Alejandro Arcos, abanderado por tres fuerzas disminuidas, ganó la alcaldía más importante de la entidad; la FGE planteó como móvil la negativa del alcalde a nombrar en su gabinete a gente impuesta por Los Ardillos, pero colaboradores cercanos aseguran que nombró a todos los que el grupo criminal le impuso, por lo que descartan esa motivación
Texto: Marlén Castro y Margena de la O
Foto: Antonio Castañón
Martes 10 de diciembre del 2024
Chilpancingo
Primera Parte
El día que lo asesinaron, el alcalde de Chilpancingo Alejandro Arcos Catalán (43 años) confió a las 11 personas que iban con él que “tenía que ir a atender un tema, solo”. Eso ocurrió en el entronque de Tepechicotlán, a las doce del día, el 6 de octubre del 2024, apenas seis días después de rendir protesta como primera autoridad municipal.
Cuatro horas y media después, su cabeza decapitada apareció en el toldo de la camioneta Robust, Volkswagen en la que se fue rumbo a Mochitlán, un municipio en el que la gente sabe y lo dice de forma coloquial que se está en terreno ardillo, es decir, en una porción de territorio guerrerense controlado de forma férrea por el crimen organizado conocido como Los Ardillos, compuesto por grupos políticos, económicos, agentes estatales y criminales.
Desde su llegada a la alcaldía pesaba sobre el alcalde una advertencia por el asesinato de quien sería su secretario de Seguridad Pública, Ulises Hernández Martínez, la cual se convierte en una sentencia porque a los tres días de estar en funciones matan a quien nombra como el secretario general del Ayuntamiento, Francisco Gonzalo Tapia Gutiérrez, caso que le obliga a pedir ayuda al gobierno del estado para su seguridad, pero la gobernadora Evelyn Salgado Pineda nunca le toma la llamada.
Entonces, creó su propio equipo de seguridad, porque tampoco confiaba en los policías municipales a cargo de Germán Reyes Reyes, a quien nombró encargado de despacho de la Secretaría de Seguridad Pública, y a quien detuvieron el 12 de noviembre, acusado como autor intelectual de su crimen. El primer día de estar en funciones, sus escoltas lo dejan andar solo en territorio ardillo, donde ocurre su muerte.
Para líderes del PRD, el asesinato de Alejandro Arcos acabó totalmente con ese partido.
“Siendo él el alcalde de la capital era el dirigente más visible del partido para los próximos años”, compartió el líder de su corriente en el PRD, Celestino Cesáreo Guzmán.
Para el sacerdote Filiberto Velázquez Florencio, quien junto a otros obispos de Guerrero han mediado con grupos criminales durante crisis violentas en Chilpancingo, las motivaciones del crimen de Alejandro Arcos “son más amplias que un simple ajuste de cuentas”.
El sacerdote sostiene que el asesinato del alcalde por parte de Los Ardillos, como estableció la Fiscalía General del Estado (FGE), es una forma de calentar el terreno de manera innecesaria. Recuerda, entonces, que el Estado suele utilizar a “la delincuencia organizada o a ciertos grupos” para generar este tipo de escenarios.
El móvil que sostiene la FGE es por la negativa de Alejandro Arcos en nombrar incondicionales de Los Ardillos en su gabinete, pero hay quienes sostienen, también dentro de lo que fue su equipo, que espacios de la administración debieron otorgarse solo con la anuencia del grupo del crimen organizado, lo que expone dos posibles escenarios: acuerdos o imposiciones.
Una fuente del equipo cercano de Alejandro Arcos expuso que el tema de los cargos en el gabinete no pudo ser la razón del asesinato, porque el alcalde nombró a todos los que le impusieron y debió hacer a un lado a sus colaboradores cercanos.
Alejandro Arcos, un político que desde la infancia trazó destino
Era un día de campaña del proceso electoral local del 2012, en un recorrido por la colonia CNOP, al oriente de la ciudad de Chilpancingo. El resto del equipo avanzó y él, un tanto a propósito, se rezagó. Entró a una pequeña casa que le quedó al paso y fue directo al fogón de la cocina, donde hervía un caldo; tomó un plato y se sirvió, como si estuviera en su casa.
La dueña de aquella casa modesta vio aquel acto con tanto beneplácito que desde entonces fue su seguidora y simpatizante en cada uno de sus proyectos políticos. También enfrentó su asesinato como una doliente directa.
Alejandro Arcos solía hacer este tipo de cosas. En una plática informal, uno de sus colaboradores cuenta que era común que bajara de su carro, saludara y abrazara a las personas, las conociera o no. Por esa razón no le pareció extraño que el día que lo mataron decidiera ir solo a Tepechicotlán para repartir por su cuenta las despensas a los afectados por las lluvias de John.
