Texto: Arturo de Dios Palma
Fotografía: Andrew Guzmán
20 de agosto del 2019
Pocas profesiones te ponen al borde de la muerte a diario. Esta es una de ellas.
Cuando estás en servicio sabes que pisas un lugar lleno de pólvora, que en cualquier momento se puede encender. Estás en la incertidumbre todo el tiempo. En esos momentos, sólo puedes confiar en muy pocos, dudas de los que están ahí para cuidarte. Sabes que te vigilan, que te miran con quien hablas, qué hablas, cómo lo haces. Pero tienes que estar ahí porque de tu trabajo dependen vidas.
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Cuando escuchas el radio civil de la base de la Cruz Roja donde trabajas, sabes que en los próximos minutos podrás estar frente a un episodio de violencia. La adrenalina comienza a recorrer todo tu cuerpo. Todo es incertidumbre. No sabes, de entrada, si llegarás al lugar donde requieren de tu ayuda, si en el camino te lo impiden.
Al llegar al lugar del ataque, seguirás igual, no estarás a salvo sino peor: te pondrás en el centro de la atención. Casi nadie te protegerá. Ni los militares, menos la Policía de la que estás seguro tienen complicidad con los que generan la violencia. Te sentirás un poco más seguro cuando la gente del barrio, de la colonia se comience a acercar, a rodear la escena del crimen. Pero nunca dejarás de estar atento del entorno, los riesgos están ahí y no se pueden ver a primera vista; resguardar tu seguridad, es casi lo mismo que resguardar la del herido: le ayudas más vivo que muerto.
En ese lugar no podrás estar más de diez minutos, el riesgo va aumentando; aplicarás una de las máximas que los paramédicos han creado recientemente: “carga y vete”. No te detendrás a atender al herido en la calle, vas a preferir siempre hacerlo cuando la ambulancia esté andando.
Pero mientras estés ahí, te sentirás vigilado. Lo detectarás cuando un policía o un militar se te acerque y te suelte estas frases: “muévele”, “apúrale”, “ya vete”, “¿lo vas a trasladar?”. Llegarás a una conclusión: un “actor de violencia”, como llaman a los hombres que matan en la Cruz Roja, puede que esté cerca, que te esté viendo.
Nunca termina la incertidumbre, cuando subas a la ambulancia al herido, el camino al hospital seguirá siendo peligroso, quienes lo atacaron te podrán detener, llevárselo o ahí mismo terminar con la misión que se impusieron: matarlo.
Tampoco concluye la incertidumbre al llegar al hospital, al regreso a tu base también te pueden parar para preguntarte por el herido. Preferirás que eso no ocurra, porque uno de los principios de la Cruz Roja es no ahondar sobre el herido y, en realidad, no lo sabrás, porque cuando lo atendiste sólo hiciste preguntas “objetivas”: “¿qué te pasó?”, “¿qué estabas haciendo?”, “¿recuerdas algo?”. No te interesa saber de su vida, ni a qué se dedica. Nunca preguntas por qué los atacan. Ese es tu deber: ser neutro, no estás ni con uno ni con otro, simplemente para atender a la persona que está herida, en desgracia.
Cuando llegues a tu base la adrenalina bajará, sólo hasta que el radio anuncie la próxima emergencia.
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Ser paramédico de la Cruz Roja en Guerrero es un riesgo verdadero, punzante.
Era la mañana del domingo 18 de noviembre del 2018. A la comunidad de San Juan Tenería en Taxco, llegó un grupo de voluntarios de la Cruz Roja con ayuda humanitaria: ropa, cobertores, víveres para repartir entre los pobladores. Llegaron acompañados por una patrulla de la Policía Estatal con cuatro agentes.
Cuando comenzaban a repartir, llegaron unos 20 hombres armados y comenzaron a disparar, sobre todo contra los agentes.
En la balacera todos corrieron a protegerse. Se escondieron en una vivienda que está a un lado de la cancha. Fueron 10 minutos de terror. Nueve quedaron heridos, tres policías murieron, tenían el tiro de gracias como se informó después. También murió Alejandro García Flores, un joven que estudiaba para ser técnico en urgencia médica, en la escuela de Cruz Roja en Taxco.
