El Grupo Tortuguero de Bahía de Kino, una iniciativa familiar encabezada por Cosme, trabaja en la costa de Sonora con el fin de preservar diversas especies de tortugas marinas que se encuentran en peligro por la pesca incidental, el cambio climát
Texto: Marcela Nochebuena /Animal Político
Foto: Sharenii Guzmán /Animal Político
25 de junio del 2025
A Cosme Damián Becerra alguna vez le dieron una tortuga para matarla. Se lo ordenó una autoridad en Bahía de Kino, un pueblo de tradición pesquera de la costa sonorense, a 107 kilómetros de la capital de la entidad, Hermosillo. Él y su esposa, Mónica Esquer, la metieron a la regadera, pegada a la pared que quedaba a un costado de su cama.
La mantuvieron ahí, viva, varios días, echándole agua. Los acompañó durante noches en las que –asegura Mónica– escuchaban su clamor. Ella la miraba, y afirma haber visto lágrimas que rodaban por el baño. Le comentó a su esposo que parecía como si fuera una mujer. Cosme le pedía no mortificarlo más, porque él también la escuchaba y la veía. No sabía qué hacer, y su esposa insistía en que no la matara. Cosme no pudo hacerlo, y jamás volvió a agarrar una tortuga con ese fin.
“Como que la tortuga quería que supiéramos que algo estaba mal. Nosotros aprendimos mucho con esa tortuga; ha sido muy difícil dejar de ser pescador para él, y ha perdido algunas cosas como pescador pero ganó otras cuidando el mar: ahora saca tortugas para monitorearlas y así vuelve a vivir la emoción de ser pescador”, relata Mónica en el documental El llanto de las tortugas, dirigido por Jaime Villa Galindo y distribuido por Jacalito Films.
No haberlo visto es lo primero que reclama Cosme previo a una entrevista con Animal Político a finales de mayo pasado en un pequeño hotel en el centro del poblado. “Ahí está todo”, bromea. Durante esa conversación, no vuelve a narrar la historia de cuando conoció el llanto de las tortugas, pero sí da otras pistas de cómo fue cambiando su mirada respecto a las especies que habitan el mar.
Cosme fue pescador y pertenecía a una cooperativa familiar fundada por su mamá. Recuerda que desde entonces, recibían pláticas de la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca) y de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) para poder obtener recursos o subsidios y procurar una pesca sustentable.
Él se arrimaba a esas pláticas –así lo dice–, y aplicaba a proyectos de ecoturismo. Nunca se los aprobaron. Dado que ya tenía una conexión con las tortugas, una comadre le propuso aplicar para un proyecto de conservación de la especie. Le pareció muy buena idea, y consiguió el recurso para llevar a Bahía de Kino a los capacitadores de la red tortuguera de las Californias desde La Paz, Baja California Sur. El otro motivo es el que narra el documental, apunta.
Como pescador, subraya, no hay ninguna prestación laboral: “Si no sales a la marea a trabajar diario, no tienes sustento ni comida”. Cuando hay enfermedades en la familia, la supervivencia se torna más difícil. El recurso más viable entonces, reconoce, era cuando una tortuga caía en pesca incidental: dinero rápido y fácil. “Ni modo, hay que venderla esa tortuga que salió muerta”, pensaba él. “Fueron cosas, eventos, pues que uno hizo, ¿no? En aquellos años porque no teníamos mucho conocimiento sobre la conservación”, confiesa.
Tenían la convicción, sin embargo, de cuidar y proteger, porque vivían del mar. Con los recursos que llegaban a obtener de las instituciones federales, procuraban la pesca selectiva, como con la jaiba. Usaban, por ejemplo, 100 trampas con líneas de 20 o 25. Revisaban una línea, ponían una cobija, descartaban a las hembras y a las tallas que no daban, y cambiaban la cobija para arriba. Revisaban otra línea, y descartaban las jaibas enhuevadas y las tallas chicas. Era una forma de hacer una pesca sustentable y de seguir teniendo producto.
“Pero en el camino fuimos aprendiendo sobre la conservación, sobre el cuidado del hábitat, qué tan importante es proteger la laguna La Cruz, (el Centro) Prescott se arrimó a la comunidad, fuimos teniendo conocimiento y ahora somos lo que somos. Hemos estado de la mano con esa institución desde entonces, con la CONANP también, pero más con Prescott”, cuenta.
