Son indígenas, pobres y trans. Pero estas ñomndaa han roto todos los esquemas que les fueron asignados. En lugar de resignarse, esconderse o migrar, encontraron una fórmula para ser libres y enfrentar el machismo de su propia comunidad
Texto: Arturo de Dios Palma
Fotografías: Salvador Cisneros
Pie de Página / Alianza de Medios
27 de mayo del 2019
Ometepec
Zacualpan es un pueblo ñomndaa (amuzgo) donde la vida se borda todos los días. Sus habitantes, artesanos en la gran mayoría, heredaron el huipil bordado en telar de cintura como una tradición y como el elemento que marca la organización social de sus habitantes.
En este lugar, ubicado en la Costa Chica de Guerrero, entre los cálidos municipios de Ometepec y Xochistlahuaca, todos participan en el proceso de confección: los hombres se encargan de ir a los cerros a cosechar el algodón de color rosa, verde y café que se da en estas tierras. La mayoría de los 5 mil habitantes de Zacualpan se reparten en el campo y el telar de cintura.
Cuando el algodón está en las casas, la familia entera lo toma en sus manos y lo va enrollando, enrollando, enrollando hasta convertirlo en hilos. Los hilos después son montados en los telares y entonces, las mujeres, pasaran cuatro, cinco hasta siete meses sentadas tejiendo.
Entre esas artesanas de Zacualpan están Flor, Paloma, Mago, Jovana, Vicky, Fer y Nachita. Las siete conforman un grupo de transexuales que comenzaron a reunirse para trabajar y también para protegerse.
Juntas tejen en el telar de cintura y bordan a mano cientos de prendas. Utilizan las figuras que le han dado identidad a su pueblo: flores, animales, triángulos, círculos multicolores que le van dando forma con la paciencia que sólo tiene un artesano.
Ellas se apropiaron del huipil para convertirlo en su símbolo de unión y protección contra la exclusión de su propia comunidad.
El telar que une
No hay un registro preciso del origen del huipil de telar, pero los habitantes en Zacualpan coinciden que todos han visto —hasta los ancianos— a sus abuelos y abuelas trabajar en el telar de cintura o bordando. Todas y todos se toparon con el huipil en un momento de sus vidas, sobre todo cuando las carencias las alcanzó.
Sin embargo, bordar en telar parece una actividad reservada para las mujeres. Zacualpan es una comunidad donde la estructura social tradicional se mantiene casi intacta y el machismo impregna la cotidianidad. El ancestral rol de la mujer poco ha variado y se observa en todas las actividades: mujeres condenadas a cocinar, a alimentar al esposo, a mantener la casa limpia, a cuidar a los hijos.
El papel de las personas homosexuales está acorralado. No son aceptadas. Incluso dentro de las propias familias son excluidas.
Por eso, el grupo que forman Flor, Paloma, Mago, Jovana, Vicky, Fer y Nachita resalta entre los pobladores, no solo porque cambiaron de identidad sexual, sino porque su vestimenta (shorts, blusas ajustadas, aretes prendados) contrasta con la usanza típica de los hombres de Zacualpan: pantalón blanco de manta cruzado atado en la cintura, camisa de cotón y sombrero de palma.
Pero el telar ha sido un factor de unión y amistad. Pasan mucho tiempo juntas, bordan y, sobre todo, sonríen mucho.
“Tratamos de mantenernos juntas porque es una forma de protegernos. Nos cuidamos todas, estamos atentas de lo que le pasa las demás”, cuenta Flor, la anfitriona del grupo.
Cuando deciden vestirse con el tradicional huipil y salir a las calles los insultan, les tiran piedras. Pero lo mismo les puede pasar aunque no lo lleven puesto. Ellas resisten ante la discriminación y la pobreza tejiendo y bordando huipiles.
Ser ñomndaa
Los ñomndaa de Guerrero están distribuidos en los limites de la Montaña y la Costa Chica, principalmente en los municipios de Xochistlahuaca, Tlacuachistlahuaca y Ometepec, aunque en esa misma región hay indígenas mixtecos (ñuu savi) y afrodescendientes, pero los amuzgos predominan. Entre datos oficiales e investigaciones, se calcula que en México hay son unos 50 mil ñomndaa, la mayoría asentados en Guerrero y, otros pocos, en Puebla y Oaxaca. Es un pueblo que conserva sus dos legados: el huipil de telar y su lengua.
En Zacualpan hay más de mil 200 artesanas que se dedican a confeccionar huipiles. El huipil no sólo es su identidad sino una forma de supervivencia. Después de seis meses de trabajo, las familias esperan venderlos en, al menos, 5 mil pesos. Pero ninguna de las dos actividades que hay en la comunidad (el campo y el telar) son suficientes para combatir la exclusión y marginación histórica en la que viven los ñomndaa.
En el municipio de Ometepec, al que pertenece el poblado de Zalcualpan, siete de cada 10 habitantes viven en pobreza o pobreza extrema. Y, según datos oficiales, la mitad de la población de esta comunidad no sabe leer ni escribir.
El trabajo también escasea. Una de las alternativas que han encontrado los ñomndaa es la migración. Los hombres salen a Acapulco o se van a los estados del norte del país como jornaleros. Mientras que las mujeres buscan empleos en la cabecera municipal de Ometepec, a 40 minutos de camino.
Flor, Paloma, Mago, Jovana, Vicky, Fer y Nachita se toparon con el huipil en un momento de sus vidas, sobre todo cuando las carencias las alcanzó.
Tejiendo y bordando huipil unas han financiado sus estudios; otras han logrado llevar algo de dinero a sus casas y, a unas más, les ha dado la posibilidad de ayudar a sus padres en las enfermedades.
Flor reflexiona sobre su situación: “Nosotras somos discriminadas por ser homosexuales, pero también por ser indígenas. Pero estamos orgullosas por hablar nuestra lengua, el ñomndaa”
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Sólo unos días la comunidad trans o gay es aceptada en Zacualpan. En el carnaval, justo antes de entrar a la Cuaresma. Son tres días en los que todo es fiesta, música, baile. Por las pequeñas calles del poblado corren por chorros la cerveza y la chicha, esa bebida fermentada a base de maíz, arroz y panela que toman los ñomndaa. Las bandas de chile frito o los solitarios violinistas hacen bailar todo el tiempo a los hombres y los pichiquie.
Son días “del diablo”, donde los placeres son cumplidos.
Desde hace 10 años, la comunidad trans y gay comenzó a encabezar la danza de El Pichiquie, la principal de carnaval. Antes sólo la bailaban los hombres del pueblo, luego la comunidad trans y gay se abrió espacio para formar parte de la fiesta del pueblo. Entonces, los hombres, únicos con derecho a bailarla, decidieron dejar de hacerlo.
Para ellas el carnaval es un espacio ganado y no están dispuestas a dejarlo. Tampoco el bordado.
Este reportaje fue elaborado por el equipo de Pie de Página y lo reproducimos como parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie.