Una tromba y granizada, en 1976, sacó a las familias de San Agustín, municipio de Metlátonoc. Consiguieron la dotación de ejido y formaron El Calvario, pegado a Chilpancingo, de 840 hectáreas, pero un incendio forestal arrasó con sus tierras el pasado mes de mayo.
Texto: Margena de la O
Fotografía: Arturo de Dios Palma
28 de mayo del 2019
El Calvario
Desde el borde de los terrenos de los hermanos Calixto García se ve una densa nube gris que cubre Chilpancingo. Antes del sábado 4 de mayo desde El Calvario, un ejido pegado a la capital, dice Juan Calixto García que veían el conjunto comercial más grande de la ciudad, el penal y una parte de la colonia Tomatal. Ahora sólo ven cenizas.
Era el mediodía del 4 de mayo, cuando habitantes de El Calvario olieron el humo, un humo primerizo que no les advirtió del incendio forestal que había iniciado un par de horas antes en la parte alta de Chilpancingo. Después una lluvia de ceniza los alertó. “Hasta acá llegó lo negro”, comenta Mario Calixto Bravo, padre de los hermanos Calixto García, sobre el incendio que casi acabó con las 300 hectáreas de cultivo del ejido.
Este incendio es uno de los seis que hasta la segunda semana de mayo se registraron en Chilpancingo, 34 en todo el estado, según el monitoreo que hizo la Secretaría de Protección Civil del Estado. Las autoridades lo clasificaron como el más letal: 1,100 hectáreas quemadas que abarcaron la localidad de los Llanos de Tepoxtepec y los fraccionamientos Santiago Apóstol, Jardines de Zinnia y Nuevo Mirador, al oeste de la capital.
Los incendios taparon de humo Chilpancingo y hasta el inicio de la cuarta semana empañaba la vista y dificultaba la respiración.
Este sábado 18 de mayo por la mañana, 15 días después del incendio, tres de los hermanos Calixto García recorren sus tierras para hacer un nuevo recuento de las pérdidas. Son lomas con lunares negros, donde están desfloradas pencas carbonizadas de maguey, palmas chamuscadas, cultivos siniestrados y troncos de árboles ennegrecidos. “El maguey, el cedro, la palma son nuestras fuentes de trabajo y todo se echó a perder”, dice José Calixto García al hacer la valoración.
El incendio quemó la materia prima de los oficios de las 35 familias de El Calvario. Son productores y proveedores de cabezas de maguey para el mezcal de la región Centro, productores de mezcal, artesanos de palma de soyamiche y carpinteros.
En el pueblo había más magueyes que palmas y árboles de cedro y en eso se finca su desgracia. Casi todos los habitantes viven del maguey. El incendio quemó las cosechas de los próximos cuatro años.
Casi todo el camino al pueblo, una brecha ubicada al sur de la ciudad de Chilpancingo, a orilla de la autopista del Sol, se siente un fuerte calor. Es un trayecto de cerros pelones por los arbustos chamuscados.
Ese mismo calor se siente en las tierras de los Calixto García. Los hermanos cruzan por el guardarayas –la línea divisoria que evita la propagación del fuego– que hicieron el domingo 5 de mayo, al día siguiente que inició el incendio, en uno de los intentos por detenerlo. “¿Ya viste cómo se ve?”, pregunta uno de los dos muchachos que los acompañaba en el recorrido para valorar los daños. Se ve un vapor que emana de la tierra, como en el pavimento de una carretera a mediodía.
La primera desgracia
Mario Calixto Bravo amontona las piedras en un hoyo cavado en la tierra. Es el terreno de la fábrica de mezcal de su familia, la única que hay en El Calvario. Las piedras truenan por el calor del fuego encendido abajo de ellas. Es el horno donde cocinará lo que pueden ser las últimas piñas de la cosecha.
Desde ahí cuenta la desgracia que los persigue. Un día de marzo de 1974 una tromba y una granizada casi acaban con San Agustín. La gente salió de ese pueblo na savi de Metlatónoc, que ahora pertenece a Cochoapa El Grande, a buscar dónde vivir. 75 de ellos, fundaron el 8 de enero de 1976 un ejido de 840 hectáreas en lo alto de Chilpancingo: El Calvario.
Mario Calixto Bravo y Guadalupe García Ortega forman un matrimonio que representan la segunda generación del pueblo. La primera la compone Pedro Calixto Benítez y Vicenta Bravo Díaz. Llegaron muy jóvenes, acompañados de sus padres, pero ya comprometidos.
