La académica y periodista Alejandra Guillén alerta sobre los puntos ciegos que rodean al rancho Izaguirre: es necesario saber quiénes se benefician del reclutamiento de jóvenes por el crimen organizado, exigir la búsqueda en vida de quienes son capturados con la promesa de falsos empleos, entender que ese rancho forma parte de un circuito desaparecedor y no dejarse llevar por el “espectáculo del horror”
Texto: Marcela Turati / A dónde van los desaparecidos
Martes 18 de marzo del 2025
Cuando vio en las noticias los dolorosos hallazgos en el rancho Izaguirre de Teuchitlán —los zapatos abandonados, las maletas polvosas, los restos humanos calcinados—, Alejandra Guillén González pensó en los casos de desaparición que ha investigado durante los últimos ocho años en Jalisco y notó similitudes: son jóvenes enganchados en plataformas sociales con falsas ofertas de empleo, y luego trasladados a diversas fincas y casas de seguridad ubicadas en la región Valles, donde son retenidos en centros de entrenamiento y exterminio. Una vez incomunicados y esclavizados, son obligados a pelear a muerte —como en el Coliseo romano— e incinerar a las víctimas como parte del entrenamiento deshumanizador de los nuevos sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación.
“Lo que hay que entender al analizar este rancho [en Teuchitlán] es qué lugar ocupa en este circuito desaparecedor de personas, que es un circuito amplio, una estructura muy grande, que no empieza o se acaba solo en ese lugar. Ese rancho forma parte de una cadena con una organización impresionante que utiliza muchos lugares, muchos vehículos, a muchas personas: algunas publican los anuncios en internet, otras pasan por ellos [los jóvenes], otras los retienen, otras los entrenan, otras lavan el dinero”, dice la académica y periodista jalisciense.
En entrevista con A dónde van los desaparecidos, portal de noticias del que es cofundadora, Guillén considera que las noticias se están convirtiendo en un “espectáculo del horror”, en el que están saliendo a hablar muchos supuestos sobrevivientes, pero no se está contando la historia completa, y esto puede llevar a conclusiones apresuradas, como suponer que todos los propietarios de las prendas de ropa encontradas en el rancho están muertos, o acusar de sicarios o tachar de culpables a los jóvenes que pudieron escapar del lugar.
“Estamos en un momento delicado del manejo de la información, que también se está convirtiendo en un espectáculo del horror generado porque se suben tantas notas, mucha gente que dice reconocer una gorra, unos tenis, y sabemos lo que eso significa para las familias buscadoras. Es superimportante, válido, están buscando a sus tesoros, pero no podemos deducir que todos los dueños de esas prendas murieron. Es muy difícil saber cuántas personas pasaron por ahí, las identidades, y también tenemos que asumir que hay muchos lugares como este en los que ya nunca se pudo saber qué pasó [con las víctimas]”.
El pasado 5 de marzo, integrantes del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco entraron al rancho, lo encontraron sin sellos de protección a pesar de haber quedado bajo resguardo de las autoridades desde septiembre de 2024, y transmitieron en vivo imágenes que mostraban que la fiscalía estatal no lo había inspeccionado: tenía tres “hornos” con fragmentos de huesos calcinados, así como 400 pares de zapatos, 400 prendas de vestir, y maletas e identificaciones abandonadas que no fueron procesadas como evidencias. Este hallazgo causó dolor a las familias que buscan a parientes desaparecidos, e indignación a nivel nacional que desembocó en protestas por todo el país.
A Guillén, ese sitio y los relatos de los sobrevivientes que contactaron al colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco le sonaron familiares.
En 2019, Guillén y el periodista Diego Petersen publicaron en Quinto Elemento Lab y en este medio el reportaje “El regreso del infierno; los desaparecidos que están vivos”, en el que relataban el cautiverio que vivieron unos jóvenes a quienes el cártel —después de atraerlos con una oferta falsa de trabajo— esclavizó y retuvo a la fuerza en una finca del municipio jalisciense de Tala, donde pasaron a formar parte de los ejércitos del crimen organizado: cuidando sembradíos de drogas o entrenando como sicarios. Un sobreviviente, al que apodaron Luis para protegerlo, les relató sus días en ese infierno.