Alejandro solía tocar a las personas, aun cuando llegara a interpretarse como un acto de exceso de confianza, porque con eso rompía cualquier tensión en el trato, además, siempre utilizaba la palabra “hermano” para referirse a propios y extraños, cuenta el abogado Valentín Sandoval Montiel, uno de sus amigos cercanos.
Tiene un recuerdo entre ambos que cree lo definen. En una ocasión fueron al campo, a un sembradío de elotes, los que más tarde comerían pero, primero, decidieron hervir frijoles en una olla de barro que dejaron abandonada en un anafre. Cuando volvieron, la olla había tronado porque se sobrecalentó. Alejandro se sirvió los frijoles que quedaron a salvo en la cuenca de lo que fue la olla.
En realidad, estas formas en los políticos locales son comunes –como si fueran herencia de una vieja guardia priísta que ocupó la mayoría de los espacios públicos–, que parece se graduaron en la misma escuela.
Arcos Catalán logró la alcaldía como un escalón para conseguir su objetivo de vida: ser gobernador de Guerrero. Trabajó, en cargos públicos y fuera de ellos para tratar de conseguirlo; se graduó como licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, en la Universidad Sentimientos de la Nación (USN).
En el argot de la clase política se sabe que su gurú era el exgobernador Ángel Aguirre Rivero, quien formó parte de la vieja camada del PRI. Durante los primeros meses de su administración como gobernador por segunda vez (ya como parte del PRD, 2011-2014, no hizo su mandato completo hasta 2015, por el caso Ayotzinapa), lo nombró titular del Instituto Guerrerense para la Atención Integral de las Personas Adultas Mayores (Igatipam) y lo arropó para ser diputado local en el periodo 2012-2015. En ese recorrido proselitista por la CNOP, Alejandro, como candidato del PRD, buscaba las simpatías para ser diputado local.
Arcos y Aguirre se conocieron cuando el primero era adolescente y el segundo, gobernador interino (1996-1999), al suplir a Rubén Figueroa Alcocer, revocado por la matanza de Aguas Blancas.
Existen dos versiones de cómo ocurrió ese encuentro entre ambos en 1996. Queda claro que Alejandro tenía el deseo de convertirse en gobernador del estado desde adolescente.
José Villanueva Manzanares, quien fue el secretario particular de Aguirre durante su interinato, narra una de ellas. Era la inauguración de la primera tienda de autoservicios en la ciudad, ubicada a la altura del paseo Alejandro Cervantes Delgado, y el gobernador y su comitiva estaban en lo que, entonces, era un acto de mucha relevancia. Un jovencito de evidente carisma –tendría entre 15 y 16 años; nació el 12 de febrero de 1981– llegó hasta el mandatario y tendiéndole la mano le dijo: ‘Yo algún día quisiera ser gobernador como usted, ojalá me conceda una audiencia para platicar’.
La otra versión la ofreció el mismo Aguirre. En su anécdota, el encuentro ocurrió en Casa Guerrero, entonces la residencia oficial, durante un acto público. Al término llamó al joven que se hizo notar para preguntarle su nombre y qué quería ser de grande, quien le contestó ‘gobernador, como usted’. Desde entonces, expone, asumió el papel de su “tutor” político.
Las dos narraciones de lo que se supone es un mismo momento fueron publicadas a manera de artículos de opinión por esos personajes políticos en el periódico El Sur, en ediciones distintas después del asesinato de ese joven que, con 43 años, logró convertirse en el alcalde de la capital de Guerrero.
Hay quienes veían en él toda la influencia de Aguirre en su manera de hacer política.
–¿Cómo es Aguirre?,–increpa el empresario local Pioquinto Damián Huato en una entrevista sobre su opinión de lo que ocurre en Chilpancingo, después del asesinato de Arcos Catalán. Pero no consigue respuesta y se responde solo. –Le encanta prometer. Así era Alejandro.
Otras personas que lo conocieron le dan sólo a él, el crédito de sus logros políticos, porque siendo casi un niño trazó su objetivo. “Yo no sé cómo sea la gente en particular, lo que sí sé es que hay gente que tiene claras sus metas. Él (Alejandro) nunca se preguntó si iba a poder ser gobernador, él sabía que iba a ser gobernador”, agrega el abogado Sandoval.
Para ese propósito, comparten otros que también lo conocieron muy de cerca, sabía que necesitaba dos cosas: dinero y que más personas lo conocieran.
Su ocupación personal, un hombre joven casado con Sandra Elena Solís Peralta, padre de un hijo menor de 10 años, era la de comercializador o proveedor de productos en diferentes ramos, hasta en el de medicamentos, a la iniciativa pública y privada. Era miembro de una familia tradicional de una evidente medianía económica. Sus padres, Leonel Arcos Luna y María del Socorro Catalán Chávez, son personas muy conocidas en la ciudad, al igual que sus otros dos hijos, hermanos de Alejandro.