En el pueblo tuvieron a sus hijos Omar, Juan, José, Tomás, Luis y Salvador, que forman parte de la tercera generación que ya crían a una cuarta. “Estos muchachos son puros nuevos de aquí. Son de la región. Ya nomás hay poca gente grande”, dice don Mario cuando calienta el horno.
Ahora dos de sus hijos son las autoridades. Juan Calixto García es el presidente del Comisariado Ejidal y José Calixto García, suplente de la Comisaría Municipal. Ambos, insistieron que el gobierno debe hacerse cargo de las afectaciones del incendio para que ellos recuperen su ritmo de comunidad autosuficiente.
“100 por ciento de la gente del pueblo se dedica al maguey, al mezcal, a la recolección de piña y pues, nos retrasa porque ahorita no tenemos trabajo. El maguey que ya está bueno para cosecharlo ya no sirve (está quemado); el azúcar que tiene se vuelve agua, o sea se deshidrata, y entonces no nos da la misma cantidad”, comenta José.
En la actual crisis, provocada por fuego, están involucrados unos 135 habitantes, la mayoría hijos, nietos y bisnietos de la mitad de la gente que originalmente llegó del pueblo de la Montaña. Don Mario sostiene que muchos de sus paisanos que fundaron El Calvario se regresaron pronto a San Agustín.
Modificar las condiciones de su actual entorno es un asunto que ahora tienen que librar Los Maldonado Rojas, los Galvez Bautista, los Ortiz Rojas, los Guerrero García, los Hilario Billar y los Calixto García, las familias que nacieron en El Calvario.
El mezcal que no fue
José se detiene al lado de un gran maguey capón de pencas marchitas. A pocos metros están las casas del pueblo. Ahí comienza el recorrido por las hectáreas de cultivo dañadas. “Este es su término de crecimiento. Se mochó. Lo queríamos labrar en esta temporada, pero ya no”, comenta. El suelo está negro.
Explica que ese tipo de maguey es el mejor para producir mezcal de gran calidad. Tenía cortado el tallo comestible de la flor del maguey. Este quiote o calehual se deja crecer sólo si la planta fungirá como generador de la semilla para su reproducción silvestre.
Alrededor hay otras categorías de magueyes listos para ser cortados, como los velilla, pero de acuerdo con los hermanos Calixto García, ninguno supera a un maguey capón. En esta ocasión ambas especies están quemadas. La humedad y el azúcar de la planta no da para la destilación.
“Ahora sí (las autoridades) nos deben poner atención, porque prácticamente no tenemos trabajo, se retrasó el trabajo. No tenemos cómo mantener a nuestros familiares”, advierte José.
En El Calvario había tanto maguey que cada semana, de octubre a mayo, los habitantes vendían hasta tres camiones llenos de piña de maguey. Cobran 3.5 pesos por cada kilo y una sola pieza puede pesar hasta 100 o 120 kilos. Un camión tiene capacidad para cinco y seis toneladas, equivalente a unos 21,000 pesos, según los cálculos de los habitantes.
En estos 43 años, El Calvario construyó su autosuficiencia con base en el maguey y el mezcal. Un 80 por ciento de las 300 hectáreas de cultivo era de agave.
En el pueblo existe un círculo virtuoso de producción que generó comunidad. Hay empleo para todos. Una semana son productores y la otra peones. “Damos trabajo a la gente para que quede el dinero aquí. Así nos evitamos de andar en la ciudad de peón o de albañil”, dice Juan durante el recorrido.
El Colegio de Biólogos de Guerrero AC recomendó a las autoridades restaurar el suelo antes de reforestarlo. El incendio afectó al menos cuatro temporadas, porque entre la siembra y corte del maguey tienen que pasar mínimo cuatro años.
La maduración del maguey es un proceso lento. Como los productores de El Calvario llevaban años labrándolos, habían logrado un ritmo de cosecha por año, pero el incendio deshidrató casi todas las plantas, sin distingo de tamaño o madurez. Es probable que necesiten una regeneración de los magueyales.
“(El incendio) nos descontroló. Nos desubicó en la forma que estábamos trabajando. Somos un pueblo indígena, pero nos manteníamos bien, no teníamos que estar pidiendo tanta ayuda”, menciona José.
