Texto: José Miguel Sánchez
Fotografía: Oscar Guerrero
Chilpancingo
«Dicen que lo que al principio es llanto y tristeza, después se vuelve alegría», reconoce Teresa Eugenio Aparicio al recordar el incendio de su casa el 8 de diciembre del 2019.
El hogar de Teresa se ubica en la colonia Nueva Esperanza, al noreste de Chilpancingo, uno de los asentamientos más alejados de la capital; no tiene servicios básicos, como luz eléctrica, agua o drenaje.
Fue la falta de luz eléctrica lo que ocasionó el incendio de su hogar.
Del mercado central a la colonia Nueva Esperanza hay media hora de trayecto en carro particular, el cual circula por un camino escabroso que culebrea los cerros del noreste de la capital, en el que la mitad del camino es terracería.
La mañana del 8 de diciembre, debido a la falta de luz en el asentamiento, al tratar de conectarse a la toma eléctrica de la colonia Flores Baños, más abajo de la Nueva Esperanza, un cortocircuito afectó la casa de Teresa y causó un incendio que acabó con todo su patrimonio.
«Era un sábado, después de que le pagué a una persona para que me arreglará la luz conecté mi celular, escuché un ruido y mejor lo desconecté, y me fui a comprar cuando me marca me hijo y me dice, tu casa ya se quemó», recordó Teresa.
De la casa de Teresa, construida de madera y techo de cartón nada se salvó. El refrigerador, tanque de gas, camas, mesa y sillas fueron consumidas por el fuego.
A tres años del incendio de su casa Teresa cuenta la historia con un poco de nostalgia, pero ahora dentro de su nuevo hogar reconstruido en su totalidad, más grande y hecho con materiales 100 por ciento reciclados.
Los cimientos y el muro de contención de la casa son de llantas recicladas rellenas de tierra y las paredes son en su totalidad de ecoladrillos, que no es más que botellas de Pet rellenas con residuos que muchas personas consideran basura; empaques de frituras, galletas, unicel y hasta credenciales para votar trituradas que fueron donadas por el Instituto Nacional Electoral (INE).
Además, la pared está rellena y revocada con una mezcla de paja arcilla y arena.
«Yo jamás me imaginé que se podía hacer una casa con botellas y llantas», dice Teresa.
Una reconstrucción ecológica
La noticia del incendio llegó a oídos de María Guadalupe Díaz Salazar, responsable del Programa de Sustentabilidad de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), conocido popularmente como Uagro Verde, una instancia de la máxima casa de estudios dedicada a la educación ambiental, separación de residuos y cuidado del medio ambiente.
Díaz Salazar tenía un proyecto en Ciudad Universitaria (CU) de una bodega hecha con materiales reciclados de todos los residuos que se generan dentro de CU.
«Los residuos que se generaban en Ciudad Universitaria los ocupamos para hacer una pequeña bodega y la construcción consiste básicamente en todo lo que es plástico; bolsas, platos, cucharas, popotes, empaques», explicó Díaz Salazar.
Cuando se enteró del incendio, le pareció apropiado ayudar a Teresa y demostrar la importancia de los materiales reciclados.
El origen del proyecto fue un experimento de muros de Pet, proyecto que era parte de un estudio de alumnos de la Facultad de Ingeniería Civil, quienes comprobaron su uso para la construcción.
«El muro Pet no es otra cosa que un pallet (una tarima de madera) relleno con las botellas y revocado con la mezcla de paja arcilla y arena, el cual por metro cuadrado soporta diez toneladas y nos dijeron que era apto para una vivienda», explica Díaz Salazar.
Los estudiantes que comenzaron con dicho experimento, que en un principio fue parte de una tesis, se acercaron a Díaz Salazar, quien se comprometió a buscar un espacio para plasmar el proyecto.
«No sabía en que me había metido, no tenía dinero, no tenía gente y ni siquiera el terreno y fue que buscamos a la familia de Teresa».
Diaz Salazar se dio a la tarea de buscar y platicar con Teresa y su familia. Les explicó el proyecto y se buscaron voluntarios para trabajar en la construcción.
«Vimos que (el incendio) fue en la Nueva Esperanza y un día nos subimos a la combi llegamos y empezamos a preguntar dónde fue el incendio», recuerda Díaz Salazar.
Al llamado de voluntariado se sumó un arquitecto de nombre Pedro Li Gatica y los estudiantes que realizaban su servicio social en Uagro Verde.
Después de la aprobación de Teresa se vio el terreno, se hicieron medidas, un plano y comenzaron los trabajos.
Así comenzó en enero de 2020 la construcción de lo que sería el nuevo hogar de Teresa. «Pero pues no teníamos dinero», recuerda Díaz Salazar.
La idea era que Teresa no pagara por la construcción de su vivienda.
Sin dinero, pero con entusiasmo, comenzó un proyecto que tardaría tres años en concretarse.