De ese episodio se difundió un video, las imágenes muestran el peor escenario para un paramédico de la Cruz Roja: intentar salvarle la vida a uno de sus compañeros.
Ese día, recuerda un paramédico, sus compañeros no pidieron el resguardo de la Policía, se “les pegaron”.
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Esta es la historia de un paramédico que ofrece sus servicios en un municipio de Guerrero que, por obvias razones no mencionaremos, así como tampoco su nombre. Este hombre tiene más de diez años como voluntario de la Cruz Roja. Todos esos años ha ejercido pegado a la violencia que se vive en Guerrero.
— ¿Nunca te has sentido mal de ver tanta violencia?
—Sí, siempre hay un daño psicológico. Entre los paramédicos se dice que para hacer esto se debe estar algo de loco y, sí, para ver tanta sangre, ver tantos heridos, ver a niños sufriendo hay que estar locos, porque eso afecta mucho, mucho. Hay servicios que te dejan marcados, que no se te olvidan, que pueden pasar cinco, diez, quince años y ahí está están en el recuerdo.
— ¿Cuál es ese servicio para ti?
—Me han tocado dos eventos de ese tipo y son de niños. Hay compañeros que les afecta ver a ancianos sufriendo, a jóvenes, en mi caso a mi me afecta mucho ver a niños. Un caso fue el de un niño de unos seis años que un carro le pasó por encima de su cabeza, se la explotó, no había nada que hacer, pero el niño estaba sufriendo mucho. El otro caso, fue cuando un carro arrolló a un niño y lo aventó unos cinco metros, cuando llegamos ya no había nada qué hacer, el niño estaba muy lastimado.
— ¿Cómo le hacen para que no les afecta tanto?
—Vamos a ayuda psicológica, tenemos que buscar esa ayuda, para irnos liberando, para liberar las emociones, vamos a terapias y seguimos.
— ¿Tu familia qué te dice?
—Que estoy loco para estar ahí y, si tiene algo de cierto, pero a mí en lo particular me gusta mucho lo que hago.
— ¿Tu familia te ha pedido que dejes este trabajo?
—No, nunca me lo han pedido, pero siempre me piden que me cuide, que los
mantenga comunicado. Se preocupan mucho, porque saben de todo lo que está pasando, pero siempre me dicen que me cuide y que nos vamos a ver al final de mi turno.
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Para un paramédico de la Cruz Roja, ningún servicio es igual, unos tienen más riesgos que otros y en la última década aún más. Para reducir los riesgos deben seguir un protocolo.
El protocolo comienza desde la primera emergencia que registra el radio operador. Registra los datos generales, si es hombre, mujer, niño, anciano, si fue baleado, si fue un accidente, si hay sangre.
Después fijan la ruta, se acercan hasta un punto muerto, es decir, se colocan en un lugar donde puedan entrar a la escena pero sin llegar. Entran hasta que la escena está resguardada por policías y militares.
“Si nos dicen que es segura avanzamos, mientras, no”, dice el paramédico de Guerrero.
Después analizan el entorno, bajan de la ambulancia revisan todo: atrás, al frente a los alrededores, ubican salidas, donde se encuentran los policías y militares. Entonces comienzan: trazan una línea imaginaria de acceso a la víctima que será la misma para salir con el fin de alterar lo menos posible la escena del crimen, si no cuidan eso pueden tener problemas legales. Todo está al mando del jefe del servicio. Nadie hace nada sin su orden.
Cuando se traslada al herido, la alerta es permanente. En el caso de que un grupo delictivo los detenga, el chofer debe pararse y todos tienen que obedecer lo que les indican.
“Si te dicen bájate te debes bajar, si te dicen abre debes abrir, si te dicen no veas no tienes que ver”, cuenta.