Su investigación se basó en esa entrevista, en las indagaciones de las familias de los jóvenes desaparecidos, y en la investigación de la fiscalía estatal sobre el centro de reclutamiento y exterminio hallado en 2017 en Tala, del que fueron liberados tres jóvenes cautivos y 13 personas quedaron detenidas.
Guillén siguió indagando el caso de Tala y otros parecidos en la zona Valles, la región tequilera y montañosa colindante con la ciudad de Guadalajara. La académica del ITESO se graduó en mayo de 2024 como doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara con la tesis titulada “Territorios de desaparición. Campamentos de esclavitud y dominación en Jalisco”. Las reconocidas académicas, expertas en el tema de desaparición de personas, Pilar Calveiro y Rossana Reguillo, fueron sus tutoras.
Al enterarse de los hallazgos recientes en Teuchitlán, Guillén notó que dos casas de seguridad en las que fueron retenidos los rescatados de Tala se ubicaban a unos minutos del rancho Izaguirre, donde, en septiembre de 2024, la fiscalía estatal había detenido a 10 personas y rescatado a dos personas cautivas y encontrado un cuerpo; lugar donde también se entrenaban sicarios y se asesinaban personas.
¿Qué pensaste al leer las noticias sobre Teuchitlán?
Hay que celebrar que se está dando esta movilización ciudadana, pero necesitamos plantearnos una perspectiva histórica, porque estos hallazgos forman parte de una continuidad de sucesos que se tienen que analizar en conjunto. Si se ve como algo aislado no se va a poder comprender. Teuchitlán nos arroja información sobre los dispositivos de desaparición, las atrocidades que se cometen, de cómo se han consolidado estas prácticas. Y, dando por buenos los testimonios que le han llegado a Indira [Navarro Lugo, fundadora de Guerreros Buscadores de Jalisco] de la gente que ha podido escapar, el patrón coincide casi en todo con lo que investigamos en el campamento de Tala, que se descubrió en 2017.
¿Cuáles son los patrones de los casos que estudiaste que coinciden con el rancho Izaguirre?
El rancho está muy cerca, a unos minutos, a cinco kilómetros de las primeras fincas a las que llevaban a la gente reclutada en Tala [en 2017]. Por eso pienso que es importante pensarlo como un circuito que empieza con el enganche en las redes. He leído en medios, no lo he investigado directamente, que la gente había sido desaparecida en la central camionera. Lo que coincide es que, en ambos casos, buscan un trabajo en internet; encontraron muchas ofertas de empleo. Lo que sigue es que los agregan a un WhatsApp y les dicen: “Tal día tienes que estar aquí”. Como en esos trabajos no te piden muchos requisitos, te arman toda tu logística, te recogen en la central o te piden que tomes un camión, te dicen: “Vete aquí a dos cuadras y ahí te recogemos” o “súbete a tal camión, ya está pagado”. Llegaba gente de fuera, en precariedad: deportados, migrantes, lavacarros, pintores, chavos que se quedaron sin chamba, o que no pudieron estudiar, o que tuvieron un embarazo que no esperaban y deben mantener un hijo.
Los sobrevivientes cuentan en sus testimonios que eran decenas de personas por semana. Iban recogiendo a otros, las familias salían a despedirlos. Llevaban con ellos una mochila, su ropa, sus objetos personales. Como en cualquier trabajo en el que estarás fuera solo unas semanas. Los objetos que encontraron en el rancho Izaguirre son muy similares a los que describen que llevaba la gente que iba a ir a trabajar .
En el momento en que los captan ya están metidos en ese circuito: toman la carretera y empieza un recorrido por una cadena de lugares, los cambian tres veces de camionetas. Los llevaban a una finca en Cuisillos y a otra en Castro Urdiales, luego a Navajas, donde ya los subían al cerro. Los maltratos empezaban desde la primera casa, donde se encontraron con gente rota, algunos mutilados, gente que ha sufrido mucho en la vida.
