La vuelta a la vida de Alejandra Mateos

El caso de Alejandra es el primer caso de violencia de género que se juzga en el estado desde la implementación de la ley 553 de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, aprobada por el Congreso local, desde el 2008.


Texto: Itzel Urieta 

Fotografía: José Miguel Sánchez

25 de noviembre del 2020

Chilpancingo 

 

Alejandra Mateos Jiménez, de 29 años, después de dos horas de audiencia, se quiebra.

Pide a la jueza Tanya Yamel Alfaro Zapata, a través de su abogado, una pausa. No aguanta un minuto más.

La madrugada del 8 de abril del 2018 pudo ser asesinada.

Sobrevivió y acusó a Víctor Manuel Enríquez Lezama, su novio durante 54 días, de intento de feminicidio.

Por eso, Alejandra Mateos, hoy 5 de marzo del 2020, está en este Juzgado de Guerrero, sentada frente a la jueza.

Es el primer caso de violencia de género que se juzga en el estado desde la implementación de la ley 553 de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, aprobada por el Congreso local, desde el 2008.

La aplicación de la ley nunca ha sido expedita y, la justicia, menos.

La primera audiencia de Alejandra contra su agresor fue el 19 de febrero del 2020. La jueza dictó entonces una sentencia condenatoria de seis años y seis meses de prisión a Víctor Manuel. El acusado apeló.

Alejandra ha escuchado durante unas dos horas la lectura de todo el expediente porque así lo pidió el agresor. La jueza lee una, dos, tres, innumerable número de veces, los detalles de lo que pudo ser la última noche de Alejandra.

A Alejandra la franquean el abogado de oficio José Miguel Rosete Rodríguez y un representante de la Agencia del Ministerio Público.

El hombre que la conquistó pero en el día 54 de su noviazgo intentó matarla también está aquí. Víctor Manuel Enríquez Lezama tiene la compañía de dos abogados.

La jueza tiene enfrente a quien se salvó de morir y a quien quiso asesinarla.

En la sala hay público. Hay mujeres de colectivas que acompañan a Alejandra. Su caso es importante para la lucha feminista. El público ve de frente a la jueza. De Alejandra, Víctor Manuel y los abogados, sólo sus espaldas.

La víctima está a la derecha, el agresor a la izquierda. Cuando voltean a los costados, parcialmente, se pueden apreciar algunos rasgos y gestos de sus rostros. Alejandra se seca las lágrimas. Víctor Manuel se mira imperturbable.

La justicia también es fría. La Sala Uno del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) es la mejor prueba. El aire acondicionado está al máximo de su capacidad. Dice el personal que la jueza Tanya Alfaro así lo pide. Los querellantes, sus abogados y el público se aguantan.

Cuando Alejandra se quiebra, dice algo al oído de su abogado y éste pide permiso para interrumpir la audiencia.

La jueza Tanya Alfaro contesta con rudeza.

-No es necesario que la víctima esté presente, se puede retirar.

Alejandra Mateos al salir de la audiencia

Alejandra, antes de Víctor Manuel Enríquez Lezama

A Alejandra, la vida le sonreía. Conoció a Víctor Manuel cuando comenzaba su cosecha de logros.

Estudió la Licenciatura en Gastronomía, y una especialidad en cocina mexicana y cocina del mar, en Puebla.

Cuando terminó regresó a Guerrero a hacerse cargo de la empresa familiar, un lugar famoso de tacos al pastor, dentro del mercado de San Francisco.

Diseñó la marca familiar. El negoció florecía. Ella recibía alrededor de 15 a 20 mil pesos mensuales por su trabajo, un ingreso que le permitió independizarse.

Rentó un departamento y lo amuebló.

EL divorció de su mamá y su papá fue un momento amargo, pero para entonces ya estaba superado, y la relación con sus progenitores, restablecida.

Alejandra tiene dos hermanos. Es la única hija del matrimonio Mateos Jiménez.