Desde hace 15 años, Cosme preside el Grupo Tortuguero de Bahía de Kino, que también forma parte de las iniciativas enmarcadas en el proyecto Innovación Azul, liderado por COBI (Comunidad y Biodiversidad AC) y financiado por la Agencia Francesa de Desarrollo.
Mónica asegura en el largometraje que documenta el trabajo de su familia que si Cosme no se hubiera salido de la pesca, hoy no serían lo que son. De él aprendieron las y los 15 cuidadores del mar que conforman el grupo. Se dedican a cuidar a las tortugas, remarca ella, porque cuidar a las tortugas es cuidar el mar.
Tortugas marinas, especie en peligro en México
Otra escena a la que Cosme no vuelve en la entrevista pero fue captada en el documental, ocurre de madrugada, cuando sale de su vivienda en una moto hacia la playa. Cerca de la orilla del mar, una tortuga yace muerta y seca. Todavía sin luz del sol, Cosme toma sus medidas y hace apuntes, y con una pala remueve de la playa suficiente arena para enterrarla. “Ahí está, la pobre”, dice mientras se la echa encima.
Ya en la entrevista, tras especificar que el grupo trabaja en la conservación de las tortugas marinas en las áreas de alimentación de la laguna La Cruz y de la Isla de San Pedro Mártir desde 2010, cuenta con orgullo que la comunidad ahora los hace responsables de todo lo referente a las tortugas marinas. La especie que más se encuentra ahí es la golfina. Al tratarse de una comunidad pesquera, es común que caigan tortugas en las redes de pesca incidental.
Cuando hay mal clima, se cierra el puerto y las redes no se revisan durante 24 horas. Cuando el puerto se vuelve a abrir, los pescadores se aproximan y las tortugas ya están muertas por ahogamiento. La propia comunidad llama al grupo, que acude a la playa a tomar los datos. Utilizan tres métodos diferentes, dependiendo del área de alimentación.
En la laguna La Cruz, que es un sitio Ramsar, se usa una red de pesca, fabricada por ellos mismos, cuadro por cuadro, de 130 metros de largo por 7 de altura, fabricada de manera que cuando cae una tortuga, puede salir a respirar; ellos se dan cuenta y la liberan de inmediato.
En cambio, cuando acuden a la isla San Pedro Mártir, a 60 kilómetros de Bahía de Kino en medio del Golfo de California, en cuanto zarpan van monitoreando a distancia en busca de la tortuga golfina. Cuando encuentran a una en el camino, se lanzan de clavado para agarrarla. También recurren ahí al método de snorkel, para agarrar a la tortuga carey o a la prieta. Aprovechan cuando están dormidas o distraídas.
En las costas de Baja California existen cinco especies de tortugas marinas: laúd, golfina, prieta o negra, caguama o cabezona, y carey. La carey y la laúd están en el peligro más crítico de extinción. De acuerdo con el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda), además, la pesca incidental es una de las causas más comunes de mortandad de las tortugas caguama.
Al igual que para el resto de las especies del Mar de Cortés o Golfo de California, otros factores agravan el riesgo para las tortugas: el cambio climático, la contaminación, el turismo, y la pérdida y degradación del hábitat. A esto se suma, de acuerdo con la organización Oceana, la urbanización del litoral, la contaminación, la captura objetivo, las especies invasivas y los choques con barcos.
Las especies que corren más peligro ante esos factores son la caguama, la carey y la prieta. Capturar, dañar o privar de la vida a una tortuga está penado con prisión en México, de acuerdo con el Código Penal Federal, mientras que la Norma Oficial Mexicana NOM059 cataloga a todas las especies de tortuga que viven en aguas mexicanas como en peligro de extinción.
El monitoreo de tortugas en Bahía de Kino
Una mañana de finales de mayo en el estero Santa Cruz, La Tortuguera, la lancha donde viaja el grupo, transporta ya cuatro tortugas para monitoreo. Cuando bajan de la lancha, el instinto las lleva a intentar escapar, pero las y los cuidadores de tortugas tienen sus trucos para retenerlas en la sombra mientras toman sus datos. Un trapo en la cabeza ayuda para que no se estresen.