En tu tesis estudiaste también la deshumanización en esos lugares, lo que le ocurre a las personas retenidas…
Luis, el que da el testimonio más amplio, dice que en la primera de esas casonas, como bodegones, encontró una cantidad de gente hacinada como sucia, supongo que cagada, meada, con hambre, sed, maltratada, y con una mirada de miserable. Los describe como gente que ya no tuviera alma, porque les han hecho mucho daño. Cuando le empezaron a gritar se dio cuenta de que había cruzado la línea de no regreso.
Me acuerdo también de las prendas que encontraron cuando reventaron las casas de seguridad: había calzones, pantalones, actas de nacimiento para solicitar ese empleo, objetos y mochilas similares a las del rancho. No sabemos de quiénes eran, si son de quienes entrenaron y fueron mandados a otros lados, de la gente que mataron, de quienes los tenían retenidos. Esa es la desgracia, que son prendas que pueden ser un indicio, pero no un indicativo de que cada prenda corresponde a alguien asesinado. No sé si en esos lugares les piden que lleven solo un cambio [de ropa], o algo leve, para subir el cerro.
La lógica ahí es convertirte en sicario, y los jóvenes que fallecen o asesinan son parte de tu material de entrenamiento. Como si fueran hojas de papel para un taller. Muchos de los que estaban al mando habían pasado por etapas previas.
¿Qué piensas al ver el rostro del joven desaparecido, que escribió su carta de despedida y ahora se sabe que ya había regresado a su casa, que está vivo? A mí me dolió el cambio en su mirada, su rostro actual…
Duele más porque inmediatamente empezaron a circular acusaciones de que era sicario o reclutador. Fue una narrativa que se impuso, de que si sobrevivieron es porque ellos estaban participando, y es una narrativa que lo pone en riesgo.
Es terrible. Hay que entender la dinámica de esos sitios: los maltratos, el uso del fuego, el rito de iniciación, todo lo que viven. En ninguna circunstancia tienen condiciones de libertad para decidir. Ese es el mal del sobreviviente, y la idea de que mueren los mejores y quien sobrevive es porque hizo algo terrible, y ya es verdugo.
En estos campos no se busca solo destruirte físicamente con violencia, también destruirte el alma y todo el entorno y tu familia, psíquica y espiritualmente. Es una destrucción de lo sagrado, que es mucho más grande que solo matar a una persona. Y quedan en ese limbo donde ellos tampoco saben qué son, ni víctimas ni victimarios. En esta zona de personas murientes.
No digo tampoco que Teuchitlán sea el Auschwitz mexicano, como se le ha nombrado, porque tiene finalidades distintas, pero la experiencia de estar en estos lugares, como en “los chupaderos” argentinos o en los campos de concentración [nazis], es similar a esa práctica de hacer a la víctima victimaria. De deshacer a la persona, de destruir su subjetividad, su psique, de romperles el alma, que es toda una estrategia militar y de entrenamiento.
Es una estructura dedicada a eso, no sé si de gente entrenada en las estrategias contrainsurgentes de Estados Unidos o Israel. Pero hay un plan armado, no es una maldad espontánea, tiene lógica, una finalidad muy clara, y hay gente preparada para hacerlo. Para convertirlos de víctimas a victimarias. Es a lo que Primo Levi se refiere al escribir sobre la experiencia de los campos de concentración. Estás con hambre, en condiciones no humanas que hacen que todo para ti sea la búsqueda de la sobrevivencia. Es muy complejo en ese contexto decir: “Ah, bueno, pues ellos participaron”. Están bajo un régimen de dominio en el que además están amenazados, y saben dónde viven sus familias.
En la investigación de Tala ustedes mencionan los castigos, los asesinatos, el uso del fuego para desaparecer personas.
