Icacos: una historia de despojo y resistencia en el paraíso

Hace ochenta años surgió Acapulco como destino turístico de América Latina. El llamado Acapulco Dorado se construyó sobre las cenizas de las casas de los habitantes de Icacos, quienes para sobrevivir se convirtieron en la mano de obra que la naciente industria turística demandaba 


 

Texto y fotografía: Laura Aguilar

22 de junio del 2020

 

En la playa Icacos de Acapulco no existe el tiempo.

 

“Acapulco en especial no tiene noche ni día, eso se maneja como uno lo quiere”, menciona Moisés Marín, bisnieto de pescadores.

 

El trabajo de los acapulqueños de Icacos va más allá de una rutina. Es un estilo de vida y una historia de resistencia.

 

Hace unos ochenta años, los desarrolladores y las autoridades del país convirtieron a Acapulco en el primer destino turístico internacional de América Latina, los mismos años del despojo de tierras a los pobladores de Icacos.

 

El Acapulco Dorado, el destino de playa, sol y bikinis, se edificó sobre las cenizas de las casas de los pobladores de este ejido.

 

Los habitantes de Icacos, despojados de la línea de playa, en donde el dinero alzó complejos hoteleros, se adaptaron a esta nueva forma de vida. Se convirtieron en la mano de obra y en los prestadores de servicios que el turismo naciente demandaba.

 

Muchos continuaron con la actividad que desarrollaron los abuelos: la pesca, como Moisés Marín.

 

En el área de Icacos, los días podían acabar a primera hora del día con una red mojada y unos cuantos pescados, o de tarde, con cervezas y anécdotas, mientras los jóvenes repetían las hazañas de los más viejos.

 

La convivencia es a pocos metros de los consorcios hoteleros, los responsables del desplazamiento de la población.

 

Por la pandemia de la Covid–19 la tradición de servicios quedó suspendida. No se ve la misma rutina que hasta hace unos meses cuando los pescadores se juntaban en esta playa, una de las más emblemáticas del puerto.

 

Esta es la historia de Icacos previa a la caída de empleos por la pandemia.

 

 

Hoteles en la zona de Acapulco Dorado. 2020

 

Icacos: al mal tiempo buena cara

Icacos es una comunidad de Acapulco que se apiña entre la alfombra verde de las montañas y las olas saladas de la playa del área conocida como la Condesa.

 

A lo largo del tiempo, la gente de Icacos halló la manera de resistir a la modernidad, y de sobrevivir al despojo. Siempre con buena cara para los visitantes.

 

“Mi reina ¿qué te sirvo?”, es lo primero que se escucha de las vendedoras de comida en la playa de Icacos. Algunas vendedoras ambulantes recorren hasta cinco veces la línea costera de la bahía, la que tiene cinco kilómetros de orilla a orilla, desde el Club de Yates hasta la Base Naval. Muchas de ellas con bebés en brazos o niños pequeños que juegan a su paso.

 

Los hombres dedican sus madrugadas a la pesca ribereña, una actividad que recorre la orilla de la costa, sin entrar a mar abierto, ni perder de vista la cruz de Trouyet o Las Antenas, los puntos más altos de Acapulco.

 

La cruz pintada de blanco es un monumento enorme que de noche se ilumina bajo la luna sin ningún problema. Las luces parpadeantes de Las Antenas guían a los pescadores ribereños.

 

De acuerdo con la base de datos de rascacielos y construcciones arquitectónicas, Skyscraperpage y el comisariado ejidal de Icacos, el puerto tiene más de 100 edificios de entre 40 y 130 metros de altura, localizados en las zonas turísticas.

 

Se trata de hoteles y condominios que dan trabajo a los anteriores dueños de la tierra. Estas grandes empresas construyeron los hoteles en zona federal y en tierras que pertenecían a los ejidatarios.

 

El ejido de Icacos se componía de 762 hectáreas que pertenecían a 37 ejidatarios. Estas hectáreas se declararon para uso público, a partir de esto, se construyó el Centro de Convenciones, el Club Deportivo, la Base Naval y las instalaciones de Pemex. Algunos de estos proyectos de construcción terminaron por vender parte de los terrenos a empresas privadas.

 

 

La historia atrás del despojo

En el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), de acuerdo con los testimonios de los pescadores de Icacos y documentos del ejido, las familias que vivía en el área de la playa, algunas con más de dos siglos de habitar ahí, fueron desalojada de sus viviendas. El gobierno arrasó con las huertas de mango, de papaya y de platano de los habitantes, como el caso de la familia Arellano.