A partir de sus ingresos y gestiones realizaba acciones –aun sin cargos públicos– que en la política gustan nombrar como sociales, cuenta una persona cercana de quien se guarda su identidad.
Buscaba, además, tener círculos de convivencia variados, hasta la de corredor de maratones, para eso su carisma y don de socializar le ayudaron, pero su objetivo era el político. Desde 2005, cuando tenía apenas unos 24 años, fundó la asociación civil Muévete por Guerrero, en la que amparó sus acciones con ese propósito.
“Entendía que esto (las aspiraciones políticas) se movían con dinero y para acceder al cargo tenía que tener dinero, para cuando no había campañas, hacer obras. Entendía mucho el esquema de cómo hacer política”, cuenta alguien más.
Pero el rasgo común que le veían varios es que, al final, jugaba solo. Tuvo la simpatía de Aguirre, pero no era su incondicional, lo consideraba aliado, pero lo mismo trataba con él, como con otros. El exgobernador Héctor Astudillo Flores lo mantuvo como director de Catastro en su administración como alcalde de Chilpancingo (2009-2012).
En 2012, Alejandro tuvo una fricción con Aguirre, comparte uno de sus allegados, porque como diputado local buscó ser el coordinador de la bancada del PRD, en ese entonces con la mayor fuerza a nivel estatal, para convertirse en la máxima figura en el Congreso local, pero no tuvo su apoyo.
En ese trienio legislativo (2012-2015), el coordinador del Congreso local fue Bernardo Ortega Jiménez, el político perredista que es hermano de los líderes del grupo criminal de Los Ardillos, Celso y Jorge Iván Ortega Jiménez, quienes tienen su feudo en la zona donde asesinaron a Arcos Catalán.
Alejandro siguió en su objetivo de ganar simpatías, porque era “perspicaz», “inteligente”, pero, sobre todo, “amigable”. “Así como él era, imposible que no los tuviera”, dice alguien del PRD cuando se le pregunta si tenía amigos adentro del partido. Esto no significa que necesariamente fuera solidario, aclara alguien más cuando lo describe, porque “su ambición era personal”.
Cierta o no esta última interpretación sobre él, muchos en Chilpancingo no se resistieron a su trato, porque en la votación del 2 de junio del 2024, aun con una diferencia pequeña, logró lo que parecía casi imposible: venció a Morena, el partido que tiene todas las mayorías en Guerrero y se quedó con la alcaldía de la capital del estado, la más importante.
Los rasgos políticos que brotan en el crimen de Alejandro Arcos
En la elección local del 2024 nadie quería al PRD, un partido que perdió toda su razón de origen y, como consecuencia, en esta elección su permanencia a nivel nacional, expone una de las personas más cercanas Alejandro Arcos Catalán para tratar de dimensionar lo que este político logró al convertirse en alcalde de Chilpancingo desde esa militancia.
Cree que debió tener simpatías genuinas para conseguirlo, porque tampoco es que el PRI o el PAN, sus aliados, sumaran demasiado, si Guerrero es una referencia nacional sobre la mayoría de Morena. Después del proceso del 2024, el partido guinda se quedó sin Chilpancingo, la alcaldía más importante de entre los cuatro municipios más relevantes del estado, porque tiene en sus manos el Ejecutivo y el Legislativo local.
Desde el lado político, el exsenador Celestino Cesáreo Guzmán, líder de la corriente interna del PRD estatal, Alternativa Democrática Guerrerense (ADG), donde militaba Arcos Catalán, evalúa el asesinato, porque nunca habían asesinado a un alcalde de estas dimensiones, en cuanto a la importancia del municipio.
“Su repentina muerte y la forma en cómo se llevó a cabo nos lastimó profundamente, y también puedo decirte que descabezó al PRD en general, el PRD estatal, porque siendo él el alcalde de la capital, era el dirigente más visible del partido para los próximos años”, menciona. Con esto, expone que los perredistas locales pusieron sobre los hombros de Arcos Catalán un peso mayor a la de ganar una elección, la esperanza de sostener el futuro del partido que con dificultades conserva su registro local.
Arcos Catalán le ganó a Jorge Salgado Parra, el candidato de Morena por poco más de 1,700 votos, en realidad una ventaja mínima, porque los votos nulos fueron casi 4,000, de acuerdo con los resultados disponibles en el portal del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado (IEPC) de Guerrero.
El sacerdote Filiberto Velázquez Florencio, quien junto a obispos guerrerenses medio con líderes de grupos criminales en varios momentos de crisis por la violencia en Chilpancingo, también puso los ojos en los aspectos de corte político, como posibles causas del asesinato.
