Texto: Margena de la O
Foto: Captura de pantalla del documental Los sobrevivientes de Ayotzinapa: 10 años después.
Chilpancingo
Jueves 27 de febrero del 2025
Ulises Martínez Juárez logró egresar de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, y convertirse en maestro, pero bien pudo ser uno de sus tres asesinados la noche de Iguala, después que policías y hombres armados se llevaron a otros 43 de sus compañeros, desaparecidos hace 10 años y seis meses.
Estuvo en el mismo lugar que ellos, el cruce de la calle Juan N Álvarez con Periférico Norte, en Iguala, durante los primeros minutos del 27 de septiembre del 2024.
Las balas con sentencia de muerte impactaron en Julio César Nava Ramírez y Daniel Solís Gallardo. Esas balas salieron de las armas de los tres hombres que él mismo vio bajar de la camioneta que instantes atrás advirtió como sospechosa, porque disminuyeron la velocidad al cruzar por donde los dirigentes estudiantiles daban la conferencia de prensa para denunciar que policías se llevaron a un grupo de sus compañeros e hirieron a otros.
“¡Tírense al suelo!”, recuerda que escuchó a alguien gritar al momento de los disiparos. “¡Shuuun!”, “¡Shuuun!”, es como recuerda que sonaban las balas que pasaban cerca de él tirado detrás del primer autobús de cara al periférico, donde se resguardó.
O, bien, en el intento por protegerse, pudo toparse con quienes, con una descarnada saña, le arrancaron el rostro a Julio César Mondragón Fontes.
Ulises fue parte del grupo que se refugió en la clínica Cristina, en busca de auxilio para el Oajaco, como llamaban a Édgar Andrés Vargas, originario del Itsmo de Oaxaca, quien tenía destruida la boca por un balazo que lo alcanzó. “¡No te vayas oajaco!”, recuerda le decía. Otro momento de riesgo ocurrió en esa clínica, porque hasta ahí llegó el capitán del Ejército, José Martínez Crespo, quien les negó el auxilio y les advirtió que llamaría a los policías que poco antes los habían agredido.
La mala suerte, en realidad, la pudo tener cualquiera. “Yo pude haber sido uno de ellos. Yo pude no haber regresado de Iguala. Mi cuerpo pudo haber regresado en un ataúd”.
Por una razón que no se explica Ulises es uno de los sobrevivientes de esa noche. A sus 30 años es docente de una primaria en el Estado de México, desde 2017, después de ganarse una base, mediante examen, un año después de que egresó (en 2016). Buscó salirse de Guerrero.
Trabajar lejos también es consecuencia de aquella anoche y de un contexto que tampoco colaboró. Tixtla, sede de la Normal Rural, de donde es originario, es uno de los lugares que, con el paso de los años, las acciones criminales modificaron su entorno. El intento de criminales por privar de su libertad a uno de sus tíos terminó por convencerlo de salir.
Sin contar que las oportunidades laborales se reducían a lugares también afectados por diferentes violencias. En los meses inmediatos a egresar de Ayotzinpa, la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) le dio un par de interinatos –contratos temporales como maestros–, uno en la zona de Quechultenango, de donde se sabe son originarios los líderes del grupo criminal con mayor presencia en la zona Centro, y en la Sierra de Leonardo Bravo.
El colmo, lo dice con una risa irónica, es cuando lo quisieron enviar a un pueblo de Cocula, zona que forma parte del territorio de la noche de agresión a normalistas. Tuvo la oportunidad de quedarse a trabajar en Guerrero, pero ante tales opciones, decidió salir.
Migrar del estado lo ha apartado de otro aspecto formativo en la Normal Rural, el político y el social –formó parte del Comité de Organización Política e Ideológica (COPI) de la dirigencia estudiantil–, porque se desvinculó de casi todas las organizaciones involucradas en estos procesos, pero acompaña el movimiento de las madres y los padres de sus compañeros desaparecidos y asesinados, y acude a dar su testimonio para las investigaciones oficiales como testigo, incluso, sin protección porque, como bien lo sabe, ese pudo ser su destino.