Si en el rancho Izaguirre quemaron a gente, entonces es muy parecido a lo que en el campamento de Tala llamaban “echar a los elotes”, que era un castigo. Le tocó a un joven que quiso escaparse y a otro reclutado que, cuando bajaba del cerro, se metió a un Oxxo por agua, y eso fue suficiente para que lo mataran. Había muchas circunstancias por las que podían matar a los que estaban ahí, privados de su libertad o en entrenamiento.
El momento que relatan más fuerte es cuando —después de semanas de maltrato, hambre, sed, golpes y humillaciones— llega el jefe, un tal Sapo, un tipo sanguinario, y un hondureño que ya había subido en jerarquía le pide que lo deje ir a su casa. El Sapo pregunta a todos: “¿Quiénes quieren ir a su casa?”, y levantan la mano 17, y a esos los ponen a pelear. Quien iba cayendo era asesinado. A los que sobreviven les piden que arrastren a los caídos, que los seccionen y “los echen a los elotes”, que significaba juntar leña e incinerar los cuerpos. Y todo eso lo tienen que hacer las víctimas, es un rito de iniciación para los que sobreviven. “Echarlos a los elotes” implica el uso del fuego.
No ocurrió en un campamento o en un único sitio, se incineró en muchos otros lugares del bosque. Llegué a ver uno en el Bosque de la Primavera, que es de ese tipo de bosques que nacieron de la erupción de un volcán, donde el agua erosiona las piedras y forma canales, como hoyos naturales, y ahí los echaban. Y en otro lugar, al que unos campesinos me llevaron, vimos que tras el incendio quedaron muchos clavos de la extensión de una mano abierta, restos fragmentados de metal, la varilla de un brasier, dos hebillas y muchos huesos apilados. Era notorio que hubo una incineración. Ese lugar nunca se resguardó; cuando se trató de hacer, [los sicarios] volvieron. Eso también ocurre: cuando la fiscalía [de Jalisco] hace operativos, hay tranquilidad un tiempo, hasta que vuelven a tomar el control de esos sitios. La gente que sabe dónde se ubican no puede denunciar, implicaría poner en riesgo a toda la gente porque ellos siguen ahí.
Los restos quemados en el rancho Izaguirre se parecen a la práctica de “echar a los elotes”, que es parte del entrenamiento y del rito de iniciación. Los que sobreviven tienen que pasar muchas pruebas; esa es muy importante.
En este momento, la disputa es semántica: si son o no hornos, o crematorios, o incineradores… Desde el gobierno se están cuestionando los hallazgos y considerándolos sobredimensionados, ¿qué piensas?
Cuando hicimos el trabajo de “El país de las 2 mil fosas” [publicado en 2018 en Quinto Elemento Lab y en este medio] supimos que en el mapa de fosas había una cantidad de lugares para los cuales no había un nombre, una categoría, una forma de presentarlo; solo sabíamos que eran lugares donde se incineró [cuerpos]. No los incluimos en el mapa porque no correspondían a la categoría de fosa clandestina y porque no podíamos saber el número de víctimas. Y ese, para mí, fue uno de los hallazgos más terribles: que usar fuego o ácido ya era algo sistemático, que había un entrenamiento y una orden jerárquica para hacerlo, y la terrible perspectiva de pensar que nunca sabremos quiénes fallecieron ahí.
[En Teuchitlán] hay restos incinerados, punto. Quemados. Me acuerdo que, en Veracruz, a los sitios de incineración los nombraban sitios de destrucción de cuerpos; en Coahuila, centros de inhumación clandestinos o puntos de procesamiento para quemar cuerpos; otros han resuelto en los últimos años nombrarlos como puntos de hallazgo. Estas discusiones lo que exhiben es que aún no tenemos las palabras para nombrarlos. Puede que ya se sepan las palabras técnicas desde lo forense, pero no son familiares para todos. También sé que en la fiscalía estatal hay una discusión de si los restos fueron incinerados ahí o en otro sitio.
¿Qué observas distinto en el modo de operar de las autoridades sobre los campamentos de Tala y en la actualidad con el rancho descubierto por Guerreros Buscadores de Jalisco?