Una alerta no tan pequeña

Alejandra y Vïctor Manuel se conocieron porque tienen amigos en común. Se veían en las fiestas familiares, hasta que un día, convivieron. Fue el 14 de febrero del 2018. De ahí se empezó a tejer una relación.

Salieron juntos a varias fiestas, aunque esto pasó en un momento delicado en la vida de Alejandra porque ella se recuperaba de la operación de un fibroma.

De esos 54 días de novios, Alejandra recuerda que Víctor Manuel se portó siempre bien, cariñoso y tenía un trato respetuoso.

Sólo una ocasión pasó algo que no encajó con esta forma de ser.

Un día, por cansancio, Alejandra se durmió durante el día, y cuando despertó vio que tenía como unas 40 llamadas perdidas de Víctor Manuel.

Al mismo tiempo, le tocaban a su puerta de forma desesperada. Abrió. Era Víctor Manuel con un gesto de enojo.

–¡¿Por qué no me contestas, Alejandra?¡ –le reclamó fuera de sí.

–Estaba durmiendo, ¿Qué pasó? –le respondió con calma.

–Como no me contestabas me preocupé, pensé que te había pasado algo, –le reviró.

Alejandra pensó que quizá si estaba así por preocupación.

“No lo vi tan alarmante, porque sí pensé que pudo haberse preocupado por lo de mi operación, pero hasta ahora lo veo que si fue bastante raro”.

Alejandra recuerda que después de eso, Víctor Manuel le pidió pasar al baño. Se metió hasta el fondo del cuarto y vio que él se metió como a buscar algo.

Ahora tiene la certeza de que su ex novio entró a cerciorarse de que estaba sola en el departamento.

Día 54

El 8 de abril del 2018, Alejandra y Víctor Manuel fueron a comer pozole a Mochitlán, cabecera del municipio del mismo nombre, a unos 40 minutos de Chilpancingo, acompañados de amigos y amigas de él. Era un jueves.

En toda la entidad guerrerense, los jueves de pozole verde son días de fiesta, de mezcal y de cerveza. Las sobremesas se prolongan hasta entrada la noche, también es habitual que la tarde de pozole, mezcal y cervezas continúe en un botanero, un bar, o una disco.

Después del pozole en Mochitlán, Alejandra, Víctor y los amigos de él, regresaron a Chilpancingo. Estaban felices y acordaron continuar la fiesta en el bar La Condesa, ubicado al sur de la ciudad. Víctor Manuel encontró en el bar a otras amigas y se puso a platicar con ellas, como si Alejandra no estuviera ahí.

Alejandra aguantó un largo rato lo que parecían filtreos de su novio con una de las amigas, después dijo que se retiraba y se salió del bar. Eran los primeros minutos del 8 de abril. Víctor Manuel la alcanzó en el estacionamiento. Ahí comenzó a jalonearla y a insultarla. La acusaba de que era ella la que estaba coqueteando con uno de sus amigos.

Víctor Manuel es un tipo alto y fornido. Tiene alrededor de 1.80 metros de estatura y unos 90 kilos de peso. Alejandra es baja, no llega a 1.60 metros y, en ese entonces, pesaba alrededor de 55 kilos.

Fácil, la subió al auto con fuerza, pero ella fue la que terminó conduciendo porque Víctor Manuel estaba demasiado ebrio.

Alrededor de la una de la mañana del 8 de abril llegaron al departamento de ella. Víctor Manuel se metió con el pretexto de que necesitaba ir al baño. Adentro siguió agrediéndola.

Víctor Manuel le preguntaba a Alejandra que con quién lo engañaba. Le preguntaba y la cacheteaba. Alejandra tenía algunas botellas de vino en su casa y cervezas en el refrigerador. Víctor Manuel las empezó a abrir y a tomárselas. Seguía tomando, golpeándola e insultándola.

Cuando terminaba una botella las aventaba contra la pared. Hizo lo mismo con perfumes que él le había regalado.

Le decía que no se iba a librar de él fácilmente, porque en esos días de noviazgo ya había invertido mucho dinero en ella, en los regalos que le hacía y en llevarla a comer y a divertirse.