La carpintería, otro de los oficios del pueblo, no pinta para que sustituya la producción de maguey. Luis ya cerró el negocio para crear muebles de madera que abrió hace algunos años cerca de la ciudad de Chilpancingo. Sin las piñas de maguey ya no habrá destilación de mezcal en la fábrica de los Calixto García. Es decir, se les acabó el negocio, al menos para los próximos cuatro años.
Lo que el fuego les dejó
Esa mañana de sábado en El Calvario todavía huele a humo. El ambiente es gris y respirar ese aire provoca un cosquilleo en la garganta. Han pasado seis días de que los habitantes y brigadistas de las áreas de gobierno sofocaron el fuego de estos cerros.
Un reporte de la Secretaría de Protección Civil indica que lo apagaron el 9 de mayo, cinco días después de que inició.
Las autoridades relacionan los incendios forestales con la quema del tlacolol, una práctica ancestral de limpieza de la parcela antes del arado y la siembra. “Obviamente es una situación, lamentablemente cultural en el estado, el uso del manejo de fuego, es bastante complicado”, menciona en entrevista Marco César Mayares Salvador.
Los hermanos Calixto García aseguran que la quemazón no se originó en el ejido. A ellos se les quemaron las tierras de abajo. El Calvario quedó en medio de dos fuegos, uno que entró por los terrenos del fraccionamiento de Jardines de Zinnia y el otro por el asentamiento Santiago Apóstol.
El primer intento por apagarlo fue de la gente del pueblo. Los habitantes denunciaron que los brigadistas llegaron hasta el siguiente día, el 5 de mayo, y para sofocarlo les instruyeron hacer un guardarayas en la dirección de la ruta de una barranca.
Juan, quien representa la autoridad ejidal del pueblo, dice que los habitantes recomendaron a los brigadistas hacer una línea recta, porque el trayecto curveado de la barranca rodaría los arbustos o palos secos hacia el fuego y lo propagaría, pero les respondieron que los expertos eran ellos.
La experiencia y el conocimiento por sus tierras les dieron la razón a los habitantes de El Calvario, porque el fuego le ganó al guardarayas ordenado por los brigadistas. “Andaba un comandante de nombre Humberto que por poco y se queda en el fuego. Gritaba que le ayudáramos. Se rodó y salió”, recuerda Juan.
Al final, el recuento de daños hecho por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en el pueblo y sus alrededores es de 1,100 hectáreas quemadas, lo que representa un 25 por ciento de toda la extensión dañada en Chilpancingo.
La Comisión Nacional Forestal (Conafor), la Secretaría de Protección Civil (SPC) y la Semaren contabilizaron 4,428 hectáreas afectadas por 30 incendios atendidos en todo el municipio.
En esta categoría Chilpancingo ocupa el primer lugar de superficie dañada por los incendios, muchos de ellos ocurridos en los perímetros de la ciudad. Una parte del fraccionamiento Jardines de Zinnia fue evacuado durante la contingencia.
Hasta la cuarta semana de mayo continuaba la temporada de incendios del 2019. La superficie dañada en el estado a esta fecha es de 19,375 hectáreas, 6,378 más que el año pasado. Este domingo seguía activo un incendio, aun cuando dos noches atrás cayó la primera lluvia.
Hasta la cuarta semana del mes de mayo, la Semaren no hacía pública su estrategia de restauración ecológica, pero su vocería informó que esperarán un tiempo para el reposo del suelo, y enseguida analizarán las condiciones de cada zona afectada, porque después realizarían talleres entre habitantes de zonas afectadas para la reforestación de la planta nativa.
El presidente del Colegio de Biólogos de Guerrero AC, Ricardo Pérez Cardona, de alguna manera ha observado las deficiencias en las estrategias de gobierno para la prevención, control y combate de incendios, porque hicieron una propuesta a la dependencia que incluye acciones para todas estas etapas y el fortalecimiento del marco legal que establezca normas para la diminución de los incendios forestales.
Los guardianes del bosque
En lo alto de El Calvario se ve un bosque más denso. “Es puro pino”, dice Luis antes de iniciar el recorrido por las tierras dañadas.
Ese bosque, uno de los pulmones y proveedores de agua para Chilpancingo, está a salvo.
Los desplazados de San Agustín por la tromba y granizada en su pueblo de origen se anticiparon a una contingencia de este tipo y cuidaron arriba mucho más que sus hectáreas de maguey.
Ahora tendrán que empezar de nuevo.