Texto: Itzel Urieta
Fotografía: Oscar Guerrerio
Chilpancingo
Iván Sánchez Carmona viste todos los jueves de forma elegante, hoy usa lentes Ray-Ban, sombrero de catrín, tirantes, camisa roja y pantalón negro.
Su elegancia tiene una razón de ser. Es jueves y en Chilpancingo además del pozole las tardes de danzón son una tradición obligada en el zócalo de la ciudad.
El jueves de danzón es una tradición que comenzó en Chilpancingo, en el 2004, hace 19 años. Iván es uno de los fundadores de los jueves de danzón y por muchos años fue el organizador.
Aprendió a bailar danzón a los 17 años, en el estado de Veracruz.
A pesar de ser originario de Chilpancingo, vivió en la Ciudad de México, Puebla y Veracruz, en este último estado aprendió a bailar danzón, una actividad que años después marcaría una de las tradiciones emblemáticas de Chilpancingo.
Iván regresó a Chilpancingo, su ciudad natal, en 2004 y a partir de ahí se dedicó y buscó crear un grupo de danzón en la ciudad.
Gestionó, organizó y finalmente consiguió los jueves de danzón.
Coordinó por 16 años esta actividad. Acordó con la Banda de Música de la Secretaría de Cultura que los jueves solo tocarían piezas de danzón, pero ahora, para atraer más público, incluyen cumbias y otros géneros musicales.
Organizó grupos de baile, enseñó a varias personas los pasos y obtuvo el apoyo del Ayuntamiento de Chilpancingo y del DIF Guerrero para, poco a poco, establecer la tradición.
Las parejas, en su mayoría adultos mayores, acudían al zócalo a bailar, de seis a ocho de la noche.
Ver a las parejas bailar se convirtió en toda una tradición en Chilpancingo.
Bailar para curar las penas
Iván invita a bailar a María, una mujer que participaba antes con su esposo en los jueves de danzón. El esposo de María fue una de las víctimas de la pandemia, falleció, al igual que otras seis personas que asistían a los jueves de danzón.
María acude como distracción a bailar. Viste elegante, con un vestido largo color naranja, el vestido tiene una manga descubierta, también usa unos tacones blancos con brillo, tacones de no más de cinco centímetros. En sus manos lleva unas pulseras, unos aretes y un collar que hacen juego con su ropa.
«Es uno de los días es los que una se arregla, se pone su mejor ropa y se pone bonita», expresa María.
Iván y María, además de las otras parejas entran a la pista y comienzan a bailar al ritmo de Nereida, uno de los danzones más populares.
El hombre toma con una mano la cintura de la mujer, con la otra, se toman ambos de la mano y con un movimiento, lento y elegante, se entregan al baile.
La banda no siempre toca danzones, también tocan alguna cumbia u otro género musical, que también las parejas disfrutan.
Danzar, danzón; de aquí, de allá
El danzón, de acuerdo con sus orígenes, es resultado de una serie de mezclas de contradanzas francesa y danza cubana.
El nombre describe el baile. El danzón es un baile largo, tiene su ritmo, es despacio, para algunos lentos, pero ahí radica su elegancia.
Es una especie de vals, pero menos formal, las parejas dan vueltas, mueven los brazos al ritmo de la música, un paso atrás, otro adelante y a los lados, al ritmo de una canción que generalmente es lenta.
«Todos los danzones son muy bonitos, no tengo ninguno en especial que sea mi favorito. Todos los disfruto», dice Iván.
Así son las tardes de danzón. Alegres y elegantes.
Ver bailar danzón
Las personas observan y les sorprende ver a las parejas bailar al ritmo de la música en vivo en el quiosco del zócalo de Chilpancingo.
El público graba y con sonrisas demuestran que esta tradición es de su agrado.
Aunque hoy ya solo bailan tres parejas, el sentimiento es el mismo.
Hubo tardes en las que llegaron a bailar hasta 15 parejas, hoy eso ya no es posible.
Durante los 19 años de los jueves de danzón, pasaron muchas cosas, una de ellas fue la pandemia y el confinamiento generado por el virus de la Covid-19 que hizo estragos entre las parejas, pues siete personas que acudían a bailar todas la tardes fallecieron por complicaciones de la Covid-19.
«Después de la pandemia se regresó a bailar y se tomaron de nuevo los espacios públicos, pero ya no fue lo mismo”, lamentó Iván.
Después de la pandemia Iván dejó la coordinación de las tardes de danzón y no hay nadie que asuma su lugar.
Contó que fueron 16 años de mucho trabajo y esfuerzo y ahora de una manera más tranquila y en paz solo quiere disfrutar el baile.
Iván acude a bailar con su esposa, María Trinidad Torres Gómez, con quien participó en muestras nacionales de danzón representando a Chilpancingo.
Este jueves su esposa no lo acompaña, fue a una cita médica a Acapulco. «La traigo a bailar como una terapia; es muy buena».
«Ahora yo vengo como público, ya no estoy como coordinador. Vengo a bailar, pero muchos años yo di clases de danzón gratis», recordó.
Muchos jóvenes y niños aprendieron a bailar danzón con él. Iván dio clases y formó grupos, pero muchos pierden el interés porque lo consideran «un baile para viejitos».
Iván sostiene que no es así. «El danzón es un baile elegante y todos lo pueden bailar, no es para ninguna edad en específico».
Aunque ahora acude como espectador, si alguien se acerca a pedirle que le enseñe a bailar danzón, con gusto lo hace.
Sin un coordinador y organizador, las tardes de danzón en Chilpancingo, agonizan.