También la manoseaba. Le metía los dedos en la entrepierna y se olía las manos, y le decía que le daba asco.

La desvistió e intentó violarla, agarró su cuerpo y la azotó contra la pared. Ya casi desfallecida, la tiró en la cama, en donde intentó estrangularla con una sábana.

Los detalles de la agresión, los escuchó Alejandra durante las cuatro horas que duró la audiencia del 5 de marzo del 2020, en la que la jueza Tanya Alfaro ratificó la sentencia de seis años y seis meses de cárcel contra Víctor Manuel, dictada en la audiencia el 22 de febrero.

“Dicen que en esos momentos ves pasar tu vida. Yo vi a las personas por las que no me quería morir, no quería ser una más en la estadística”, contó Alejandra en una entrevista posterior a esta audiencia.

Alejandra sentía que la vida la abandonaba. Vio a sus seres queridos. Vio el rostro de su padre, de su madre, de sus amigos de la infancia. Sentía que este era su último instante y no quería que fuera así.

Ella, una mujer independiente, decidida, iba acabar como un número, una estadística.

De pronto Víctor Manuel dejó de apretar su cuello. Ella, poco a poco, recuperó el aliento y así estuvo por unos instantes. Cuando abrió los ojos, vio que su novio los últimos 54 días, se había quedado dormido.

Se lo quitó de encima, se vistió y salió corriendo de su propio departamento. Su papá vivía cerca y fue a la casa de él a pedir ayuda.

Juzgar con violencia de género

La golpiza de Víctor Manuel ocasionó daños físicos graves en Alejandra. Ella tuvo lesión en las vértebras del cuello por el estrangulamiento, situación por la que estuvo 22 días inmóvil. Víctor Manuel también le rompió la nariz y las costillas. Además de que todo el cuerpo presentaba hematomas.

Su padre no observó las lesiones con las que llegó a Alejandra en la madrugada del 8 de abril. Todavía no amanecía. Al día siguiente, la vio bien y se alarmó.

Sin embargo, fueron su mamá y el hermano mayor de Alejandra, los que la convencieron de acudir al Ministerio Público a interponer la denuncia.

El papá de Alejandra no estuvo de acuerdo en denunciar, porque sentía que era vergonzoso para la familia.

La mañana del 8 de abril, a pocas horas de la agresión, Alejandra Mateos llegó al Ministerio Público a denunciar el intento de asesinato de Víctor Manuel, su ex novio.

“Desde que llegue al Ministerio Público fui revictimizada, lo primero que me preguntaron fue ¿qué hiciste para que te agredieran?

Quien la atendió en el MP fue una mujer.

“Yo conté lo que me pasó y ella lo redactó a su modo”, recuerda Alejandra.

Los hechos, como los dejó escritos la ministerio público, no se podían tipificar como violencia de género.

“La sábana con que Víctor Manuel intentó asfixiarme, como ella redactó los hechos, no fue considerada un arma”.

Alejandra contrató un abogado para que llevaran su caso. Después de unos meses ya no pudo pagarlo, entonces pidió un defensor de oficio y le asignaron a José Miguel Rosete Rodríguez, quien la acompañó hasta la fecha actual del proceso penal.

El caso pasó por dos jueces. Edgardo Mendoza Falcón fue el primer juzgador. Mendoza Falcón difería las audiencias y no juzgaba con perspectiva de género.

“Él quería mediar con las dos partes, o llegar a un acuerdo mutuo. Yo necesitaba que el juez admitiera la violencia de género y así lo juzgara”, dice con firmeza Alejandra.

Finalmente, Mendoza Falcón dejó el caso por cuestiones laborales. Daba clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro) y tenía sobrecarga laboral.

Cuando el intento de asesinato que sufrió Alejandra llegó a manos de la jueza Tanya Alfaro comenzó una nueva etapa en el proceso, ya no se diferían audiencias y Alejandra consideró que la jueza conocía bien la ley 553 y que iba juzgar con perspectiva de género.

Después del último instante

 


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