María Virginia: resiliencia, pesca y recuerdos en la comunidad de Dautillos

SPT2017

María Virginia Hernández, de Dautillos, Navolato, recuerda su vida ligada al mar, desde tejer tarrayas hasta recolectar almejas y ostiones. A pesar de tragedias familiares, mantiene su amor por la pesca, la convivencia con amigas y su compromiso con su comunidad.


Texto: Redacción Espejo

Foto: FOTO DE MEMORIA Y VERDAD: HISTORIAS DESDE LA PESCA

Lunes 2 de diciembre del 2024

Chilpancingo


María Virgina Hernández Martínez, nació El Limoncito en Navolato, desde que se mudó a Dautillos su papá preparaba canoas de madera y tarrayas, así es como ella y su hermana aprendieron a tejerlas, aunque es algo que ella ya dejó. Cuando había poco trabajo en el mar, planchaba ajeno.

“Hacíamos tarrayas, nos íbamos a las almejas, nos íbamos a los ostiones”. Cuando se subía con sus hermanas en las canoas para entrar al agua, más de una vez les tocó que la marea bajara tanto que el lodo les llegaba a la cintura. Al caer la noche dormían en los pequeños barcos esperando que subiera el nivel del agua.

Por la comida no había problema, llevaban tacos que, aunque se acedaran, los calentaban y los comían; o bien, podían agarrar almejas y ponerlas a las brazas para comerlas. Como las canoas eran tan pequeñas tenían que priorizar entre dormir ahí o llenarlas de almejas.

Antes se podían dar licencias que ahora son impensables para María Virginia, como dormir a la intemperie. Recuerda también que había jóvenes de su edad que salían al camarón y para cortejarlas las acompañaban o las esperaban cuando contaban las almejas una por una.

Ahora el consumo de drogas en la comunidad ha aumentado y no encuentra otra forma de dormir que no sea encerrada bajo llave. Los peligros y el dolor lo conoce bien, pues su hijo Enrique fue asesinado hace 22 años, lo que derivó en que su esposo del mismo nombre cayera en depresión y sumado a una enfermedad renal, también perdiera la vida.

Con Enrique se casó a los 21 años y como su papá se oponía, usaron la técnica de no avisar y huir a Guaymas, donde él trabajó en los barcos y ella se embarazó y tuvo un bebé. Regresó al año y ya la aceptaban con su esposo y su hijo; en total tuvo 5 y todos se dedican a la pesca.

Cuando andaba de novia con Enrique todo le parecía muy bonito, no le gustan las dinámicas de pareja que mira actualmente, le gusta recordar la inocencia y el enamoramiento. De Enrique, su hijo, se acuerda con mayor sentimiento. Le dice niño, sobrenombre en su casa, aunque por fuera lo llamaban el panadero.

Su hijo ya no quiso estudiar y desde los 15 años empezó a salir al mar, es una de las personas más jóvenes que ha entrado en la cooperativa. Dejó un nieto que no alcanzó a registrar, pero como el esposo de María Virginia tenía el mismo nombre que su hijo, él lo hizo.

Los valores se perdieron en la juventud de la comunidad. Considera que ya no hay dignidad ni amor. El respeto a las personas de la tercera edad se lo confirma, ya no existe la convicción de servir y apoyar, como cuando antes hacían mandados; ahora cree que siempre esperan algo a cambio.

Pasó de irse a La Reforma, Navolato y Angostura, a quedarse en casa por el calor que ha hecho que se le quite lo vaga. Tiene su grupo de amigas adultas mayores con las que juega lotería y comparte chismes, cooperan para hacer comida y mientras conviven comen ostiones. Cuando se reúnen recuerdan las aventuras que han pasado juntas y eso la hace sentir como si todo sucediera de nuevo en ese momento. Le gusta su comunidad y como le dijo a su esposo cuando vivía, hay que echarle ganas.

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El proyecto Memoria y Verdad: Historias desde la pesca se desarrolló en colaboración con el Fondo Resiliencia, un esfuerzo conjunto para fortalecer las respuestas locales y la resiliencia comunitaria.

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