En el hospital entregan al herido pero la alerta no termina, aun les queda el regreso a la base. Pero si un herido muere en la ambulancia, por la gravedad de las heridas deben llegar al hospital para que un médico lo confirme y regresarse a la base con el cadáver. Tienen que avisar a las autoridades, a la policía y al Ministerio Público, para que lo recojan en la base.
“No hemos negado un servicio, porque hasta ahora nos han respetado por nuestro comportamiento neutral. Si a nosotros nos dicen les toca irse a la colonia más peligrosa, tenemos que ir, pero siembre con protocolos de seguridad y vamos con las recomendaciones: la unidad plenamente identificadas, con luces, uniformados, con credencial”, explica el paramédico de Guerrero.
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A Lorena hombres armados la hirieron a tiros en Chilapa, pero cuando la ambulancia de la Cruz Roja iba rumbo al hospital general de Chilpancingo, un grupo armado la interceptó. La atacó de nuevo. Esta vez murió.
Eran las 10 de la noche del viernes 6 de abril del 2019, cuando las autoridades recibieron la llamada de emergencia de que en el libramiento Tixtla-Chilpancingo se estaba registrando una balacera. Llegaron policías y militares. Sólo hallaron la ambulancia con una mujer muerta y los paramédicos golpeados.
Casi dos horas antes, en la colonia Zoyatal, en Chilapa, sujetos armados asesinaron a un hombre e hirieron a Lorena .
Paramédicos la trasladaron al hospital de Chilapa pero ahí decidieron enviarla a Chilpancingo. Cuando llegaron a libramiento de cuota de la carretera Tixtla-Chilpancingo, según el reporte, una camioneta se le cruzó; bajaron varios hombres armados, abrieron la ambulancia y volvieron a dispararle a Lorena. Esta vez no resistió. Murió.
Después de que llegaron los policías y militares, la ambulancia llegó hasta su destino inicial: el hospital General de Chilpancingo.
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— ¿Te sientes respaldado por la Cruz Roja?
—Respaldado al cien por ciento no, cuando tienes un problema no te dan todo el respaldo. No tenemos seguro médico, en algunas delegaciones se enferman y los mandan al Seguro Popular y en otras los atienden los mismos médicos de la Cruz Roja. En el caso del seguro de vida es una obligación de cada paramédico tenerlo vigente. Cada año lo renovamos. A los renumerados, a los que reciben un compensación, que no es un salario, la Cruz Roja paga la mitad del seguro de vida y la otra la pone el trabajador; a los voluntarios más constantes se les apoya con la mitad, pero los voluntarios que casi no van lo tienen que pagar completo. Quien no tenga seguro de vida no puede subirse a una ambulancia. Se pagan 375 pesos al año por un seguro por 200,000.
— ¿Y a ti cuánto te pagan por ser paramédico?
—1,500 quincenales.
— ¿Te alcanza eso?
—No. Tengo otro trabajo. Lo que decimos entre los compañeros es que de la Cruz Roja no vives. Casi todos tienen otros trabajos.
— ¿Por qué te arriesgas tanto por ese pago?
—Porque me gusta, me gusta ayudar a la gente, muchos me dicen que estoy loco, pero me gusta hacerlo.
— ¿Has pensado en dejarlo?
—No, hasta ahorita no. Todavía tengo para rato.
— ¿Qué tendría que pasar para que pares?
—Que me lesione en el servicio, que esa lesión ya no me permita subirme a una ambulancia, pero aun así no lo dejaría, buscaría ayudar en la administración, en la operación del radio, en la oficina.
—Sí tuvieras a uno de los que han atacado a tus compañeros, ¿qué les dirías?
—Que nos respeten, porque nosotros actuamos de forma neutral, nosotros tenemos un principio de no decir nada a nadie, nosotros no podemos decir a quien atendemos, nosotros sólo atendemos para ayudar a salvar la vida de las personas. Nosotros pedimos respeto porque no somos parte del conflicto, simplemente estamos para ayudar, porque una vez podemos ayudar a uno de ellos pero para la otra a los de otro bando, o a uno de sus familiares. Nosotros ayudamos a todos.
Este trabajo fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.