Las mismas omisiones en este caso y en otros parecidos, donde quienes los encuentran son las familias.
En 2017, lo que nos mostraron los operativos de rescate [de jóvenes reclutados] es que es posible hacerlos. Ese año revisaron y encontraron coincidencias entre las denuncias de desaparición de jóvenes que habían ido a trabajar a Tala; por otro lado, un joven escapa y va a la policía y cuenta lo que vio. Con un helicóptero Black Hawk sobrevolaron toda la zona, ubicaron en los cerros con mapas de calor dónde había gente concentrada. Lo más difícil era detener al capo que coordinaba esa región.
En ese momento hubo ruedas de prensa, exhibieron la información. Se acababa de crear la fiscalía especializada de desaparecidos y hubo un fiscal [Eduardo Almaguer] que llevó un equipo de su confianza, que estaba comprometido con el tema, y decidió buscarlos en vida y realizar otros operativos donde se liberaron personas en Lagos de Moreno, en Tala, en Vallarta y en Talpa de Allende.
Después cambiaron a ese fiscal, todavía en el gobierno de Aristóteles Sandoval, y en el sexenio posterior, con [el gobernador Enrique] Alfaro y AMLO [el presidente Andrés Manuel López Obrador], se terminan de desmantelar estos esfuerzos. Claramente [gobierno federal y estatal] estaban decididos a negar que había un problema muy grave de desapariciones en el país. La gente de la fiscalía de desaparecidos decía que el gobierno federal ya no los iba a respaldar, y la fiscalía se concentró en delitos del fuero común.
Hubo operativos donde incidentalmente se liberaba a gente, pero ya no se volvieron a hacer con la intención de rescatar, o de decir: “A ver, aquí hay un patrón de desaparición, aquí tengo información de un sobreviviente que me está dando ubicaciones”, y armo un operativo. Alfaro llegó a decir que [los desaparecidos] se iban por su voluntad, porque estaban yendo a buscar trabajo y por eso no se podía perseguir ningún delito. Se decidió que los chicos ni siquiera iban a ser considerados como desaparecidos porque ya habían sido liberados, que no se investigara, que se negara.
¿Has visto casos en que se pueda prevenir que los recluten?
En noviembre, el ayuntamiento de Tlaquepaque puso carteles que decían: “Si vas por un empleo, acércate a los elementos de seguridad para que revisen si ese empleo es legal”. Se supone que se han acercado unas 28 personas a las que ofrecían trabajo por internet, de entre 5,000 y 8,000 pesos semanales [en 2017, en Tala les ofrecían 4,000 pesos semanales]. No es mucho, no alcanza para mantener a una familia, pero es una cantidad alta para la gente que ha vivido en precariedad toda su vida. También coinciden en que traen gente de toda la república, que seguramente no están enterados de todo lo que ha pasado aquí en Jalisco y del riesgo.
Ya que pasan etapas y que forman parte del grupo, hasta donde sé, se les paga. Por eso muchas familias deciden no hablar, porque recibieron en algún momento una llamada de su familiar diciendo: “Estoy bien”. Y algunas veces sí podían mandar dinero, y luego ya no volvieron a saber de ellos, pero tienen el miedo de “si denuncio y está vivo le harán algo y está por la fuerza”.
¿Hay algún tipo de esperanza en esos sitios?
Cuando lees los testimonios de sobrevivientes te das cuenta de que sí hay grietas pequeñas, momentos de resistencia. Incluso los chicos que sobreviven, aun con el temor de que los vuelvan a desaparecer o matar por lo que van a decir, se atreven a declarar que ellos vieron a personas que fallecieron, porque solo su testimonio permitirá que las familias sepan que estos jóvenes o estos hombres murieron.