Cosme explica que hay que apuntar todas sus anormalidades o si se trata de una recaptura: las que ya han monitoreado llevan placas metálicas. “En esta tortuga –dice observando detenidamente a la primera del día– encontramos que alguna vez estuvo enmallada arrastrando algún arte de pesca, ya sea una trampa o un aro, o simplemente quedó atorada en algún lugar, por eso es que tiene su aleta así, aquí se ve”, dice mostrando lo que luce como una especie de herida debajo de la aleta.
Al año, el Grupo registra de 30 a 40 tortugas varadas; en uno llegaron incluso a 50. Maribel, la hija de Cosme que coordina el grupo, explica cómo se toman los datos morfométricos. Fabián, otro de los integrantes, toma una regla adaptada para medir el caparazón. “64.4”, dice; “64.4”, repite Matilde, prima de Cosme, quien lleva el registro escrito y confirma cada medida para evitar confusiones.
Luego se mide el caparazón en su parte más ancha: “50.4”, dice Fabián seguido por la ratificación de Matilde. Después se toman las medidas curvas del mismo caparazón pero con cinta métrica. Se puede decir que es una hembra, asegura Cosme. Lo siguiente es medir la profundidad del cuerpo –sigue Maribel– para saber si están más gordas o flacas. Los cuidadores la voltean sobre su costado, y le retiran también los balanos quemados (crustáceos adheridos).
Pasan entonces a la medida del plastrón –la parte inferior del caparazón que cubre el vientre– y la cola. A esta tortuga le van a poner un nombre: “Apenas la vamos a apadrinar”, acota Fabián, porque es la primera vez que la monitorean. “Ahorita le vamos a poner las placas metálicas en las aletas traseras, y en las placas hay una numeración que nos ayuda para identificarla en nuestra base de datos en Excel”, explica Maribel.
Esto significa, dice Cosme, que la laguna La Cruz está haciendo bien su trabajo, trayendo tortugas nuevas cada vez, porque a pesar de que el grupo tiene un registro de más de 900 tortugas con unas 400 recapturas, que suman en total unas mil 300, siguen llegando. Luego, con ayuda de una báscula sostenida por un palo, de la que se desprenden cintas que ajustan al caparazón, se determina su peso total: 35 kilogramos. Un ejemplar tranquilo, que se dejó medir y pesar fácil. Ahora se llama “Paola”. Una fotografía con su ficha al lado lo atestigua.
Con ayuda de las manos humanas que la redireccionan hacia el mar, poco a poco regresa a su hogar, hasta el próximo monitoreo. Cuatro veces se repite el proceso con tortugas de diferente especie y tamaño. Cuando llegan a la última, se requiere el esfuerzo de tres personas para bajarla de la lancha. Su aleteo indica que esta no se dejará tan fácil. Su pequeña cabeza queda cubierta por un pedazo de tela amarilla.
77.3 de largo por 58 de ancho en el caparazón. Medidas curvas de las que intenta escapar avanzando un poco sobre la arena: 82.3 –creció de 70.5– por 73 centímetros. Se trata de una recaptura. La vez pasada, “Gladis” había pesado 45 kilos. Ponerla de lado para medir la profundidad de su cuerpo es una hazaña todavía más complicada: 31.3 centímetros. El plastrón: 62.9, y a colocar las cintas para poder pesarla, cuando se deje. “Espérate, niña”, pide Matilde. 74 kilos es su peso actual.
“La verdad, tenemos tres monitoreos, dos y este, que las tortugas han estado muy activas, pero duramos más de cuatro meses desesperados porque era muy poca la actividad, y aparte de que los meses de diciembre, enero y febrero entra mucha lama, mucho pasto que se suelta hacia la orilla, y la red no hace la función que debe hacer, o se hace una alfombra de tanta lama y la tortuga la identifica de lejos, se da la vuelta y se retira; batallamos mucho con eso”, cuenta Fabián Becerra a un lado de la lancha Tortuguera.
En cambio, ese día la boca del estero les llamó, dice, porque empezaron a ver cabecitas que sobresalían del agua. Además, es el día del mes con la marea más viva; la Luna les ayuda a orientarse en ese aspecto. Las lunas medias son las mareas menos fuertes. La Luna llena y la Luna nueva es cuando están más fuertes las corrientes y es más difícil tender la red. En las mareas más pequeñas es cuando las tortugas están más activas, se mueven más cuando está parada el agua.
