela, eso investíguenlo ustedes’, les dije.
Hasta me pidieron un plano de la escuela para saber cómo entrar, en caso de que lo consideraran necesario.
Dentro de la Normal detecté a algunas muchachas usando celulares de manera muy discreta. En esos años no cualquiera podía tener celular, una, por un asunto de dinero y otra, porque la señal era complicada.
Otro momento que confirmé gran interés del gobierno en las normales rurales fue después del asesinato de los normalistas de Ayotzinapa, Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, ocurrido en Chilpancingo, en la autopista del Sol el 12 de diciembre de 2011.
El asesinato de estos normalistas es el primero que ocurre en el gobierno de Ángel Aguirre Rivero. Este gobernador ni siquiera concluyó su mandato (2011-2015). Se ve obligado a retirarse en 2014, después de la noche de Iguala en que mataron a tres normalistas más y desaparecieron a otros 43.
Para mí Aguirre Rivero es uno de los personajes políticos actuales que promovió el cierre de Ayotzinapa. Lo hizo después del asesinato en la Autopista del Sol, con una campaña intensa de odio contra los normalistas.
En ese momento los muchachos se acercaron a mí para crear una Comisión de Intermediación entre Ayotzinapa y el gobierno. Aguirre Rivero se negaba a emitir la convocatoria de nuevo ingreso. De no salir la convocatoria incrementaba el riesgo del cierre de Ayotzinapa.
Al final publicó la convocatoria.
Para eso Aguirre puso ciertas condiciones: de los 140 espacios de nuevo ingreso en Ayotzinapa, pidió seis. ‘Nosotros como gobierno también tenemos interés de darle oportunidad a gente humilde, que lo necesita’, recuerdo que nos dijo. O no recuerdo si eso lo mencionó su secretaria de Educación, Silvia Romero Suárez.
Aceptamos.
Después los estudiantes detectaron que esos seis jóvenes que ingresaron a la Normal en 2012 realmente eran informantes del gobierno. De uno hasta tenían las sospecha que fue militar.
Una de las cosas que los alertó fue su comportamiento durante las protestas. En cada actividad se dedicaban a provocar una represión, aunque la función más clara de los informantes o infiltrados es proporcionar detalles a las instituciones sobre los movimientos de los normalistas.
Estoy convencido que eso hicieron el día de la desaparición de los 43 normalistas en Iguala y cuando mataron a los dos normalistas en la Autopista del Sol.
Gabriel Echeverría de Jesús, al primero que mataron policías en la carretera en el 2011, formaba parte de la Federación Estudiantil (FECSM). Esa es una posición destacada, porque significa que son integrates del órgano que reúne a todas las normales rurales, es decir, deciden las actividades nacionales. Desde mi punto de vista, los asesinos de Gabriel supieron dónde pegar.