Justamente, como se usó el fuego, su testimonio es muy importante porque, de otro modo, nunca se sabría qué les pasó a esos chicos. No sé si llamarlas acciones de resistencia, de dignidad, que después de lo que pasaste es quizás lo único que te queda. Y además sientes la vergüenza de sobrevivir. Porque, si sobreviviste, la gente se pregunta: “Uy, ¿pues qué habrás tenido que hacer para sobrevivir?”. No podemos verlo tan fácil.
Y también sabemos que los que sobreviven son vivos murientes, muchos salen como zombis, nunca terminan de regresar a la sociedad y no hay una vida para ellos, no hay familia, no hay trabajo, ni siquiera pueden sacar el INE porque les da mucho miedo dar su dirección y que vuelvan por ellos.
Ya son ocho años desde el operativo de rescate en Tala, ¿qué ha pasado desde entonces, cómo ha evolucionado este problema?
Con el tiempo, esa gente y esas prácticas han tomado más poder. El tal Sapo era el más sanguinario, la cara visible. No sabemos quiénes más están en esa estrategia que, como dije, es una estrategia más amplia que no puede ser de unas cuantas personas, en la que participa mucha gente que no vemos.
La gente empezó a decir que los campamentos se habían movido a otros sitios, y por sobrevivientes se supo que se multiplicaron por el norte de Jalisco y por todo Zacatecas. Este grupo delictivo, estos mafiosos, lograron instalar y consolidar su estrategia. Se replicó. Y Jalisco se convirtió en el primer lugar de desapariciones [en el país]. Pero, a pesar de eso, a nivel federal y estatal la decisión fue no actuar.
El reclutamiento es más masivo, también hay una situación económica mucho más tremenda y culturalmente le llama la atención a muchos jóvenes acercarse a estos grupos. En 2017, entre los liberados también hubo un joven que en una de las audiencias para señalar a los imputados dijo: “Yo sí quería ser parte del cártel, fui invitado, pero cuando llegué me dieron vida de perro, no me daban de comer, me golpeaban, me torturaban, tenía sed, no tenía dónde dormir, pues dije: ‘¿Esto de qué se trata?’, y además, sin pago”.
No sabemos cómo deciden a quién invitar directamente y a quién reclutar con engaños, sin duda es a la gente que necesitan como carne de cañón. Y lo que no estamos viendo nunca en todos estos episodios es a los verdaderos beneficiados. Urge saber quiénes son, sus redes macrocriminales internacionales, quién se está beneficiando de esto, y qué papel juega Guadalajara, que es la capital del lavado de dinero.
Por más que tengan otros negocios, mantener una estructura desaparecedora de ese nivel es un gasto enorme. Esto es el neoliberalismo puro con más violencia, más negocios, más acumulación de dinero. Nos falta completar muchas piezas entre tanto ruido.
¿Qué debería seguir ante estos hallazgos? ¿Qué hacer?
Si ya conocemos que esto está pasando, ¿qué están esperando para hacer operativos en toda la zona para liberar a las personas que estén todavía con vida? Muchas de las prendas podrían corresponder a personas que pasaron por ahí que estén vivas en otro lugar. La exigencia es que los busquen vivos.
Como sociedad nos faltan palabras para nombrar estos lugares, nos generan mucha confusión por el horror, pero no podemos convertirlo en espectáculo porque así solo se normaliza. Que esta ola de indignación y movilización que hace tiempo no habíamos visto nos sirva para formar una organización más grande, tan grande como el tamaño del monstruo.
(Las preguntas y respuestas fueron editadas para la comprensión y para cuidar la extensión del texto.)
** Fotografía de portada: En el rancho Izaguirre, en la comunidad de La Estanzuela, fueron hallados fragmentos de restos óseos y más de 1,300 indicios. La fiscalía de Jalisco realizó trabajos periciales en el lugar el pasado 13 de marzo. (Facebook de la FGE de Jalisco)
www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).
*Marcela Turati es periodista, cofundadora de Quinto Elemento Lab y del proyecto A dónde van los desaparecidos. Autora del libro “San Fernando: última parada” (2023), sobre las desapariciones de personas en Tamaulipas y la búsqueda de sus familiares.