Por qué lloran las tortugas marinas
El récord de monitoreo del grupo en un solo día es de 28 tortugas, pero normalmente suelen ser entre dos y cuatro. En entrevista, Maribel explica que además de los monitoreos en agua, el seguimiento en anidación empieza más o menos en agosto, con recorridos de 15 kilómetros por la playa para identificar rastros de tortuga golfina y detectar en dónde está el nido. La tortuga escoge la arena y la temperatura adecuada, que no esté tan movida y que no haya muchas piedras.
“Son tan inteligentes estos animales que escogen; si no les gustó esa área, se van y se buscan otra. Entonces nosotros ahí andamos, se va apuntando en la bitácora, y ya que se haya identificado el nido, se protege con cuatro postes, alambre pollero e imprimimos una carta con información: ‘Este es un nido de golfina, desovó tal día y va a eclosionar (romper el cascarón y emerger) posiblemente este día del mes”, explica. Son más o menos de 45 a 65 días hasta la eclosión. Además, se especifica que están protegidas y en peligro de extinción.
Como es una playa turística, antes de que empiece la temporada el grupo también difunde información en redes sociales y pancartas para que los vehículos motorizados no anden por las playas y no se hagan fogatas, lo que perjudica a las tortugas. Ya con los nidos protegidos, además atienden reportes de varamientos de tortugas muertas, de las que igualmente registran datos, la especie y la posible causa de muerte. Han contabilizado un mayor número de muertes de tortuga prieta.
Maribel recuerda que fue en 2013, tras un requisito de la CONANP, que se incorporaron las mujeres al grupo, todas familiares. Hoy ella lo coordina. El trabajo mixto, dice, ha sido muy importante, porque las mujeres ahora también bucean y snorkelean para agarrar a las tortugas de donde empieza y termina el caparazón. Otro de los trabajos más importantes, del que generalmente se encargan ellas, es el de registrar los datos.
“Yo soy buza, y yo animé a otras dos mujeres que nunca han sido buzas; saben nadar, snorkelear, pero nunca se han metido a la isla a bucear o algo, y el conocimiento que yo sé estoy transmitiéndoselo a ellas. Es bueno estar apoyando a las mujeres, decirles, animarlas, decirles que nosotras podemos; ha sido muy bueno para ellas tener esa confianza que les hemos brindado”, asegura.
Mujeres y hombres persisten en el trabajo permanente de cuidar a las tortugas, para conservar a una especie indefensa y dejar huella en ese camino. “Hoy somos nosotros; mañana queremos que sean más”, anima Maribel. A ella le gustaría que muchos miren su labor y el de otras comunidades, así como la importancia de la tortuga marina y su historia. La especie, dice, fue fundamental en tiempos de crisis, y alguna vez, por urgencia y desconocimiento, alimentó a las comunidades. Por eso, aquello que alguna vez les dio el mar, ahora lo están regresando.
Esa es la herencia de su papá, que lo decidió tras escuchar y ver aquel llanto de la tortuga en la regadera que, contrario a lo que podría pensarse, no es metafórico. La ciencia ha explicado que los riñones de las tortugas marinas son incapaces de eliminar las cantidades de sal tan altas del mar. Sus glándulas lagrimales –en algunos casos más grandes que su cerebro– se han modificado de tal manera que, estimuladas por esas cantidades de agua salada en su sangre, excretan una solución salina con una concentración que duplica la del agua de mar. Así, por cada litro que ingieren, de sus ojos salen 500 mililitros de lágrimas doblemente concentradas, que solo pueden apreciarse fuera del agua, donde no se diluyen.
Para Cosme, el trabajo del grupo ha beneficiado mucho a la comunidad, y se han visto resultados porque en estos 15 años el programa de educación ambiental del Centro Prescott les ha invitado a dar pláticas en escuelas primarias, y esos niños ahora son pescadores que les han entregado tortugas vivas de la pesca incidental. Incluso, de la caguama los únicos registros que tienen es porque se las dieron aquellos pescadores a los que, como a él, el llanto de las tortugas les transformó la conciencia.