Por todo el contexto que conoce, a Velázquez Florencio le parece inviable, si la responsabilidad material del caso está orientada hacia uno de los grupos criminales asentados en Chilpancingo –extendidos hasta la zona Centro y Montaña de Guerrero, de acuerdo con la información oficial de la criminalidad–, que fuera un asunto por cuenta propia.
“Sería una tontería generar o calentar el propio territorio donde ellos operan con algo así, o sea, si no hubo de por medio algún acuerdo que beneficiara con el riesgo de que se calentara su propio territorio, o que generara una reacción de desbandada en contra de algún grupo, se me haría tontería haberlo hecho así”.
El cura expuso con contundencia que en Guerrero y el país se vive en una democracia de apariencia donde simplemente no se respetan las libertades, porque existe un Estado que usa grupos de presión para disuadir contrincantes.
Con este comentario como antecedente plantea una hipótesis del caso “más amplia que simplemente un ajuste de cuentas”, porque conoce cómo operan los dos grupos, sus intereses y códigos.
Velázquez Florencio medió en febrero pasado entre Los Ardillos y Los Tlacos para que dejaran de atacarse, donde la ciudad de Chilpancingo fungió como escenario y los transportistas, otra vez, como el blanco, lo que pegaba de manera directa en el grueso de la población que depende del transporte público y que, al igual que los propios transportistas, salen diario a trabajar. En los días previos a la tregua asesinaron a siete conductores del transporte público en la ciudad.
En el caso particular del asesinato del alcalde expone que pudieron involucrase diferentes actores con un fin político: “No puede operar en impunidad un grupo del crimen organizado si no existe, de una manera, en este caso, una estrategia de no confrontación. (…) Uno de los mensajes es medir la fuerza del Estado, tanto federal como estatal, y ya lo estamos viendo, pareciera que no hay una persecución frontal si los perpetradores son los que el mismo Estado está señalando, de ahí vienen otras hipótesis: el propio Estado puede utilizar a la delincuencia organizada o a ciertos grupos para generar este tipo de escenarios que, al final, lo que tiene es un beneficio político, y de alguna manera el Estado se lava las manos al decir que es algo del crimen organizado”.
Una persona que fue muy cercana a Arcos Catalán, de quien su guarda la identidad, dice –en lo que no parece un intento de glorificar su imagen, porque lo reconoce como una persona excesivamente amigable, más no solidaria en el aspecto político– que le cuesta creer que lo que pasó tenga que ver con malos acuerdos entre Arcos Catalán (y su figura como alcalde) y líderes criminales, porque hay más implicaciones políticas de por medio.
Hay quienes sostienen, también dentro de lo que fue el equipo del alcalde asesinado, que espacios de la administración debieron otorgarse solo con la anuencia de Los Ardillos, lo que expone dos posibles escenarios: acuerdos o imposiciones.
Una fuente del equipo cercano de Alejandro Arcos expuso que el tema de los cargos impuestos en el gabinete no pudo ser la razón del asesinato, porque el alcalde nombró a todos los que le impusieron.
En los casos donde Alejandro no podía tomar una decisión, porque implicaba hacer a un lado a gente que lo acompañó y con quienes personalmente se comprometió, esas personas recibieron llamadas amenazantes para que se hicieran a un lado.
“Nos hicimos a un lado, entendimos que esos compromisos eran de otra índole”, aseguró.
Una fuente que conoce la actuación de los grupos criminales comparte con contundencia que Los Tlacos se deslindaron del asesinato del alcalde y del secretario general del Ayuntamiento de Chilpancingo, Francisco Gonzalo Tapia Gutiérrez, asesinado tres días antes que Arcos Catalán.
No ocurre lo mismo con quien estaba previsto sería el secretario de Seguridad Pública, Ulises Hernández Martínez, un capitán retirado del Ejército y quien ocupó el cargo de coordinador de la Unidad de Fuerzas Especiales en Guerrero, asesinado el 28 de septiembre pasado, antes de arrancar la actual administración municipal. La fuente explica que el posible servidor público vivía fuera de Guerrero y volvió por el cargo, pero olvidó que tenía cosas pendientes con Los Tlacos por sus pasadas acciones policiales.
La investigación oficial expone un único autor intelectual relacionado con Los Ardillos, aun cuando la jueza del caso refutó que la FGE no presentó elementos contundentes para comprobar esa relación.
El empresario local Pioquinto Damián, quien conoce el municipio en su dimensión social y política, no tiene elementos para decir que el trasfondo en el caso del alcalde sea concretamente político, “pero lo cierto es que pasó algo, que ofendió a alguien, le falló a alguien, eso es incuestionable”.