 

Los pescadores, como la familia de Moy, los Marín, tenían redes y un área para los cayucos, canoas de madera que no podían ser desplazadas fácilmente fuera del agua. Porque, antes las canoas no eran de fibra de vidrio, si no de madera pulida con trozos irregulares, fabricadas por el que la navegaba.

 

En los años 70, el gobierno de Rubén Figueroa Figueroa construyó casas pequeñas para la población, desplazándolos al otro lado de la costera Miguel Alemán, en la falda de una montaña, a cambio de sus hectáreas a orilla del mar.

 

Las nuevas unidades habitacionales albergarían gente dedicada a atender un turismo que pronto atiborraría las playas y el mercado, lo que daría paso a una nueva época. Algunos estuvieron conformes con los nuevos visitantes, otros no soportaron la idea de ser desterrados de su tierra.

 

Con propaganda política y leyes, acompañados de instituciones y conflictos de interés, los ejidatarios de Icacos, –que son las familias de los Magallón, los Marín y los Arellano– al no estar conformes fueron encerrados varios meses en la cárcel. Las autoridades condicionaron su libertad con la firma de unos papeles en los que desconocían lo que sucedería a sus terrenos y a sus familias.

 

Elementos del Ejército y la Marina llegaron a las huertas y chozas de palma. Antes de que los ejidatarios firmaran los papeles, desmantelaron las casas y arrojaron las pertenencias a la carretera. Las mujeres con sus hijos acamparon en los alrededores en espera de sus esposos, expuestas a los zancudos y a las víboras.

 

Preocupadas por la supervivencia de sus familias aceptaron marcharse a las nuevas casas donde todo un pueblo ya se comenzaba a formar. Sus maridos permanecieron un tiempo más en la cárcel.

 

Los habitantes de Icacos sufrieron otro atentado más a su patrimonio. Este era sagrado y ligado a sus ancestros: la destrucción del panteón de Icacos en la Condesa, hace más de 40 años.

 

Las autoridades necesitaban ese esepacio para un estacionamiento. Cerca de los hoteles Holiday y Calinda hay una plancha de cemento en la que estacionan autos de los visitantes. Ese lugar fue el cementerio de Icacos.

 

Por mandato del ex gobernador Rubén Figueroa Figueroa se vendió el terreno sin el permiso de los ejidatarios. Ahí yacían los ancestros de las familias Icaqueñas. Destruyeron las tumbas y arrojaron las osamentas al mar.

 

 

Ubicación del antiguo panteón de Icacos. Extraído de Google maps. 2020

 

“Ahí está el panteón donde estaban enterrados mis abuelos, pero toda esa osamenta la echaron al mar con tractores. En una noche hicieron su relajo, y al otro día se le plantó la gente y ya no pudieron seguir construyendo”, recuerda uno de los Marín.

 

En 1987, el entonces gobernador José Francisco Ruiz Massieu, prometió al pueblo de Icacos una respuesta por el caso del panteón.

 

“Seguimos esperando”, dicen dos de los ejidatarios.

 

“Salieron resoluciones a favor que no se han aplicado”, agregan.

 

Otra arbitrariedad de este tipo se cometió en el terreno que ocupa la base de Pemex. En este lugar se descarga combustible para abastecer varias zonas del estado. Esta zona ha sido alcanzada por la mancha urbana: el pueblo de Icacos y Las Brisas, zonas de gran riesgo por la ubicación de ese punto de descarga de combustible.

 

Según el diario El Sol de Acapulco, en 2019, la presidenta municipal de Acapulco, Adela Román Ocampo, solicitó a la Secretaria de Energía (Sener) y al presidente Andrés Manuel López Obrador, la reubicación de las instalaciones de la planta de Pemex, por considerarla una bomba de tiempo para la población, ya que cuenta con una capacidad de 120 mil barriles de gasolina.

 

Desde hace 40 años, este almacén ha estado funcionado, y desde sus primeros 10 años, los ejidatarios, exigieron reubicarlo por su alto riesgo de generar una explosión; sin embargo, se ha pospuesto por ser un gasto de más de mil millones de pesos, de acuerdo con información del comisariado ejidal.