«Salíamos a botear en Rectoría y con la foto de la casa quemada y con otra de como quedaría apenas nos daban 10 pesos y pues no se juntaba mucho».
Hasta que se organizó una tocada en una cafetería, el grupo de la Uagro Verde juntó los primeros 1,700 pesos con los que arrancó la construcción.
«No era mucho, pero teníamos algo para empezar».
Tres años de dificultades
El 2020 fue un año complicado para todo el mundo, el confinamiento generado por la pandemia del Covid-19 afectó la construcción de la vivienda de Teresa.
En marzo, cuando la pandemia de Covid-19 llegó a Guerrero ya no se pudo continuar con la construcción.
Teresa un poco desanimada vivía en la casa de su nuera, que está a un lado de su vivienda, tiempo que reconoce lo pasó un poco desanimada.
«Le decía a mi hija y mi nuera que yo ya no tenía nada, lo había perdido todo en el incendio y me decían que eso no era cierto, mira aquí están los platos que me prestaste, aquí dejaste un garrafón, no es cierto que no tienes nada, me decían», recuerda Teresa.
Fue hasta octubre que se les permitió a los estudiantes regresar a la construcción, luego de firmar una carta responsiva por si les llegaba pasar algo.
Los estudiantes junto con Díaz Salazar acudían los sábados a trabajar en la construcción de la casa, pero las vacaciones, la falta de materia y dinero los retrasaba constantemente.
«Nos detuvimos otra vez y teníamos que conseguir dinero, nadie nos quería dar y los chicos que empezaron con lo de la tesis se desesperaron, ya no quisieron venir y nos dejaron solos».
Al final solo el arquitecto, cuatro estudiantes del servicio social y Díaz Salazar sacaron adelante el proyecto.
La Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro) financió en un 70 por ciento la construcción, lo demás fue a través del cobro de capacitaciones que realizaba la Uagro Verde sobre recolección de residuos.
«En el 2021, comenzamos desde febrero. En marzo, la Uagro liberó el recurso y ahora sí todos los sábados nos dedicábamos al proyecto. Nos pueden decir que nos tardamos mucho, pero no veníamos todos los días, había sábados que no veníamos porque no había chavos y luego la pandemia, finalmente después de toda una odisea entregamos la casa el 21 de noviembre de 2022», cuenta Díaz Salazar.
La casa de las botellas
En la construcción de la casa se involucró toda la familia de Teresa, su hijo mayor, su nuera y sus nietos.
Toda la familia ayudó en el relleno de los eco ladrillos, en realizar la mezcla de paja, arcilla y arena para el revoque y darle el acabado final: poniendo mezcla para rellenar los espacios entre las botellas de Pet.
La nueva casa de Teresa es más grande que la anterior, tiene el doble de tamaño; cuenta con dos cuartos, sala, cocina, cuarto de lavado y un baño amplio.
«Antes mi hija me venía a visitar, entraba y estaba yo sentada ahí, ahora viene y me tiene que gritar y buscar entre los cuartos porque ya es más grande la casa», cuenta Teresa.
Los muros de la vivienda consisten en un pallet relleno con eco ladrillos, una malla y el relleno con la mezcla de arcilla y paja.
Durante la construcción, y antes de que las paredes fueran rellenadas y revocadas, se veían las paredes de botellas.
En una ocasión Díaz Salazar junto con sus alumnos que trabajan en la construcción pidieron tortillas a domicilio y preguntaron a Teresa la dirección de la vivienda, «solo diga que, en la casa de las botellas, los repartidores ya saben», respondió Teresa.
Así le apodaron los vecinos a la primera casa de Chilpancingo hecha con materiales reciclados.
La casa además de ser más grande tiene un sistema de captación de agua, un panel solar que alimenta a tres focos y, por los materiales, es térmica.
El costo total de la vivienda fue de alrededor de 70,000 pesos, de los cuales Teresa no puso nada, solo la instalación de luz corrió por su cuenta.
En total se ocuparon cinco toneladas de residuos para la construcción de la vivienda.
Las puertas y ventanas fueron donadas por otras personas y fueron instaladas por Germán Hernández Moreno, esposo de Teresa.
En la casa de botellas habitan tres personas, Teresa, su esposo Germán y su hija Julieta Adilene Hernández Eugenio.
En realidad, la casa es habitada en su totalidad por Teresa y su hija Adilene.
Germán, el padre de familia migra todos los años a Tijuana, donde trabaja de chofer porque la paga es mejor que en Chilpancingo.
«La idea es demostrar que con materiales reciclados se puede hacer algo diferente, que los residuos sirven para dar solución al problema de la basura», mencionó Díaz Salazar.
En una ciudad que genera, de acuerdo con datos oficiales, 500 toneladas de basura al mes, la casa de las botellas existe para demostrar que hay alternativas para el uso de residuos.