 

Icacos ha pedido justicia e indemnización por los terrenos que ocupa Pemex y la Base Naval. Un ejidatario de la familia Marín contó que el responsable de la permuta fue el General de División Gilberto R. Limón, ex secretario de la Defensa Nacional (1946), quien permitió la venta de hectáreas que eran para uso público, a la vez que era copropietario activo de Compañía Mexicana Constructora Rural, S. A. de C. V., una de las constructoras que trabajaron en la zona.

 

“Se apoderaron de las tierras, nunca, nunca quisieron dar el dinero que prometieron, y hasta la fecha. El gobierno, Semarnat y todas esas dependencias, se encargaron de acabar de amolar al ejido de Icacos y a los ejidatarios nunca nos han dado un peso”, explica Flavio Arellano, otro ejidatario.

 

 

Flavio Arellano. Ejidatario, pescador y vendedor de cocos. 2020

 

El entonces secretario de la Defensa, Gilberto R. Limón fue quien exigió hectáreas para uso público, que después vendió al sector privado, desplazando a una comunidad entera para ubicarla al lado de un almacén de gasolina.

 

 

 Base de pescadores de Icacos. 2020

 

La pesca

La comunidad pesquera recuerda que sus abuelos poco a poco fueron cercados dentro de su propio paraíso.

 

“Mi abuelo era pescador, le enseñó a mi papá y pues yo agarré la tradición, la tercera generación”, dice Moy el pescador.

 

El cambio climático afecta la pesca ribereña tradicional no sólo en la zona de Icacos, sino en toda la costa del Pacífico. Los pescadores mencionan que ha ocasionado que el agua del mar se enfríe en diferentes temporadas, ocasionando la migración de especies como el huachinango y el barrilete. Por otra parte, el abuso de la pesca también ha provocado la escasez de peces en el mar.

 

“Antes era más bonito porque sí había pescado en la tarde. Ahorita ya solo en las mañanas o en las tardes es variable, en febrero que es tiempo del barrilete, no he sacado ninguno”, dice, sin saber que meses después no habría trabajo por la pandemia.

 

Las cooperativas de pescadores suelen tener un embarcadero de pequeñas lanchas, divididas por zonas sobre la arena: no existe una disputa entre compañeros, a pesar del poco pescado que actualmente sacan.

 

Durante varias generaciones se acostumbraron a llenar sus redes en un mar repleto de pescado, pero ahora ya nadie tiene una experiencia así.

 

Les gusta pescar de madrugada y experimentar lo que ellos consideran “bonitos amaneceres reflejados en el brillo de las olas”.

 

Actualmente, a metros de distancia de la zona de aparcamiento de lanchas, hay un terreno en construcción, próximamente condominios, y con ello, las constructoras que ya planean retirar a los pescadores de su zona.

 

 

Pescadores en la base de la playa de Icacos. 2020

 

Le Club ¿otro despojo?

En 2019 se comenzó la construcción de un edificio de condominios en una de las entradas a la Playa de Icacos. La señora Demetria Domínguez y su familia poseen un terreno que bloquea la fachada de estos condominios.

 

Los Domínguez rentan sombrillas y mesas frente a su restaurante, una choza de adobe y palma que ha comercializado mariscos por más de 50 años. Ellos no muestran inconformidad con este desarrollo turístico. Algunos familiares cercanos comentan que les ofrecieron indemnizaciones por ceder su espacio. Esto representaría el fin de su medio de trabajo.

 

En la misma playa, a escasos metros de la entrada pública, en zona federal, se ubica el área de los pescadores. Juan Arellano, a quien apodan el mudo, cuenta: “nos están dando dinero para quitarnos, es poquito, pero ¿tú cómo ves?”.

 

Juan dice que les ofrecen 80,000 a cada integrante de la cooperativa para que retiren su área de trabajo.

 

Desde hace tiempo, comenta Moy, han querido retirarlos por estar en zona federal. Desde que comenzó a construirse el condominio, hay presión hacia los pescadores por parte de instituciones, al exigir la regulación de la pesca que practican, pidiendo los permisos y equipo reglamentario, con la intención de excusarse para retirarlos sin ninguna indemnización del área utilizada por varias generaciones.

 

La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) afirma que existe un ordenamiento en las playas para la obtención de espacio público. Las zonas federales deberían estar libres de vendedores ambulantes y servicio de sombrillas y sillas que ofrecen hoteles, condominios o la misma población de Icacos.

 

Las nuevas generaciones conocen poco la historia del ejido, algunos continúan con la herencia laboral sin reconocer la lucha de sus abuelos, adultos mayores que intentan resignarse a un futuro en el que ya no se luche más por lo que les pertenece.